lunes, 5 de diciembre de 2011

Contra la psiquiatría (I)

Revista anarquista Amor y Rabia, nº 39
28/02/1997

“No es absurdo afirmar que la gente al empezar a encontrarse sana sea cuando a muy menudo se la recluya en un hospital psiquiátrico.”
D. Cooper




1. La psiquiatría a través de los tiempos

1.1 La Edad Media y la época pre-industrial


Existe una innegable correlación entre el desarrollo y consolidación del desarrollo moderno y del capitalismo en occidente y la represión de la locura por parte de la institución psiquiátrica. Durante el medioevo y la etapa renacentista se llegó a dar un intenso diálogo entre los locos y el resto de la sociedad. Ambos grupos coexistían y se relacionaban sin grandes complicaciones en el seno de la misma estructura comunitaria puesto que los locos lejos de constituir un mundo aparte, campaban a sus anchas por doquier y sólo eran castigados si resultaban demasiado agresivos. En aquella época, según asegura M. Foucault, “la locura es esencialmente puesta en libertad; circula, forma parte el decorado y del lenguaje comunes y es para cada uno una experiencia que se busca más para exaltar que para reprimir” (M. Foucault, Historia de la locura en la época clásica). Cierto es que en los siglos XV y XVI se fundan las primeras “casas de locos”, pero éstas son más bien fruto de la ética cristiana de protección al desvalido propia de esta época que el resultado de un intento de confinamiento sistemático de los locos en instituciones manicomiales.


La fiesta de los locos de Brueghel


En el siglo XVII, sin embargo, el panorama psiquiátrico empieza a cambiar. En el siglo del absolutismo en lo político, el mercantilismo en lo económico y un cierto racionalismo embista estrecho de miras en lo epistemológico, toda forma de “irracionalidad” es perseguida, entre ellas la locura. A partir de este momento los locos van a ser controlados, confinados en hospitales y silenciados. Este encierro pierde ahora todo carácter caritativo o sanitario para ser una medida policial más enmarcada en el proceso de desarrollo del estado moderno. Además, allí donde el auge del capitalismo y de la burguesía como nueva clase hegemónica es más acusado (es decir, en el ámbito anglo-sajón) se rentabiliza el confinamiento de los locos y demás seres “asociales” en las “workhouses”, donde son obligados a trabajar. El fin de estos centros de trabajo era doble: por una parte, se pretende proveer al sistema productivo de fuerzas laborales baratas en tiempos de pleno empleo y altos salarios y de paso hacer desaparecer de las calles de esta forma a los ociosos, y por otra parte, se busca convertir este sistema de trabajos forzados en muro de contención frente a posibles revueltas sociales en tiempos de paro. Asimismo, las humillaciones de que eran objeto los locos en las “workhouses” eran utilizadas como ejemplos para el adoctrinamiento moral de las masas. Con el tiempo, las autoridades se dieron cuenta de la poca capacidad para el trabajo de los locos y éstos acabaron por ser enjaulados y exhibidos públicamente como “monstruos” en ferias y circos.

1.2 La etapa de desarrollo industrial y capitalista

La industrialización y el capitalismo no empiezan a alcanzar un grado de desarrollo verdaderamente notable hasta el sigo XVIII (por lo menos en algunos países europeos) en que la burguesía se hace con las riendas del poder económico y acecha al estado absolutista aristocrático, cuya política mercantilista choca con los postulados librecambistas de la burguesía, deseosa de eliminar toda traba al proceso de expansión del capital. Ahora mantener a los locos en casas de trabajo ya no va a resultar a ser considerado rentable para el estado, pese a lo cual, los locos no van a ser liberados pues son vistos por las autoridades como seres peligrosos e improductivos. Incluso cuando la burguesía toma el poder político durante la Revolución Francesa de 1789 y proclama la “Declaración de Derechos del Hombre”, los locos no serán liberados más que de manera formal, quedando todo reducido a una declaración de buenas intenciones.

Entre las reformas administrativas que el liberalismo político triunfante trajo consigo se incluía la reforma de la medicina, de corte positivista, en la cual se enmarcaría la psiquiatría como ciencia administrativa y correctora al servicio del estado. Es aquí donde hay que ubicar a Pinel, el gran iniciador de la psiquiatría médica (al menos en Francia). Pinel es hijo de la Revolución Francesa y como al se hace eco de la llamada del poder burgués a la liberación de los locos, para lo cual éstos tendrán que ser tratados como enfermos en un hospital especializado hasta que alcanzasen su curación, momento en el cual podrán reintegrarse a la sociedad de los hombres “libres”. Esta formulación es típica del poder burgués imperante, para el cual la locura es una desviación de la naturaleza esencialmente “social” del ser humano, el cual no puede más que sentirse feliz en el seno del estado liberal. Al tomar la incuestionabilidad del orden establecido como dogma, la concepción de la locura bajo el estado liberal niega que la alienación mental pueda derivarse de un fallo en la organización social haciendo único responsable de la misma al loco. Esta interpretación es además organicista, es decir, que considera la locura como una más de las enfermedades corporales, situando su origen en un defecto en la constitución de los órganos internos (no necesariamente el cerebro) o en la corporeidad del sistema nervioso. Por otra parte, la psiquiatría se hace descriptiva y nosográfica, es decir, que el psiquiatra se va a dedicar a analizar al loco como un mero portador de síntomas de una supuesta enfermedad, con lo cual el paciente pierde sus atributos de persona, esto es, se cosifica.

Phillipe Pinel


Sobre la base de las tesis anteriormente expuestas, durante el siglo XIX va a tener lugar un proceso de (en palabras de E. González Duro) “reformismo psiquiátrico” por el cual el estado se hará de la protección de los locos (ahora se amplía el número de casos de “desviaciones” con respecto a la norma social) mediante la creación de redes de manicomios públicos. Con ello lo que se pretende es preservar el orden social en una época en que las estructuras capitalistas y estatistas están amenazadas por las aspiraciones revolucionarias del movimiento obrero, aunque, por supuesto, todo esto se oculta debidamente tras argumentos humanitarios en el mensaje del poder. Se estrechan así los lazos entre el estado y la institución psiquiátrica. Y como ejemplo de esto baste citar la promulgación en Francia de la Ley de Locos de 1838 que detalla las causas que justifican el internamiento psiquiátrico, dependiendo éste de la peligrosidad para el orden establecido y de la inseguridad de las personas que rodean al loco. Además, según esta ley eran los prefectos de la policía los que debían determinar si una persona debía ser internada o no. Todo ello nos lleva al concepto de loco como “peligro social”, que es asimilado por la psiquiatría como nuevo tipo de enfermedad mental (sería la “monomanía” de que habla Esquirol o la “moral insanity” en la terminología de Arnold y Prichard). Esta “monomanía” a partir de ahora se convertirá en instrumento del orden establecido para estigmatizar las conductas extrañas a la norma social (las de homosexuales, disidentes, revolucionarios, etc.). De este modo “el médico”, afirma E. González Duro, “acude al manicomio no por su saber técnico o sus cualidades terapéuticas, sino para servir de justificación científica a la exclusión social del enfermo mental” (prólogo a La política de la psiquiatría, de J. L. Fábregas y A. Calafat). Por otra parte el tratamiento también varía,; ahora, ya no se basa en el uso de la violencia física directa sino que se intenta inculcar los valores del orden imperante (la moral social, la del trabajo y la de la familia) para curar al enfermo. Junto a esto se instaura un régimen policial en el interior de los manicomios en los que se lleva a cabo un despliegue de vigilantes dispuestos en todo momento a demostrar a los internados que la rebeldía y la resistencia no tendrán éxito y serán castigadas. Ante esta amenaza el loco se va obligado a aceptar pasivamente los preceptos que se le quieren inculcar, lo cual tiene una doble implicación: en primer lugar, de esta manera lo único que se podrá llegar a conseguir es eliminar las manifestaciones externas de la locura; en segundo lugar, el internado ante la opresión ambiental acaba comportándose “normalmente”, lo cual es aún peor porque se le aliena, se le destruye su verdadera personalidad. De todas formas, alcanzar la “normalidad” no siempre significa el fin del internamiento ya que muchas veces las autoridades del centro alegan que la puesta en libertad del loco traería consigo su “recaída”, y en consecuencia, su regreso al centro psiquiátrico al no poder adaptarse a las exigencias de la sociedad.

Este “tratamiento moral” de la locura que acabamos de describir no era más que el resultado de la insuficiencia de base científica de que adolecía la psiquiatría de principios del siglo XIX, lo cual hacía de esta una disciplina especialmente permeable a las normas sociales del momento, que, como es de suponer, poco tenían que ver con los conocimientos científicos. No obstante, a medida que avanza el siglo XIX, el tratamiento moral de la locura se va a ir abandonando a favor de un enfoque de corte positivista y cientificista más acorde con el pensar de los nuevos tiempos. Este nuevo enfoque va acompañado en una profundización en la concepción somaticista de la psiquiatría, para la cual la locura es una enfermedad orgánico-cerebral (en la que los factores hereditarios juegan un papel clave) y el loco no es más que un enfermo entre tantos otros. A esto va a contribuir la aparición de de una serie de descubrimientos en el campo neurológico (el “delirium tremens” en los alcohólicos como entidad diferenciada, la explicación de la pelagra y sus síntomas psíquicos, el sustrato cerebral de la parálisis general y progresiva y de su psicopatología, etc.) lo cual va a dar pie a que la psiquiatría caiga en el optimismo utópico de creer estar a las puertas del descubrimiento de las causas de la locura y de su total erradicación. En cuanto a la política manicomial, en esta época en esta etapa se va a dar un mayor empeño en mejorar las condiciones de higiene y salud de los hospitales así como en humanizarlos. Por otra parte, esto trae consigo la contrapartida de que se profundiza en la estigmatización de las personas internadas así como en la cronificación de su “anormalidad”. Más, aún, las tesis somaticistas van a dar pie a que la psiquiatría caiga en una actitud de “nihilismo terapéutico”. Así, la supuesta base orgánica de la locura va a originar un más que dudoso uso psicoterapéutico de la cirugía. Sólo esto explicaría la brutal conducta de especialistas del inglés Isaac Baker Brown, que postulaba la clitoridectomía de las enfermas mentales, pues según sus investigaciones la histeria femenina y otras afecciones mentales de las mujeres tenían su causa en la excitación periférica de los órganos sexuales externos (esto, en definitiva, equivalía a criminalizar la masturbación femenina). Más tarde, el médico norteamericano R. Battey propondría la extirpación de los ovarios como medida terapéutica frente a la locura en la mujer. Por supuesto, Baker Brown, Battey y tantos otros psiquiatras somaticistas ni siquiera se plantearon buscar el origen del elevado índice de insania femenina en claustrofóbico rol al cual la mujer se veía sujeta en el seno de la sociedad burguesa.

Sin embargo, a finales de siglo la psiquiatría organicista va a sufrir pequeñas variaciones sobre sus rígidos esquemas primigenios. Por un lado, en Inglaterra va a surgir una tendencia psiquiátrica que, si bien sigue teniendo una base somaticista, dará un papel menos determinante a los factores hereditarios frente a los ambientales y sociales, que ahora van a adquirir gran importancia. Para esta tendencia, el contexto social condiciona la locura, por lo cual se va a extender la creencia de que los hospitales psiquiátricos no ofrecen el ambiente adecuado para la curación del enfermo sino que más bien contribuyen a la cronificación de la enfermedad mental. Así, Connolly inaugura el "Non-Restraint System" (sistema de puertas abiertas) mediante el cual los locos son "excarcelados" y reinsertados en la sociedad, promoviéndose para ello las actividades fuera del centro y permitiéndose abundantes salidas. A pesar de lo aparentemente liberal de esta medida, su fin último no era, ni mucho menos, filantrópico ya que lo que se buscaba era rentabilizar los manicomios convirtiéndolos en centros donde al loco se le enseña un oficio para reinsertarlo en el tejido productivo (de nuevo se busca en la locura el beneficio económico) Además, hay que tener en cuenta que estas mejoras hay que enmarcarlas en un proceso de subida del nivel de vida de la población inglesa en un momento en que la burguesía (debido a la proyección imperialista del capital británico) necesitaba promover la paz social en la metrópoli.


Emil Kraepelin


Por otro lado, hacia 1870 se va a desarrollar en Alemania una corriente psiquiátrica que incorpora al consabido esquema organicista ciertos elementos de psiquiatría "'psicológica". Tal será el tipo de psiquiatría desarrollado por Kraepelin, el cual se va a nutrir tanto del positivismo oficial como de ciertas tendencias filosóficas idealistas anteriores a la edad de oro del cientifismo No obstante, la psiquiatría kraepeliana pecaba de ser excesivamente especulativa y poco práctica (obtendría pocos resultados en el campo de la asistencia a enfermos mentales) y además presentaba un considerable lastre metafísico (reconocía, p. e., la tradicional dicotomía cuerpo-alma).


Egas Moniz, precursor de la lobotomía
y Premio Nobel



1.3 El siglo XX


El siglo XX va a traer consigo un considerable cambio de punto de vista en el terreno de la psiquiatría pues el enfoque organicista y positivista va a ir perdiendo terreno en favor de la psiquiatría "psicológica" inaugurada por Freud y demás seguidores del psicoanálisis (Jung, Adler, etc.). De todas maneras, este relevo no se producirá de manera manifiesta hasta el periodo de entreguerras con lo cual la corriente somaticista (con el psico-fisiólogo alemán Wundt a la cabeza) va a mantener su hegemonía por lo menos durante el primer tercio de siglo. Y es precisamente en este siglo, cuando las teorías organicistas van a ser desarrolladas hasta extremos aberrantes. Aquí podríamos citar el caso del psiquiatra portugués Egas Moniz, que se dedicó desde 1935 a lobotomizar y escindir cerebros para llegar a erradicar la enfermedad que anidaba en los encéfalos de sus pacientes, por lo cual se le concedió el Premio Nobel de Medicina en 1955. Y peor aun, la psiquiatría positivista llegaría a convertirse en la justificación “científica” del terror de estado y del genocidio durante el III Reich nacionalsocialista, periodo en el cual los psiquiatras del régimen nazi decidieron llevar a cabo la “eutanasia” de 300.000 “vidas desprovistas de valor e indignas de vivirse”, 300.000 locos que habían de ser exterminados, pues como “seres inferiores” que eran, habrían contribuido a propagar el germen de la “degeneración social” contenido en sus genes Sin ir más lejos, en plena Guerra Civil Española, el Dr. Antonio Vallejo Nájera (padre del archiconocido psiquiatra Juan Antonio Vallejo Nájera y jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército de Franco) llevó a cabo con la ayuda de miembros de la Gestapo una serie de “experimentos” con prisioneros/as antifascistas de un campo de concentración, a fin de llegar a describir la “malformación biopsíquica” que, según él, llevaba al “fanatismo revolucionario”. Al parecer, el responsable de tan grave “degeneración psíquica” era un cierto “gen rojo” (El Pais del 7-1-96).


Antonio Vallejo-Nájera, descubridor del "gen" rojo


Tras la Primera Guerra Mundial, la psiquiatría recibe el influjo revitalizador de las nuevas corrientes filosóficas (el vitalismo, la fenomenología, el existencialismo, etc.), todas ellas surgidas como reacción al reduccionismo positivista del periodo anterior. Ya en 1913, el destacado pensador existencialista Karl Jaspers da un primer paso hacía la ruptura con el enfoque organicista al clasificar las manifestaciones psíquicas en "comprensibles" (neuróticas o simplemente normales), las cuales eran dependientes del contexto familiar o social del sujeto; e "incomprensibles" (locas o psicóticas), resultantes de una alteración somática. Desafortunadamente, Jaspers, en relación con el segundo tipo de manifestaciones psíquicas, no sólo vuelve a hablar de un origen somático de la locura sino que también propone la represión y el confinamiento en manicomios como "medida terapéutica". El gran paso en esta nueva dirección, empero, lo va a dar el neurólogo austriaco de origen judío Sigmund Freud. Freud, notablemente influido por las filosofías vitalistas (llegaría a realizar análisis psicológicos de escritos de Nietzsche), va a romper con el positivismo psiquiátrico imperante al afirmar que el psiquismo humano está relación con el contexto social inmediato del individuo (especialmente con los progenitores). Esta idea fundamental en el pensamiento psicoanalítico de Freud, nos lleva a hablar por primera vez del concepto de “sociogénesis” en relación con la explicación, de los fenómenos psíquicos (entre los que cabria incluir la locura), a los cuales a partir de ahora se les va a buscar un origen social, es decir, que se va a estudiar cómo se derivan de la relación, con los otros. Igualmente innovador es que Freud, a medida que hace evolucionar sus teorías, tiende a oponerse a la unidireccionalidad de la clásica relación psiquiatra (activo)/ paciente (pasivo). Así, el padre del psicoanálisis se nos presenta como el primer psiquiatra que parece dar importancia a los mecanismos de interacción psiquiatra-paciente, lo cual se va a ver reflejado en sus minuciosos estudios de las transferencias y contratransferencias. Por tanto, ahora no se trata simplemente de preguntarse “qué le pasa al otro” sino también “qué me pasa a mi en relación con el otro” y “cómo nos influimos mutuamente”. Estos dos postulados básicos del psicoanálisis freudiano van a estar presentes más tarde en los planteamientos de los/as antipsiquiatras. Estos hallazgos dejaron al descubierto la hipocresía y la represión que subyacían a la moral burguesa imperante, lo cual, por supuesto, convirtió a Freud en un personaje odiado por la sociedad europea de la época. De hecho, la filiación judía del movimiento psicoanalítico convirtió a éste en objeto de persecución por parte del estado nacionalsocialista alemán, por lo menos desde 1938.

Freud y esposa

Conforme se va desarrollando la joven disciplina psicoanalítica van a ir surgiendo disensiones que van a dar lugar a rupturas, Entre las numerosas escisiones, destaca la protagonizada por una serie de personalidades a las que se suele agrupar bajo la etiqueta de “freudomarxismo”, con la cual se pretende denominar a aquellos que hicieron una critica “por la izquierda” de las tesis de Freud. Así, autores como Reích, Fromm o Marcuse, todos ellos imbuidos de un marxismo más o menos heterodoxo, van a buscar la síntesis (cada uno a su manera) entre Freud y Marx, inaugurando así lo que será la izquierda del psicoanálisis. Dicha síntesis tiene gran trascendencia por lo que supone de renovación para estas dos grandes corrientes de pensamiento del siglo XX. Por un lado, el dogmatismo economicista del marxismo, consistente en hacer prevalecer los “modos de producción” como la “estructura” de la cual se derivan el resto de manifestaciones humanas o “superestructuras”, queda neutralizado, restituyendo así al individuo y a su subjetividad la relevancia que los petrificados esquemas del materialismo histórico le habían arrebatado. Por otra parte, los freudomarxistas van a dar al psicoanálisis de Freud una auténtica proyección social al poner al individuo en relación no sólo con su entorno familiar sino también con las estructuras políticas, económicas y sociales que conforman el contexto global en que éste está inmerso y con las cuales interacciona constantemente. Este enfoque integrador estaría materializado en las siguientes palabras de W. Reich, extraídas de su obra La revolución sexual: "El proceso económico, esto es, el desarrollo de las máquinas, es funcionalmente idéntico al proceso psíquico de la estructura humana en aquéllos que realizan el proceso económico, lo estimulan o lo inhiben y del cual, a su vez, reciben influencia. La economía sin una estructura emocional operante, es inconcebible; dígase lo mismo del sentir, pensar y obrar humanos sin una base económica. Despreciar unilateralmente lo uno o lo otro lleva al ‘psicologismo' (‘las fuerzas psíquicas son el único motor de la historia’) o al ‘economicismo’ (‘la técnica es el único motor de la historia’). Por lo demás, cada uno de estos tres autores va a desarrollar una labor intelectual con características propias. Así Wilhelm Reich se centrará en el campo de la sexología y la psicología de masas y llegará a afirmar que el “Thanatos” freudiano no es más que cierta cantidad de energía libidinal que, al ser reprimida por la presión de agentes externos al individuo (léase la opresión ejercida sobre éste por la sociedad autoritaria capitalista) rebrota en forma de “impulsos secundarios”, los cuales explicarían los comportamientos psicóticos y “crimínales”. La solución a este conflicto generador de neurosis seria para Reich la revolución sexual, es decir, la desinhibición, o mejor dicho, la ''autorregulación" de la libido (lo que Reich llama “economía sexual”), rechazando así el recurso a la “sublimación” que Freud postulaba. Por su parte. Erich Fromm, llevará sus tesis al terreno de la sociología para hacer un agudo análisis de los procesos de despersonalización a la que la esquizoide sociedad tecnificada somete al individuo, conviniéndolo en un mero autómata-productor-consumidor, un simple engranaje de la maquinaria del sistema productivo. Finalmente, el filósofo Herbert Marcuse pondrá de manifiesto cómo la psiquiatría oficial ha acabado por convertirse en un instrumento más del poder establecido, cuyo objetivo no es otro que el de reincorporar al paciente inadaptado a la demente “normalidad” de la sociedad de consumo. En conclusión, los freudomarxistas al poner un mayor énfasis en la idea de “sociogénesis” están ya muy próximos a los planteamientos defendidos por los antipsiquiatras, especialmente los de la corriente político-social.

Psicología de masas del fascismo,
un título imprescindible de Wilhelm Reich


1.4 La psiquiatría en la sociedad postindustrial


Con la victoria de las democracias burguesas en occidente tras la Segunda Guerra Mundial, las aguas van a volver a su cauce en todos los aspectos y, por supuesto, también en psiquiatría. El psicoanálisis que había irrumpido en la fecunda escena intelectual de la Europa de entreguerras cargado de un considerable potencial revolucionario tenderá a institucionalizarse y a ponerse al servicio de los poderes fácticos. Las voces críticas van a ser progresivamente sepultadas por el mensaje implacable y uniformador de los medios de comunicación de masas, viéndose condenadas a la marginalidad, salvo en el paréntesis qt aproximadamente abarca la segunda mitad de la década de los 60 y la primera de los 70 con la oposición a la intervención imperialista norteamericana en Vietnam, el Mayo del 68 francés y el fin de las dictaduras de Grecia, Portugal y España como principales acontecimientos. Va a ser este periodo de resurgir de la conciencia crítica el marco social e histórico en el que se desarrollará la Antipsiquiatría (de la cual trataremos más abajo).

A partir de este momento, la psiquiatría va a orientarse hacia un empirismo pragmático que pretenderá rehabilitar a los locos y demás inadaptados haciendo de ellos productores eficientes y voraces consumidores que no entorpezcan el funcionamiento de la sociedad de consumo. En este orden de cosas, al loco sólo se le va a considerar rehabilitado cuando al reincorporarse a la sociedad es capaz de conseguir cierto éxito profesional aunque muestre una incapacidad manifiesta para comunicarse con los demás (sólo interesa pues la recuperación productiva del individuo afectado). Este aspecto va a ir acompañado, además, de una progresiva extensión de la influencia de la psiquiatría (más allá de las consultas y los hospitales) a todas las facetas de la vida cotidiana, con aspiraciones cada vez más totalitarias. De este modo, la psiquiatría se convierte en un oculto mecanismo del que los poderes instituidos se van a valer para desmantelar la disidencia en las fábricas, las escuelas, las familias, etc., que contribuirá a mantener el consenso colectivo a través de los medios de comunicación y que ayudará al sostenimiento del nivel de consumo de la población asesorando a las grandes empresas en cuestiones publicitarias. La ubicuidad de la psiquiatría llega a tal extremo que cualquier tensión social o política, cualquier conflicto social o familiar va a ser “psiquiatrizado”, es decir, va a ser reducido a términos meramente psicológicos e individuales (tendencia ampliamente desarrollada en los Estados Unidos). Con esta psicologizacion de los conflictos colectivos se va evitar la toma de conciencia de los defectos de las estructuras políticas, económicas y sociales en que se halla inmerso el ser humano contemporáneo, preservando así la incuestíonabilidad del orden establecido.

Por otra parte, en las sociedades de capitalismo avanzado la creciente tendencia al desmantelamiento del estado del bienestar con la consiguiente reducción de los gastos sanitarios, va a traer como consecuencia que cada vez sea más inviable el mantenimiento de los costes de los tradicionales manicomios masivos y carcelarios. No obstante, la segregación del loco y por ende, su estigmatización, no va a desaparecer sino que se va a volver más sutil. En relación con el papel que juega la psiquiatría en la sociedad contemporánea, J. Hochman afirma: “Los enfermos crónicos disimulados en su familia o en algún hogar, serán menos visibles, menos escandalosos /.../. La relación de supervisión que unía al guardián y al vigilado será más discreta, menos pesada. La asistencia social, el medico clínico, el maestro, los vecinos y, con seguridad el policía, compartirán con el psiquiatra simplemente la función de supervisar. Diluida de esta manera, la supervisión será menos dolorosa pero es más sutilmente alienante. Al término de un proceso de psiquiatrización del público, cada uno habrá interiorizado la ideología psiquiátrica represiva, se transformará en su psiquiatra y en el de su semejante, vigilando y reprimiendo su propia locura y la de su interlocutor... Toda la sociedad se habrá transformado en un asilo, en una institución totalitaria"'. De hecho, el loco fuera del manicomio no acabará nunca de ser aceptado por el resto de la sociedad, que lo vigilará, controlará y obligará a que vuelva a internarse al percibir el menor indicio de comportamiento "anómalo".

Y de este modo, llegamos al momento actual en que el interesado maridaje entre la psiquiatría y el poder alcanza su culmen. En el marco de una sociedad deshumanizada y adocenada que ha interiorizado buena parte del totalitarismo de nuevo cuño inserto en el mensaje neoliberal, la institución psiquiátrica va a seguir cumpliendo, de manera más incontestada si cabe, su papel de armonizadora del orden social establecido. Ahora, en el "fin de la historia"', en el "'mejor de los mundos posibles" (el de la democracia burguesa), ya no pueden existir disidentes sino "enfermos" Por otra parte, el psiquiatra tenderá a borrar los vínculos entre el psiquismo humano y sus condicionantes sociales, en una época marcada por la angustia y la inseguridad ante el oscuro futuro que se vislumbra al filo de la sociedad del post-bienestar. De hecho, no sólo se pretende restar importancia a la socíogénesís de las manifestaciones psíquicas sino que incluso van a recuperar su vigencia enfoques organicistas propios del siglo XIX, fenómeno éste que es mero reflejo de la ultrarreccionaria mentalidad dominante en nuestro tiempo. Así, por ejemplo, la psiquiatría va a pregonar a través del poderoso megáfono de los “mass media” que los motines en los guetos negros de los EE.UU. están en relación directa con un “gen de la agresividad” que aboca a la raza negra a la delincuencia, con lo cual se evita que recaigan responsabilidades en el sistema que condena a la miseria y a la marginación a estos sectores de la población. La institución psiquiátrica se convierte de esta manera en una suerte de versión moderna de la Inquisición, la cual, bajo su disfraz “científico”, va reprimir cualquier síntoma de desencanto (y entre ellos, la locura es el ejemplo más dramático) frente a la hostilidad de un mundo cada vez más inhabitable.


Protesta antipsiquiátrica
en Washington D.C.



(Leer II parte aquí)

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