lunes, 15 de marzo de 2021

Lo primero y lo último

Por HELENO SAÑA

El pensamiento antiguo se ocupaba de las causas y las cosas primeras, el de hoy, de lo nuevo y último. Es la diferencia entre una época profunda y una época superficial. Nietzsche, admirador de la cultura griega, concebía la historia humana como el «eterno retorno de lo mismo», la ideología hoy en boga no tiene otra preocupación que la de inventar modas y novedades. Platón consideraba que la verdad se halla en el fondo de nuestra alma, hoy la gente opta en general por buscarla en el aturdimiento, el bullicio y la dispersión. El ideal griego era el de elevarse a las alturas de lo bueno, lo bello y lo verdadero, la aspiración del hombre contemporáneo la de divertirse y pasarlo bien. Hemos entrado de lleno en un estadio histórico irreverente que ha perdido todo respeto a los valores eternos y vive sin principios estables y sólidos.

El culto a lo nuevo es, originariamente, un producto del mesianismo o profetismo hebreo. A la inversa de los griegos, que tienen una concepción positiva y cíclica del cosmos, los judíos, insatisfechos de sí mismos y de su adverso destino aquí en la tierra, viven pendientes de la llegada del mesías. Lo verdadero no es el aquí y ahora, sino lo que un día llegará en forma de redención, una visión escatológica que el cristianismo asume plenamente. Liberado de su contexto religioso y debidamente secularizado, el mesianismo judío se convertirá, a través de la dialéctica ascendente y apologética de Hegel y Marx, en profecía revolucionaria.

Tras el fracaso de la utopía hegeliano-marxista, el fetichismo de lo nuevo ha pasado a manos del capitalismo, y dentro de éste, de Norteamérica, un país sin raíces históricas profundas cuyo pasado más lejano es el de los comienzos de la Modernidad europea, de la que hereda y potencia al máximo el culto a la técnica y a los descubrimientos científicos, pero sin asumir, su trasfondo cultural. ¿Qué es el 'american way of life' sino la versión vulgar y simplificada del culto moderno al progreso? Los antiguos griegos entendían por progreso el perfeccionamiento humano, moral e intelectual de la persona, una concepción compartida por el humanismo renacentista y la Ilustración; para la cosmovisión vigente el progreso consiste en inundar cada vez más aceleradamente el mercado con toda clase de productos y artículos de consumo, y ello con el solo objeto de ganar dinero, el ideal contemporáneo por antonomasia. Para la cultura universal, lo primero ha sido siempre el espíritu; la sociedad tardocapitalista lo ha degradado a último lugar, elevando en cambio a 'summum bonum' la posesión y el goce de los bienes materiales. El lema básico de los estoicos era el de vivir de acuerdo con las leyes de la naturaleza, 'secundum naturam vivere'; el de hoy, seguir las leyes del reino artificial creado por el marketing, el mercado y la publicidad, una trasformación de todos los valores que la 'doxa' al servicio del sistema ha bautizado de pluralismo y diversidad.

El reverso de la medalla es el mundo irracional, conformista, agónico y sin rumbo fijo que el gran filósofo franco-griego Cornelius Castoriadis ha descrito hace poco en su libro Une societé à la derive, publicado 'post mortem'. Es el precio que hay que pagar por el intento de vivir al margen o en contra de la ética, el instinto de conservación, el buen gusto y lo que los antiguos llamaban 'phronesis' o discernimiento y cordura. La factura nos viene en forma de vacío y malestar interior, miedo, frustración, resentimiento y agresividad general.

Por muy alienado que el hombre esté, no puede ignorar que está malgastando y despilfarrando estúpidamente su vida, cada vez más absurda y carente de sentido. No creo que hayamos venido al mundo para autodegradarnos y sucumbir a nuestros instintos más bajos, sino más bien para superarlos y dar a nuestro paso por la tierra la máxima elevación moral posible. No intentarlo me parece una traición a lo que en lenguaje alemán se llama bellamente 'Bestimmung', término que en castellano significa una síntesis entre destino, determinación y vocación. Ser fieles a esta 'Bestimmung' es, por lo demás la condición previa para vivir reconciliados con nosotros mismos y con nuestros semejantes. O esto o la guerra de todos contra todos que tenemos ahora. Soy plenamente consciente de que lo que estoy diciendo suena a rancio y anacrónico, incluso a sermón dominical. Pero aparte de que admiro más lo antiguo que lo moderno, pienso, como uno de los personajes de Dostoievski, que a veces hay que tener el valor de cubrirse de ridículo.

LA CLAVE
Nº 287 / 13-19 octubre 2006

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