domingo, 20 de abril de 2014

La destrucción natural vista por los iroqueses


La cultura occidental ha sido horriblemente explotadora y destructora del mundo natural. Más de un centenar de especies de aves y animales han sido totalmente exterminadas desde la llegada europea a las Américas, en su mayor parte porque a los ojos de los invasores eran inutilizables. Los bosques fueron talados, las aguas contaminadas, los pueblos nativos sometidos al genocidio. Las vastas manadas de herbívoros quedaron reducidas a meros puñados, el bisonte casi quedó extinguido. La tecnología occidental y la gente que la ha empleado han constituido las fuerzas pasmosamente más destructivas de la historia de humanidad. Ningún desastre natural ha destruido en tamaña magnitud. Ni siquiera la Edad del Hielo tuvo tantas victimas. Pero así como los bosques de maderas duras, los combustibles fósiles también son recursos finitos.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XX los occidentales han empezado a buscar otras formas de energía para dar un nuevo empuje a su industria. Sus ojos se detuvieron en la energía atómica, una forma de producir energía cuyos subproductos son las sustancias más nocivas que el hombre haya conocido jamás.

La humanidad se halla hoy confrontada con la supervivencia de la propia especie. El modo de vida europeo y norteamericano se encuentra en un camino muerto y ni siquiera su propia cultura posee respuestas viables que aportar. Enfrentados con la realidad de su propia destrucción no pueden sino avanzar hacia una destrucción todavía más eficaz. La aparición del plutonio sobre este planeta es el signo más claro de que nuestra especie está en peligro. Es una señal que muchos de los occidentales han decidido ignorar.


    (Hau de no sau nee o «Mensaje de las Seis Naciones Iroquesas al Mundo Occidental». Conferencia Internacional de los Pueblos Indígenas de la ONU, Ginebra, septiembre de 1977.)

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