sábado, 28 de junio de 2014

Stonewall


Por VANESSA BAIRD

«No íbamos a aguantar más esta mierda. Habíamos hecho tanto
por otros movimientos. Ya era hora (...) Recuerdo que cuando
alguien lanzó un cóctel molotov, pensé: “¡Dios mío,
ha llegado la revolución! Al fin ha llegado la revolución”.»
Sylvia Rivera, acerca de las revueltas
de Stonewall, junio de 1969. [1]

En una noche calurosa y húmeda, el 28 de junio de 1969, un bar gay del Greenwich Village de Nueva York saltó a los titulares y se convirtió en un icono mundialmente famoso. Imaginemos la escena: el Stonewall está lleno a rebosar de hombres gays, lesbianas y drag queens en todo su esplendor. De repente, sobre la una de la madrugada, las luces empiezan a parpadear. La gente deja de bailar: es una redada policial. La Patrulla Moral está de vuelta. Los clientes son conducidos afuera y «puestos en fila» contra los furgones policiales. Les empujan contra verjas y vallas. No es un suceso inusual. Pero esta noche, en lugar de entrar obedientemente en los furgones policiales que les aguardan, algunos clientes comienzan a arrojar monedas. Luego, botellas. Los clientes del Stonewall ofrecen resistencia. Hay gritos de «poder gay». Los sorprendidos policías se atrincheran en el edificio. Es la primera vez que sucede algo parecido. Piden refuerzos. Los manifestantes arrancan un parquímetro y lo usan como ariete contra la puerta.

Para muchos de los que estuvieron allí, como la transexual Sylvia Rivera, fue un momento embriagador e inolvidable y quizás menos sorprendente de lo que pudo parecer para la policía:

«Siempre creí que contraatacaríamos. Sabía que contraatacaríamos. Sólo que no sabía que iba a ser esa noche».[2]

Las protestas continuaron en pie durante varias noches, y fueron seguidas de más protestas y marchas.

Las Revueltas de Stonewall son consideradas con frecuencia el punto de ignición, el Motín del Té de Boston del Movimiento de Liberación Gay en Occidente. De hecho, se les atribuye una importancia casi sagrada en la historia gay. Pero éste no fue realmente el primer suceso de esta índole. París y Ámsterdam habían vivido brotes similares el año anterior.

Tal vez era de esperar. Los sesenta habían sido una década de radicalismo. La influencia del movimiento de los Derechos Civiles Negros fue enorme, como lo fue también la del Movimiento de Mujeres unos pocos años después. Mientras los activistas negros luchaban contra el racismo con consignas tales como «Lo negro es bello» y las feministas examinaban y cuestionaban el sexismo y proclamaban «la hermandad de mujeres es poderosa», era, de hecho, el momento de cuestionar el prejuicio contra los homosexuales. Un tiempo para una consigna que acabó por llegar: «Lo gay es bueno».

Pero tampoco estos actos de rebelión de gays y lesbianas de mediados del siglo XX provinieron de la nada. Tuvieron sus precursores. Un siglo antes, Karl Heinrich Ulrichs, un abogado y periodista alemán, exigía la derogación de todas las leyes que penalizaban la actividad homosexual. Hubo otros pioneros, como Karoly Maria Kertbeny, John Addlington Symonds, Edward Carpenter y escritores como Oscar Wilde y Radclyffe Hall.

En lo relativo a crear un movimiento, el alemán Magnus Hirschfeld fue más operativo. Fundó el Instituto para la Ciencia Sexual en Berlín, que llegó a ser una fuente de información e inspiración para las personas gays internacionalmente. Su biblioteca contenía 12.000 libros, 35.000 fotos e innumerables manuscritos, todos destruidos por los estudiantes nazis el 6 de mayo de 1933.[3]

La presión sobre los homosexuales durante y después de la Segunda Guerra Mundial provocó otra oleada de activismo político. En los Estados Unidos las Hijas de Bilitis y la Sociedad Mattachine organizaron a las lesbianas y a los hombres gays para apoyarse mutuamente. Estos grupos eran conocidos como «movimientos homófilos». La Campaña por la Igualdad Homosexual en Gran Bretaña es un ejemplo de grupo activista anterior a Stonewall.

Con el surgimiento de facciones más militantes, la liberación gay recibió una oleada de energía desde finales de los sesenta. La timidez de los movimientos homófilos fue sustituida por una mayor osadía a medida de que la gente «salía del armario». La liberación gay no iba a ser conseguida por élites hablando en voz baja en los pasillos del poder, sino por gente corriente echándose a las calles y reclamando despenalización y libertad. Las marchas públicas abrieron paso a la fuerza al problema dentro de la conciencia pública heterosexual, no sólo en Norteamérica, Australasia y Europa, sino también en países del Sur, como México y Argentina.[4] Algunas de las protestas callejeras más radicales por la liberación LGBT están teniendo lugar actualmente en Asia y Latinoamérica, donde la violencia contra las personas LGBT, sobre todo a manos de la policía o movimientos paramilitares de extrema derecha, es una preocupación continua para los grupos de derechos humanos. El espíritu de Stonewall está vivo y coleando en muchas partes del mundo hoy en día.

Sexo, Amor y Homofobia,
Amnistía Internacional (2004)




NOTAS:
[1] Leslie Feinberg, Trans Liberation, Beacon Press, 1998.
[2] Ibid.
[3] Martin Bauml Duberman, Martha Vicinus, George Chancey (editores), Hidden from History: Reclaiming the Lesbian and Gay Past, Penguin Books, London, 1991.
[4] Barry D. Adam. Jan Willem Duyvendak, André Krouwel (editores), The Global Emergence of Gay and Lesbian Politics, Temple University Press, Philadelphia, 1999.
[5] Joan Nestle, A Restricted Country, Sheba, 1988.

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