Ya que estamos en esta Semana crítica de toda religión, comentaré algo sobre el Islam:
Entre las primeras décadas del siglo VII de
Como dice Tariq Alí en su libro El choque de los fundamentalismos:
El impulso espiritual de Mahoma fue alimentado en alguna medida por las pasiones socioeconómicas, por el deseo de reforzar la posición comercial de los árabes y la necesidad de imponer un conjunto de normas comunes. Su visión consistía en una confederación de tribus unidas por unos objetivos compartidos y por la lealtad a una sola fe, la cual debía ser necesariamente nueva y universal. El Islam fue el cemento empleado por Mahoma para unir las tribus árabes y, desde el principio, consideró el comercio como la única ocupación noble.
La nueva religión se caracterizaba por una mentalidad nómada y a la vez urbana. A los aldeanos que trabajaban la tierra se les veía como seres inferiores y serviles. Un revelador hadiz cita las palabras pronunciadas por el Profeta a la vista de una reja de arado: «Ese objeto nunca entrara en la casa del creyente sin que con él entre también la degradación». Aun cuando esta tradición fuera inventada, no deja de reflejar la realidad de la época.
Los nuevos preceptos eran prácticamente imposibles de observar en el medio rural. Así, por ejemplo, la recitación de plegarias cinco veces al día, que desempeñaba una función importante a la hora de inculcar la disciplina militar y de refrenar los instintos anarconómadas de los nuevos adeptos. Se concibió asimismo con el objetivo de crear en las poblaciones una comunidad de creyentes que se reunieran después de las oraciones e intercambiasen información de la que todos pudieran beneficiarse. Ningún movimiento político moderno, ni siquiera los jacobinos o los bolcheviques, habría logrado imponer cinco reuniones diarias en el club o en la célula.
No es de sorprender que a los aldeanos les resultase imposible combinar sus condiciones laborales con las estrictas exigencias de la nueva fe. Fueron el estrato social que más tardó en aceptar el Islam, y algunas de las primeras desviaciones de la ortodoxia se fraguaron en las áreas rurales musulmanas.
Mahoma y sus seguidores consiguieron unificar las tribus árabes del desierto, y desde allí expandir sus dominios a otros países. Además de éxitos militares, incidieron las simpatías que obtenían entre los pueblos conquistados:
Los triunfos logrados por los árabes contra la muy desarrollada y experimentada maquinaria de guerra de dos imperios no son atribuibles a la fuerza numérica ni a la sofisticada estrategia militar. (…) El factor decisivo fue la activa simpatía demostrada a los nuevos invasores por una proporción considerable de la población local. La mayoría de los invadidos permanecían pasivos, en espera de ver qué bando se alzaba con la victoria, sin ganas de combatir por los viejos imperios ni de prestarles su ayuda.
(…) Fue el bienestar mundano el que movilizó a las decenas de millares de hombres que acudieron a combatir bajo el mando de Jalid ibn al-Walid y participaron en la conquista de Damasco. (…)
(…)
La visión de Mahoma de una religión universal que fuera la precursora de un Estado universal había cautivado la imaginación y promovido los intereses materiales de las tribus. No podía tentarles la idea de convertirse en élite gobernante de un imperio cristiano o persa, ni la de renunciar al árabe a favor del griego o del persa.
Sus sucesores (califas) fueron árabes de la misma tribu del Profeta, y también las dos siguientes dinastías reinantes: Omeyas y Abásidas. El Corán está escrito en árabe, se recita en árabe, y todo musulmán del mundo debe saberlo. Sus lugares más sagrados están en Arabia. Esto supuso otra forma de imperialismo, el árabe, como bien defiende el renegado pakistaní M. Anwar Shaikh en sus libros.
Sin querer extenderme; la catadura moral del Profeta dejaba poco de desear, tras la muerte de su primera mujer (y ya como gran jefe de los árabes) Mahoma tuvo varias esposas, entre ellas niñas, lo que se le puede considerar como pederasta. Con esta religión el papel de la mujer quedó subordinado a la figura masculina, como bien denuncia la disidente somalí Hirsi Alí, y casi todo el mundo reconoce.
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