sábado, 7 de diciembre de 2013

Mandela, el revolucionario que no renunció a la violencia


6 diciembre 2013

Antes de ser un icono mundial de la paz y la reconciliación, Nelson Mandela fue un líder revolucionario. En 1964, fue conducido ante un tribunal para ser juzgado por cometer «actos de violencia y destrucción». El líder del Congreso Nacional Africano sólo quería destruir el régimen racista del apartheid, no el país.

Había dudado mucho en apoyar el sendero de la violencia, pero al final vio que era la única alternativa que dejaba el Estado a la lucha por los objetivos políticos de la mayoría negra del país. Como otros líderes nacionalistas negros de África, había llegado a la conclusión de que la resistencia pacífica sólo conducía a la inmolación.

Ante el tribunal, no intentó negar los hechos, pero sí la interpretación que hacían de ellos los jueces blancos. Sus palabras finales son las más recordadas («es un ideal por el que estoy dispuesto a morir») y procedían de las pocas esperanzas que tenían él y sus compañeros sobre el veredicto final. Tardó dos semanas en escribir su alegato final. Un abogado que lo revisó preveía un desastre. Comentó que si leía ese texto, «le llevarían directamente a la parte de atrás del tribunal y le colgarían». Su abogado le recomendó que no acabara con esa nota de desafío. Mandela no le escuchó: «Creía que nos iban a colgar no importa lo que dijéramos, así que pensé que podríamos decir aquello en lo que de verdad creíamos», escribió años después en su autobiografía.

Más relevante que esas palabras finales fue la explicación que dio antes sobre por qué el CNA había decidido crear Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación, el brazo armado del movimiento [o también MK]) y embarcarse en una campaña de sabotajes. Mandela nunca quiso una «guerra interracial» y, aunque al final se produjeran víctimas mortales, intentó que la violencia estuviera limitada a objetivos específicos. Ante el tribunal, decidió convertirse en fiscal del sistema y acusarle de no haber dejado a los negros más alternativa que empuñar las armas:

«En primer lugar, creíamos que, a resultas de la política del Gobierno, la violencia por el pueblo africano se había convertido en algo inevitable, y que a menos que un liderazgo responsable pudiera canalizar y controlar los sentimientos de nuestra gente, se produciría un estallido de terrorismo que ocasionaría un aumento de la hostilidad y el resentimiento entre las distintas razas del país hasta un punto desconocido incluso en una guerra.

»En segundo lugar, pensamos que sin los sabotajes no habría forma de que el pueblo africano tuviera éxito en nuestra lucha contra el principio de la supremacía blanca. Todas las formas legales de oponerse a este principio habían sido bloqueadas por la ley, y estábamos en una situación en la que o aceptábamos un estado permanente de inferioridad o desafiábamos al Gobierno. Elegimos desafiar al Gobierno. Primero, violamos la ley evitando el recurso a la violencia. Cuando se legisló contra esto, y cuando el Gobierno recurrió a la fuerza para aplastar a la oposición a su política, sólo entonces decidimos responder a la violencia con violencia.»


Es probable que la descripción de Mandela sobre el camino a la violencia como un proceso gradual que culminó en junio de 1961 no fuera del todo cierta. Varios miembros del Partido Comunista de Sudáfrica confirmaron años después que la iniciativa surgió en su partido y que incluso Mandela formó parte también de la misma organización durante algún tiempo, algo que el expresidente surafricano siempre negó.

A finales de 1960, el PC adoptó la vía de la lucha armada, pero su número de militantes era ínfimo. Sabían que no tendrían ninguna posibilidad sin el apoyo del CNA. Mandela asumió la decisión pocos meses después con la idea de que el paso era inevitable. Tras la matanza de Sharpeville en marzo de 1960, también había sectores del CNA que pensaban que había llegado el momento de empuñar las armas.

Este apoyo táctico a la violencia, incluso algo reticente, no se convirtió en una baza negociadora que pudiera abandonarse con facilidad si las circunstancias lo permitían. Ya en los años 80, el Gobierno de P.W. Botha ofreció la libertad a Mandela a cambio de la renuncia a la violencia. La rechazó. Aunque ya no fuera posible derrocar al Gobierno racista con las armas, la guerra continuaría hasta el fin del apartheid.

La progresiva movilización política, económica y cultural en Occidente a favor de su liberación y del fin del racismo en Sudáfrica no podía ocultar el hecho de que desde el primer momento el mayor apoyo que recibió el CNA procedió de los gobiernos africanos que habían conseguido la liberación del colonialismo, muchos de ellos a través de la insurrección armada, y del apoyo material de los gobiernos soviético y chino. En el esquema de la guerra fría diseñado por Washington, el CNA pasó a formar parte de la amenaza comunista, aunque en su propio juicio Mandela recordó al tribunal que nadie se hubiera atrevido a llamar comunistas a Churchill y Roosevelt por haberse aliado con la Unión Soviética en la lucha contra Hitler.

En los años 80, los gobiernos de Reagan y Thatcher no se movieron ni un centímetro en ese rechazo. Washington instauró una política con Reagan que apostaba por la existencia de unos supuestos moderados dentro del Gobierno a los que había que apoyar para conseguir que el régimen cambiara desde dentro. Ese apoyo a Botha, tan moderado que llegó a decir que el sistema de un hombre, un voto nunca se impondría en Sudáfrica, permitió al apartheid sobrevivir unos años más.

En el Reino Unido, el ala derecha de los tories, incluida su primera ministra, arrojó sobre Mandela todo su odio. En 1987, 23 años después del encarcelamiento de Mandela, Thatcher aún decía: «El CNA es una típica organización terrorista. El que crea que algún día gobernará Suráfrica vive en un mundo de fantasía». Otros diputados pedían directamente que Mandela fuera fusilado. En esos años las juventudes tories distribuyeron un cartel en un congreso del partido que reclamaba que Mandela fuera ahorcado, y no sólo él: «Y todos los terroristas del CNA. Son unos carniceros», decía.

Mandela había apostado ya desde su juicio por la reconciliación. Al salir de prisión, se deshizo de la violencia con facilidad porque ya había cumplido su objetivo: mantener unida a la mayoría negra y evitar la aniquilación de los que luchaban por la libertad. A partir de ese momento, quiso dejar claro que su lucha no era contra los blancos, sino contra la pobreza, la violencia y la dominación de un grupo racial sobre otro. Que es lo mismo que ya había dicho en su juicio de 1964.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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