Los gaditanos cuando llueve mucho suelen decir: «Llueve más que en el entierro de Bigote». 'Bigote' era el apodo cariñoso con el que sus paisanos solían llamar al anarquista Fermín Salvochea. Murió en 1907 y el día de su funeral llovió a cantaros, y no lo sacaron del Ayuntamiento hasta que escampó. Fermín es uno de los personajes históricos más queridos popularmente en Cádiz, su ciudad natal; y aún hoy sigue habiendo flores frescas en su tumba.
El actual alcalde gaditano reivindica su figura, porque fue también alcalde de la ciudad durante los años del reinado de Amadeo I de Saboya y la I República, y muy preocupado por los asuntos sociales de sus convecinos, como «el alcalde de los pobres» se le conoce también. Hijo de un acaudalado comerciante, tuvo en su juventud otras inquietudes apartadas de las de su clase social, se acercó al socialismo utópico de Owen y más tarde al republicanismo federal, durante los años del Sexenio Democrático (1868-1874) participó en insurrecciones armadas, fue elegido alcalde y presidente de la junta revolucionaria del cantón gaditano. Estuvo en la cárcel y fue víctima de difamaciones y falsas acusaciones en la prensa del momento contra él (incluso hoy día le acusaban de «bandolerismo» en un programa de la inefable cadena televisiva 13TV).
Más tarde se aproximó al internacionalismo y se hizo anarquista, rechazó todo juego político, cosa que «Kichi», el actual chaval de Podemos que preside su Ayuntamiento, omite o no tiene en cuenta. Y sí, fue alcalde ¡¡¡republicano!!! y, luego, anarquista; pero, no las dos cosas a la vez. Si su funeral fue multitudinario, fue por el carisma de sencillez, bondad y honestidad ganado a lo largo de toda su vida, y no sólo por el recuerdo de su legislatura más de treinta años antes de su muerte.
Y, sobre todo, fue una de las figuras más importantes —junto a Anselmo Lorenzo y Ricardo Mella, entre otros— del movimiento anarquista ibérico de los siglos XIX y XX. Inspirador de personajes literarios para algunas novelas. En el libro Los anarquistas españoles de los franceses Gilles Lapouge y Jean Bécarud se nos cuenta:
Hay múltiples referencias sobre los acontecimientos de Jerez. Blasco Ibáñez nos ha dejado un testimonio en su novela La Bodega.
En la novela de Blasco Ibáñez, la revuelta está presidida de lejos, o mejor dicho, observada por Fernando Salvatierra. Por otra parte, este personaje no es una creación imaginaria; toma sus rasgos de un jefe anarquista de la época, Fermín Salvochea, que aparecía junto a Bakunin en la novela de Valle Inclán. El retrato, generoso y lleno de matices, que nos ha dejado Blasco Ibáñez de este hombre, nos permite hacernos una idea de lo que fueron los líderes anarquistas de la época, eran tan desinteresados que se les daba el sobrenombre de «Apóstoles de la Idea». El verdadero Fermín Salvochea fue una figura de gran dignidad. Hijo de un comerciante acomodado de Cádiz, en 1868, a la edad de veintiséis años, participa en una revuelta republicana en su ciudad natal; a consecuencia de ello es encarcelado. En 1871, ocupa un cargo en el Ayuntamiento de Cádiz, más tarde lo encontramos mezclado en el movimiento cantonalista. Es recluido en una colonia penitenciaria de África. Un solo rasgo nos revela su rigor: su familia, que tiene poderosas influencias en Madrid, obtiene su perdón; el director se lo comunica a Salvochea. Éste lo rechaza. Para él no hay más que dos maneras de recobrar la libertad, y así se lo hace saber al director: o bien por la fuerza, o por la amnistía general para todos los presos políticos.
Liberado algunos años más tarde, Salvochea funda en Cádiz un periódico anarquista. La pureza de su comportamiento le asegura un prestigio casi religioso entre los trabajadores y los pobres. La burguesía le odia por traidor a su clase. Es encarcelado de nuevo en 1891 tras unas manifestaciones campesinas en Andalucía y no podrá participar en el levantamiento de Jerez. De ahora en adelante, será considerado responsable y condenado a doce años de cárcel, aunque desde el fondo de su celda había desaconsejado el recurso de la insurrección.
«Un santo laico, declaran sus adversarios —escribe Blasco Ibáñez a propósito de Fernando Salvatierra, nombre simulado de Salvochea—. Si hubiera nacido dos siglos antes, hubiera sido fraile mendicante, preocupado siempre por los sufrimientos de los demás, y quizá su imagen hubiera terminado por ocupar su sitio en los altares. Mezclado en las agitaciones de una época de luchas, era un revolucionario. Sensible al llanto de un niño completamente extraño al egoísmo, estaba siempre dispuesto a acudir en ayuda de los desventurados y sólo su nombre bastaba para aterrorizar a los ricos; y era suficiente, en su vida errante, pasar algunas semanas en Andalucía para que las autoridades estuvieran alarmadas y las tropas concentradas en la provincia. Sucede que este judío errante de la rebelión, si bien odiaba la violencia, la predicaba por todas partes a la gente miserable como único medio para su salvación».
Tales figuras no son excepcionales entre los jefes anarquistas. Salidos a veces de familias honorables, a menudo muy cultos, sacrifican sus privilegios en defensa de la Idea. Llevan una vida sencilla; son austeros y puritanos; no fuman ni beben y su conducta sexual es irreprochable; Salvochea es soltero. Anselmo Lorenzo permanecerá rigurosamente fiel a la compañera a quien rehusará desposar legalmente…
(1969)
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