lunes, 7 de julio de 2014

Cómo se ha aplastado la resistencia juvenil en Estados Unidos


Por BRUCE E. LEVINE

Tradicionalmente, la juventud ha impulsado los movimientos democráticos. En Estados Unidos, uno de los golpes maestros de la élite gobernante ha sido la creación de las instituciones sociales que han subordinado a la juventud estadounidense, quebrado su espíritu de resistencia a la dominación.

La juventud estadounidense parece haber aceptado —incluso en mayor medida que los adultos— la idea de que la corporatocracia puede arruinar sus vidas por completo y que no pueden hacer nada al respecto. Una encuesta de Gallup en 2010, preguntaba a los estadounidenses: «¿Cree usted que el sistema de Seguridad Social será capaz de pagarle algo cuando se jubile?» Entre los encuestados de 18 a 34 años de edad, el 76 por ciento dijo que no. Sin embargo, a pesar de su falta de confianza en la disponibilidad futura de la Seguridad Social, pocos han exigido su fortalecimiento de manera más justa, con impuestos sobre las nóminas de los ricos; en cambio, la mayoría se resigna a que se deduzca más dinero de sus cheques para la Seguridad Social, a pesar de que piensan que no va a durar tanto tiempo como para beneficiarlos.

¿Cómo han subordinado a la juventud estadounidense?

06/07/14


Ocho razones por las que la juventud
norteamericana no responde

1. La deuda de los préstamos estudiantiles. 

Las grandes deudas —y el miedo que crean— son mecanismos de apaciguamiento. Cuando fui a la universidad en la década de 1970, no había tasas de matrícula en la City University of New York, era una época en la que las matrículas de gran parte de las universidades públicas de Estados Unidos eran tan asequibles que resultaba sencillo conseguir un BA o un graduado sin acumular deudas por los préstamos estudiantiles. Mientras que esos días han quedado atrás en Estados Unidos, las universidades públicas siguen siendo gratuitas en el mundo árabe y, o bien gratuitas o con tasas muy bajas en muchos países del resto del mundo. Los millones de jóvenes iraníes que corrían el riesgo de recibir un disparo en las protestas por las disputadas elecciones presidenciales de 2009, los millones de jóvenes egipcios que arriesgaron sus vidas a principios de este año para derrocar a Mubarak, y los millones de jóvenes estadounidenses que se manifestaron contra la guerra de Vietnam, todos ellos tenían en común la ausencia de una enorme y apaciguadora deuda sobre sus espaldas provocada por los préstamos estudiantiles.

A día de hoy, en Estados Unidos, dos tercios de los graduados universitarios de cuatro años de duración están endeudados a causa de los préstamos estudiantiles, incluyendo más del 62 por ciento de los graduados de las universidades públicas. Aunque la deuda media de un graduado es de alrededor de 25.000 dólares, cada vez hablo con más graduados cuya deuda se acerca a los 100.000 dólares. Durante ese período de la vida en el que debería ser más fácil resistir a la autoridad, porque aun no se tienen responsabilidades familiares, muchos jóvenes están demasiado preocupados por el precio que supone oponerse a la autoridad, por perder su trabajo y no poder pagar una deuda cada vez mayor. Es un círculo vicioso, la deuda estudiantil contiene el activismo y esa pasividad política hace que sea más probable que los estudiantes acepten dicha deuda como algo natural.

2. Psicopatologizando y medicando el inconformismo.

En 1955, el entonces respetado psicoanalista anti-autoritario de izquierdas, Erich Fromm, escribió: «Hoy en día la función de la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis amenaza con convertirse en una herramienta de manipulación del hombre». Fromm murió en 1980, el mismo año en el que unos Estados Unidos cada vez más autoritarios eligieron como presidente a Ronald Reagan, y la Asociación Americana de Psiquiatría, también cada vez más autoritaria, incluyó en su biblia de diagnósticos (en aquellos años el DSM-III) trastornos mentales que afectaban a niños y adolescentes, como el popular «transtorno negativista desafiante» (TND). Los síntomas oficiales de TND incluyen que «con frecuencia desafía activamente o rehúsa acatar las peticiones o reglas de los adultos», «discute con adultos frecuentemente», y «a menudo deliberadamente irrita a los demás».

Gran parte de los activistas estadounidenses más destacados, como Saul Alinsky (1909-1972), el legendario organizador comunitario y autor de Reveille for Radicals y Rules for Radicals, en estos días probablemente serían diagnosticados con el TND y otros trastornos disruptivos. Recordando su infancia, Alinsky decía: «nunca pensé en caminar sobre la hierba hasta que vi un letrero que decía 'Manténgase fuera del césped'. Después de leerlo, solo quería pisar la hierba». Actualmente, los antipsicóticos tranquilizantes más duros (por ejemplo, Zyprexa y Risperdal) son la medicación que más dinero ingresa en Estados Unidos (16 mil millones de dólares en 2010); según el Journal of the American Medical Association en 2010, una razón que explica esto es que muchos niños reciben medicamentos antipsicóticos aunque tengan diagnósticos no psicóticos como TND o algún otro trastorno disruptivo (especialmente los pacientes de pediatría cubiertos por el Medicaid).

3. Las escuelas educan en el conformismo y no en la Democracia.

Cuando recogía el premio a Profesor del Año en Nueva York, el 31 de enero de 1990, John Taylor Gatto molestó a muchos asistentes a la ceremonia al afirmar: «La verdad es que en realidad las escuelas no enseñan nada más que a obedecer órdenes. Para mí es un gran misterio debido a las miles de personas solidarias que trabajan en las escuelas como maestros, ayudantes y administradores, pero la lógica abstracta de la institución anula sus contribuciones individuales». La generación anterior discutió ampliamente el problema de la educación obligatoria como vehículo para desarrollar una sociedad autoritaria, pero ahora que el problema se ha agravado, rara vez se discute.

La naturaleza de la mayoría de las clases, independientemente de la asignatura, consiste en socializar a los estudiantes para que sean pasivos y dirigidos, para que sigan órdenes, para que valoren las recompensas y los castigos de aquellos que tienen autoridad, para que finjan que se preocupan por cosas que no les interesan, y para que piensen que son impotentes a la hora de cambiar su situación. Aunque un profesor imparta una clase sobre la democracia, las escuelas son lugares esencialmente antidemocráticos, y por lo tanto, a los estudiantes no se les enseña lo que es la democracia. En su obra The Night Is Dark and I Am Far from Home, Jonathan Kozol analizaba cómo la escuela acaba con las acciones valientes. Kozol explica la manera en que en nuestras escuelas nos inculcan una especie de «inquietud inerte» en la que el «cuidado» —en sí y para uno mismo, sin arriesgarse a las consecuencias— se considera lo «ético». En la escuela nos explican que somos «morales y maduros» si discutimos sobre nuestras preocupaciones educadamente, pero en esencia, —y como exigencia— nos enseñan a comportarnos de manera que no generemos discrepancias.


4. «No Child Left Behind» (Que ningún niño se quede atrás) y «Race to the Top» (Carrera hacia la cima).

La corporatocracia ha descubierto una manera de hacer que nuestras escuelas sean todavía más autoritarias. El bipartidismo demócrata-republicano ha dado lugar a las guerras en Afganistán e Irak, el TLCAN, la Ley Patriota, la Guerra contra las drogas, el rescate de Wall Street, y las políticas educativas «No Child Left Behind» y «Race to the Top». Estas medidas educativas son una tiranía de pruebas estandarizadas que básicamente generan miedo, que es la antítesis de la educación en una sociedad democrática. Este miedo obliga a que tanto los estudiantes como los profesores se concentren constantemente en las demandas de los desarrolladores de la prueba; así destruyen la curiosidad, el pensamiento crítico, el cuestionamiento de la autoridad, y el desafío y resistencia frente a la autoridad ilegítima. En una sociedad más democrática y menos autoritaria, la eficacia de un profesor se evaluaría, no por pruebas estandarizadas por la corporatocracia, sino preguntando a los estudiantes, a los padres y a la comunidad si el profesor está ayudando a los estudiantes a ser más curiosos, a leer más, a aprender de forma autónoma, a disfrutar del pensamiento crítico, a cuestionar la autoridad y a desafiar a las autoridades ilegítimas.

5. Avergonzar a los jóvenes que se toman en serio su aprendizaje personal —aunque no tanto la educación oficial.

Una encuesta realizada en 2006 en Estados Unidos, mostraba que el 40 por ciento de los niños entre primero y tercer grado leía todos los días, pero ese porcentaje se reducía al 29 por ciento en cuarto. A pesar del carácter anti-educativo de las escuelas oficiales, cada vez más, a los niños y a sus padres se les dice que si a los chicos no les gusta ir a la escuela, no les gusta aprender. Pero no siempre ha sido así. Como dijo Mark Twain: «Nunca permití que la escuela interfiriera en mi educación». En 1900, cuando la vida de Twain se acercaba al final, tan sólo el 6 por ciento de los estadounidenses se había graduado en la escuela secundaria. A día de hoy, aproximadamente el 85 por ciento de los estadounidenses se gradúan en la secundaria, y a Barack Obama eso le parece bastante bien, pues, como decía en 2009, «el abandono escolar en la secundaria no es una opción de ahora en adelante. No es una simple renuncia personal, estás fallando a tu país».

Los estudiantes más integrados en el sistema escolar, sin embargo, son los más ignorantes políticamente en cuanto a la guerra de clases existente en Estados Unidos, y los más incapaces de desafiar a la clase dominante. En los años 1880 y 1890, los agricultores estadounidenses, con poca o ninguna educación oficial, crearon un movimiento popular que organizó la cooperativa de trabajadores de mayor tamaño en Estados Unidos, formaron el Partido del Pueblo, que recibió el 8 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales de 1892, diseñaron un proyecto de tesorería (que si se hubiera puesto en marcha habría permitido facilitar créditos a los agricultores y acabar con el poder de los grandes bancos) y enviaron a 40.000 conferenciantes por todo el país para articularlo, y este proyecto puso de manifiesto un gran número de ideas políticas complejas, estrategias y tácticas ausentes hoy en día en la vida política de la población educada de América. Actualmente, los estadounidenses que carecen de títulos universitarios se avergüenzan porque son considerados «perdedores»; sin embargo, Gore Vidal y George Carlin, dos de los más inteligentes y elocuentes críticos del sistema de la corporatocracia estadounidense, nunca fueron a la universidad, y Carlin abandonó el colegio en noveno grado.

6. La normalización de la vigilancia. Una población asustada porque se siente vigilada es más fácil de controlar.

Mientras que la Agencia de Seguridad Nacional (ASN) es conocida por su seguimiento de los correos electrónicos y conversaciones telefónicas de los ciudadanos estadounidenses, y la vigilancia de los jefes es cada vez más común en el país, la juventud estadounidense se vuelve cada vez más complaciente con la vigilancia de la corporatocracia porque, al haberla sufrido desde una edad tan temprana, no es más que una rutina en sus vidas. Los padres revisan diariamente la web de las calificaciones y tareas de sus hijos, y al igual que los jefes, vigilan los ordenadores y las páginas de Facebook de sus chicos. Algunos padres utilizan el GPS de los teléfonos móviles de sus hijos para saber dónde se encuentran, mientras que otros tienen cámaras de video en los hogares. Cada vez hablo con más jóvenes que no tienen la seguridad de que pueden salir de fiesta con libertad incluso cuando sus padres están fuera de la ciudad, por lo tanto, ¿qué confianza van a tener en desarrollar un movimiento democrático bajo el radar de las autoridades?

7. La televisión.

En 2009, la Compañía Nielsen informó que en Estados Unidos ver la televisión es una actividad que pasa por sus mejores momentos, siempre que incluyamos las «tres pantallas»: televisión, ordenador portátil y teléfono móvil. Los niños estadounidenses promedian ocho horas al día entre televisión, videojuegos, películas, Internet, teléfonos móviles, iPods y otros aparatos tecnológicos (no incluyo su uso relacionado con la escuela). Muchos progresistas se preocupan por el control de contenidos por parte de los medios, pero el simple hecho de ver la televisión, independientemente de la programación, es el principal mecanismo apaciguador (las empresas presidiarias privadas han reconocido que, para mantener a los presos tranquilos, puede ser más económico ofrecerles televisión por cable en lugar de contratar a más guardias).

Para una sociedad autoritaria, la televisión es un sueño hecho realidad: los que tienen más dinero controlan la mayor parte de lo que la gente ve; la programación televisiva basada en el miedo atemoriza a la gente y los hace desconfiar de los demás, lo cual es bueno para una élite gobernante sustentada sobre la estrategia del «divide y vencerás»; la televisión aísla a la personas para que no se unan y ofrezcan resistencias a la autoridad; e independientemente de la programación, los televidentes sufren un lento lavado de cerebro, llevándolos a un estado hipnótico donde resulta difícil pensar críticamente. Aunque los videojuegos no te vuelven tan zombi como ver la televisión pasivamente, para muchos niños y jóvenes, estos juegos se han convertido en su única experiencia de acción, y esa «acción virtual» no es, de ninguna manera, una amenaza real para la élite gobernante.

8. El fundamentalismo religioso y el fundamentalismo consumista.

La cultura norteamericana ofrece a sus jóvenes «alternativas» como el fundamentalismo religioso o el fundamentalismo consumista. Todas las variedades de fundamentalismo estrechan el punto de mira y eliminan el pensamiento crítico. Algunos progresistas que califican al fundamentalismo religioso como «el opio del pueblo», muy a menudo descuidan la naturaleza apaciguadora de otro fundamentalismo importante en Estados Unidos. El fundamentalismo consumista apacigua a la juventud estadounidense a través de una gran variedad de mecanismos. Este consumismo radical destruye la autosuficiencia, crea personas que se sienten completamente dependientes de los demás, y que por lo tanto son más propensos a entregar su capacidad de decisión a las autoridades, y esta es la forma de pensar preferida por la élite gobernante. La cultura del fundamentalismo consumista legitima la publicidad, la propaganda, y todo tipo de manipulaciones, incluyendo las mentiras; y cuando una sociedad legitima las mentiras y las manipulaciones, acaba con la capacidad de las personas de confiar entre ellos y crear propuestas democráticas. El fundamentalismo consumista también fomenta el ensimismamiento, lo que dificulta el desarrollo de la solidaridad necesaria para los movimientos democráticos.

Estos no son los únicos aspectos de nuestra cultura que están sometiendo a la juventud estadounidense y acabando con su resistencia frente a la dominación. El complejo industrial alimentario ha contribuido a crear una epidemia de obesidad infantil, depresión y pasividad. El complejo industrial carcelario mantiene a los jóvenes antiautoritarios «a raya» (además, ahora con el miedo de acabar ante jueces como los dos de Pensilvania, que recibieron 2,6 millones de dólares de la industria carcelaria privada para garantizar que los menores que juzgaban fueran encarcelados). Y es que, como señaló Ralph Waldo Emerson: «Todas las cosas son correctas o incorrectas al mismo tiempo. La ola del mal baña todas nuestras instituciones por igual».


 Bruce E. Levine es un psicólogo crítico que escribe habitualmente en AlterNet, Counterpunch, Z Magazine y The Huffington Post. Ejerce como profesional desde hace tres décadas y forma parte del consejo asesor de la International Society for Ethical Psychology and Psychiatry (ISEPP). Su obra más reciente es Get Up, Stand Up: Uniting Populists, Energizing the Defeated, and Battling the Corporate Elite (Chelsea Green Publishing, 2011).

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