Una biografía describe a Lucía Hiriart como una mujer frívola, que empujó a su marido a dirigir el golpe de estado en Chile para darse la gran vida
La biografía de Lucía Hiriart, la esposa del fallecido dictador chileno Augusto Pinochet, bien podría ser la historia de las dramáticas consecuencias que van desencadenándose en un país por causa de las frustraciones acumuladas durante muchos años por una sola mujer. Al menos eso es lo que deja traslucir el libro Doña Lucía. La biografía no autorizada, escrito por la periodista chilena Alejandra Matus.
La investigación, basada en unas 60 entrevistas —ninguna con la protagonista ni con sus hijos, que rechazaron participar—, muestra la trayectoria desconocida de una mujer que aparentaba ser la mejor ama de casa, la esposa devota y la madre abnegada. Nada de eso hay en la vida real de doña Lucía. Más aún, si el prejuicio indicaba que la «mejor amiga» de Pinochet —como él la describió— fue una dama criada por padres severos y derechistas, la sorpresa todavía es mayor. «Lucía desplegó la amargura y las frustraciones acumuladas en su matrimonio, en un régimen que no le puso cortapisas a sus deseos», explica Matus a este periódico.
Con 90 años, la viuda vive hoy recluida en su residencia de Santiago. Solo unos de sus cinco hijos la visita. La anciana está lúcida pero sola, con apenas tres asistentes, mascullando la rabia de haber sobrevivido para constatar que no es ni la sombra de lo que fue. Hasta los dirigentes más conservadores —que ella cree que tanto le deben a su marido— se afanan por limpiar de su pasado todo rastro pinochetista.
Lucía fue seducida por un joven Pinochet cuando la muchacha tenía apenas 16 años y venía de ser elegida Reina de la Belleza en el liceo de San Bernardo. El exdictador era un teniente de familia humilde. No era buen partido para la mayor de los hijos de Osvaldo Hiriart, un abogado muy respetado que militaba en el Partido Radical —hoy dentro de la coalición de la socialista Michelle Bachelet—. El hombre fue senador y ministro del Interior.
«El padre era un profundo demócrata», revela Matus. El golpe que derrocó al presidente Salvador Allende y dio inicio al régimen que duró 17 años fue una decepción más para él. «Si bien no renegó en público de su hija, dejó de hablarle, a ella y a su yerno, y se enclaustró en su casa». Lucía fue implacable con sus parientes. Permitió que primos y tíos —uno de ellos, un médico comunista— fueran perseguidos y torturados. Varios terminaron en el exilio.
Los tres primeros hijos de los Pinochet llegaron uno tras otro y para cuando se quiso dar cuenta, Lucía no era feliz. Había perdido sus curvas —la maternidad le sentó fatal— y Pinochet, con sus cambios de destino, pasaba muy poco tiempo en casa. La pesadilla crecía día a día para ella. «Milico de mierda». «Destinación de mierda que te tocó». O «¿Cómo se me fue a ocurrir casarme con un milico?», eran sus desahogos.
«Lo insultaba mucho durante los años más amargos de su matrimonio y lo volvió a hacer cuando lo sintió vencido, débil y dependiente tras su arresto en Londres», cuenta Matus. «En una entrevista, Augusto —el hijo— relató que su madre maltrataba a su padre y que en una ocasión, en medio de una pelea, le lanzó agua caliente», relata la periodista.
Lucía odiaba cocinar y lo hacía muy mal. Tampoco se le daba la limpieza ni tenía vocación por la crianza. Pasó mucho tiempo deprimida. Se quedaba en cama hasta mediodía. «Era muy enfermiza, un poco histérica. Siempre estaba con jaqueca o ataque de nervios y tenía que recostarse», recuerda la hija de un militar vecino de los Pinochet que algunas veces iba a entretener a los niños.
Infidelidades del dictador
«La casa estaba siempre sucia y en la tina del baño se acumulaban los pañales de género sin lavar, en remojo, inundando la casa con un olor nauseabundo al que Lucía se había vuelto inmune», puede leerse en el libro. Por esa época, su hijo Augusto, un adolescente, se arrojó desde el segundo piso, cuenta la autora, y sufrió fracturas múltiples. La madre culpó a los vecinos —el muchacho estaba enamorado de una de las niñas de al lado— y por un tiempo no les dirigió la palabra.
Matus se negó a quedarse en la imagen pública más conocida de Lucía, que la reconoce como una mujer mandona y frívola: estaba obsesionada por la moda, los zapatos y los sombreros. Quiso siempre vivir como una reina y cultivar la vida palaciega con joyas y modelos exclusivos. Pero tuvo que convencer a su marido de dejar de ser leal al presidente Allende para poder darse la vida que siempre quiso y que él, hasta ese momento, no pudo ni supo darle.
Sólo con esa trágica compensación Lucía pudo dar rienda suelta a su ambición contenida y olvidar —o al menos creerlo así— las muchas infidelidades de su esposo. La peor y más conocida, que casi supuso el fin del matrimonio, ocurrió cuando solo tenían tres hijos y Pinochet fue trasladado a Ecuador. Allí se enamoró de una mujer liberal, separada y artista. Lucía se volvió a Santiago, parecía que no había vuelta atrás. Pero la pareja se recompuso y tuvieron otros dos vástagos.
De niña soñaba con viajar, pero apenas conocía los destinos a los que trasladaban a su esposo. Tuvo que llegar el golpe para que ella, con 50 años, comenzara a darse la gran vida. Matus asegura que sin su esposa, Pinochet hubiera tenido muchos más incentivos para permanecer leal a Allende, como lo fueron Carlos Prats y otros generales luego asesinados. Lucía, con más conocimiento que el dictador del arte de la política, lo instó a estar del lado de los vencedores. Lo que la ha permitido pasar a la historia.
El Norte de Castilla
Viernes 27-12-13
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