El autor, profesor de Teoría Política en la Universidad Federal de Río, denuncia la estrategia del miedo y la política elitista del Gobierno de Brasil.
Giuseppe Cocco
Como estaba previsto, el 12 de junio, la Copa Mundial comenzó en São Paulo, con la inauguración del nuevo estadio Itaquerão. ¿Cómo hacer un balance rápido de la crítica de la Copa, del movimiento #nãovaitercopa? Hubo movilizaciones y protestas en casi todas las ciudades de Brasil. Las manifestaciones movilizaron a millares de personas y un número mucho mayor de policías militares (sin contar el Ejército y la Fuerza Nacional en la protección de los estadios y la militarización de las favelas). Prácticamente todas fueron duramente reprimidas. En São Paulo y Belo Horizonte hubo resistencia y enfrentamientos, pero en una situación de asimetría total.
Paradigma del miedo
La primera impresión es que el paradigma de la militarización y el miedo consiguió imponerse. Éste fue anticipado de forma continua por la prensa y por la intervención del Ejército en la favela de Maré, en Río de Janeiro, y con la escandalosa decisión del Tribunal Supremo Federal de acatar, en base a la ley de la dictadura, la competencia del Tribunal Militar para juzgar a los civiles detenidos (por desacato) por los soldados durante las operaciones de orden público. Todo esto en medio de un consenso general, uniéndose Partido de los Trabajadores (PT) y oposición, Gobierno federal y gobiernos estatales, en un bello episodio tropical de consenso bipartidista, o sea, de extremismo de centro.
El único matiz en ese paisaje reaccionario es la operación montada en São Paulo con el Movimiento de los Sin Techo (MTST). Apoyado claramente —e incluso materialmente— por el Gobierno federal y de la ciudad de São Paulo (PT), el movimiento puso a miles de personas pobres en las calles antes de la Copa del Mundo para, a continuación, vaciarlas por completo sobre la base de negociaciones específicas de elementos parciales de la plataforma de las luchas metropolitanas.
En este caso, el PT de São Paulo consiguió hacer una operación similar a lo que hacía el peronismo cuando distribuía una renta no directamente a los desempleados, sino a las organizaciones piqueteras. Podemos considerar eso como un avance, pero también como algo problemático, pues el objetivo principal no es gestar una nueva fase de democratización, sino el vaciado reaccionario del movimiento.
En São Paulo, la Policía ni siquiera permitió que la concentración tuviera lugar. Hubo bombas y balas de goma para todo el mundo, incluyendo a los periodistas internacionales, entre los que hubo cinco heridos. Además de eso, hubo detenciones arbitrarias y un festival de abusos jurídicos, relatados detalladamente por los observadores.
En Belo Horizonte la represión también fue extremadamente violenta en la jornada inaugural. Ya el día 15, con motivo del primer partido en el estadio local, un millar de manifestantes fueron «secuestrados» por miles de policías durante casi siete horas y decenas de ellos fueron detenidos de manera arbitraria. En Salvador de Bahía, la Policía militar puso al servicio del Gobierno del PT su brutalidad habitual, golpeando y humillando a los manifestantes, y lo mismo ocurrió en Porto Alegre.
En Río de Janeiro hubo dos actos. El primero, convocado por partidos y movimientos, reunió de 2.000 a 3.000 personas y fue muy animado. La marcha fue totalmente pacífica, pero terminó violentamente reprimida, con varias detenciones arbitrarias. La manifestación de la tarde fue en Copacabana, entre los espectadores de la FIFA-FanFest y —a pesar de las detenciones y las provocaciones del fortísimo sistema de seguridad— escogió una forma de movilización que consiguió hacer fracasar la espiral represiva, que hoy es la opción del poder en todos sus niveles: federal y estatal.
Espectáculo elitista
Mientras que la policía en todo el país pacificaba las ciudades violando todos los derechos constitucionales, la presidenta Dilma Rousseff fue la única figura política que apareció con Joseph Blatter [presidente de la FIFA] en el estadio. No hubo ningún discurso, pero eso no impidió abucheos e insultos contra Dilma por parte de los espectadores privilegiados que asistieron a una victoria dudosa de la Selección brasileña sobre Croacia. La élite de São Paulo disfrutó del espectáculo elitista preparado por el Gobierno del PT (es decir, por Lula y Dilma) y, al mismo tiempo, sin negar su tradición esclavista, aprovechaba para insultar... al PT y a Dilma.
El PT y el oficialismo por lo general aprovecharon el episodio para usar «la falta de respeto de la élite con la institución de la presidencia» como un vector de polarización electoral. Pero el hecho es que el PT está gobernando con la élite y para la élite, y la prueba de ello son, al mismo tiempo, los 12 estadios ultraelitistas dentro de los que se celebran los partidos de la Copa y el monstruoso aparato represivo que el Gobierno federal puso en las calles en complicidad con todos los gobiernos: del propio PT o de la oposición de derechas.
Todavía es pronto para saber si el movimiento contra la Copa ha sido pacificado y la falsa polarización con la élite neoesclavista de São Paulo tendrá un impacto electoral positivo para Dilma y el PT. Pero ya sabemos que la opción por la política del miedo que el PT llevó a cabo tiene como objetivo reducir y vaciar el movimiento y que tal vez el gran legado de la Copa sea esa determinación de la «izquierda» de ser tan reaccionaria como la derecha, y eso a pesar de los mágicos discursos que alimentan una polarización totalmente falsa.
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