Por Vicenç Navarro
Seis semanas después de la elecciones generales de 1999, que se interpretaron erróneamente por los medios de comunicación como síntomas de satisfacción del país con el estado de la nación, vinos surgir en España una protesta generalizada contra el estado de la sanidad pública. Algo no funciona en nuestros hospitales públicos cuando mueren pacientes en espera de ser intervenidos, como consecuencia de una escasez de recursos que alarga los tiempos de espera hasta periodos arriesgados. La respuesta de varios representantes gubernamentales intentó ser tranquilizadora, señalando que otros países también tienen listas de espera tanto o más largas que las nuestras y atribuyéndose tales listas de espera a la generosidad y universalidad de nuestro sistema.
Los datos, sin embargo, no dan pie para esta complacencia. El sector sanitario sufre un déficit crónico de gasto público, resultado en gran parte de cuarenta años de una dictadura enormemente represiva con escasa conciencia social. En 1975, cuando el dictador murió, el gasto sanitario público (3,8% del PIB) era el más bajo de los países que más tarde constituirían la UE. Sólo Grecia y Portugal, países que sufrieron dictaduras semejantes, tenían un gasto público sanitario tan bajo como España. El gasto público sanitario era incluso menor en Cataluña. La democracia permitió que las demandas populares se cristalizaran en un aumento muy notable del gasto sanitario, que incluso fue mayor en Cataluña. Ahora bien, a pesar del gran incremento del gasto público sanitario, éste (5,8% del PIB) continúa siendo de los más bajos de la UE (cuya media es del 6,8% del PIB). Por otra parte, este crecimiento ha sido muy irregular, respondiendo en parte a la fuerza e influencia que tenían distintos grupos dentro del sector sanitario. A más fuerza, mayor gasto. Así, el gasto farmacéutico creció de una manera muy notable, alcanzando una de las cifras más elevadas de Europa occidental, y ello como resultado del gran poder de la industria farmacéutica en España. Nada menos que el 20% del gasto sanitario público, vemos que el gasto sanitario público no farmacéutico es sólo un 4,4% del PIB, el más bajo de la UE. Ésta es una de las razones de que existan las largas listas de espera, una infrautilización de quirófanos, una masificación de servicios y una falta de confort hotelero del sector. Hay hospitales públicos, como el Vall d’Hebron de Barcelona, que albergan hasta seis camas por habitación.
Esta escasez de recursos se tolera debido a otra característica del sector sanitario español: su clasismo, muy desarrollado en Cataluña y otras comunidades autónomas que tienen un sector sanitario privado bastante extenso que atiende a las clases de rentas medias altas y altas, mientras que el sector público es utilizado predominantemente por las clases populares. De esta manera, el sector privado actúa como válvula de escape del sector público. El éxito de la privada se debe a las escaseces de la pública. Es interesante señalar que, a la vez que se asume erróneamente en el discurso político dominante que las clases sociales están desapareciendo en España, convirtiéndose la mayoría de la ciudadanía en integrante de las clases medias, la realidad sanitaria muestra que la sanidad española continúa dividida en clases; las clases de renta media alta y alta utilizan en general la medicina privada y las clases de renta media baja y otros sectores de las clases populares utilizan la sanidad pública. El punto de contacto entre las dos lo constituyen aquellos profesionales, como gran número de jefes de servicio, que trabajan en la pública por la mañana y en la privada por la tarde. Esta situación es homologable, por cierto, a que el capataz de la empresa automovilística Ford estuviera en realidad trabajando para la empresa General Motors, con la que Ford compite. No sería un sistema eficaz de gestionar la empresa. Y en cambio es la manera como se gestiona el sector sanitario público. Ahora bien, los intereses económicos y corporativos de la medicina privada, que son muchos y muy influyentes en los partidos de las derechas española y catalana (y de una manera preocupante en sectores de la izquierda también), se oponen a un cambio profundo de esta simbiosis entre la pública y la privada. Paradójicamente, las clases de rentas más altas que utilizan la medicina privada tampoco se benefician de esta situación, puesto que ésta tiene una infraestructura científico-técnica y un personal de menor calidad que la pública. Conozco personas acomodadas que han sufrido complicaciones en sus estancias en hospitales privados que no habrían sufrido en la sanidad pública.
La solución a esta descohesión social y falta de eficiencia económica pasa por tener un sistema público único para todas las clases sociales, que, manteniendo la riqueza científico-técnica y calidad de personal que tiene la sanidad pública, ofrezca también la capacidad de elección y confort que encontramos hoy en la privada. Ello requiere un aumento considerable del gasto sanitario hasta alcanzar el promedio de la UE. Esta demanda va en contra de la cultura política gobernante del país, que está favoreciendo todavía más la reducción del gasto público, uno de los más bajos de la UE.
Seis semanas después de la elecciones generales de 1999, que se interpretaron erróneamente por los medios de comunicación como síntomas de satisfacción del país con el estado de la nación, vinos surgir en España una protesta generalizada contra el estado de la sanidad pública. Algo no funciona en nuestros hospitales públicos cuando mueren pacientes en espera de ser intervenidos, como consecuencia de una escasez de recursos que alarga los tiempos de espera hasta periodos arriesgados. La respuesta de varios representantes gubernamentales intentó ser tranquilizadora, señalando que otros países también tienen listas de espera tanto o más largas que las nuestras y atribuyéndose tales listas de espera a la generosidad y universalidad de nuestro sistema.
Los datos, sin embargo, no dan pie para esta complacencia. El sector sanitario sufre un déficit crónico de gasto público, resultado en gran parte de cuarenta años de una dictadura enormemente represiva con escasa conciencia social. En 1975, cuando el dictador murió, el gasto sanitario público (3,8% del PIB) era el más bajo de los países que más tarde constituirían la UE. Sólo Grecia y Portugal, países que sufrieron dictaduras semejantes, tenían un gasto público sanitario tan bajo como España. El gasto público sanitario era incluso menor en Cataluña. La democracia permitió que las demandas populares se cristalizaran en un aumento muy notable del gasto sanitario, que incluso fue mayor en Cataluña. Ahora bien, a pesar del gran incremento del gasto público sanitario, éste (5,8% del PIB) continúa siendo de los más bajos de la UE (cuya media es del 6,8% del PIB). Por otra parte, este crecimiento ha sido muy irregular, respondiendo en parte a la fuerza e influencia que tenían distintos grupos dentro del sector sanitario. A más fuerza, mayor gasto. Así, el gasto farmacéutico creció de una manera muy notable, alcanzando una de las cifras más elevadas de Europa occidental, y ello como resultado del gran poder de la industria farmacéutica en España. Nada menos que el 20% del gasto sanitario público, vemos que el gasto sanitario público no farmacéutico es sólo un 4,4% del PIB, el más bajo de la UE. Ésta es una de las razones de que existan las largas listas de espera, una infrautilización de quirófanos, una masificación de servicios y una falta de confort hotelero del sector. Hay hospitales públicos, como el Vall d’Hebron de Barcelona, que albergan hasta seis camas por habitación.
Esta escasez de recursos se tolera debido a otra característica del sector sanitario español: su clasismo, muy desarrollado en Cataluña y otras comunidades autónomas que tienen un sector sanitario privado bastante extenso que atiende a las clases de rentas medias altas y altas, mientras que el sector público es utilizado predominantemente por las clases populares. De esta manera, el sector privado actúa como válvula de escape del sector público. El éxito de la privada se debe a las escaseces de la pública. Es interesante señalar que, a la vez que se asume erróneamente en el discurso político dominante que las clases sociales están desapareciendo en España, convirtiéndose la mayoría de la ciudadanía en integrante de las clases medias, la realidad sanitaria muestra que la sanidad española continúa dividida en clases; las clases de renta media alta y alta utilizan en general la medicina privada y las clases de renta media baja y otros sectores de las clases populares utilizan la sanidad pública. El punto de contacto entre las dos lo constituyen aquellos profesionales, como gran número de jefes de servicio, que trabajan en la pública por la mañana y en la privada por la tarde. Esta situación es homologable, por cierto, a que el capataz de la empresa automovilística Ford estuviera en realidad trabajando para la empresa General Motors, con la que Ford compite. No sería un sistema eficaz de gestionar la empresa. Y en cambio es la manera como se gestiona el sector sanitario público. Ahora bien, los intereses económicos y corporativos de la medicina privada, que son muchos y muy influyentes en los partidos de las derechas española y catalana (y de una manera preocupante en sectores de la izquierda también), se oponen a un cambio profundo de esta simbiosis entre la pública y la privada. Paradójicamente, las clases de rentas más altas que utilizan la medicina privada tampoco se benefician de esta situación, puesto que ésta tiene una infraestructura científico-técnica y un personal de menor calidad que la pública. Conozco personas acomodadas que han sufrido complicaciones en sus estancias en hospitales privados que no habrían sufrido en la sanidad pública.
La solución a esta descohesión social y falta de eficiencia económica pasa por tener un sistema público único para todas las clases sociales, que, manteniendo la riqueza científico-técnica y calidad de personal que tiene la sanidad pública, ofrezca también la capacidad de elección y confort que encontramos hoy en la privada. Ello requiere un aumento considerable del gasto sanitario hasta alcanzar el promedio de la UE. Esta demanda va en contra de la cultura política gobernante del país, que está favoreciendo todavía más la reducción del gasto público, uno de los más bajos de la UE.
Bienestar insuficiente, democracia incompleta, 2002.
Sorprendente descubrimiento, el clasismo en la sanidad. Efectivamente, es muy triste que eso ocurra.
ResponderEliminarY es un círculo viciopsos: a peor está la sanidad pública, más gente va a la privada, pese a la crisis. hay que reformar el SNS, despolitizarlo, y evitar que médicos de la pública trabajen en la privada (pagándoles bien, claro)
A mi padre le detectaron un tumor cancerígeno en el colon, después de esperar más de un año y medio para que le hiciesen una colonoscopia (sin contar el tiempo anterior transcurrido desde que sintió las primeras molestias y se le restó importancia por los médicos). Un año después murió. A la madre de una compañera de trabajo la pasó lo mismo, tuvo que esperar hasta que fue demasiado tarde.
ResponderEliminarEn cambio, a la presidenta de la Comunidad de Madrid la detectan un bultito en el pecho, y a ella sí que la atienden prácticamente en el acto; o, también, al rey, cuando algo tiene, rápidamente es atendido. Y ambas autoridades son atendidos por la Sanidad Pública. ¡A unos, sí; y a otros, no! ¿Y a este sistema se le considera «democrático»?