Entre los siempre inquietantes reptiles se encuentran algunos de los grupos zoológicos más originales. De ninguna otra forma cabría calificar a los anfisbénidos, ya que, a primera vista, su aspecto resulta literalmente idéntico al de las comunes lombrices de tierra. Sin embargo, se trata de componentes del grupo de los lagartos. En verdad se trata de saurios que no sólo han perdido sus extremidades, sino también una gran parte de su equipo sensorial. ¿Por qué? Conozcamos el aspecto y el comportamiento de la culebrilla ciega, especie endémica de España y Marruecos, para comprender mejor la vida de los «lagartos-gusano».
El cuerpo de la culebrilla ciega es cilíndrico y alargado, sin el menor vestigio de extremidades y recubierto de pequeñas escamas dispuestas formando numerosos anillos que se suceden regularmente. La cabeza no sobresale del cuerpo, de modo que, a cierta distancia, no se la puede distinguir de la región caudal. Todo ello, unido al color rojizo del animal, le hace asemejarse asombrosamente —como se ha apuntado— a una lombriz de tierra. Sin embargo, este parecido no debería extrañarnos si consideráramos que los anfisbénidos son reptiles de hábitos exclusivamente subterráneos y que, por lo tanto, han tenido que adaptar su morfología a estas condiciones de vida. Nos encontramos, pues, ante un claro ejemplo de convergencia evolutiva de dos grupos de animales muy separados en la escala zoológica. Esta similitud se manifiesta no sólo en los aspectos de la semejanza física, sino también en el terreno de la percepción sensorial y de las relaciones con el resto de los seres vivos.
En un mundo hipogeo y en total oscuridad, algunos sentidos pierden su utilidad. La vista, por ejemplo, carece de importancia y al desaparecer su función se pierde el órgano. Los ojos de la culebrilla ciega tienen el cristalino y los músculos oculares totalmente atrofiados y el nervio óptico es prácticamente imposible de diferenciar. La retina está muy pigmentada, de forma que los diminutos ojos aparecen como minúsculas manchas oscuras.
Al no necesitar captar las vibraciones transmitidas por el aire, que faltan por completo en el mundo subterráneo, tampoco es inconveniente para los anfisbénidos carecer de tímpano y de oído externo. La cabeza de la culebrilla ciega, sin ojos ni órganos auditivos, resulta, de este modo, muy semejante en apariencia a su cola redondeada. Los bestiarios medievales consideraron a estos reptiles como seres con dos cabezas, una encada extremo del cuerpo.
A pesar de la atrofia casi total del sentido del oído, parece que la culebrilla ciega llega a captar las vibraciones producidas por contacto. Cuando su cabeza reposa sobre la tierra o se halla pegada a las paredes de un túnel, el animal se encontrará en excelente posición para detectar las vibraciones, y de esta manera advertirá la proximidad de sus enemigos o la presencia de sus presas. Esta capacidad es sin duda muy útil para un animal excavador que debe mantener su cuerpo en un constante contacto con el suelo.
Las adaptaciones a la vida subterránea van más allá de la atrofia de algunos sentidos. Aun cuando la vista y el oído fueran útiles, sus órganos sensoriales externos deberían verse reducidos y protegidos adecuadamente, de forma que no pudieran ser dañados por la acción abrasiva de las partículas de tierra con las que rozarían continuamente. Por esta misma razón, tanto la cabeza como la cola de la culebrilla ciega, que son las únicas herramientas zapadoras de que dispone un animal ápodo para progresar en el subsuelo, están protegidas por gruesas escamas córneas.
Descartados la vista y el oído, sólo quedan dos sentidos que puedan servir a la culebrilla ciega para relacionarse con los miembros de su propia especie y con los otros seres vivos que le rodean. Éstos son el tacto y el olfato, aunque es especialmente este último el que parece primordial para su subsistencia, ya que resulta esencial para detectar a los pequeños invertebrados del suelo —hormigas, escarabajos, sus larvas y las de otros insectos— que le sirven de alimento, y para poder comunicarse con sus congéneres en períodos tan importantes de su ciclo biológico como el del apareamiento y reproducción. Ante la infranqueable barrera que supone la tierra, los rastros olorosos son las únicas señales precisas para comunicarse en este universo sin luz.
El reto de la vida
Enciclopedia Salvat del comportamiento animal
Tomo 3: «La comunicación» (1987)
Reptil con huesos y con el odio atrofiado... creí que hablabais de algún político (...uno cualquiera)
ResponderEliminarSaludos.
Todos los reptiles tienen huesos...
ResponderEliminarFue una errata; Lombriz, que cambié la palabra.
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