'Xenobiology' de Alex Ries. |
Por STEFANO MANCUSO y ALESSANDRA VIOLA
El estudio de la inteligencia vegetal arroja luz sobre un aspecto muy interesante de la investigación acerca de la inteligencia en general.
Por decirlo en pocas palabras: al estudiar las características de la inteligencia vegetal resulta evidente la dificultad que tiene el ser humano para comprender los sistemas vivos que razonan de manera distinta a la suya. Se diría que sólo es capaz de apreciar inteligencias parecidas a la humana.
Encontramos problemas análogos cuando hablamos de inteligencia en relación con organismos que no poseen cerebro, como por ejemplo —y prescindiendo por una vez de las plantas— las bacterias, los protozoos y los mohos. También éstos, aunque algunos (como las bacterias y los protozoos) sean tan simples como para estar constituidos por una sola célula, manifiestan comportamientos que —si tuvieran dimensiones más relevantes y, sobre todo, si tuviesen cerebro— no dudaríamos en calificar de inteligentes: las amebas son capaces de salir de un laberinto, mientras que los mohos pueden trazar el mapa de un territorio de manera más efectiva que cualquier programa informático ideado por el ser humano. Y pese a todo, en relación con estos organismos, como las plantas, la ausencia de cerebro —llamémoslo así— nos lleva a negarles la existencia de capacidades intelectivas, actitud que parece más fundada en la tradición y el prejuicio que en la argumentación científica. Sin embargo, el estudio de la inteligencia vegetal podría revelarse crucial para el progreso humano: nos permitiría observar nuestra mente con otros ojos.
Planteémonos una pregunta: ¿qué ocurriría si algún día entrásemos en contacto con una inteligencia alienígena? ¿Seríamos capaces, ya no digamos de comunicarnos con ella, sino al menos de reconocerla? Probablemente no. Es como si el ser humano, incapaz de concebir inteligencias distintas a la suya, más que buscar la inteligencia ajena anduviera continuamente a la búsqueda de la suya propia, perdida en algún lugar del espacio. Si de veras existiesen formas de inteligencia alienígena, habrían evolucionado en organismos muy distintos al nuestro; su química sería diferente de la nuestra y habitarían en entornos totalmente distintos a los que nosotros conocemos.
¿Cómo podemos siquiera pensar en reconocer esa inteligencia cuando no somos capaces de admitir la inteligencia de las plantas, organismos con los que compartimos una historia evolutiva en buena medida común, una misma estructura celular, un mismo entorno y unas mismas necesidades? Sólo por poner un ejemplo, preguntémonos por qué una inteligencia evolucionada en otro planeta y en condiciones completamente distintas a las nuestras tendría que emplear los mismos medios de comunicación que empleamos nosotros, basados en fenómenos ondulatorios. La voz, el sonido, las comunicaciones de radio y televisión, todos ellos se basan en la propagación de ondas. Otros seres vivos, entre ellos las plantas, utilizan otros sistemas para comunicarse, algunos de los cuales tienen como base la producción de moléculas químicas: son métodos extremadamente eficaces, aptos para transmitir información, pero de los cuales todavía sabemos poquísimo, a pesar de que los utilizan un gran número de especies presentes en nuestro planeta.
Para que la inteligencia vegetal nos parezca algo tan ajeno, ha bastado que las plantas sean más lentas que nosotros y que carezcan de órganos únicos similares a los nuestros; imaginémonos si hubiesen nacido y evolucionado a años luz de la Tierra. No obstante, precisamente por eso, por el hecho de ser distintos pero, en el fondo, tan cercanos a nosotros, tanto física como genéticamente, los organismos vegetales podrían representar un modelo interesante para el estudio de la inteligencia y ayudarnos a repensar los métodos e instrumentos utilizados para la búsqueda de inteligencia extraterrestre en el espacio.
Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal
(2015)
(2015)
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