jueves, 21 de noviembre de 2013

El más alto de todos los tiempos (1640-1660)

Por CHRISTOPHER HILL

En el siglo anterior a 1640 el régimen Tudor y la situación insular del país dieron a Inglaterra una paz y un orden que no conocía casi ninguna potencia continental. Las clases comerciantes y un gran sector de la gentry y la yeomanry, sobre todo en zonas de la órbita del mercado londinense, se beneficiaron del auge inflacionario del siglo XVI. En 1540 Inglaterra estaba muy rezagada económicamente con respecto a Italia y Alemania, pero en los cien años siguientes el capitalismo avanzó con más rapidez en Inglaterra que en ninguna otra parte de Europa, exceptuando los Países Bajos. La decadencia de la aristocracia estaba relacionada con este gran avance de las clases comerciales y de la gentry y la yeomanry, que suministraban ovejas o productos agrícolas al mercado.

La Iglesia y la Corona, los dos terratenientes más poderosos, compartían las dificultades de los grandes terratenientes aristocráticos para adaptarse al nuevo mundo del capitalismo. La inflación, que planteaba problemas a todos los Gobiernos, hizo más daño a Inglaterra porque el Gobierno inglés dependía del Parlamento en su política fiscal. Por su insularidad, la defensa de Inglaterra estaba encomendada a la flota: la Corona nunca consiguió una burocracia o un ejército permanente comparables a los de Francia o España, cuyos reyes podían cobrar impuestos contra la voluntad de sus contribuyentes. Los aristócratas recurrían a la corte para conseguir subsidios con que mantenerse. Los Estuardo habrían querido complacerles, pero no tenían dinero.

Jacobo I (1603-1625) intentó, con desastrosos resultados, ganar para la Corona una parte de los beneficios del comercio textil (el Proyecto Cokayne, que acabó con el auge de ese comercio). Contrató los servicios de un importante comerciante, Lionel Cranfield, para reorganizar las finanzas oficiales, pero los cortesanos resultaron demasiado fuertes contra los esfuerzos reformistas de Cranfield, como habían sido demasiado fuertes contra el intento de Robert Cecil por vender la prerrogativa de la wardship (derecho de tutela) a la gentry en el Parlamento en 1610.

Impuestos contraproducentes

Los diversos recursos financieros de los once años de Gobierno personal de Jacobo I: renacimiento de los monopolios, extensión de las multas de wardship, multas por cultivo de tierras forestales y el Ship Money (derecho de navegación), enajenaron a grandes sectores de la población. Los Gobiernos Estuardo llegaron a considerar a la City de Londres como fuente inagotable de créditos, y cuando los acreedores comenzaron a poner dificultades hubo que vender tierras de la Corona, lo que redujo sus futuras rentas. Se tomaron medidas punitivas contra la City en forma de una multa de setenta mil libras, en apariencia por no haber sabido colonizar el Ulster, y Laud recibió estímulo oficial para aumentar los diezmos de los londinenses. El Gobierno llegó a depender completamente de empréstitos procedentes de un reducido círculo de administradores fiscales y monopolistas privilegiados, completamente aislado de los comerciantes y artesanos de la City.

Carlos I intentó también organizar un ejército, dándole derecho de hospedaje sobre la población civil: la respuesta del Parlamento fue la Petición de Derechos (1628). El rey trato entonces de gobernar sin el Parlamento y con el Ship Money casi consiguió imponer un impuesto anual fuera del control del Parlamento. Entretanto Strafford estaba preparando un ejército en Irlanda. El precio que hubo que pagar fue la abdicación en asuntos exteriores y cuando surgieron complicaciones en Escocia, por el intento de reforzar allí la autoridad episcopal, Carlos no pudo organizar fuerzas en Escocia para defender su régimen. El Gobierno estaba muy endeudado y la guerra escocesa reveló su bancarrota moral, además de financiera.


Cuando Carlos, por fin, tuvo que convocar el Parlamento en 1640, se vio enfrentado no sólo a una gentry impaciente por desmantelar todo el andamiaje del Gobierno personal —abolir la Cámara Estrellada y la Alta Comisión y declarar ilegal toda imposición fiscal sin consentimiento parlamentario—. Detrás de las clases sociales que tenían representación en el Parlamento estaba una hostil City de Londres y un populacho descontento, ofendido por las concesiones que Laud había hecho, según ellos, al papado en materia religiosa, por las brutales sentencias formuladas contra héroes populares como Prynne, Burton, Bastwich y Lilburne, por los monopolios que hacían subir el coste de la vida, por la conscripción y los impuestos que había traído consigo la guerra escocesa, y todo ello, en apariencia, para nada. La disolución de este Gobierno causó la guerra (civil), escribía James Harrington en 1656, no la guerra, la disolución de este Gobierno.

Esquema revolucionario

La Revolución Inglesa sugiere analogías con las revoluciones francesa y rusa. Hay grandes diferencias entre estas revoluciones clásicas y la inglesa, derivadas de la historia de estos tres países, muy distinta en cada caso, pero son muy útiles de considerar después de haber tenido en cuenta las semejanzas. Todos tendemos a pensar que la historia de nuestro propio país es única. Hubo, en ciertas épocas, una ideología específica de la exclusividad y superioridad de los ingleses. Sólo los extranjeros tenían revoluciones en el malvado continente europeo; el genio inglés por el compromiso formaba parte innata de su carácter nacional.

Pocos historiadores sostienen ahora estas tonterías: se reconoce que el carácter nacional es la consecuencia y no la causa de la historia, pero puede ser útil, creo yo, para considerar la Revolución inglesa como una de la serie de las grandes revoluciones que pusieron fin a la Edad Media.

Muchos historiadores han esbozado un esquema de la revolución, que puede aplicarse en particular a las revoluciones inglesa, francesa y rusa. Comienza con un Gobierno en quiebra amenazado por un revuelta de los nobles, es decir la clase dirigente se da cuenta de que no se puede seguir gobernando a la manera tradicional. Se convoca una asamblea representativa (en el caso de Inglaterra el Parlamento Largo, 1640-1648), que se convierte en el foco de la oposición y cuya existencia desata un movimiento popular.

En una atmósfera próxima al pánico y de presión popular se da una nueva constitución (la legislación de 1641 en Inglaterra). Pero entonces el movimiento popular amenaza ir demasiado lejos para el gusto de aquellos que iniciaron el movimiento reformista. El gobierno del antiguo régimen cobra valor, adquiere un partido, trata de repudiar las concesiones que se ha visto obligado a hacer.

Sigue una guerra civil, a veces, aunque no en el caso de Inglaterra, exacerbada por la intervención extranjera, que convierte a los revolucionarios en patriotas. La lucha trae al frente a grupos sociales inferiores y la jefatura se desvía hacia la izquierda: los independientes sustituyen a los presbiterianos, como los jacobinos a los girondinos y los bolcheviques a los mencheviques. Pero las divisiones entre los revolucionarios persisten y afloran a la superficie una vez que la guerra civil ha sido ganada y hay que llegar a un acuerdo.


Después de llegar a un clímax (la ejecución de Carlos y la proclamación de la república en 1649) la ola revolucionaria cede entre recriminaciones y purgas. Una desviación hacia la derecha es seguida por una dictadura militar que controla a los enemigos de la derecha y a la izquierda, mientras los triunfos de la revolución se van consolidando. En las revoluciones inglesa y francesa este gobierno militar trata de ganar popularidad por medio de guerras de conquista extranjera.

A medida que va restableciéndose la normalidad, a medida que los revolucionarios radicales sociales son aplastados o exiliados, los seguidores derrotados del antiguo régimen llegan a un acuerdo con el régimen nuevo. Esta reunión de moderados de ambos partidos acaba por conducir, tanto en Inglaterra como en Francia, a una restauración de la monarquía y la Iglesia, y en el caso de la Unión Soviética al estalinismo (a veces, escribe Isaac Deutscher, la Unión Soviética parece llena de una capacidad moral-psicológica de restauración que no puede llegar a ser una realidad política).

Camino del Imperio

Pero en Inglaterra y en Francia el antiguo orden de cosas no fue restaurado: cuando Jacobo II o Carlos X trataron de gobernar a la antigua usanza fueron expulsados sin demora. Para 1688 se había consolidado ya el acuerdo constitucional que Carlos I había rehusado aceptar, junto con todos los beneficios económicos e ideológicos del periodo intermedio.

La revolución creó un mundo de nuevas posibilidades económicas. En Inglaterra el Acta de Navegación de 1651 fue confirmada en 1660, y se convirtió en la base de la política imperial durante todo el siglo siguiente y, más aún, dio a Inglaterra un monopolio comercial junto a un creciente imperio colonial. Los comerciantes llevaban largo tiempo soñando con esto, pero nunca antes de la revolución había habido un poder estatal suficientemente sensible a sus intereses para adoptarlo o lo bastante fuerte para imponerlo. Porque el Acta de Navegación significaba guerra con los holandeses, entonces el poder colonial dominante. Holanda no fue derrotada en la primera guerra, pero para fines del siglo se había convertido en un satélite inglés.

En 1655 la guerra contra España condujo a la conquista de Jamaica, base de la futura expansión en las Indias Occidentales y del comercio de esclavos negros que iba a enriquecer a Bristol y Liverpool. Esta guerra anunciaba una lucha que iba a durar ciento cincuenta años más, hasta que Inglaterra quedara firmemente establecida como la primera potencia industrial y colonial del mundo.

La revolución facilitó el desarrollo del capitalismo inglés de muchas otras maneras. Los intentos reales de regular la economía y de interferir en el libre desarrollo económico terminaron con la consolidación de la supremacía del Parlamento. El poder estaba ahora seguro en manos de hombres sensible a las presiones de los intereses comerciales. Los monopolios industriales y los empréstitos obligatorios desaparecieron, la política fiscal fue reorganizada de manera que recayera sobre las clases terratenientes y los muy pobres.

Para 1688 el interés de los adinerados tenía suficiente confianza en el gobierno como para financiar las guerras coloniales sufragando la deuda nacional: el Banco de Inglaterra fue fundado en 1694. La conquista de Irlanda permitió la explotación de una colonia vecina a Inglaterra. La Unión con Escocia (1652-60, renovada en 1707) extendió el área del mercado londinense. La revolución comercial, que transformó a Inglaterra a fines del siglo XVII, preparó la primera revolución industrial en el mundo del siglo XVIII.

Revolución agrícola

Los arrendamientos feudales fueron abolidos en 1646 y la confirmación de esta medida fue el primer asunto que ocupó la Cámara de los Comunes en 1660, después de tomar la decisión de llamar a Carlos II. En 1610 Jacobo I había pedido una compensación de doscientas mil libras anuales por abolir los arrendamientos feudales, Carlos II consiguió solamente cien mil libras per annum, a pagar no por los terratenientes que se habían beneficiado, sino por una imposición fiscal que perjudicaba a los consumidores más pobres. Los grandes terratenientes disfrutaban ahora de la propiedad absoluta de sus fincas, y podían venderlas o hipotecarlas como quisieran, lo cual facilitaba la planificación a largo plazo de las tierras.

Como no se habían conseguido las mismas ventajas para los arrendamientos de copyhold de los agricultores más pobres, a pesar de las campañas de los Niveladores (Levellers) y de otros grupos radicales durante la revolución, el campo quedó a merced de los grandes capitalistas. Los escasos esfuerzos de los gobiernos Tudor y Estuardo para impedir los cerramientos de las fincas (enclosures) y proteger a los más pobres de la codicia de los capitalistas rurales, terminaron ahora. Las confiscaciones rurales de la revolución y la redistribución de riqueza por medios fiscales contribuyeron a acabar con las relaciones patriarcales entre terratenientes y arrendatarios. Que ni el amor ni la amistad ni el favor te induzcan a renunciar a tus ganancias, aconseja el monárquico Sir John Oglander a sus descendientes, diez libras esterlinas harán más por ti que el amor de la mayor parte de los hombres.

La consiguiente revolución agrícola iba a proporcionar parte del capital necesario para la revolución industrial inglesa y buena parte del mercado nacional para sus productos. Una masa laboral menos numerosa produciría suficientes alimentos para mantener un proletariado a medida que la mano de obra excedente abandonaba el campo para trabajar en las fábricas.

Las décadas revolucionarias presenciaron el gran esfuerzo de las capas bajas de la ciudad y del campo por conseguir derechos semejantes a los ganados por sus superiores sociales. Hubo revueltas contra las expulsiones y esfuerzos por ganar seguridad de arrendamiento para los copyholders, ambos apoyados por los Niveladores. Lo mismo ocurrió con los artesanos de las ciudades, que querían organizarse contra los comerciantes capitalistas que estaban explotándoles. Los Niveladores deseaban una reforma más radical de la ley y la constitución, para restringir la libertad de desarrollo capitalista mediante limitaciones al poder de los más ricos. El pequeño grupo de los Diggers quería abolir el trabajo asalariado completamente, poniendo en su lugar la propiedad y cultivo de la tierra colectivos. La derrota de estos movimientos radicales desbrozó el camino para el desarrollo capitalista incontrolado en las ciudades y en el campo.


El Parlamento había considerado que no podía ganar la guerra civil con un ejército de tipo tradicional, leal a su provincia y cuyos oficiales eran escogidos por su categoría social. Una de las innovaciones del Nuevo Ejército Modelo consistía en que sus oficiales ascendían por méritos, cualesquiera que fuesen su categoría social o sus opiniones políticas y religiosas.

Bajo la Commonwealth se intentó reformar los sueldos, de modo que los funcionarios del gobierno no tuvieran que depender de honorarios, sobornos y ventajas. Este reconocimiento del mérito no duro más allá de 1660, pero el final del siglo XVII fue una época de grandes funcionarios, científicos y economistas.

La Real Sociedad es otro legado de la revolución. Antes de 1640 el auge del capitalismo había estimulado un rápido desarrollo de la astronomía (para navegantes), las matemáticas (para artesanos e inspectores de fincas), la química (para la industria). La llegada de nuevas drogas de ultramar estimuló el desarrollo de la medicina. La nueva ciencia carecía aún de ayuda gubernamental o universitaria y no disponía de instituciones propias, aparte del centro de educación para adultos del Colegio Gresham en Londres, donde se enseñaba astronomía y matemáticas a artesanos y navegantes. En esto, como en tantas otras esferas, la revolución introdujo cambios.

El nuevo estado de cosas fomentó la especulación intelectual a todos los niveles. En la quinta década del siglo XVII Oxford se convirtió en el centro de la ciencia avanzada por primera y última vez hasta el siglo XX actual. El conservadurismo reconquistó las universidades después de 1660, pero los científicos expulsados se agruparon en torno al Colegio Gresham y tuvieron suficiente influencia para ganarse la protección de Carlos II. La Real Sociedad que consideraba la modernización de la economía como parte de su tarea, creó también un clima intelectual que permitió a un inglés, Isaac Newton, deducir una síntesis que resumió la revolución científica internacional.

La desaparición de la censura y el establecimiento de la tolerancia religiosa en los años cuarenta hicieron posible unas libertades de publicación, discusión y debate únicas en la historia del mundo moderno. Las herejías, particularmente las ideas políticas de los Niveladores y los Diggers, de Milton, Hobbes y Harrington, y el radicalismo social de los Cuáqueros aterrorizaron a las clases pudientes y condujeron a una reimposición de la censura en 1660, y a una persecución dirigida no ya por clérigos fanáticos, sino por la gentry desde el Parlamento.

A pesar de todo, como dijo el marqués de Halifax, la libertad de estos últimos tiempos dio a la gente tanta luz y la difundió tan universalmente entre el pueblo, que ya no es tan fácil manejarles como en otra época menos crítica. Para 1688 la persecución había conseguido sus fines y los radicales peligrosos estaban muertos o exiliados. Las sectas, aplastadas por una generación de persecución, aunque esporádica, económicamente asfixiante, habían decidido que el reino de Cristo no era de este mundo y habían abandonado la política, volviéndose relativamente aceptables.

Los argumentos económicos a favor de la tolerancia, esgrimidos por hombres como Petty y Locke, eran más fuertes que los temores políticos que habían suscitado desde la revolución. No quedaba nada del libre comercio que las ideas de Milton y Roger Williams habían propugnado, pero desde 1695 fue reconocido el derecho a editar libros para venderlos como cualquier otro producto en el mercado.

Consolidación parlamentaria

La transferencia del poder político es menos evidente en la Revolución Inglesa que en la Francesa, porque la clase dirigente inglesa, antes y después de la revolución, fue principalmente la gentry, cuya institución representativa era el Parlamento, pero en cuanto reflexionamos un poco vemos que la revolución contribuyó considerablemente al auge del sector capitalista de esa gentry. Antes de 1640, este sector había ido progresando gradualmente y con su avance había aumentado la fricción entre el Parlamento y el Gobierno. La mayor parte de los caballeros del sur y del este de Inglaterra que tenían probabilidades de ganar escaños en los Comunes eran productores agrícolas o arrendaban tierras a este tipo de productores.

En el Parlamento de 1640, el señor Rabb observó que los muchos diputados con inversiones en compañías comerciales eran los que se mostraban más activos en el Parlamento. Pero el poder de la Iglesia y la Corona equilibraban la balanza contra el sector capitalista hasta que la Revolución abolió la Cámara Estrellada y la Alta Comisión, consolidó el control parlamentario de la Iglesia, la política fiscal y exterior y liberó a los J.P: (Justicias de la Paz) de la supervisión del Consejo Privado).

De la misma manera que el Parlamento pasó a representar al sector capitalista de la gentry, la ley (Common Law) se adaptó a las necesidades de una sociedad capitalista y a la protección de la propiedad pues la mayoría de los abogados y los jueces procedían de familias de la gentry o compraban tierras. De aquí la importancia del triunfo, gracias a la revolución, de la Common Law sobre las prerrogativas y los tribunales eclesiásticos. De esta forma, incluso sin la evidencia de líneas divisorias en la guerra civil, el desarrollo y las consecuencias de la revolución me llevan a pensar que habían intervenido factores sociales de largo alcance, y que la aparición de condiciones favorables al desarrollo capitalista posrevolucionario no fue enteramente fortuita.

Aclaremos lo que quiero decir. No sugiero aquí que Pym y Oliver Cromwell trataran deliberadamente de preparar a Inglaterra para el capitalismo, aunque cabría subrayar que hubo factores subconscientes, como las relaciones comerciales de Pym y sus vínculos con la City, y las actividades de Cromwell como ganadero. Pero para Oliver Cromwell la ciudad de Dios era más importante que la City de Londres.


Tampoco pretendo afirmar que el sector capitalista de la gentry se pusiera enteramente del lado parlamentario, y los otros del rey. Lealtades personales, relaciones familiares y escrúpulos constitucionales y religiosos, así como el deseo de mantenerse neutral hasta verse forzado a escoger bando, el temor a la subversión social y otros factores indudablemente influyeron en la gente más que la ideología o los intereses económicos. Algunos historiadores muestran triunfantes contra este tipo de argumento el hecho de que algunos de los principales comerciantes apoyasen a Carlos I. Sin embargo, los más fuertes de éstos fueron los mismos que obtuvieron privilegios monopolísticos del Gobierno, como lo habían hecho durante siglos en la sociedad medieval. Lo nuevo en 1640-42 era que el Gobierno ya no podía protegerles en sus privilegios y que el grupo dominante de monopolistas y administradores de impuestos en Londres estaba aislado de las masas y era odiado por ellas. En diciembre de 1641, con el apoyo tácito de la Cámara de los Comunes, hubo una revolución en la City que trajo a nuevos hombres al poder, justo a tiempo para dar refugio seguro a los Cinco Diputados cuando Carlos trató de detenerles en enero de 1642. En la escalada de tensiones y agravios entre el monarca y el Parlamento, éste exigió y obtuvo la expulsión de los obispos de la Cámara de los Lores. La represalia real fue acusar de alta traición a los Cinco Diputados: Hampden, Holles, Pym, Strode y Haselrig, pidiendo su inmediata entrega para juzgarles. Como se negara el Parlamento, mandó Carlos I fuerzas para detenerles, pero no lo consiguieron gracias a la protección que les brindó la población londinense. Este incidente marcó el comienzo de la guerra civil. A partir de entonces, Londres apoyó firmemente al Parlamento y lo financió.

Saldo revolucionario

Menos aún puedo sugerir que la masa de las clases media y baja apoyara a los grupos radicales, cuyo programa parecía expresar sus intereses. Ciertamente el problema de los Niveladores estribaba en que eran demócratas sin una democracia. En tres años de intensa actividad política, después de terminada la guerra civil, hicieron todo lo posible por educar al pueblo inglés para la democracia, aunque sin demasiado éxito, excepto en Londres y en el ejército. El poder de la gentry y el clero sobre el campesinado ignorante era demasiado grande. Si se hubiera conseguido el electorado más amplio que propugnaban los Niveladores es probable que hubiera enviado al Parlamento una mayoría de terratenientes conservadores y monárquicos.

Cualesquiera que fuesen los intereses subjetivos de los revolucionarios, la Revolución Inglesa del siglo XVII constituye una transición del régimen atado aún a una economía medieval, agrícola en gran parte, al que permitió a Inglaterra convertirse en la primera gran potencia imperialista del mundo moderno, el centro de la primera revolución industrial. Creó la posibilidad de un gobierno parlamentario en el sentido moderno de la palabra, un gobierno representativo de las clases dominantes en la sociedad de su tiempo y que fue capaz, cuando las presiones le forzaron a ello, de adaptarse a una sociedad cambiante.

Permitió una sociedad más libre que ninguna otra de las entonces existentes en Europa, aunque sus libertades no eran compartidas por las clases más humildes. Estableció una sociedad en la que Milton, Locke y Newton podían pensar más libremente que en el resto de Europa.

El precio de este avance económico y político, de esta libertad para los propietarios, fue la subordinación política y económica de las clases pobres de Inglaterra, una serie de guerras coloniales, la conquista de Irlanda y la India, los horrores de la trata de esclavos y, finalmente, el sistema fabril. Es importante tener en cuenta las dos caras de la moneda cuando llegamos a la conclusión de que, para bien o para mal, la Revolución Inglesa fue el acontecimiento más significativo que ha tenido lugar hasta ahora en la historia de Inglaterra; cuando nos mostramos de acuerdo con Thomas Hobbes, que no era parlamentario, en que sí, en el tiempo, como en el espacio, hubiera grados de altura y bajura, creo realmente que el más alto de todos los tiempos sería aquel que pasó entre 1640 y 1660.

HISTORIA 16
Nº 138 (Octubre 1987).

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