Como este Blog es colectivo, pues los integrantes no tenemos porque tener las mismas opiniones sobre temas concretos... Aquí defendemos el derecho a la libertad de expresión y opinión, ante todo, y primero entre nosotros. Por lo que se ve tenemos opiniones dispares, y hasta encontradas, sobre Sigmund Freud y sus teorías. Para mí era más un charlatán, novelesco y con una gran imaginación, que un verdadero científico. Su «filosofía», si la tiene, es errónea, porque parte de premisas falsas; aunque reconozco que influyó en una corriente artística como el surrealismo, en otros aspectos no merece el respeto que se la ha dado (aunque provocase a la moral burguesa de su tiempo).Aquí os reproduzco el último capítulo de El psicoanálisis ¡vaya timo! que trata sobre el tema:
Pocas teorías han mostrado mayor ambición con un cuerpo de conocimientos tan exiguo como el psicoanálisis. La teoría psicoanalítica es capaz, supuestamente, de explicar el desarrollo humano, la implantación y desaparición de recuerdos, las enfermedades mentales, las normas sociales, el fundamento de cualquier manifestación cultural y hasta por qué nos hacen gracia los chistes. Una de las causas que pudo estar en la base de esta desmesurada ambición fue la propia arrogancia de Sigmund Freud. Con menos de 30 años, y cuando era lo que hoy llamaríamos un estudiante de postgrado a las órdenes de Jean-Martin Charcot, escribió una carta a su prometida comunicándole que había cambiado sus ideas, por lo que había decidido destruir todos sus escritos anteriores para que sus biógrafos no tuviesen información sobre sus planteamientos originales. En su opinión, las generaciones futuras buscarían esa información, pero el sufrimiento de sus defraudados biógrafos no le causaba tristeza. Lo más curioso es que Freud acertó: se han publicado multitud de biografías sobre él y aquellos papeles destruidos hubiesen sido, sin duda, objeto de estudio de sesudos eruditos.
Freud no se conformaba con lo que podía aportar la ciencia. Había publicado algunos estudios científicos sobre la médula espinal de las anguilas, los cangrejos de río y las larvas de las lampreas, pero esta línea de investigación no le habría reportado la fama que obtuvo tras abandonar el camino del método científico, ni tampoco, por supuesto, el dinero dejado por pacientes, libros y conferencias.
El método científico es necesariamente lento: lo que un investigador puede demostrar es siempre mucho menos de lo que es capaz de imaginar y escribir. Como hemos visto, Freud dispuso de un limitadísimo conjunto de observaciones, pero en su correspondencia de los últimos años llegó a decir que el psicoanálisis podría haber evitado la Primera Guerra Mundial. Sus seguidores tomaron buena nota de este estilo y no se dejaron amedrentar por lo limitado de sus datos a la hora de construir explicaciones ambiciosas. Lamentablemente, muchos de ellos no tuvieron la capacidad creativa y literaria de Freud. En cualquier caso, el psicoanálisis se presentó al mundo como una disciplina capaz de responder directamente a los problemas humanos. De hecho, los psicoanalistas suelen criticar a la psicología científica por estar «apartada» de los intereses reales de las personas. No cabe duda de que la invención y la fábula pueden despertar mayor interés popular que la descripción de hechos contrastados, como hacen las disciplinas científicas y cualquier acercamiento honesto a la realidad. Por ejemplo, si un reportero riguroso se limita a informar de que un político entró en un coche con una chica desconocida obtendrá menos fama que si monta una historia sobre infidelidades amorosas que expliquen acuerdos de gobierno o cualquier otro asunto que se le pueda ocurrir. Siguiendo el símil periodístico, el psicoanálisis vendrá a ser algo así como «psicología amarilla»: la narración de explicaciones arbitrarias sin base real.
El movimiento psicoanalítico se ha constituido más en una doctrina semirreligiosa que en una disciplina científica. Ya indicamos, al referirnos al curioso parecido entre el complejo de Edipo y el pecado original, que hay claros paralelismos entre el psicoanálisis y la religión. Además, al igual que una secta, el psicoanálisis forma sus propios «sacerdotes», fuera del ámbito académico. Nadie sale de la universidad con un título de psicoanalista: el interesado deberá formarse en los ámbitos que las sociedades psicoanalistas estipulen. El analista establecerá lo que es bueno y malo para el paciente y lo que debe o no creer sobre sí mismo. Para muchos psicoanalistas, las obras de Freud constituyen un libro sagrado. Es probable que ellos no recuerden haber sufrido el complejo de Edipo, y no hallen razones para creer que durante una época de su infancia obtuvieron placer sexual de naturaleza oral o anal, pero estarán dispuestos a llevar a cabo un acto de fe sobre todos esos supuestos e impondrán a sus pacientes la misma penitencia.
En este libro hemos ofrecido argumentos a favor de tres ideas esenciales. La primera es que las teorías del psicoanálisis no tienen fundamento científico, ya que en general son incomprobables, y en los casos en que se han tratado de comprobar se han mostrado falsas e irrelevantes. La segunda idea es que ni siquiera desde el punto de vista más pragmático podemos sostener que el psicoanálisis es al menos útil, bien sea para el tratamiento de las neurosis, para el conocimiento del desarrollo humano o para proponer hipótesis que pudieran contrastarse en investigaciones posteriores. La tercera idea es que el uso del psicoanálisis ha resultado en muchos casos perjudicial. Muchas personas han sufrido debido, por ejemplo, a los falsos recuerdos implantados por el analista sobre abusos cometidos con ellos por sus seres más queridos, y éstos experimentarán no menos amargura al conocer tales recuerdos, por más que conozcan su falsedad. Por otra parte, la aportación del psicoanálisis a otras disciplinas ha introducido no poca confusión. No es infrecuente que antropólogos, filólogos o historiadores piensen que las teorías psicoanalíticas están demostradas científicamente por provenir de una disciplina relacionada con la ciencia médica, cuando, como hemos visto a lo largo del libro, la ciencia en el psicoanálisis es sólo apariencia.
Para terminar, abordemos lo que nos parece el verdadero enigma del psicoanálisis, que no es, desde luego, ninguno de los que suelen plantear los psicoanalistas. Es posible que usted hay pensado en él mientras leía este libro, y podríamos enunciarlo así: ¿qué hace que algo tan escaso de fundamento, tan poco útil y hasta dañino, haya alcanzado tan alto nivel de popularidad? Para abordar esta cuestión no es necesario acudir a estrategias distintas de las que usamos para indagar sobre la popularidad de otras pseudociencias. Como la astrología, el psicoanálisis nos dice cosas relevantes sobre nosotros mismos apelando a ideas presuntamente científicas que estarían detrás de sus afirmaciones. Además, tales ideas no son comprobables por quien las lee. Tan fuera del alcance de cualquiera de nosotros está comprobar nuestros complejos ocultos como la influencia de Marte en nuestro afán de superación.
Lacan considera a Freud cofundador, junto a Marx y Nietzsche, del «partido de la sospecha». Lo que tienen en común los miembros de este partido es el empeño por desenmascarar los vicios ocultos de la burguesía. Marx habría revelado la avaricia del capitalismo, Nietzsche el resentimiento de la moral cristiana que impedía el surgimiento del superhombre, y Freud la profunda depravación sexual oculta tras la respetable apariencia de la burguesía de su tiempo. El propio Freud dio origen a una especie de teoría de la conspiración supuestamente orquestada contra el psicoanálisis, y se refiere en diversas ocasiones a la resistencia que habría de encontrar su teoría. Sin embargo, lo que sucedió realmente fue que el psicoanálisis se popularizó desde el principio. El argumento de la conspiración no es exclusivo del psicoanálisis, y suelen aducirlo también los ufólogos que dicen que los gobiernos ocultan datos sobre avistamientos ovni, o los defensores de las medicinas «alternativas», que se quejan de la falta de reconocimiento por parte de la «ciencia oficial». En realidad, apelar a conspiraciones suele ser bastante útil como herramienta retórica para crear intriga.
El hecho de que el psicoanálisis empezara a aludir continuamente al sexo en una época de honda represión sexual fue, tal vez, su mejor elemento de propaganda. Como adolescentes, los miembros de aquella sociedad se vieron profundamente fascinados por unos libros y unas conferencias que les hablaban de lo que no se podía tratar en otros ámbitos. El entorno médico y cultural en que comenzaba a propagarse el psicoanálisis le servía de coartada para abordar asuntos intratables en otros ambientes. El propio Breuer, coautor junto con Freud de su primer libro sobre la histeria, llegó a decir que el principal objetivo del desmedido énfasis de Freud en la sexualidad había sido épater le bourgeois (es decir, provocar a los burgueses). Parece que lo consiguió, y que despertó en ellos un gran interés.
El psicoanálisis se atreve, además, a abordar la explicación de cualquier fenómeno, lo que evita que los clientes se sientan desilusionados por lo que reciben a cambio de su dinero. Las explicaciones que escucha quien se somete al psicoanálisis no son triviales o anodinas sino, por el contrario, bastante llamativas. A una persona adicta al alcohol que acuda a una consulta ordinaria se le darán explicaciones simples y un tratamiento en el que participará en gran medida gracias a su propia voluntad. Si acude a un psicoanalista, oirá posiblemente que el origen de su problema está en un lejano conflicto de la infancia, que una vez superado hará desaparecer su alcoholismo. El segundo método es mucho más atractivo que el primero y, además, en la mayoría de los casos, tendrá como consecuencia que el paciente podrá seguir bebiendo.
A todos nos gusta sentirnos especiales, pensar que nuestro comportamiento se debe a razones profundas y que el mundo está regido por intenciones ocultas. Cualquier novela o película que incluya estos elementos suele tener éxito. Parece que el psicoanálisis no lo ha tenido menos. Freud construyó una especie de religión laica para los nuevos tiempos y un mito del que, como predecía Ludwig Wittgenstein ya en la primera mitad del siglo XX, nos será muy difícil desembarazarnos: el mito del diván.
Pues sí, hay bastante división de opiniones en este tema. Si a ti te parece Freud un curandero, un charlatán y un timador a mí me parecen los cientifistas y pseudoescépticos que pueblan la red fanáticos defensores del estado "democrático" (todo lo que se diga contra él es conspiranoico... ¡Vivan las versiones oficiales!), negadores de la imaginación y del arte (todo lo que ellos no pueden explicar es mística "magufa"), con una concepción del ser humano absolutamente mecanicista y robótica donde la libertad y la creatividad no tienen cabida. Se erigen en la potavoces de la Razón, una razón estática y monolítica, porque en el fondo no son más que una nueva reformulación del pensamiento conservador, su adaptación a la era industrial. Hay una versión reaccionaria del romanticismo, exaltador de una idílica vida preindustrial y del nacionalismo, mitificador de la naturaleza, etc. pero también hay un racionalismo retrógrado, que sólo ofrece explicaciones de realidades de contornos nítidos y hace tábula rasa de todo lo que no encaja en su rectilínea teoría, realidades escurridizas como los deseos, los sueños, la creación artística, etc. El romanticismo conservador degeneró en el fascismo pero el racionalismo dogmático también engendró otro monstruo: el estalinismo.
ResponderEliminar¿No sé que tiene que ver con la ciencia, el método científico, todo lo que acabas de soltar?
ResponderEliminarYo tampoco lo sé. No he hablado del método científico ni de los científicos sino de los cientifistas. Y por cierto, yo expongo ideas no las "suelto". Como mucho suelto ventosidades (es broma) XD.
ResponderEliminarYo defiendo la ciencia y no a los «cientifistas», si existen, los cuales, tal vez, ignoren completamente el método científico.
ResponderEliminarHablando de pedos... Hubo un emperador romano, Claudio creo, que permitió por ley ventosear en público porque lo consideraba saludable. Y no olvidemos la lección que Crates de Tebas diese a su futuro cuñado:
http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com/2007/05/crates-de-tebas.html
[Estas dos anécdotas son apócrifas, pero simpáticas.]
No tengo nada que aportar a esta discusión: no conozco más allá de lo superficial sobre este señor. Se agradecerían recomendaciones para hacerse una idea un poco más profunda, pero sin pasarme, que, debo reconocer, siempre me ha repelido un poco, tiendo más a considerarlo un bluff, pero sin demasiada base, como ya digo, puesto que apenas lo conozco.
ResponderEliminarLeeré el vaya timo que está para el eReader y es cortito.
Otra cosa. Ahora entiendo la profusión de artículos en este blog ¡claro, es colectivo! Pero, joder, con perdón, a mí se me hace imposible leer todo lo que ponéis, así que me conformo con vistazos rápidos a los artículos.
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ResponderEliminarPerdón, me he equivocado. Creía que hablábamos de Darwin (es en otra entrada), y este debate es sobre Freud.
ResponderEliminarHans J. Eysenck habló también del fracaso que suponen las terapías freudianas en su libro Decadencia y caída del Imperio Freudiano:
http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/Eysenck/EysenckFreud_01.htm