Por MAURICIO ANTÓN
Como cada año por estas fechas, en lo profundo de nuestros bosques se escucha la llamada de los zorros en celo. Como animales mayormente monógamos, muchos ejemplares renuevan en esta estación un vínculo de pareja que les permite sacar adelante otra generación de cachorros, a los cuales inculcar la experiencia de unos adultos que pueden vivir casi una década en estado salvaje… o al menos eso dice la teoría. En nuestra triste realidad, pocos zorros superan la etapa de padres primerizos.
El zorro posee una inteligencia y complejidad que apenas vislumbramos. Su astucia toma formas inauditas, por ejemplo cuando en vez de atacar directamente a un grupo de patos, se pone a jugar con un palito en la orilla, dando muestras de divertirse de lo lindo. Esto despierta la curiosidad de las aves, y cuando el zorro abandona su juguete y se retira tras la vegetación, los patos nadan hasta la orilla para ver qué podía ser tan interesante, momento en el que el carnívoro salta desde su escondite. Podría argumentarse que el pato no es el ave más inteligente del planeta, pero el cuervo es un buen candidato a ese puesto, y sin embargo el zorro también tiene una estrategia para atraerlo: hacerse el muerto, manteniendo los ojos cerrados para mayor realismo y juzgando la aproximación del córvido por el oído. En el último momento el supuesto cadáver vuelve a la vida y el pájaro que anticipaba un buen almuerzo se convierte, él mismo, en comida.
Se solía considerar al zorro como un carnívoro solitario, pero su vida social es flexible y varía según las circunstancias. Cuando se les deja tranquilos y disponen de recursos, es común que las hembras del año anterior se queden en el territorio de sus padres y ayuden en la crianza de los cachorros, sacrificando temporalmente la posibilidad de tener descendencia a cambio de ayudar a la supervivencia de sus hermanos pequeños. Este comportamiento está en el germen de las sociedades complejas de otros cánidos como el lobo o el licaón. Con el tiempo, una hembra ayudante puede abandonar el territorio paterno y crear su propia familia, o bien un individuo antes dominante puede adoptar el papel de ayudante, ciclos que, por desgracia, requieren más tiempo del que concedemos a nuestros pobres zorros para madurar en la vida.
El hostigamiento que padece el zorro en España le impide desarrollar facetas sofisticadas de su comportamiento, y es que a fuerza de matarlos por millares los convertimos simplemente en fábricas de hacer más zorros. La gestión de esta especie mediante los demenciales «controles de población» tiene el efecto de intensificar su ciclo reproductivo de manera que las hembras tienen muchos más cachorros de lo que harían normalmente, los cuales a su vez ocupan rápidamente los territorios dejados vacantes por los adultos masacrados. Un zorro en libertad puede llegar a los 9 años, pero en las circunstancias actuales pocos superan los 3, y mucho de lo que la ciencia podría aprender sobre su comportamiento es barrido cada año por una marea de plomo. La excusa para seguir matando zorros es su reputación de animales dañinos, algo cuando menos irónico si recordamos que su dieta consiste primordialmente en roedores, para controlar a los cuales nuestras administraciones siembran los campos de venenos letales para toda forma de vida. Los gestores de cotos de caza insisten en que los zorros perjudican a las aves de caza menor, pero en ese caso el factor relevante es que esas aves son criadas como animales de granja, y es esa práctica, perjudicial para las poblaciones silvestres, la que debería erradicarse en primer lugar.
Pero incluso estas pretendidas justificaciones no explican totalmente la incalculable sangría de zorros. Quien quiera entender la motivación profunda hará bien en armarse de valor y visualizar un vídeo emitido por Jara y Sedal, la revista de caza patrocinada por TVE:
En esta pieza definida como «trepidante» por los editores de la revista, y para la cual muchos elegiríamos otros calificativos, podemos ver a una colección de hombres hechos y derechos entregados a la matanza de zorros con un entusiasmo que va más allá del cumplimiento de su pretendida labor de «gestión». Cualquiera que haya observado tranquilamente a los zorros en su ambiente percibirá el abismo que media entre la sutileza del comportamiento de un animal perfectamente integrado en su ecosistema y el tosco deleite con que los miembros del sector armado arrebatan unas vidas cuya complejidad difícilmente entenderían. El impulso que les anima no es exclusivo de nuestra cultura y de hecho hermana a nuestros escopeteros más raciales con los aristócratas ingleses de casaca y caballo pura sangre. Lo podemos resumir en diez sílabas: reventar zorritos les divierte.
Hay tres razones por las que no existe un vídeo similar en el cual los lobos sean las víctimas:
1) El lobo es mucho más escaso y vulnerable como especie y aunque quisieran, los cazadores no podrían organizar una escabechina comparable, por más que insistan en que «hay demasiados lobos»;
2) Aunque siempre hay quien no se puede aguantar de presumir en las redes con el cadáver de un lobo, generalmente los clientes más pudientes, que son los que pueden pagar un buen «trofeo», prefieren pasar desapercibidos;
y 3) Una alta proporción de las muertes de lobos son ilegales. Lo que se ve en el vídeo de los zorros, en cambio, es legal, demostrando claramente que la ley tiene que cambiar.
1) El lobo es mucho más escaso y vulnerable como especie y aunque quisieran, los cazadores no podrían organizar una escabechina comparable, por más que insistan en que «hay demasiados lobos»;
2) Aunque siempre hay quien no se puede aguantar de presumir en las redes con el cadáver de un lobo, generalmente los clientes más pudientes, que son los que pueden pagar un buen «trofeo», prefieren pasar desapercibidos;
y 3) Una alta proporción de las muertes de lobos son ilegales. Lo que se ve en el vídeo de los zorros, en cambio, es legal, demostrando claramente que la ley tiene que cambiar.
Aunque el lobo sea la especie más vulnerable, los zorros están indefensos como individuos ante el acoso humano, y la cantidad de sufrimiento inútil que se despliega en nuestros campos cada año es una medida del embrutecimiento en el que se está sumiendo una parte de nuestra población, mientras el conjunto de la sociedad avanza. El año pasado el Congreso español reconoció la obviedad de que los perros y otras mascotas no son objetos sino seres sintientes, y resulta incoherente seguir permitiendo que sus parientes libres sirvan de diana para unos instintos destructivos que, más que desahogo, lo que requieren es una reeducación urgente. Por lógica, éste debería ser el año del zorro, y del lobo, el año en el que terminase esa sangría cruel, pero no será la primera vez que la política vaya bastante a remolque de la lógica.
LOBO MARLEY
9 enero 2018
"Una reeducación urgente" que, necesariamente, tiene que venir de la mano de un cambio político-social que la propicie.
ResponderEliminarPues sí, pero de poco vale un cambio social si no se cambia la mentalidad antropocéntrica de muchos (incluidos algunos 'revolucionarios').
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