Kropotkin en 1886. |
Por EDUARD TARNAWSKI
Con la teoría de Darwin era muy cómodo justificar la expansión colonial y la explotación capitalista, pero no era posible llevar a cabo las revoluciones en Occidente. En esto último a Darwin le aventajó su vecino de Londres, Marx. El planteamiento según el cual la única historia de la humanidad posible es la historia del hombre en la sociedad —y no la historia de la especie humana como pensaba Darwin— se convirtió en doctrina oficial del movimiento revolucionario. El marxismo empezaba además su andadura como la principal teoría de las Ciencias sociales y pudo desarrollarse gracias al sostén que encontró en la Segunda Internacional. En consecuencia, la doctrina anarquista dominante en dicho movimiento hasta los años setenta del siglo XIX tuvo que retroceder. Los seguidores de Bakunin pudieron mantener sólo algunas posiciones de segundo rango. Para recuperar su posición anterior al despliegue de los marxistas sí tenían una cosa clara: hacía falta como fuera una vastísima cantidad de fenómenos y la que ofrecía una herramienta para crear un sistema filosófico alternativo al marxismo.
Pero el camino se presentaba muy difícil. En primer lugar, por culpa del mismo Darwin, quien no dejó en su teoría ningún lugar que permitiese contemplar la posibilidad de cooperación entre los animales. En segundo lugar, porque los partidarios del darwinismo hicieron una lectura muy reduccionista del mismo. Para devolverle la fuerza de una teoría revolucionaria era urgente rescatar a Darwin de las manos de esos torpes propagadores que le hacían un flaco favor. Para esa misión el mejor preparado parecía ser un príncipe ruso, Piotr A. Kropotkin, que se manifestaba profundamente antimarxista. Le irritaba —y le comprendo muy bien—, ese pretencioso estilo de las fórmulas matemáticas que aparece en las páginas de El Capital. Era el mejor para atacar a Marx, pero no era todavía ni anarquista ni darwinista. Aunque había leído a Proudhon en los tiempos de su encarcelamiento en Rusia no se declaró anarquista hasta 1871, cuando se estableció en Suiza. Posteriormente, desde 1886, viajó a Inglaterra, donde se dedicó plenamente a la labor de combatir el marxismo con los argumentos darwinistas. (…) Allí, y ya sin interrupción, empezó a trabajar en la obra de su vida: reconciliar a los comunistas con los anarquistas. Con este propósito en 1892 publicó su principal libro La conquista del pan. En él proclamó que «el camino más corto al comunismo es el anarquismo, porque todo comunismo lleva al anarquismo». En el año 1890 publicó en la revista Nineteenth Century primero una serie de artículos en los que polemizaba con las tesis de T. Huxley, llamado entonces «perro de presa de Darwin». Kropotkin que un libro como el que publicó en 1888 Huxley, titulado Struggle for Existence and its Bearing upon Man ('La lucha por la existencia y su relación con el ser humano'), perjudicaba más a Darwin que todas las críticas de sus enemigos. Tenía razón. Darwin, llamado a inspirar las revoluciones, estaba siendo utilizado por culpa de sus discípulos para frenarlas. Estos falsos propagadores de Darwin —especialmente los economistas—, hacían pensar que la palabra ¡Ay! de los devorados era la última palabra de la teoría social. Ellos, por pura ignorancia, elevaron la lucha sin cuartel y en pos de ventajas individuales al rango de ley universal. A Kropotkin le resultaba insoportable que se tratase a su querido maestro Darwin como un simple discípulo del economista Malthus o que se le identificase con el sociólogo Spencer. No se contentaba con advertir que no había que hacerles caso, porque su conocimiento de las Ciencias naturales no iban más allá de algunas frases corrientes, y éstas tomadas de divulgadores de segundo grado; con toda su fuerza atacaba a los que reducían la teoría de Darwin a la justificación de la lucha entre individuos por los medios de subsistencia, entre seres eternamente hambrientos y ávidos de la sangre de sus hermanos. Su experiencia le decía que en la naturaleza no hay nada que hable a favor de esta lucha. Al contrario, todo gira en torno a la cooperación. Por eso se propuso como objetivo cambiar la imagen de Darwin y pudo hacerlo sólo porque había conseguido ser un intérprete autorizado. Así, en la «Introducción» tuvo el acierto de hacer constar que su planteamiento, contrario a todas las interpretaciones sociológicas y económicas de la teoría de Darwin, contaba con la aceptación por parte del mismo Henry Walter Bates, el que fuera el primer protector de Darwin. Esa previsión era necesaria dada la tendencia a ver en él a un detractor de Darwin. No compartiría, pues, ninguno de los planteamientos interdisciplinarios de los biopolíticos contemporáneos que hablan de la coexistencia pacífica entre biólogos y sociólogos.
Al mismo tiempo Kropotkin se distanciaba de la postura de los que no se sentían con fuerza de seguir el planteamiento radical nacido del darwinismo hasta sus últimas consecuencias. Los evolucionistas de su tiempo, al reconocer el origen animal del hombre, a lo sumo reconocían que con el invento de la historia el hombre abandonaba para siempre su mundo animal. Así pensaban los darwinistas como Alfred R. Wallace. Por el contrario, Kropotkin decía que lo mejor que puede hacer la izquierda para el hombre era ayudarle no a salir del reino de los animales sino a permanecer en él. En esto le avalaban sus propias experiencias de naturista adquiridas en sus viajes por la Rusia Oriental —no por el sur del Atlántico, como en Darwin—. Aunque menciona una conferencia del biólogo francés Espinas de 1881 en la que se interpreta a Darwin como un cooperativista, deja claro que los primeros en hacer esta lectura correcta del maestro fueron los rusos. Concretamente, el zoólogo Karl F. Kessler, de la Universidad de San Petersburgo, quien fue el primero en protestar en el congreso de los naturalistas rusos en enero de 1880 contra el abuso del concepto «lucha por la existencia». En la formulación de su tesis la ley de la ayuda mutua contó con el apoyo del zoólogo Alexey N. Severtsov, así como su amigo personal, Iván S. Poliakov. Todos estaban impresionados por la obra de Darwin, pero al observar la naturaleza siberiana y del sur de Rusia se preguntaban constantemente dónde estaría esa despiadada competencia entre los animales de la misma especie, que no encontraban por ningún sitio.
Severtsov y Poliakov, naturalistas rusos. |
Kropotkin sacó dos conclusiones de su lectura de Darwin. La primera: el origen prehumano de los sentimientos morales. El hombre no sólo procede del mundo animal sino que de este mundo se originan los instintos que dieron origen a la moral. Kropotkin piensa que el notable progreso de las Ciencias sociales a finales del siglo XIX le ofrece la posibilidad de demostrar que la incorporación de esos instintos a la organización de las sociedades humanas fue la base del progreso moral. Por fin —decía— no haría falta hablar de amor ni de la simpatía. Entre los humanos —como entre los animales— no hay ni lo primero ni lo segundo: solo hay solidaridad. La segunda tesis es que la mejor forma de organización política es el federalismo. Lo que a primera vista parecía ser una desinteresada defensa de Darwin frente a las malas interpretaciones de los social-darwinistas, acaba siendo la vuelta a la vieja utopía anarquista: lo mejor para el ser humano es deshacerse del Estado y volver a los tiempos de la comuna, que es lo mismo que volver al siglo XII, a los tiempos en que todo lo europeo era federalista, como dirá en una conferencia que es considerada la conclusión de su obra magna El apoyo mutuo.
Los precursores rusos de la Biopolítica
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