Debería haber escrito algo como homenaje a mi madre, fallecida el pasado mes de febrero, pero no pude, no tenía fuerzas… Hoy, 1 de noviembre, habría cumplido 77 años, y me he puesto en ello, no me extenderé.
Se encerró en su casa en el año 2011, mi padre enfermó de cáncer y murió ese año en el mes de julio. Desde entonces no salió a la calle, solamente lo hacía conmigo (para las visitas al médico). La muerte de mi hermano, en mayo de 2013, la partió en dos. Desde entonces no levantó cabeza. Si fue duro para mí, imaginad para ella.
Nunca quise (no sé si acertadamente o no) encerrarla a un geriátrico. La quise en su casa —he dicho, su casa, porque era su casa— y yo me encargaba, todo cuanto podía, de ella. Ella me veía, veía mi agotamiento, que no podía más y lo pasaba peor. Pero yo no quise tratarla como a un trasto viejo y apartarla en un asilo con desconocidos, como mucha gente suele hacer. Ella quedaba conmigo, y sólo conmigo (a pesar del esfuerzo y el sacrificio que conllevaba). Era mi madre y no la abandoné. Cuando teníamos 14 años estuvimos —mi hermano mellizo y yo— sólo una semana en un colegio internado, y ella nos sacó. ¡Se lo debía!
Nació a los nueve meses de ser liberado mi abuelo materno (el padre de mi madre que nunca conocí, porque murió años antes de nacer nosotros), preso político por culpa de nuestra guerra civil («la maldita guerra» como decía mi abuela, la matriarca). Fue una niña de la posguerra, pasó penurias y supo lo que es el temible hambre —algo que nunca olvidó y marcó—, apenas fue a la escuela (como muchos niños y niñas de esos años). Recuerdo un día, hace unos veinte o treinta años, que iba con ella por el Paseo Zorrilla y nos encontramos con una mujer mayor, se la acercó y la preguntó que si ya no la conocía, dijo que era la panadera del pueblo de nuestra provincia, no muy lejos de la capital, en el que vivían entonces por la década de los años 40 del siglo pasado y que todavía se acordaba de la niña pequeña que entraba a su tahona a pedirla migas de pan para llevarse algo que comer. Esa niña era mi madre y no mentía cuando me hablaba del hambre que padeció. Tuvo, lo que se dice, una infancia muy dura. Muchas escenas de niños y niñas de países subdesarrollados por televisión la afectaba, porque fue ella igual. Una cosa que los que vivimos ahora en el mundo occidental hemos olvidado.
Cuidó de sus hermanos menores, en especial, de su hermana con la que mantuvo un vínculo especial (en total fueron siete hermanos), y con la que quiso hablar antes de quitarse la vida. Para salir por la misma ventana siguiendo la estela que dejó su hijo, mi hermano.
Hoy iré al cementerio donde reposan sus cenizas, junto las de mi padre y mi hermano, además de los restos de mis abuelos maternos. Voy a nuestra tierra ancestral, a mis orígenes, a rendirles el debido respeto que se merece y merecen. Aunque siempre vivirá en mi memoria, el olvido es la auténtica muerte. Como la recordará, también, el resto de los familiares y quienes la conocieron, y algún día —¿quién sabe?— podría saber de su vida una posible descendencia, como yo supe de la de mi abuelo sin conocerle en vida.
En su carta de despedida, que se llevó la burocracia estatal (y que intentaré recuperar), me daba su último beso en vida. Yo, aunque poco propenso a mostrar abiertamente mis sentimientos, le devuelvo otro muy grande. El mayor que le haya podido dar en toda su vida.
En su carta de despedida, que se llevó la burocracia estatal (y que intentaré recuperar), me daba su último beso en vida. Yo, aunque poco propenso a mostrar abiertamente mis sentimientos, le devuelvo otro muy grande. El mayor que le haya podido dar en toda su vida.
TU HIJO QUE TE HECHA DE MENOS
Texto a modo de panegírico escrito en papel plastificado que está introducido en el interior de la urna donde están sus cenizas depositadas. |
DEDICATORIA MUSICALSiempre me aconsejaba algo y en su recuerdo la dedico esta canción (eso sí, en inglés) que me dio a conocer mi hermano.
Simple Man («Hombre sencillo») es un tema de la banda de rock sureño Lynyrd Skynyrd perteneciente a su primer álbum en estudio del año 1973: (Pronounced 'lĕh-'nérd 'skin-'nérd). La canción surgió pocos días después de las muertes de la abuela de Ronnie Van Zant y de la madre de Gary Rossington. Ambos se encerraron en el piso de Van Zant para compartir historias y anécdotas sobre sus respectivas madres. Rossington compuso una serie de acordes y Van Zant empezó a escribir la letra basándose en los consejos que sus respectivas madres les habían dado durante sus años de infancia y primera juventud (y algunas coinciden con las de la mía). Y, por mi parte, una de las mejores melodías del rock que se han hecho. Os pongo un vídeo de YouTube subtitulado al castellano/español.
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