En los primeros minutos que pasaron desde que se conoció la noticia del asesinato de Isabel Carrasco, presidenta del la Diputación de León y del PP provincial, muchos militantes de la izquierda contuvimos el aliento. He aquí, pensamos, la provocación que esperaba el Gobierno para desatar la represión al máximo nivel contra la protesta social y para llevar la campaña de las elecciones europeas a un terreno en el que el PP se siente verdaderamente cómodo.
No tardaron los tertulianos y «periodistas» paniaguados de la derecha en culpar de éste crimen al «clima de crispación» contra la «clase política» que vive el país, relacionando el asesinato de Carrasco con los escraches de la PAH y otras manifestaciones de la indignación popular. Echar sobre la izquierda la responsabilidad del asesinato de Isabel Carrasco era una tentación demasiado grande como para esperar a conocer los hechos para lanzarse a la tarea con entusiasmo.
Pasados los minutos, nuestros temores se disiparon como el humo de un cigarrillo en la ventana, al conocerse la detención de dos mujeres, madre e hija, y al saberse poco después que ambas son afiliadas del PP. Podemos imaginar el desconcierto en las filas de la derecha al saberse que, lo que ellos pretendían que fuera un atentado terrorista, no era más que un ajuste de cuentas entre los implicados (aunque la prensa del régimen prefiera el término, más piadoso, de «venganza personal»)
La realidad es que el asesinato de Isabel Carrasco pone en evidencia, sobre cualquier otra consideración de orden moral o psicológico, la podredumbre absoluta del régimen del 78 y el entramado de corrupción, enchufismo y redes clientelares en las instituciones de la democracia burguesa.
Corrupción y clientelismo
Isabel Carrasco representaba a esa burguesía y pequeña burguesía de provincias que constituye una parte fundamental de la base social del PP. No escondía su desprecio por la clase obrera, como cuando saludó a los mineros encerrados en la Diputación en 2012 con un sonoro «¿Cómo han pasado la noche estos hijos de puta?».
Como explica José A. Otero en su artículo «Retrato de una cacique», para eldiario.es, la figura de Isabel Carrasco sintetizaba como pocas esa confluencia de intereses políticos y empresariales, así como ejemplificaba sobremanera la forma de gobernar del PP en las instituciones locales y provinciales. Especialmente las diputaciones provinciales son un nido de corrupción y enchufismo, con ejemplos esperpénticos como el de Castellón bajo Carlos Fabra. El PP ha comprendido esto perfectamente y por eso, en su nueva Ley de Régimen Local, detrae competencias a los ayuntamientos para incrementar el peso de las diputaciones.
Resulta que la infortunada Montserrat Triana, hija de la presunta autora material del asesinato de Carrasco, formaba parte de esa red clientelar cuidadosamente tejida por Isabel Carrasco durante años. Ingeniera de profesión, Triana accedió a un cargo de libre designación ocupando una plaza pública que debía haber sido adjudicada por oposición, como finalmente ocurrió. Triana fue enchufada por Carrasco por su militancia en el PP (fue candidata en las elecciones municipales de 2011 en Astorga, ocupando el número siete) y por la amistad que unía a su familia con Isabel Carrasco. Por razones en las que Otero no entra, ni nosotros tampoco vamos a entrar, esta amistad se rompió y ahí empezó el calvario para Triana, que no sólo perdió su enchufe en la Diputación, sino que vio primero cómo la plaza que ella había ocupado salía a concurso en unas oposiciones a las que se presentó y no fue capaz de aprobar, después cómo el ganador de la plaza la abandonó y Carrasco decidió amortizarla; y, finalmente, cómo la institución presidida por su amiga del alma le demandó primero 11.000 y después 6.500 euros por «complementos indebidamente percibidos». Lo que viene después tiene poco que ver con la crónica política y mucho con el cine policíaco.
El hecho una familia vinculada a la derecha y al aparato del Estado (el padre de Triana es comisario de la Policía Nacional) se vea envuelta en semejante atrocidad es algo muy difícil de digerir para el Partido Popular, ya que pone en evidencia su propia decrepitud y podredumbre. Es un ejemplo extremo de hasta dónde pueden llegar los odios por el reparto del botín entre los representantes de la clase dominante.
Censura y represión, la burguesía tiene miedo
Es por eso que las plumillas a sueldo de la burguesía, contra toda evidencia, insisten en relacionar el asesinato de Carrasco con el clima de crispación política, buscando con ello directamente o indirectamente identificar izquierda, protesta y lucha con violencia.
La respuesta del gobierno está siendo perseguir y criminalizar a los que hayan mostrado alegría o conformidad con el asesinato de Carrasco. Hasta el momento hay dos jóvenes imputados por realizar afirmaciones de ese tipo por la red Twitter. El celo de Interior en perseguir estos comportamientos contrasta con la manga ancha de que disfrutan muchos fascistas e incluso miembros del PP que sistemáticamente acosan, insultan y amenazan a militantes y cargos públicos de la izquierda. Especialmente doloroso es el caso de Pilar Manjón, que lleva diez años recibiendo amenazas, insultos y calumnias de todo tipo por parte de elementos de la derecha, sin que la fiscalía se haya dignado a actuar en ningún momento a pesar de las denuncias reiteradas de la compañera.
Lo cierto es que esa crispación de la que habla la derecha existe, y la han generado ellos; no tiene más culpables que el gobierno, la troika, las grandes empresas y la banca que están condenando a la mayoría de la sociedad al paro, el subempleo, la explotación y la pobreza. Hay una rabia y un odio enormes acumulados en la sociedad, que a pesar de las grandes movilizaciones de masas del último periodo no está encontrando un cauce de expresión eficaz en las organizaciones de clase. Eso explica en parte el recurso al pataleo individual en las redes sociales. Desde Lucha de Clases exigimos la retirada de los cargos a los imputados en lo que nos parece un ejercicio de censura y persecución dirigido por el aparato del Estado en última instancia contra la juventud de izquierdas.
A nosotros no nos merece ningún tipo de alegría, satisfacción ni regocijo lo sucedido en torno al asesinato de Isabel Carrasco. Sería muy mezquino experimentar cualquiera de esos sentimientos ante el asesinato de un alto cargo provincial que representa los intereses del enemigo de clase. Estamos en contra de todo acto de terrorismo individual, sea de contenido político o relacionado, como este caso, con la corrupción del poder. Nuestra posición no es moralista, sino que se deriva de los objetivos políticos de nuestra lucha. El sistema no descansa en personalidades ni en individuos, por muy importante que aparenten ser, sino en las relaciones sociales de producción donde una minoría de grandes y medianos empresarios sustenta su privilegio y poder en el trabajo asalariados de millones de personas que, junto a sus familias, sufren la explotación, la violencia, el maltrato sistemático, el desempleo, el desahucio de sus viviendas y la falta de futuro. El problema no es tal o cual individuo, sino el sistema en su conjunto.
No tendremos democracia hasta que toda la caterva de corruptos y ladrones no sea desalojada del poder, y para arrebatarles el poder hay que atacar donde más les duele, su propiedad, sobre la que descansa ese poder. Hay que expropiar a los expropiadores, nacionalizando la banca, la tierra, el suelo y las industrias estratégicas para planificar democráticamente la economía al servicio del pueblo. Sólo así acabaremos con la farsa de la «democracia» burguesa y su corrupción. Esta es la tarea alrededor de la cual deben agruparse los sectores más avanzados de la clase obrera y de la juventud, y a la que deben incorporar al conjunto de la clase y demás sectores populares explotados por medio de la agitación y de la explicación paciente. Acometer exitosamente esta tarea es lo único que puede proveernos del grado más elevado de satisfacción moral, como marxistas revolucionarios.
Javier Cabrera
A mi la verdad es que el asesinato de esta mujer me ha turbado bastante, no se bien el por qué, pero así ha sido.
ResponderEliminarDos señoras (madre e hija) de derechas compran armas y matan a otra señora, eso sí de derechas, te da qué pensar. ¿Y somos los de izquierdas, los rojos, los antisistema, los violentos?
ResponderEliminarSi a esto le sumamos la actual 'caza de brujas' para todo aquel o aquella que no muestre sus condolencias (cómo si viviesemos en Corea del Norte, cuando muere el líder todos a llorar públicamente), y el doble rasero que nos están demostrando, ya que cuando hablamos de apología de la violencia deberíamos incluir todo discurso o acción que justifique las guerras. ¿Ya no nos acordamos de Aznar y la invasión de Irak? O de las declaraciones de un tertuliano de mierda en las que decía que habia que bombardear Somalia y convertir a sus habitantes en carnaza para atunes, ¿eso no es apología de la violencia e, incluso, del genocidio? ¡Qué no sean tan hipócritas estos fachas!