viernes, 25 de abril de 2014

La noche que Portugal revolucionó al mundo cumple 40 años

 

En apenas 24 horas, un grupo de jóvenes militares acabó con la dictadura más longeva de Europa y puso fin a 13 años de guerra colonial. La Revolución de los Claveles conmemora este 25 de abril su aniversario.


«Mis señores, como todos saben, hay diversas modalidades de Estado. Los sociales, los corporativos y el estado al que llegamos. Ahora, en esta noche solemne, vamos a acabar con el estado al que llegamos. De manera que quien quiera venir conmigo, vamos para Lisboa y acabamos con esto. Quien quiera ser voluntario, que salga y forme. Quien no quiera salir, que se quede aquí». Salieron todos.

Los 240 hombres que escucharon estas palabras del capitán Salgueiro Maia aquella madrugada, la del 24 al 25 de abril de 1974, le acompañaron hasta la capital para levantarse contra el régimen salazarista. La misión fue cumplida con éxito. La dictadura impuesta 48 años antes por un golpe militar era derrocada por otro, pero de signo contrario. El país vivía en una situación de tensión latente.

Aquellas 24 horas en las que Portugal revolucionó su historia y la del mundo entero llegan precedidas por momentos y causalidades clave. El 16 de marzo de ese mismo año, el fracasado golpe de Caldas tuvo dos lecturas. Triunfó la del joven capitán Otelo Saraiva de Carvalho, que reflexionó en clave optimista cuando todos parecían ver lo contario. «Entonces, ¿éstas son las fuerzas que el Gobierno dispone para oponerse al movimiento?», observó ante la escasa respuesta gubernamental. Saraiva fue el encargado de perfilar los últimos flecos para nueva intentona militar: la definitiva, la del 25 de abril.

«Los muchos norteños que en el fin de semana avanzaron hasta Lisboa soñando con la victoria acabaron por retirarse, desilusionados por la derrota. El adversario de la capital, mejor organizado y equipado (sobre todo bien informado de su estrategia), contando aún con una asistencia fiel, fue a abortar los intentos de los hombres del norte. Parafraseando lo que en tiempos dijera un astuto comandante, se perdió la batalla, pero no la guerra». Aquella crónica futbolista con la victoria del Sporting de Lisboa frente al visitante Oporto sirvió al periodista Eugénio Alves para comentar lo sucedido en Caldas. La censura pasó por alto el argot futbolístico de un artículo que entre líneas rebosaba de mensajes implícitos; «era optimista y estimulante», afirma Saraiva.

Estas lecturas cargadas de optimismo y segundos sentidos no resultaron tan obvias para el bando oficialista. «Le pido que no se preocupe, pues está todo sosegado y no hay ningún problema en ningún punto del país». Militares situados la madrugada del 24 al 25 de abril en el puesto de comando interceptaron esta conversación entre el ministro del Ejército y el de Defensa. El régimen lo ignoraba pero la revolución ya estaba en la calle. Y era imparable.

Apoyo popular

«La guerra fue una de las razones por las que se movilizaron los militares», confirma el periodista portugués Adelino Gomes. El conflicto colonial se alargaba desde hacía 13 años y Portugal estaba en un callejón sin salida. Naciones Unidas había emitido varias resoluciones, instando a conceder la independencia de las colonias y a acatar el derecho de autodeterminación de los pueblos.

«Teníamos contacto con los soldados, que para mí representaban el pueblo; eran chavales de 21 o 22 años que venían de las clases más desfavorecidas, cumplían el servicio militar obligatorio y eran enviados para misiones a ultramar», recuerda Saraiva en el salón de su casa. Y añade: «Se fue alimentando el sentimiento de que aquella guerra tenía que acabar. Sabíamos que no podía ser ganada militarmente y que el pueblo anónimo detestaba el poder, tenía miedo y no hablaba. Tenía que haber una solución política».

Todo fue muy rápido. Los acontecimientos desbordaron incluso las previsiones más optimistas. «Llamamos a la puerta y entramos», recuerda el capitán Santos Coelho, que tomó la radio desde donde se emitieron todos los comunicados del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), una organización clandestina dentro del Ejército formada en su gran mayoría por oficiales de baja graduación. «Nos habían cortado la energía pero dejaron con línea los teléfonos públicos, así que bajábamos a la cabina. La gente nos traía comida y bebida», resume así las 48 horas que un grupo de ocho militares estuvo encerrado en la emisora.


«La movilización civil provocó que el golpe de Estado se convirtiera en una revolución», recuerda Nuno Santa Clara Gomes, coronel de infantería jubilado y uno de los militares que se alzó contra la dictadura. El pueblo salió a la calle a pesar de las recomendaciones y las peticiones de los capitanes. La respuesta popular sorprendió al alrededor de 200 cargos medios implicados en el levantamiento y a los 5.000 soldados que les acompañaron, que nada sabían de los planes de sus superiores hasta el mismo día de la revolución.

«Ese mismo pueblo portugués que soportó durante casi medio siglo la más larga dictadura del continente —abatido, postrado hasta resignado— aprendió en meses, encontró en semanas y, en algunos momentos, descubrió en días aquello que décadas de salazarismo no le había permitido siquiera desconfiar: la dimensión de su fuerza», escribe el profesor de Historia Valerio Arcary en el libro Revolución o transición: Historia y memoria de la Revolución de los Claveles.

Aquella fue la noche más larga en la historia de Portugal. El día también fue intenso. Rozando ya el mediodía, el MFA informó de que la situación estaba dominada: «En breve llegará la hora de la liberación». Sólo faltaba la rendición del primer ministro, Marcelo Caetano, un profesor universitario que sustituyó a Salazar al mando del país cuando el dictador enfermó. Se había recluido en un cuartel del Largo do Carmo, una zona estrecha, rodeada de callejuelas que se convirtió en una jaula. Todavía hoy los sublevados se preguntan por qué decidió refugiarse en este lugar de Lisboa.


Poco después de las tres de la tarde, Salgueiro Maia solicita, megáfono en mano y en una atestada plaza, la rendición en diez minutos. Fueron las horas más complicadas de la Revolución de los Claveles. Negociaciones mediante, Caetano entregó el poder alrededor de las seis de la tarde. Los soldados formaron un cordón para que fuera posible la salida con seguridad del ya expresidente.

Un programa político truncado

«El Movimiento de las Fuerzas Armadas, que acaba de cumplir con éxito la más importante de sus misiones cívicas de los últimos años de nuestra historia, proclama a la nación su intención de llevar a cabo, hasta su completa realización, un programa de salvación del país y de la restitución al pueblo portugués de las libertades de las que había sido privado». El mensaje del MFA llegaba a las ocho de la tarde. La salida de los cuarteles era el primer paso de un largo proceso que tenía por objetivo entregar el poder a la sociedad civil. «Una revolución como ésta no tiene sólo éxito por lo militar sino también por lo político», recuerda Santa Clara.

Llegó el turno del PREC (Proceso Revolucionario en Curso), en el que se celebraron las primeras elecciones democráticas por sufragio universal masculino y femenino de la historia portuguesa, se negoció la independencia de las colonias y se formó el sistema de partidos. Todo ello, en medio de una gran participación popular. Se caminaba hacia una transición al socialismo, con nacionalizaciones y reformas agrarias. «Lo que nos preguntábamos todos los periodistas asombrados que visitábamos Portugal por aquellos días era cómo los militares de una dictadura infame habían llegado a comprender que todo cambio era imposible sin una integración real con el pueblo», escribió Gabriel García Márquez.

Pero pronto llegaron los problemas y las disensiones. El 25 de noviembre de 1975, un nuevo golpe militar de los sectores moderados del Ejército, que contaban con el apoyo de socialistas y socialdemócratas, inició una nueva etapa, la que desembocó en la vigente Constitución de 1976 y en la instauración de la tercera República. «El hecho es que los promotores y protagonistas mayores de aquella revolución casi poética fueron relegados, si no al olvido, al menos a la penumbra», escribió el Premio Nobel de Literatura.

La investigadora del Instituto de Historia Contemporánea de Universidad Nova de Lisboa Raquel Varela destaca de hecho dos rupturas entre 1974 y 1976: primero se pasó de un régimen fascista a un periodo revolucionario y, después, de éste a otro democrático liberal, que se comienza a formar a partir de noviembre de 1975. «Después del 76 son años de recuperación de los sectores más conservadores de las Fuerzas Armadas, que no habían hecho el 25 de abril e incluso se habían opuesto. Los mismos hombres que habían protagonizado la revolución acabaron siendo tragados por el reflujo antirrevolucionario», explica el historiador Manuel Loff.

Mª ÁNGELES FERNÁNDEZ | J. MARCOS (LISBOA)

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