sábado, 1 de marzo de 2014

Carta del lobo al hombre

 

Queridos verdugos:

Nosotros paseamos orgullosos el desprecio y el temor que mana de lo único despreciable y temible. Y vosotros, ¿qué cosecháis de la servidumbre? ¿Os consuela la incesante creación de categorías? ¿Sirve de algo la limosna que cae de la mano que está asolando el mundo? Apenas entendemos que sigáis llamando civilización a lo que habéis construido, porque nosotros los salvajes no vemos más que destrucción por todas partes. Dependéis más de las fábricas que de los servicios gratuitos del paisaje. Nada os queda ya de un saber hacer milenario y os han convertido en mendigos de subvenciones, préstamos y, claro, esclavos de los créditos, por cierto, infinitamente mayores que cualquiera de vuestras ganancias.

En este otro lado nadie contrae deudas y por eso no existe la pobreza, por mucho que a nosotros nos toque la persecución como norma.

Ahora que los pastores están casi tan arrinconados como nosotros, los lobos, sería bueno recordar lo compatibles que podríamos ser. Porque sólo la necesidad extrema nos lleva a la yugular del choto o del potro. Con un poco de cuidado por vuestra parte apenas notarías nuestra presencia como sucede en la mayor parte de nuestros / vuestros dominios. A los que todavía cabe llamar naturales si nosotros todavía los transitamos.

Pero no damos por perdida la batalla, por eso además nos parece oportuno recordar que es inmensamente más bella nuestra vida de proscritos que la vuestra de encerrados en y por los boletines del estado.

Nosotros triscamos soledades, cinco veces cada noche, para encontrar el sustento. Es más, existimos para que la libertad tenga donde mirarse. No menos para que, de vez en cuando, algún humano se sienta de su verdadero tamaño cuando le cuenten que hubo un tiempo en que nada se entendía sin nuestro largo aullido, proclamando, en las largas noches de invierno, que la vida también se sostiene sobre leyendas como la nuestra.

Firmado: El Lobo


Nota de la Redacción (Quercus. Cuaderno 337 / Marzo 2014)
Este texto fue leído por Joaquín Araújo durante la entrega del Premio de Escritura para la Conservación, que le fue concedido por la Liga Internacional de Escritores para la Conservación durante el congreso WILD10, celebrado en Salamanca del 4 al 10 de pasado mes de octubre.

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