Por LUIS MUIÑO
Mikel es un joven farmacéutico de un pueblo de Bilbao. Su vida se basa en tres pilares: su familia, representante del nacionalismo católico y conservador; su matrimonio, que hace tiempo que no funciona y su militancia política en la izquierda abertzale. Una noche acude a un local dónde actúa un travesti llamado Fama. Mikel se decide a dejar salir aquello que lleva dentro y acaban iniciando una relación sentimental…
Este es el impactante planteamiento de La muerte de Mikel, la película que dirigió Imanol Uribe en el año 1984. A partir de ahí, la historia se convierte en una lúcida reflexión sobre el fanatismo ideológico y religioso. Porque, después de esta experiencia, Mikel asume su condición de homosexual e intenta vivir con honestidad a pesar de la presión que ejerce el ambiente que le rodea. Por supuesto, ni su partido político, ni su tradicional e intransigente madre están dispuestos a asumirlo.
La muerte de Mikel es una película que transcurre con un asfixiante clima de fondo: la psicología de trincheras. Cuando un grupo de personas siente que está en guerra con aquellos que le rodean, tiende a intensificar la presión sobre los que están dentro. A ningún miembro del grupo se le permite salirse de la norma. Se le repite continuamente que solo hay dos lados en las trincheras: o se está dentro o se está fuera.
La película nos va mostrando los mecanismos que usan los grupos para conservar esa homogeneidad interna. Tanto los católicos conservadores como los militantes abertzales usan el cinismo y el desprecio de aquello que no encaja en sus esquemas. Utilizan para ello, en primer lugar, una forma de hablar y pensar grupal en la que se da por supuesto que no existen esas disensiones. Y cuando no hay más remedio que asumir la realidad, entonces ponen en práctica otra estrategia: el ataque personal contra aquellos que mantienen una postura distinta. Se busca en ellos defectos, problemas vitales o circunstancias que expliquen su rebeldía. Mikel, como cualquier disidente, sufre ese acoso: cuando empieza a hablar de su homosexualidad, tanto su familia como los militantes de su partido le aconsejan que visite al psiquiatra…
Cuando falla esta táctica, ambos grupos le envían a visitar a sus «guardianes del pensamiento», es decir, a personas que se dedican a proteger al grupo contra desviaciones de la ortodoxia. En todos los grupos existen esos personajes de los que se suele renegar en tiempos de paz pero que asumen un gran poder cuando el grupo entra en esta psicología de trincheras.
El último mecanismo que utiliza el grupo para mantener la uniformidad es la utilización de los muertos. El director contaba que esa fue la idea a partir de la cual nació la película. Para él, era inquietante ver como un grupo que había excluido a uno de sus miembros por considerarlo disidente, se apropia de su memoria cuando éste muere y busco una historia que pudiera reflejar este fenómeno con toda su crudeza.
La muerte de Mikel ocurre porque todos los que le rodean han presionado para hacerle desaparecer. Pero cuando Mikel está muerto, todos recuerdan que era «uno de los suyos» y procuran culpar a los demás de la tragedia. Lo dicho: lo más difícil, siempre, es no resguardarse en ninguno de los dos lados de las trincheras.
5 diciembre 2006
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