lunes, 23 de diciembre de 2019

Cambio climático: sainete y gran fiasco en Madrid


Por ALEJANDRO NADAL

El Acuerdo de París sobre cambio climático fue presentado al mundo en 2015 como un gran logro al finalizar la vigesimoprimera Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención sobre Cambio Climático. Se dijo que por vez primera todos los países del mundo se habían unido en un esfuerzo común por mantener el cambio climático por debajo de los dos grados centígrados respecto de la era preindustrial. Además, se acordó realizar esfuerzos por limitar a 1,5 grados dicho cambio climático. Para lograr lo anterior todos y cada uno de los países miembros definirían de manera voluntaria e independiente sus compromisos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

Formalmente el Acuerdo de París (AP) entró en vigor en noviembre de 2016, al ser ratificado por el número requerido de países. Pero lo que nunca se ha dicho con toda claridad, y los medios no han sabido entender, es que ese acuerdo ya entró en vigor, pero todavía no puede aplicarse. Ya llevamos cuatro años en esta especie de limbo que convierte el AP en un tratado internacional que ya entró en vigor pero no puede aplicarse. La razón es que le falta lo que sería el equivalente a una ley reglamentaria.

Las implicaciones de lo anterior son devastadoras. En los últimos cuatro años, los 192 países miembros del Acuerdo de París han estado ocupados en negociar las reglas precisas de aplicación de ese instrumento. Leyó usted bien: tenemos cuatro años negociando el contenido del «Libro de Reglas» que define los procedimientos para uniformar los informes nacionales sobre reducción de emisiones, las reglas de cooperación financiera, la forma en que un país podrá cumplir sus metas de reducción de emisiones al ayudar a otras naciones a disminuir las suyas y las modalidades que deben regir las transacciones en los mercados de carbono y en los mecanismos de compensación de emisiones, etcétera.

Hace un año concluyó la COP24 en Katowice, Polonia, y se dijo que ya por fin habían concluido las negociaciones para definir el Libro de Reglas. Pero nuevamente el mendaz lenguaje diplomático sirvió de cortina de humo. Resulta que las reglas para la implementación de uno de los más importantes componentes del Acuerdo de París, definido en su artículo sexto, quedaron sin ser definidas y la tarea se dejó para la COP25. Y ésta tampoco pudo llegar a un acuerdo sobre ese artículo.

¿Qué dice este famoso artículo? Se trata de uno de los más importantes y contenciosos del Acuerdo de París. Es un texto breve que abre las puertas para que un país que haya rebasado sus metas o compromisos nacionales (voluntarios y definidos de manera independiente) pueda vender su excedente de emisiones a una nación que no ha podido cumplir con sus metas. Esos objetivos pueden estar relacionados con diferentes tipos de proyectos, como reducciones de emisiones, expansión de fuentes renovables o plantaciones forestales.

El artículo sexto también abre la puerta a la creación de un nuevo mercado de carbono internacional para intercambiar reducciones de emisiones en cualquier parte del mundo por los sectores públicos y privados. Al igual que el caso anterior, esas disminuciones pueden provenir de múltiples tipos de proyectos.

El principal problema es que estos mecanismos de mercado facilitan que las cosas sigan como están y no han servido para frenar las emisiones. El mercado de carbono más desarrollado es el Sistema Europeo de Comercio de Emisiones, y ese régimen ha estado en crisis desde hace años. Apenas este 2019 comenzó a repuntar el precio de la tonelada de carbono (equivalente), pero múltiples problemas de origen no han facilitado su funcionamiento.

Mantener el statu quo es muy mala opción en estos momentos. Ya sabemos que los compromisos nacionales no alcanzan para el objetivo inicial del acuerdo, y cuando se hacen cuentas se observa que colocan al mundo en la trayectoria de tres grados centígrados, lo cual tiene implicaciones de dimensiones catastróficas y constituye una amenaza existencial para la humanidad.

Antes y durante la COP25 muchas organizaciones y algunos países habían esperado que los grandes emisores de GEI anunciarían que estaban redoblando esfuerzos para reducir dichas emisiones. Esas notificaciones nunca llegaron y es claro que Estados Unidos (que ha denunciado el AP, pero todavía tuvo derecho a participar en esta COP), Brasil, China, Australia y Arabia Saudita encabezaron el grupo de países que, francamente, no escatimaron recursos para sabotear los esfuerzos de la COP25.

¿Cuál es el balance? Cuatro años después de cumplido el Acuerdo de París, las emisiones de GEI siguen aumentando. Tenemos ya un cuarto de siglo discutiendo y negociando un verdadero régimen regulatorio para enfrentar la amenaza del cambio climático. Este esfuerzo no ha fructificado y no parece que las cosas vayan a cambiar pronto. La COP25 recuerda la época de los sainetes que frecuentemente hacían reír al público en los teatros madrileños, porque terminaban en un grandioso fiasco. Sólo que esta vez el fiasco se traducirá en tragedia.

LA JORNADA
(18/12/2019)


viernes, 1 de noviembre de 2019

Cooperación o mutua ayuda: Una idea no reconocida

Un hormiguero, ejemplo de vida social
y, también, del apoyo mutuo.

Por ASHLEY MONTAGU

No todos eran tan unilaterales y absolutistas como Huxley, por supuesto. El filósofo e historiador económico francés Alfred Espinas, el zoólogo ruso Karl Kessler, y el príncipe Piotr Kropotkin, geógrafo y humanista ruso, abordan todos ellos la cuestión de la conducta animal, entre 1878 y 1902, y llegaron todos ellos a la conclusión de que el principal factor operativo en la evolución de los animales era la cooperación y no el conflicto. Alfred Espinas, filósofo, economista e historiador francés, publicó en 1878 un libro notable, Sobre las sociedades animales, donde llamaba la atención hacia la cooperatividad universal, considerando que caracterizaba mejor que el conflicto la vida social de los animales. Kessler, que fue profesor de zoología y decano de la Universidad de San Petersburgo, pronunció una conferencia en 1880 titulada «Sobre la ley de la ayuda mutua», donde trataba de mostrar que junto a la «ley de la lucha mutua» existe en la naturaleza una «ley de la ayuda mutua», «mucho más importante que la ley del desafío mutuo para el éxito de la lucha por la vida y, especialmente, para la evolución progresiva de las especies». La conferencia de Kessler, leída en 1880 en un congreso ruso de naturalistas, fue la inspiración principal del pensamiento de Kropotkin sobre el tema. Kessler murió el año siguiente.
 
Alfred Espinas (1844-1922)
y Fiodorovich Kessler (1815-1881)
De joven, Kropotkin pasó varios años en Siberia y Manchuria, donde se ocupó de estudiar la vida animal bajo condiciones naturales. Las observaciones hechas entonces y después le convencieron de que «Huxley había dado una interpretación muy incorrecta de los hechos de la Naturaleza, tal como lo vemos en el bosque y en la selva». De 1890 a 1896 publicó varios artículos rebatiendo el punto de vista huxleiano de la evolución como lucha entre gladiadores. Fueron esos artículos los que se publicaron como libro en 1902 bajo el título El apoyo mutuo: un factor de la evolución. en la introducción Kropotkin dice que, aunque buscó ávidamente por Siberia oriental y Manchuria del Norte, no logró descubrir «esa amarga lucha por los medios de la existencia, entre animales de la misma especie, considerada por la mayoría de los darwinistas (aunque no siempre por el propio Darwin) como característica dominante de la lucha por la vida y factor primordial de evolución». Sin negar la importancia de la lucha por la existencia, ni la de la selección natural en la evolución de las formas vivas, Kropotkin se esforzó por demostrar que la ayuda mutua es «el factor principal de la evolución».

Aunque tales afirmaciones quizá sean demasiado fuertes, lo cierto es que se ha pasado inmerecidamente por alto la cooperación como factor en la competitiva «lucha por la existencia», y especialmente en la evolución de las relaciones sociales. En tiempos de Kropotkin, teorías como la suya eran simplemente desestimadas.
 
Piotr Kropotkin
(1842-1921)
 Hay una semejanza chocante y deprimente entre ese período y el nuestro por lo que respecta a la aceptación general de conclusiones «científicas» no fidedignas. El propio Darwin describió un concepto revolucionario que fue mal entendido en un mundo que durante siglos había aceptado ciegamente las suposiciones y relatos de la religión cristiana; muchos de sus partidarios y vulgarizadores tomaron sus palabras, las estiraron hasta cubrir todo tipo de ideas injustificables, y las presentaron al mundo en un ejemplo clásico de tergiversación.

Hoy día, en un proceso paralelo, el interesante y valioso trabajo de científicos imaginativos en el campo de la conducta animal ha sido extendido —unas veces por los propios científicos y otras veces por profanos— hasta cubrir interpretaciones no justificadas por el trabajo original. Konrad Lorenz, Niko Tinbergen, Desmond Morris y otros son todos miembros valiosos de la comunidad científica, y mientras limiten sus conclusiones mucho al conocimiento de la conducta animal. Pero cuando establecen analogías entres sus trabajos con animales y la conducta de los seres humanos, y luego apoyan sus conclusiones con asertos completamente insensatos, su trabajo pierde valor y, de hecho, se hace peligroso debido precisamente a su atractivo popular. Son descendientes directos de esos pensadores decimonónicos de la «naturaleza de garras y colmillos ensangrentados» cuando permiten que su formación científica —en la cautela, en una cuidadosa definición de palabras y conceptos, en la comprensión de relaciones entre eventos, en el pensamiento lógico— se desvanezca en el humo de sus entusiasmos.

La naturaleza de la agresividad humana
(1976)

martes, 22 de octubre de 2019

Principio de Kropotkin


Por CARLOS DE CASTRO CARRANZA


«¡No compitas! … la competición es siempre
perjudicial para las especies, y tú tienes
cantidad de recursos para evitarla»


Ante el problema de la evolución y el comportamiento de la naturaleza en relación a la moralidad humana existen tres posturas posibles. La de Huxley, en la que la naturaleza nos puede ayudar como guía moral para saber justo lo que no debemos hacer. El principal objetivo social sería evitar o mitigar la lucha por la existencia darwinista. El tópico de la lucha de la existencia visto como nos cuenta el verso de Tennyson «la naturaleza roja en dientes y garras», lo que nos ayuda es a saber a qué se debe sobreponer nuestra moral. Danilevsky critica nuestra tradición filosófica y política diciendo que la guerra de todos contra todos de Hobbes se transforma en la competencia de la teoría económica de Adam Smith. Malthus la aplica a las poblaciones humanas y finalmente Darwin la extiende al mundo orgánico, a la naturaleza entera.

La moral pues lo tendrá difícil, pues debe sobreponerse a nuestras raíces biológicas, a nuestra «naturaleza».

En respuesta a esta filosofía pesimista, surgen o existen dos visiones diferentes. Una, quizás la que tendría el propio Darwin, es aquella en la que se concluye que no debemos extrapolar el comportamiento que interpretamos en la naturaleza a la moral humana. En esta visión, no tiene sentido, por excesivamente antropocéntrico, hablar de crueldad o de amor entre los organismos o en la naturaleza; lo que es metáfora o debe serlo, frecuentemente se usa como si la naturaleza fuese así. En este sentido no se debería hablar de egoísmo o de generosidad; e incluso es peligroso pues hablar de competencia, conflicto o cooperación.

Darwin advertía que él entendía la lucha por la existencia en un sentido metafórico, el éxito en la reproducción o la supervivencia de los nietos puede ser por cooperación entre organismos; pero la realidad es que él mismo se olvida luego de ésta última forma de verlo y, quizás por ser más visual, sencilla o llamativa, los ejemplos que abundan son los de la competencia pura y dura. Y sus primeros intérpretes y defensores, como Huxley, perdieron el carácter metafórico y lo convirtieron en el dogma que apoyaba indirectamente ciertas visiones del capitalismo liberal, de ahí que Huxley dijera que los más fuertes, los más rápidos y los más inteligentes vivían para luchar al siguiente día[*].

Por esto, y por la oposición ideológica al capitalismo económico, surgen opositores al darwinismo en el mundo ruso de finales del siglo XIX y principios del XX. A Tolstoi no le gusta el darwinismo por razones morales. A Kropotkin, exponente del anarquismo, por razones ideológicas.

Pero este último caso, el de Kropotkin, es muchísimo más interesante de lo que se suele imaginar. Kropotkin no niega del todo el darwinismo, lo que niega es que la relación fundamental que se establece entre organismos sea una relación de competencia bajo la visión sobre todo de Huxley. En 1902 publica su Mutual Aid (Ayuda Mutua) como una teoría de la evolución basada en la selección natural pero en la que la cooperación es la relación fundamental entre los animales. Para Kropotkin la lucha por la existencia conduce en general a la ayuda mutua y no al conflicto. Es la cooperación la que permite casi siempre el éxito reproductivo. Gould nos advierte del porqué las propuestas de Kropotkin, lejos de ser las ideas descabelladas de un anarquista, son las de un observador atento de la naturaleza. La diferencia, según Gould, del énfasis de Darwin en la competencia y del de Kropotkin en la cooperación, se debe a que el primero fue influido por los ecosistemas tropicales exuberantes de organismos. En ella, la competencia en todo caso estaba entre organismos. Los organismos en Siberia morían de inanición, por tormentas, por frío, no por competir contra otro organismo. Al revés, era mejor colaborar para resolver los problemas que enfrentaban.


Para Kropotkin además, en los organismos dentro de cada grupo son superiores aquellos que más cooperan. Escribe: «así, encontramos entre los superiores de cada clase de animales, a las hormigas, los loros y los monos, todos combinando la más grande sociabilidad con el más grande desarrollo de la inteligencia». La cooperación lleva el avance. El más apto es el que más y mejor ayuda, no el que compite mejor. Se es más apto cuanto más sociable se es. La sociabilidad no solo asegura el bienestar de la especie sino que, indirectamente, favorece el crecimiento de la inteligencia. La inteligencia, al menos como capacidad de adaptación, es pues para Kropotkin una consecuencia de la cooperación y la evolución.

Kropotkin busca infructuosamente, en aquellos sitios de abundancia de vida que visitó, la lucha competitiva entre individuos de la misma especie.

En su libro, Kropotkin nos regala ejemplos que serían rocambolescos de explicar bajo el principio de la competencia, pero muy sencillos de entender bajo el principio de cooperación:

¿Cómo explicar que durante más de dos horas varios cangrejos traten de voltear a otro cangrejo que se había quedado de espaldas y que «viendo» que no consiguen su objetivo va a llamar más cangrejos para la tarea?

¿Cómo explicar el comportamiento de la hormiga que da de comer a otra hormiga «enemiga» y que a partir de entonces ésta es considerada amiga?

¿Y los nidos conectados de termitas donde conviven dos o tres especies diferentes?

¿Y los escarabajos enterradores que se ayudan para enterrar a un ratón aunque solo uno de ellos depositará los huevos en él?

Y mi favorito, que extrae del propio Darwin:

¿Cómo explicar aquel pelícano ciego alimentado por otros pelícanos que tenían que recorrer más de 50 km para hacerlo?

¿No vemos estas cosas a menudo en los documentales porque son conductas raras?

¿Cuántas veces hemos visto en cambio pelearse a los leones por la comida?

El caso es que las ideas de Kropotkin son ignoradas, aunque muchas de ellas fueran equilibradas y razonables, porque provenían de un anarquista.

Hoy deberíamos de hablar de 'kropotkismo' o del Principio de Kropotkin, por su valor científico. Y lo estaríamos haciendo, sin duda, si el mundo fuera «regido» por el anarquismo. O incluso por las ideas políticas de Thoreau, Tolstoi o Gandhi.

Una vez rescatado a Kropotkin, alguien debería preocuparse de algunas observaciones naturales inquietantes que hace. Repetidas veces dice que la sociabilidad de los animales tiende a perderse por las perturbaciones del ser humano, cita muchos ejemplos, entre ellos a la comadreja, el zorro ártico y los osos. Algunos proceden de observaciones suyas y otras de otros naturalistas.

El Principio de Kropotkin y su ley de la naturaleza

Hemos llamado Principio de Kropotkin a la idea de que los organismos huyen por todos los medios de tener que competir. Es un principio pues de inteligencia adaptativa. Así, la naturaleza «inventa» la cooperación, la coordinación, la migración[**], el sexo (que reduce la tasa de crecimiento geométrico), la misma complejidad e incluso la muerte de los organismos. Todos ellos efectos de este principio.

La naturaleza, siempre que pueda, tratará de no competir entre sus partes (organismos, ecosistemas, células,…) y solo si las relaciones entre sus partes están muy simplificadas será casi inevitable la competencia. Dijimos que la competencia se daba en los estados iniciales del desarrollo de un ecosistema o del cerebro humano. Pero una vez maduro, las relaciones competitivas desaparecen o eran totalmente secundarias.

Si esto es así, el mundo actual esconde una cierta paradoja. Al simplificar la mayoría de los ecosistemas, especialmente durante el último siglo, el ser humano, sobre todo en las sociedades industrializadas capitalistas y excomunistas, ha provocado un retroceso en las relaciones de la naturaleza y las ha llevado hacia la competencia. Es, como dijimos ya, la profecía que se autocumple. El darwinismo competitivo aplicado a la economía mundial ha ayudado a crecer geométricamente (exponencialmente) el impacto ambiental. Este impacto ha sustituido ecosistemas complejos y maduros por ciudades, carreteras, centrales hidroeléctricas, campos de (mono)cultivo, pastos, deforestación, sobrepesca y un largo etcétera que suponen una simplificación de los ecosistemas primigenios. Así, los científicos actuales quizás estén observando más competencia de la que durante millones de años previos a nuestra llegada explosiva hubo. No debemos minimizar la capacidad simplificadora del ser humano, ya en la época de Kropotkin este observa: «cuando los rusos tomaron posesión de Siberia, ellos la encontraron tan densamente poblada de ciervos, antílopes, ardillas y otros animales sociables, que la verdadera conquista de Siberia no fue otra cosa que una expedición de caza». Observación que se puede hacer también para la conquista del Oeste americano, donde una población de 150 millones de bisontes se llegó a reducir un millón de veces a base de tiros (o donde se extinguió en 1914, también por la caza, a la paloma migradora, que contaba con más de 2.000 millones de individuos en 1810).


Hacemos pues una predicción: en aquellos ecosistemas menos perturbados o más complejos, habrá menos relaciones competitivas que en los más distorsionados o sencillos. Teniendo en cuenta que aún hoy, la mayoría de los observadores científicos de la naturaleza son occidentales educados en países donde la distorsión ecológica es enorme, uno sospecha que se tenderán a buscar incluso en las zonas menos distorsionadas las relaciones competitivas. Muchos más sencillas además.

Esto explicaría las observaciones de Kropotkin en las que antiguamente se daban más comportamientos gregarios entre aves y mamíferos.

La ley de la naturaleza es para Kropotkin la tendencia hacia la sociabilidad: «a parte de unas pocas excepciones, aquellas aves y mamíferos que no son gregarios ahora, vivieron en sociedad antes de que el hombre se multiplicara sobre la tierra». Pero si esta tendencia es cierta, una vez simplificado el ecosistema, aquellos organismos que consigan adaptarse a los ecosistemas humanos —la mayoría de los terrestres en la actualidad— terminará volviendo al gregarismo, a formar sociedades. Quizás la cigüeña, los estorninos, las palomas y las ratas de nuestras ciudades que son consideradas plagas lo están haciendo.

Como consecuencia de la tendencia a la cooperación, surge la sociabilidad y, para Kropotkin, esto supone un incremento inevitable de la inteligencia, la compasión y la sensibilidad: las relaciones sociales cooperativas al ser más complejas, exigen más inteligencia y sensibilidad. El ejemplo de los pelícanos que alimentaban al pelícano ciego, desde una visión antropocéntrica, se describirían con un comportamiento compasivo, que exige una percepción de lo que pasa a su alrededor muy superior a la que exigiría la competencia. Y para Kropotkin, inteligencia, sensibilidad y compasión son previos a los sentimientos morales.

La evolución lleva a la formación de sociedades y a la inteligencia. No nos engañemos al pensar que solo el Homo sapiens es inteligente. Su alto grado de autoconciencia quizás sea nuestro rasgo más importante. Pero chimpancés, elefantes y delfines parecen mostrar también un cierto grado de autoconciencia.

Los elefantes, por ejemplo, tienen un comportamiento que nos recuerda a la añoranza, en este caso hacia sus muertos. En cualquier caso, no hemos sido la única especie plenamente inteligente que ha existido, el neandertal y quizás el actualísimo hombre de la isla de Flores, han sido en este sentido también humanos, y aunque sean de nuestro mismo género, están extintos y son especies distintas de la nuestra.

Y esta tendencia hacia la sociabilidad y la inteligencia, no se da solamente entre vertebrados superiores como sabemos por la elevadísima sociabilidad de los insectos sociales. Ya hemos dicho que la sociabilidad en los insectos se ha inventado más de una docena de veces distintas. Es tan elevada esta tendencia a la socialización, que en la actualidad se le llama atractor biológico, del lenguaje de la Teoría del Caos.


Las termitas son tan gregarias que sabemos que viven más y mejor juntas que separadas, incluso en condiciones extrañas y extremas. Un sencillo experimento nos enseña esto. Se colocó en situación de privación de recursos (en tubitos de ensayo cerrados) a números distintos de termitas. A pesar de que el primer factor de escasez era el oxígeno, y por lo tanto este debería a priori desaparecer antes en los tubos con mayor número de termitas, el resultado fue que en los tubos con menos termitas éstas morían antes que en los tubos con más termitas. Si las relaciones fueran competitivas el resultado habría sido el asesinato. ¡Lo que en cambio mataba a las termitas aisladas era el estrés de verse solas! ¡Las termitas necesitaban más a sus compañeras que a la luz, al agua o al mismo aire!

Por último señalemos que la sociabilidad hace más difícil la especiación en el sentido darwiniano, pues el aislamiento reproductivo necesario se reducirá.

El origen de Gaia.
Una teoría holista de la evolución
(2008)


  NOTAS:

    [*] Bastian, el protagonista de la Historia Interminable, aprende casi al final de su aventura que: «no quería ser el más grande, el más fuerte o el más inteligente. Todo eso lo había superado. Deseaba ser querido como era, bueno o malo, hermoso o feo, listo o tonto, con todos sus defectos… o precisamente por ellos». ¿Contra inspiración de Ende?
   [**] Una especulación: ¿acaso las plantas, que nos parecen menos evolucionadas que los animales, lo son porque tienen menos oportunidades para evitar la competencia?

sábado, 28 de septiembre de 2019

¿Quién puede matar a un niño? El fenómeno Greta Thunberg como un manual de dirección de las pasiones políticas


Por DANIEL BERNABÉ

En 1976, el gran Chicho Ibáñez Serrador estrenó ¿Quién puede matar a un niño?, una película de terror donde una joven pareja viaja a una isla mediterránea que ha sucumbido a un terrible mal: los niños han asesinado a los adultos. Mientras que en historias similares como El pueblo de los malditos (1960) los pequeños homicidas tienen un origen paranormal, en la producción española la furia infantil se achaca a los males del mundo y a la inacción de las personas mayores: los críos han llegado para poner orden, al precio que sea.

Viendo el airado discurso de Greta Thunberg en la Cumbre de Acción Climática de la ONU se me hizo muy difícil no pensar en la película de Ibáñez Serrador. La joven protagonista de toda esta historia ha acaparado titulares, conversaciones en red y ha eclipsado al resto de intervinientes, desde los jefes de Estado hasta otros activistas, reafirmando la narrativa de que los niños han venido a poner las cosas claras a los malvados adultos: dicotomías de cuento de los Hermanos Grimm para un momento de audiencias hambrientas de emociones fuertes.

Pero la intervención de Thunberg me ha recordado no sólo a la película por esta división, otra más, sino por un hecho que a pesar de obvio pasamos por alto. ¿Quién puede matar a un niño? toma su título de la frase que uno de los supervivientes de la isla emplea para explicar por qué los pequeños han cometido sus crímenes sin apenas oposición: ¿quién puede enfrentarse a un niño a pesar de que este venga con intenciones hostiles? Quien sea aficionado al cine de zombies sabrá de qué hablamos.

Si hoy decimos «la adolescente más famosa del mundo» gran parte del planeta pensará en Thunberg, pero no hace demasiado tiempo, en 2013, este título le fue otorgado a Malala Yousafzai por el periódico alemán Deutsche Welle. Un poco después vino Muzoon Almellehan, a la que se llamó con demasiado descaro «la Malala siria», suponemos que por ponerle las cosas fáciles al público. Niñas, adolescentes, con vidas muy duras y una historia de superación tras de sí, con mensajes sencillos y directos que apelaban a causas nobles como la educación o los derechos humanos. Niñas que fueron utilizadas desde los centros de poder mundial para sustentar intereses geoestratégicos. Pero, ya saben, ¿quién puede criticar a una niña?

En 1992, Severns Cullis-Suzuki recibió la condecoración de «la niña que silenció al mundo» por un discurso que llevó a cabo en, adivinen, la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Cullis-Suzuki, con trece años, pronunció un alegato ecologista tan conmovedor como vacío políticamente. Ese mismo año y en esa misma cumbre, Fidel Castro Ruz, el presidente de Cuba, pronunció otro discurso con mucha menos trascendencia mediática que señalaba con pelos y señales el culpable del desaguisado ecológico: un sistema económico que había hecho de la rapiña, el crecimiento descontrolado y el 'extractivismo' a los países más pobres su principal motor de desarrollo. Eran tiempos en los que, después de la caída del muro, nadie quería escuchar a un comunista: hoy las palabras de Castro parecen premonitorias.



El fenómeno de los niños prodigio del activismo no es nuevo, por lo que sorprende que los medios lo pasen por alto, como si Thunberg fuera única y primera en su especie. Thunberg es, sin duda, un gran producto político, uno especialmente adaptado a la infantilización sentimental de la sociedad, pero uno que también cuenta con la connivencia de un periodismo que necesita obtener visitas a toda costa y que ya no se atreve a adoptar una postura crítica, simplemente plantear una serie de dudas razonables, frente al último fenómeno extraído de una probeta.

Lo realmente desconcertante es cómo un adulto de inteligencia media puede creer que una niña decide por su cuenta iniciar una huelga escolar climática hace un año y que doce meses después sea un icono mundial recibido por Obama y Lagarde, que viaja en un velero acompañada de un príncipe monegasco y cuenta con voz en las tribunas de los organismos más importantes del mundo. Perdonen que levante una ceja en señal de desconfianza, pero rara vez quien posee los resortes de poder decide pegarse un tiro en el pie dando facilidades a quien les confronta.

Si descartamos que Thunberg tenga capacidades de control mental –cosas más raras se han visto–, hemos de deducir que, evidentemente, hay una serie de patrocinadores detrás de la niña. Y no hablamos de ninguna extraña conspiración, sino simplemente de la forma habitual en la que funcionan la cosas en nuestra época. Alguien tiene una serie de intereses y, mejor que hacer lobby, recurre a una protagonista amable para que el público acepte con entusiasmo el cuento que se les ha propuesto, eso que ahora se llaman narrativas.

¿Estamos por aquí afirmando que el cambio climático o en general los problemas ecológicos son un cuento? Ni mucho menos. Probablemente nos enfrentemos como especie a un reto global de dimensiones catastróficas. Lo que decimos es que Thunberg, al margen de sus deseos, es el enésimo fenómeno que va a permitir que los trabajadores acaben pagando los platos rotos de la transición productiva y además lo acepten de buen grado. La pretensión real puede ser una impostergable adaptación económica para paliar el cambio climático, pero exonerando al capitalismo y manteniendo las tasas de beneficio, cargando sobre los hombros de la clase trabajadora y los países empobrecidos la factura. Ya pasó en la crisis del 2008.

El fenómeno Thunberg cuenta, en primer lugar, con un discurso emocional pero desestructurado políticamente, que no señala ni los cómos ni los porqués, que evita poner el acento en corporaciones empresariales concretas y que pasa de puntillas por el gigantesco complejo industrial-militar norteamericano, pero que además fomenta una peligrosa idea de que «la clase política» es la única responsable del calentamiento global, sin asumir que la mayoría de esos políticos son el consejo de administración, en los organismos públicos, del gran capital. La diferencia de añadir apellido a la culpabilidad es que mientras que en el segundo caso protegemos la democracia, en el primero podríamos estar tentados de verla como un impedimento. De la eco-tecnocracia al eco-fascismo hay tan sólo unos ligeros matices.

De hecho, muchos líderes políticos, de forma similar a los propios medios de comunicación, intentan subirse como pueden al carro de la niña sueca, temerosos de enfrentarse a alguien obligatoriamente popular. Además, estos políticos obvian que desde hace treinta años se han aprobado protocolos para atajar la crisis climática. Que parezca que antes de Thunberg sólo existe el vacío les libra de responder por qué esos protocolos no se han aplicado con efectividad.

La respuesta no es que no se sepa lo qué hacer, ni siquiera que en último término no haya voluntad política para hacerlo, el problema es que en un entorno capitalista de una producción cada vez más desordenada esos protocolos son inasumibles: chocan frontalmente con los modelos de los mismos entes supranacionales, como el FMI, que reciben y agasajan a Thunberg. Y eso no se puede asumir delante de los focos.

Sorprende —sinceramente ya más bien poco— que el progresismo no se esté dando cuenta de la dinámica que genera la propuesta Thunberg. Se diría, escuchando a muchos activistas y líderes, sinceramente fascinados con la joven nórdica, que lo único que importa es la concienciación y el 'movimientismo', cuando la población sabe perfectamente que tenemos un problema climático, es más, cuando la mayoría hace lo que puede por paliarlo. Por otro lado que alguien se sume a una movilización hoy apenas garantiza nada más que la expresión de la preocupación de un sumatorio de individualidades respecto a un tema. Si el progresismo detesta la movilización al estilo del siglo XX no puede luego esperar resultados parejos a los del pasado.

Este progresismo happening parece conformarse con que sucedan cosas, sin preguntarse muy bien por qué suceden o cuál es el poso que van a dejar. Se desea movilizar a una gran cantidad de personas, sin saber muy bien hacia dónde conduce ese movimiento. Conceptos como organización, poder, ideología o estrategia se han vuelto pecaminosos y ya, a lo único que se aspira es a ser meros acompañantes por si, con suerte, se pega algo del charme y las simpatías se traducen en votos. ¿Que ha quedado de la indignación española del 15M? Esa es la pregunta que este progresismo happening debería responder y no seguir con su desesperada escapada hacia adelante, en muchos casos como resultado de la enésima venganza interna para acabar con tradiciones políticas realmente útiles durante décadas.

De hecho, el greenwashing, la coartada de tal producto o empresa mediante lo ecológico, no es el asunto de fondo, sino simplemente un síntoma de una política vaciada que se adquiere como un bien identitario de consumo. Estas semanas la gente se define como pro-Greta o anti-Greta, intentando situarse histéricos en un mercado donde mostrar unas paradójicas diferencias uniformizantes. En el punto más demente las discusiones giran en torno a si el producto Thunberg posee privilegios por ser blanca y europea o sufre opresiones por ser mujer, joven y padecer síndrome de Asperger, como el célebre Sheldon Cooper. ¿Cuál es el personaje de ficción y cuál el real? La misma pregunta vale para la política progresista. A Trump, cómodo, le vale con bromear sardónicamente: su electorado es lo que espera.



En el colmo de la mezquindad y la estrechez de miras, el progresismo happening acusa a cualquiera que critique al producto Thunberg de celebrar la inacción, planteando el «qué hacer» como pregunta irrebatible que apela a la moralidad individual, de una forma muy parecida a los sacerdotes señalando desde el púlpito a los malos creyentes que se plantean dudas teológicas. La respuesta a esa pregunta es bien sencilla: lo que ya se está haciendo y de hecho se lleva haciendo décadas.

En Latinoamérica, pero también en la India y África, hay una tupida red de militantes ecologistas que además suelen hacer coincidir sus acciones con lo sindical, lo comunitario y lo étnico, dando a esa palabra llamada 'interseccionalidad' un valor real, y no el maltrato identitario al que ha sido sometida por los departamentos universitarios de Europa y Estados Unidos. La diferencia es que estos militantes no tienen espacio en los medios, no son recibidos por el FMI, los príncipes no les prestan los yates y, lo peor, son asesinados a centenares cada año. Su problema es que plantean aún un tipo de política en el que los protagonismos brillan por su ausencia, que ataca los problemas sistémicamente y que organiza a las personas de modo estable elevando su nivel de conciencia. Un muy mal producto, al parecer, para un siglo donde importan más las narrativas que las acciones.

Greta Thunberg, en el mejor de los casos, acabará como Cullis-Suzuki o Malala, escribiendo ese tipo de ensayos que se venden en los aeropuertos. Mientras países como Alemania ya anuncian dinero para la transición industrial ecológica, otros hablan de Green New Deal, maneras eufemísticas de nombrar la gigantesca reestructuración productiva que se va a llevar a cabo para intentar evitar la nueva crisis que se nos avecina y que, con la excusa ecológica, destruirá miles de puestos de trabajo estables transformándolos en empleos precarios pero con la etiqueta verde.

O esta transición se lleva a cabo de forma democráticamente ordenada, planificando la economía para el beneficio de la mayoría de la población, o nos quedaremos sin derechos y sin planeta.

No digan luego que no les avisamos.

RT Opinión
25 septiembre 2019

lunes, 9 de septiembre de 2019

Evitar el desastre climático ¿Es el IPCC pesimista?

La Naturaleza no tiene precio.
 El caos climático va a ser, lo es ya, mucho mayor que el proyectado, pero estamos dominados por un «diálogo» entre capitalistas neoliberales versus capitalistas reformistas que imaginan antes el fin del mundo que el fin de un sistema económico. Los modelos se equivocan, sí, pero exageradamente por el lado optimista de las consecuencias del cambio climático. Lo que era un problema de nuestros nietos se ha convertido en algo que debíamos haber combatido ayer y que debemos combatir radicalmente hoy.

Por CARLOS DE CASTRO CARRANZA

El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) suele ser la referencia habitual sobre el problema del clima en el ámbito académico, en el político-económico y en los medios de comunicación de masas.

En estas líneas voy a hacer algunas críticas al IPCC desde un lado poco común: el extremo opuesto al habitual de visiones económicas y políticas neoliberales con tendencia al «escepticismo» o a la «negación». Sostengo que el IPCC representa posturas económicas y políticas capitalistas reformistas. La idea fundamental de los informes del IPCC es presentarnos el Cambio Climático como un asunto grave para las generaciones del futuro pero que necesita medidas urgentes ya.

Todos los escenarios que contempla el IPCC son ejercicios de imaginación en el que se dibujan distintos futuros posibles dentro de un esquema de crecimiento económico mundial. Según estos escenarios a finales de este siglo el mundo seguirá cabalgando en el capitalismo y será entre 2 y 10 veces más rico de lo que es ahora (el capitalismo «necesita» crecer, ya se sabe). Y la mayoría de los escenarios contemplan, además, cierta convergencia entre países ricos y empobrecidos (los países pobres tienden a crecer más rápidamente que los ricos). Es decir, el mundo estará mejor desde el punto de vista económico y desde el punto de vista de la equidad.

Aunque el IPCC advierte luego de los perjuicios sociales y económicos que el Cambio Climático generará, resulta que pocos analistas contemplan cuantitativamente cuáles son esos perjuicios. El Informe Stern suele ser el más citado de entre los «pesimistas»: el Producto Mundial económico podría reducirse en un 20% o más. Lo que pocas veces se dice es que si vamos a ser, digamos, 5 veces más ricos en 2100, el cambio climático nos hará un 20% más pobres. Es decir, «solo» seremos cuatro veces más ricos que ahora.

Esto en realidad desmonta de un plumazo el sentido de la existencia del IPCC y de las reuniones internacionales de mandatarios para la lucha contra el cambio climático como la reciente de Lima, que sigue posponiendo para mañana lo que debería haberse hecho ayer. ¿Por qué esforzarnos ahora pensando en nuestros nietos si van a vivir, pese a nuestras emisiones, mucho mejor que nosotros?

El problema fundamental es que no existe una realimentación dinámica entre las consecuencias del cambio climático y el crecimiento económico. Es más, el problema fundamental es que no se contempla un estancamiento o incluso un decrecimiento económico, no solo por el caos climático, sino por la crisis energética y la multitud de otras crisis de recursos y de residuos que nuestra civilización ha puesto en marcha.

Ni Última Llamada, ni la Advertencia a la Humanidad, son escenarios imaginados, y menos estudiados, por el IPCC o por nuestros mandatarios políticos.

¿Qué consecuencias económicas tendrá un caos climático en un mundo en crisis y decrecimiento económico? Nadie parece querer contemplarlo (de hecho el IPCC lo excluye conscientemente).

La razón es doble:

Estamos dominados por un «diálogo» entre capitalistas neoliberales versus capitalistas reformistas que imaginan antes el fin del mundo que el fin de un sistema económico.

El resultado de realimentar el caos climático con la economía es el fin del sistema económico y probablemente incluso el fin de nuestra civilización industrial (no solo por el caos climático, sino por la confluencia realimentada con la crisis energética, el caos en la biodiversidad, la desigualdad humana y un larguísimo etc.).

Dejo claro que no estoy defendiendo ningún sistema económico ni atacando ninguno desde el punto de vista ideológico, sino que describo, desde una perspectiva biofísica, el fin de un sistema económico inviable (nos guste más o menos).

Por muy verde y reformista que lo pinten
el capitalismo sigue siendo capitalismo.
Aunque ya estamos observando problemas climáticos, los informes «de consenso» nos proyectan escenarios críticos o muy peligrosos «solo» a partir del 2050 e incluso del 2080, cuando las consecuencias más graves de la crisis energética y de otras crisis ya habrán ocurrido.

En realidad convendría que no perdiéramos nuestra capacidad crítica porque el IPCC tenga que lidiar obsesivamente con las arremetidas de las filas neoliberales. El IPCC, de hecho, es muy, muy optimista (tecno-optimista) y se limita a «pequeñas» reformas.

Al igual que algunos escenarios del IPCC exageran en cuanto a nuestra capacidad teórica de emitir gases de efecto invernadero de origen fósil, todos los escenarios son optimistas en:

1.- No es tan fácil evitar las emisiones fósiles: ni las renovables pueden cambiar suficientemente pronto a las fósiles ni tendremos el capital para habilitar técnicas de absorción del CO2.

2.- Las emisiones de otros gases no serán reducidas fácilmente: el IPCC supone reducciones drásticas de otros gases, como el metano o las indirectas debido al cambio de usos del suelo; esas reducciones supondrían una revolución social y económica enorme que tendría que haber comenzado hace años, y no lo ha hecho.

3.- Los efectos sobre el clima no son tan pequeños y no son despreciables posibles efectos catastróficos de escala global: los modelos del IPCC tienden a quedarse sistemáticamente cortos, es decir, el caos climático va a ser, lo es ya, mucho mayor que el proyectado.
 
Las energías alternativas
también matan.
Pondré un par de ejemplos:

1º Las emisiones equivalentes de CO2 debidas al cambio en los usos del suelo (por ejemplo por la deforestación o el cultivo del arroz), históricamente han venido subiendo, con altibajos, en los últimos 150 años: entre 1850 y el 2000 casi se triplicaron esas emisiones anuales. Si uno tiene en cuenta que se proyecta que la población va a seguir creciendo hasta el 2050 (según el propio IPCC), ¿cómo intuir que la mayoría de los escenarios del IPCC prevén que en el 2050 se van a reducir estas emisiones por debajo de las que teníamos en 1850, cuando la población humana era menor de 1.500 millones de habitantes? ¿Qué milagro tecnológico nos va a llevar a esa situación? ¿O es que la Civilización va a colapsar tan brutalmente?

2º En cada informe del IPCC la elevación prevista del nivel del mar va aumentando. En el informe de 2007 se hablaba de 20-50 centímetros y en el último de 30-80 cm para 2100. Un problema es que tras el informe se elaboran escenarios de adaptación a esos cm. Por ejemplo, hace tiempo la Universidad de Daka publicó el desastre que sobre Bangladesh supondría una subida media del nivel del mar de 30 cm: más de 15 millones de refugiados climáticos solo en ese país. Cuando se contemplan escenarios y modelos conservadores podemos estar jugando de hecho a hacer malas políticas de adaptación. Sobre todo porque cuando se pregunta a los expertos climatólogos en encuestas anónimas, la media de incremento que proyectan en su cabeza es de 80-120 cm. Y no es despreciable el número de ellos que imaginan subidas de 2 y más metros para el 2100.

Es más, sólo el deshielo de Groenlandia ha hecho crecer el nivel del mar en los últimos 20 años en 8 milímetros. Parece que no es importante si no fuera porque el ritmo de crecimiento es acelerado, es decir, parece estar creciendo de forma exponencial (sin que nuestros modelos climáticos atrapen bien esa tendencia que estamos observando). ¿Qué pasaría si Groenlandia se siguiera deshelando a este ritmo exponencial? Pues que desaparecería todo su hielo antes del 2040. Es difícil que pueda seguir ese ritmo, pero estamos hablando de una subida de 6 o 7 metros. Podría poner ejemplos con el deshielo del Ártico, con el incremento de la fuerza de los huracanes y las tormentas, y un largo etc. de consecuencias que ya están yendo mucho más rápidas que lo que proyectan los modelos del IPCC.

Los modelos se equivocan, sí, pero exageradamente por el lado optimista de las consecuencias del cambio climático. Lo que era un problema de nuestros nietos se ha convertido en algo que debíamos haber combatido ayer y que debemos combatir radicalmente hoy.

¿Van a ocurrir esos escenarios catastróficos que anuncio? No lo sabemos y aunque el IPCC los ignora, nadie sabe modelizarlos bien aún, pero aunque la probabilidad fuera solo del 15%, el juego se ha convertido en la apuesta de la Ruleta Rusa, con la bala en la recámara apuntando a la sien de la humanidad (yo creo que la probabilidad es mayor, basta leer los estudios científicos y hacer cuatro cuentas, y si no, que alguien me demuestre científicamente lo contrario). Una humanidad que en vez de dejar el vicio que antes o después la va a matar (nuestro sistema socio-económico), es capaz de poner más balas en el revolver con tal de no renunciar al juego.

Cuando pensemos en Transición pensemos en cómo gestionar un escenario de caos climático que evite contribuir aún más al Colapso civilizatorio desagradable. Todo se realimenta.

30 diciembre 2014

jueves, 29 de agosto de 2019

Elogio del cientificismo


Por MARIO BUNGE

Es sabido que todo puede falsificarse. El motivo principal es que los crédulos son más que los escépticos. Además, lo falsificado suele ser más rentable que lo genuino. Esto vale incluso para las ciencias. Baste recordar el éxito comercial de la medicina «alternativa» y el psicoanálisis.

Lo que ocurre con la ciencia también pasa con el cientificismo. El pseudocientificismo consiste en presentar pseudociencias como si fuesen ciencias auténticas porque exhiben algunos de los atributos de la ciencia, en particular el uso conspicuo de símbolos matemáticos, aunque carecen de sus propiedades esenciales, en especial la compatibilidad con el conocimiento anterior y la contrastabilidad empírica.

El pseudocientificismo es particularmente dañino cuando se alía con el poder político. Baste recordar la oposición de los filósofos soviéticos a la ciencia «burguesa» y la reputación que ganó el contable Robert McNamara, ministro de Defensa en los gobiernos de Kennedy y Johnson, por garantizar que su equipo ganaría la guerra contra Vietnam porque la librarían «científicamente». Lo que McNamara llamaba «estrategia científica» era programación que usaba teorías que parecían científicas pero no lo eran.

Las teorías de la decisión y de juegos eran piezas cruciales en el maletín intelectual de McNamara. Estas teorías presuponen la tesis individualista de que la sociedad es una colección de individuos libres motivados por intereses personales, así como dotados de la capacidad de calcular tanto la probabilidad como la utilidad del resultado de todas sus acciones posibles, más la capacidad de idear la mejor estrategia para maximizar el producto de ambos números. No hay ciencia en la aplicación de estas teorías a la política, ya que a) los individuos que postula son imaginarios; b) lo que importa en política no es el individuo aislado sino el grupo social; y c) los números en cuestión no han sido hallados sino inventados, y ningún experimento ha corroborado la conjetura de la maximización.

En todo caso, si los estrategas norteamericanos utilizaron esas teorías en esa guerra, sobreestimaron sus propias probabilidades y utilidades al tiempo que subestimaron las de sus enemigos, como sostuve antes del fin de esa guerra. Desde luego, esa derrota no fue la de la ciencia ni la del cientificismo; los perdedores fueron la arrogancia imperial y la pseudociencia.

¿Qué tiene de especial la ciencia?

¿Por qué es preferible el cientificismo a su alternativa «humanista»? La respuesta habitual es porque el enfoque científico da más resultados que sus alternativas: tradición, intuición o corazonada (en particular, Verstehen), ensayo y error, y contemplación del ombligo (en particular, modelación matemática a priori). Pero, a su vez, esta respuesta suscita la pregunta: ¿Por qué funciona mejor la ciencia?

Respondo: la vía científica es la que mejor conduce a verdades objetivas o impersonales porque se adecúa tanto al mundo como a nuestro aparato cognitivo. En efecto, el mundo no es la colección de retazos de apariencias que imaginaron Ptolomeo, Hume, Kant, Comte, Mill, Mach, Duhem, Russell y Carnap, sino el sistema de todos los sistemas materiales. Y los seres humanos pueden aprender a usar y aguzar no sólo sus sentidos —que solo dan apariencias— sino también su imaginación, así como controlarla de cuatro maneras diferentes: por observación, por experimento, por cálculo y por compatibilidad con otros elementos del conocimiento anterior.

Además, a diferencia de la superstición y la ideología, la ciencia puede crecer exponencialmente por un mecanismo conocido: la retroalimentación positiva, en la que parte del producto se invierte en el sistema. Pero está claro que la continuación de este proceso requiere invertir alrededor del 3% del PIB en investigación y desarrollo, y esto es algo que no están dispuestos a hacer los políticos anticientificistas.

Esto se aplica, en particular, a la investigación politológica, que la National Science Foundation dejó de subvencionar por atenerse a la restrición de «malgasto» aprobada por el Senado de los EEUU en 2013. ¿No es emblemático que Condorcet, un gran politólogo y el redactor del primer manifiesto cientificista, se suicidara para evitar que lo hiciera guillotinar Robespierre, admirador de Rousseau, quien había antepuesto el sentimiento al razonamiento?

En resumen, la adherencia al cientificismo ha sido muy rentable tanto cultural como económicamente, mientras que la obediencia al anticientificismo amenaza el crecimiento del saber, el cual, aunque con algunos retrocesos temporales, ha venido ocurriendo desde los tiempos de Galileo, Descartes y Harvey.

sábado, 24 de agosto de 2019

Naturaleza desde Valladolid


Interesante nuevo blog que es una visión personal sobre la Naturaleza que nos rodea desde la provincia de Valladolid. Como dice el autor (compañero también de aquí) sobre lo que quiere expresar:

   «Naturaleza de la que somos parte y debemos, también, responsabilizarnos de su (y nuestra) existencia. Para ello uso como epicentro el pueblo de mis raíces, situado al este de la provincia de Valladolid, que es Quintanilla de Abajo —su verdadero nombre para muchos—, aunque oficialmente siga denominándosele con el nombre que le puso la dictadura franquista: Quintanilla de Onésimo. En esta localidad podemos disfrutar de la visión de varios ecosistemas continentales, concentrados en unos pocos kilómetros cuadrados, dando el aspecto de un auténtico 'punto caliente' de biodiversidad. Y, como Quintanilla no está aislada ni forma parte de ningún universo paralelo, desde aquí quiero expandirme al resto de nuestro planeta viviente.»

El autor, aficionado a salidas al campo, desde el centro de la meseta castellana (que no es tan llana como parece) nos muestra cosas de los diferentes ecosistemas de la zona y pretenderá introducirnos en la Nueva Biología que cuestiona el dogma neodarwinista imperante. Sin titulación académica, solo su experiencia (incluidas lecturas) nos ayudará a conocer el mundo natural del que formamos parte.

Esta es la dirección (tiene buena pinta, solo falta que el tiempo diga como seguirá).


¡Aconsejable!

miércoles, 3 de abril de 2019

AMOR Y RABIA se despide de Internet


Tras 6 años de actuar en el espacio digital, el grupo Amor y Rabia desaparecerá de internet y centrará sus actividades en torno al papel.

Motivos para esta decisión hay muchos, pero sin duda la gota que ha colmado el vaso es la directiva de Copyright de la UE, que pone punto final a internet como la hemos conocido hasta ahora. Aunque sus efectos tardarán en notarse, el objetivo es claro: crear un instrumento que permita acabar con la disidencia informativa, camuflando la censura con la defensa de la propiedad.

Se aproximan tiempos difíciles, las nubes ya se asoman en el horizonte. Tras una década viviendo en el Mundo Feliz avanzamos hacia un 1984 supertecnológico en un contexto que cada vez se parece más al de la década de los 20 y 30, cuando la otrora potencia hegemónica —el Imperio Británico— se derrumbaba, dando lugar a un carrera armamentística paralela al establecimiento de bloques económicos autárticos.

El mundo virtual creado por la digitalización está devorando el mundo real y sustituyéndolo por un Pueblo de Potemkin, y convierte Fahrenheit 451 en un juego de niños, como demostró el Estado alemán en 2017, al eliminar con tan sólo apretar un botón una filial alemana de Indymedia. Existir en este decorado, en el que la información es un bien con fecha de caducidad inmediata y de valor ínfimo, es una carrera diaria eterna a ninguna parte, que consume un tiempo inmenso a cambio de (casi) nada.

Tras el final de nuestra presencia digital, nuestras cuentas se mantendrán inactivas y centraremos nuestros esfuerzos en levantar una infraestructura que nos permita volver al mundo real, de papel. Quien tenga interés en apoyarnos puede ponerse en contacto con nosotros a través de nuestra dirección de correo electrónico: colectivo.editorial.ayr@gmail.com. Al resto, agradecer vuestro interés durante estos años. Salud.