viernes, 21 de marzo de 2008

La mujer en el Islam

El Corán dedica toda la Azora (capítulo) 4 a la mujer. En la Aleya (párrafo o versículo) 38 dice que el hombre es superior a la mujer; y a continuación aclara que a las mujeres, si son desobedientes hay que «amonestarlas, regirlas del lecho y golpearlas» según el grado de su indisciplina. Al hablar de la adúltera, en la Aleya diecinueve de esa misma Azora 4, prescribe que hay que «emparedarla». Pero en una nota adicional, el traductor aclara que ésa fue la práctica inicial; posteriormente —dice— la Sunna (tradición) suavizó la pena conmutándola por la de cien azotes y destierro para las prometidas, o muerte por lapidación para las casadas. Otra rectificación «humanitaria» la encontramos en Azora 17, Aleya 33, que prohíbe enterrar vivas a las niñas recién nacidas según una vieja costumbre del desierto, que por lo visto se practicó desde tiempo inmemorial, cuando los padres carecían de medios económicos. Pero obsérvese que habla de niñas, no de niños. Como recuerdo de esa monstruosidad, en la Azora 81, Aleya 8, el cronista comenta esa práctica ya olvidada de los preislámicos.

Antes de Mahoma, las mujeres no podían actuar como testigos. También el Corán supone un pequeño «avance» en este sentido: «Una sola mujer ―dice— no podrá testificar jamás»; pero en el caso de que no haya ningún hombre para acudir como testigo, «dos mujeres juntas, si son espabiladas, pueden valer tanto como un hombre» (Az. 2, Al. 282).

Antes del Corán, el hombre podía repudiar a la mujer sin más. Con Mahoma se impone una moratoria de tres períodos menstruales; o, si la mujer está embarazada, hasta que haya dado a luz. La mujer, por su parte, no puede divorciarse por propia iniciativa, porque ella no tiene derecho a invocar su libertad.

Antes de Mahoma, a la mujer se le podía hacer cualquier cosa como «cosa» que era. Después de Mahoma la situación no cambió demasiado, pero es cierto que se ve un pequeño avance en estos últimos detalles que hemos comentado hasta aquí. Añadamos finalmente que después de Mahoma, entre los pecados graves como asesinato, robo, magia, usura, deserción en el campo de batalla, etc., está el de calumniar a las «mujeres creyentes y castas que carecen de protección».

Por otra parte, las mujeres están obligadas a cubrir su rostro y no pueden exhibir adornos. Durante la menstruación, la mujer no puede tomar parte ni en tertulias, ni en fiestas, ni en oraciones, ni siquiera puede cumplir con el ayuno del Ramadán durante esos días, porque es impura. Pero lo del ayuno no es ninguna concesión; lo han de recuperar después.


[…]

Aunque nos hemos esforzado en señalar alguna mejora en el trato de la mujer a partir del Corán, hay que reconocer que éstas son tan mínimas, que en algún caso es más ofensiva la regulación coránica que la tradición natural. Y, sin pretender justificarlo, pensemos que Mahoma estuvo sometido, primero a su madre como todos los hijos y luego a su esposa, que como era rica y quince años mayor que él, lo tuvo dominadísimo exigiéndole una monogamia anormal en aquel ambiente caravanero. Se ha dicho, pues, que ese es el motivo por el que su religión desprecia a la mujer y autoriza la poligamia.

En cualquier caso, todo aquello quedó muy lejos. Si es cierto que el Corán sigue rigiendo porque su ortodoxia no es ni siquiera cuestionable y de su texto no puede corregirse ni un acento, la verdad es que en la práctica apenas se aplica. Hoy casi nadie tiene cuatro esposas, por citar una de las normas más conocidas del Corán. No señora; nunca fue obligatorio tener cuatro esposas. Mahoma lo autorizó porque en su tiempo, y hasta hace muy pocos años, una mujer musulmana no podía valerse por sí misma. Llegó, pues, a ser un acto socialmente encomiable desposar a las viudas, huérfanas, contrahechas y demás señoras que por alguna razón se hubiesen quedado sin marido. Hoy [el libro se publicó en 1990], cuando en esos países islámicos la mujer ya ha conseguido el acceso a la escuela y al trabajo, ninguna de ellas tiene por qué aguantar a un hombre con otra esposa.

CHIMO FERNÁNDEZ DE CASTRO
La otra historia de la sexualidad, 1990.

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