lunes, 24 de noviembre de 2014

El boto del amazonas: Un delfín casi humano

 

Tienen la piel rosada, son enormes y, a diferencia de sus 'primos' los delfines oceánicos, viven en los ríos. Los científicos descubrieron su existencia hace poco más de cien años, pero los indígenas llevan siglos hablando de estos misteriosos animales y de sus poderes mágicos.

Fernando González Sitges

Un sonido brutal se propagó bajo el agua. Un delfín rosado de tres años enfocó su cabeza buscando el origen. Nada, silencio. Afinó sus sentidos sin mucha preocupación. Al fin y al cabo, los delfines rosados no tienen ningún depredador.

Tras nadar unos minutos en dirección al ruido, el agua se tornó turbia. El delfín apenas veía, pero su sentido de ecolocación una suerte de radar sónico subacuático lo advirtió de la presencia de centenares de peces moribundos.

Comida fácil

Mientras almorzaba, notó que algo se acercaba en busca de los mismos peces que él devoraba. Era una canoa. El delfín salió a la superficie, decidido a jugar alrededor de ella y sus pasajeros, como otras tantas veces, pero una explosión recibió su salida. Intentó sumergirse cuando un segundo bang le dio de lleno en el costado. Un disparo de rifle acabó con él. Al fin y al cabo, para los pescadores con dinamita del Amazonas los delfines rosados son solo molestos ladrones de peces.

Los botos o delfines rosados son, probablemente, los cetáceos más singulares del mundo. Ningún otro delfín de río alcanza su tamaño hasta 2,60 metros, ninguno tiene dos tipos de dientes unos cónicos para atrapar sus presas y otros en forma de muelas para masticar las corazas de ciertos peces y tortugas, ninguno realiza juegos y cortejos utilizando objetos, y ninguno tiene una dieta tan variada y compleja. Son tan desconocidos que la propia Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza los ha metido en su Lista Roja de Especies Amenazadas en el apéndice DD (Data Deficient) por falta de datos concretos sobre su vida, costumbres y poblaciones. Y a ese desconocimiento se ha sumado este año el hallazgo de una nueva especie en Brasil. 

Más misterio aún

Hasta la fecha se conocen tres especies de delfines rosados: el delfín del Amazonas (Inia geoffrensis), el delfín del Madeira (Inia boliviensis) y el recién descubierto delfín del Araguaia (Inia araguaiaensis). Todos viven en los ríos del interior de las selvas más cerradas de Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Bolivia y Venezuela, en aguas oscuras de casi nula visibilidad y todos son, al llegar a adultos, de color rosa. Su cuerpo, gris en la juventud, va cambiando de color según van rozándose la piel más superficial hasta que a base de roces, heridas y cicatrices se vuelven rosas. Todos son animales solitarios que, a lo sumo, forman grupos de cuatro o cinco individuos. Después de la estación de las lluvias, cuando los ríos se desbordan y la selva se inunda, machos y hembras se separan: los primeros van a vivir a los ríos; las segundas acuden con sus crías a las zonas inundadas.


Estas singularidades son las que hacen que sea difícil localizarlos, y aún más verlos o estudiarlos. Quizá por eso, para los habitantes de las riberas, los delfines rosados están revestidos de una aureola mágica: son las almas de los ahogados reencarnadas o los espíritus de antiguos habitantes del Amazonas muertos siglos atrás. En las leyendas de muchos pueblos amazónicos se cuenta que los botos salen de los ríos las noches de Luna llena convertidos en hombres o mujeres de una belleza irresistible, se acercan a las poblaciones, enamoran a jóvenes incautos y se los llevan al río, de donde no regresan jamás. Por eso, los ribereños piensan que si matas a un boto tendrás mala suerte de por vida. Y los dejan en paz.

O los dejaban

Con la llegada de garimpeiros, seringueiros, trabajadores de la industria maderera o petrolífera y gentes venidas de las grandes ciudades de Brasil, la relación con los botos está cambiando. Los pescadores ya no toleran la competencia de los delfines y muchos les disparan y usan su carne como cebo para la pesca. Las redes, que antes eran de fibras naturales y ahora son de monofilamento, los atrapan y ahogan. Las presas hidráulicas están cambiando el régimen y la calidad de las aguas, lo que merma sus poblaciones. La deforestación está secando gran parte de los cursos de agua en la temporada seca. Y en los mercados de souvenirs se empiezan a encontrar amuletos para la virilidad y la suerte en el amor hechos, supuestamente, con partes de los delfines rosados.

Los botos también están empezando a ser un foco de atracción turística. Algunas agencias ofrecen navegar, alimentar e incluso bañarse con ellos en el Amazonas. El dinero que el turismo se deja por verlos asegura que los locales los protejan. Pero la falta de conocimiento y la ausencia de regulación de estas actividades puede dar resultados opuestos a los que se buscan. Por ejemplo, los delfines que se concentran a comer en los lugares diseñados para el turismo suelen ser machos, y la competitividad y la lucha por conseguir los peces que se les ofrecen aumenta su agresividad. Y ya ha habido algunos sustos entre los turistas que se han metido a bañarse con ellos en mitad de esta competencia por los pescados.

Acosados por unos y azuzados por otros, el futuro de los delfines de río es incierto. Y si el ritmo de deforestación de la selva amazónica sigue creciendo exponencialmente como hasta ahora, para las siguientes generaciones los botos serán, como en las leyendas, espíritus del pasado.

10/08/2014


  Para saber más: Handbook of the mammals of the world (vol. 4). Don E. Wilson y Russell A. Mittermeier. Editorial Lynx, 2014.

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