Octubre 2006
Extraído www.pepe-rodriguez.com
Hace más de una década que se ha vuelto muy notoria la crisis de ética y credibilidad por la que atraviesan amplios sectores de la Iglesia Católica. Sin embargo, uno de los problemas que alimenta esa crisis data en realidad de siglos: la violación de los votos de castidad, el abuso sexual y la pedofilia, tres estigmas muy alejados de los sufridos por Jesucristo pero que están firmemente grabados en muchísimos de sus representantes en la Tierra, y que cuentan con una lamentable complicidad: el encubrimiento del Vaticano.
Una nota de la revista mexicana “Proceso”, publicada hace un año, indicaba precisamente que esas cuestiones “vienen de tiempo atrás y hace mucho que son parte de la realidad eclesiástica”, aseveración que aparece en el libro “Votos de castidad”, escrito por cinco especialistas –Alessandra Ciattini, Elio Masferrer, Jorge Ederly, Marcos Hernández Duarte y Jorge René González Marmolejo- y editado el año pasado por la editorial Grijalbo. La conclusión del mismo es que “en la época colonial y hasta nuestros días, el celibato sacerdotal obligatorio en la Iglesia Católica de América Latina es, en general, un mito, y en la práctica siempre ha sido opcional, por lo que es evidente el abismo entre lo que dicta el Derecho Canónico sobre el voto de castidad y la vida sexual del clero”.
En sus 214 páginas, el libro cita varios casos de violación al celibato en variadas formas –abusos sexuales, concubinatos, etc.-, detallando por ejemplo el caso “sorprendente y harto aleccionador” del jesuita Gaspar de Villarías. El proceso de este sacerdote en México, a principios del siglo XVII, causó un escándalo que llegó hasta la misma Roma, ya que el voraz jesuita había abusado de 97 mujeres, incluso dentro de su parroquia y muchas veces en el propio confesionario. En varias de esas ocasiones contó con la aceptación, influenciada o no por la autoridad que le daba su condición, de las mujeres que llegaban hasta él, y según “Votos de Castidad”, en la larga lista de este cura se incluían “monjas, muchachas y señoras maduras, tanto casadas como solteras, y de todos los biotipos: blancas, mestizas, indias y negras, y de todas las condiciones sociales: ricas, pobres, sirvientas, libertas y esclavas”. Como puede verse, el travieso de Gaspar no respetaba pelo ni marca. Finalmente, el religioso fue arrestado por un lapso muy breve, y en pocos días salió libre con una pequeña amonestación, listo para continuar con sus tropelías, simplemente cambiándoselo de unidad de la Compañía. Ese fue todo el castigo que recibió “el protagonista del mayor escándalo sexual de los archivos históricos de la Iglesia Católica en México”.
Respecto de la época actual, el libro menciona el concubinato entre el ex nuncio apostólico en México, monseñor Jerónimo Prigione, y la religiosa Alma Zamora, de la congregación Hijas de la Pureza de la Virgen María, quien trabajaba para él en la sede de la Nunciatura, así como la protección que Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, y el cardenal Roger Mahony, de Los Angeles (California), brindan al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar, quien sólo en México fue acusado penalmente por abuso sexual contra 60 menores, huyendo a Estados Unidos donde ahora, bajo la protección de Mahony, seguiría haciendo de las suyas en otra parroquia.
Esto último, sumado al caso de Gaspar de Villarías hace cuatro siglos, trae a colación el tema de la protección que las jerarquías más elevadas de la Iglesia, incluido el Papa, han brindado y siguen brindando a los miembros de la misma que incurren en todo tipo de delito sexual, amparados por su investidura. Esta constante en la actitud de la Iglesia cuando se descubre la existencia de pederastía o abuso sexual por parte de sus representantes también es apuntada en el libro citado: “La jerarquía sacerdotal respondió habitualmente a estas acusaciones con la negación, el ocultamiento y la descalificación de los denunciantes. Una medida frecuente ante las denuncias penales imposibles de controlar ha sido la reubicación sigilosa de los responsables para evitar la acción de la justicia”.
Por su parte, el periodista y escritor español Pepe Rodríguez, autor de “Pederastía en la Iglesia Católica”, expone un argumento no menos contundente acerca de esta cuestión: “El problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes que abusen sexualmente de menores, sino en que el Código de Derecho Canónico vigente, así como todas las instrucciones del Papa y de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales, obispos y el propio gobierno vaticano practican con plena conciencia el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento”.
Clero delincuente. Buena definición de Rodríguez para esta plaga disfrazada de santidad.
País de sotanas calurosas
El escándalo de los abusos sexuales por parte de sacerdotes –que logró mantenerse bastante oculto por siglos- ha estallado en toda su dimensión en los últimos años, gracias a la luz que comenzaron a arrojar sobre el tema varios investigadores y medios de prensa, poniendo en evidencia además que el primer reflejo de la cúpula vaticana ha sido siempre, y continúa siendo, “tapar todo”. Un escándalo que cunde en la mayoría de los países del mundo y que ha sacudido en distintas etapas las diócesis católicas de Italia, España, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Irlanda, Austria, Polonia, Estados Unidos, México, Puerto Rico, Costa Rica, Colombia, Brasil, Chile y Argentina, por mencionar los casos más frecuentes, y que está signado, como se dijo, por el encubrimiento.
Según la revista brasileña “Istoé”, el Papa Benedicto XVI envió en septiembre de 2005 a Brasil una comisión para investigar acusaciones que ya se estaban multiplicando demasiado. La misma se encontró con una decena de sacerdotes condenados por abuso sexual, cuarenta fugitivos y alrededor de 200 enviados por la Iglesia brasileña a centros de atención psicológica para que sean “reeducados”. Dura realidad hallada por la Curia romana en el país que contiene la mayor cantidad de católicos en el mundo. Según una investigación de la mencionada revista, actualmente 1.700 curas –el 10 por ciento de los registrados en el país- están siendo investigados por abusar de niños y adolescentes.
Hay muchísimos casos individuales para relatar, pero nos remitiremos al que aparece quizás como el más espeluznante, ya que su “ejemplo” ha servido mucho a otros sacerdotes para consumar sus bajos instintos. Se trata de un eminente teólogo que solía frecuentar los salones de la alta burguesía de San Pablo y que, de acuerdo al diagnóstico que se le hizo a pedido de un juzgado estatal, es un “pedófilo con marcados síntomas de narcisismo y megalomanía”. Dicho sea de paso, las mismas palabras que aparecen en el estudio psicológico realizado, en la Argentina, al sacerdote Julio César Grassi, titular durante años de la Fundación “Felices los Niños” y protagonista hoy en día de un sonado caso de abusos sexuales a menores por el que aún espera la sustanciación del juicio oral y público.
El citado teólogo brasileño es Tarcisio Sprícigo, de 50 años, y su diagnóstico puede muy bien explicar el hecho de que llevara un diario manuscrito con un recuento de sus fechorías. Por ejemplo, en una parte del mismo dice: “Me preparo para salir de cacería con la certeza de que tengo a mi alcance a todos los chicos que me plazca”, y aconseja “recogerlos de las calles, de las comisarías, de los hospitales de caridad”. Antes de que lo arrestaran, el religioso había abusado de muchos niños de la calle, para él “los más fáciles de controlar”. En las páginas de su diario, convertido en un verdadero manual de pedofilia que incluso fue consultado por otros sacerdotes de su misma tendencia aberrante, describe entre otras cosas cómo persuadir niños: “Presentarse siempre como el que manda. Ser cariñoso. Nunca hacer preguntas pero tener certezas. Tratar de conseguir chicos que no tengan padre y que sean pobres. Jamás involucrarse con niños ricos”. Sprícigo, que antes de ser arrestado había sido trasladado a una parroquia rural, donde abusó de dos menores más, estaba muy seguro de sus tácticas: “Soy seguro y calmo, no me agito, soy un seductor y después de haber aplicado correctamente las reglas, el niño caerá en mis manos y seremos felices para siempre”.
Alguna de sus reglas finalmente le falló, ya que fue condenado a quince años de prisión por violar a un niño de cinco años que tenía bajo su custodia. Y felizmente en este caso, ni una bula papal hubiera logrado salvarlo de la cárcel.
Como se dijo, el “evangelio de Tarcisio” tuvo muchos seguidores. Alfieri Bompani, de 46 años, preso por abusar de niños de entre seis y diez años de edad en una “favela” en la que, según él, hacía ayuda social, también tuvo veleidades de escritor. Además de llevar un diario estaba terminando un libro de cuentos eróticos basado en sus correrías pedófilas. Y hubo otros religiosos que a sus placeres carnales sumaron los de la escritura y hasta la cinematografía. Una muestra es la detención del sacerdote Félix Barbosa, de 44 años, a quien se lo encontró en una orgía de drogas y sexo con cuatro adolescentes que había contactado por Internet, y que grabó la escena con dos cámaras de video. La policía halló también un block de cartas con los relatos eróticos que Barbosa escribía basado en sus “experiencias”. Mientras se lo llevaban detenido, el sacerdote gritaba que conocía a otros doce curas que hacían lo mismo que él. Otro cultor de las letras, el sacerdote Celso Morais, de 63 años, regenteaba un prostíbulo de menores destinado al placer de los hermanos de la fe. También escribía sus memorias, y el contenido de las mismas es tan escabroso que la Justicia las marcó como “documento clasificado”. Por su parte el diario italiano “Corriere della Sera” aludió a otro de los involucrados en tierras brasileñas, monseñor Antonio Sarto, obispo de Barra das Garças, acusado de abuso por parte de un cura que él mismo ordenó.
La prensa de varios países reconoció que el Vaticano, ante los casos apuntados, no tuvo más remedio que verse obligado a dejar de actuar a favor de sus representantes al comprobar que no podía seguir ocultando los trapos sucios entre las paredes de las iglesias.
Legión de depredadores
Los Legionarios de Cristo constituyen una organización católica específica dentro de la Iglesia, como lo es también el Opus Dei, y como éste se ubica a la derecha y se enmarca dentro de los postulados más ultraconservadores. Su fundador es el sacerdote mexicano Marcial Maciel, hoy octogenario y ya fuera de toda función sacerdotal dado que –por fin- después de varias décadas de haber cometido infinidad de abusos sexuales, el actual Papa Benedicto XVI no tuvo más remedio, ante el cúmulo de pruebas acumuladas en su contra, que obligarlo a retirarse de todo tipo de ejercicio sacerdotal público. Eso sí, “por su avanzada edad” no será sometido a proceso canónico y, como sanción de mayor dureza, sólo fue “condenado” a llevar una vida privada de rezos y penitencias. Otro ejemplo de los “castigos” que impone el Vaticano, cuando ya es inevitable, a sus sacerdotes pedófilos. Y una condena que las víctimas de Maciel, que aguardaron años porque se haga justicia, esperaban que fuera mayor y que el Vaticano colaborara llevando a Maciel ante la ley de los hombres y terminara en la cárcel.
Pero en realidad Maciel gozó siempre de la protección papal. Desde que Joseph Ratzinger presidía la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe –nombre moderno de la Santa Inquisición y un cargo en el que se sentía muy cómodo- tenía conocimiento de las andanzas de los curas pedófilos por el mundo. Maciel no fue la excepción, y desde 1998 el actual Papa sabía, por los informes del obispo mexicano Carlos Talavera y los testimonios del padre Alberto Athié, uno de los abusados por Maciel cuando era seminarista, de los abusos sexuales del “legionario”. Sin embargo, Ratzinger se negó entonces a abrir el caso, argumentando que Maciel “era una persona muy querida para Juan Pablo II”. Este último fue, precisamente, uno de sus principales protectores e incluso, poco antes de morir, organizó un multitudinario homenaje al líder de los Legionarios por “promover los valores de la familia y de la persona humana”. Sus víctimas saben bien cuál era la manera predilecta de Maciel de promover esos valores. Fueron los periodistas norteamericanos Jason Berry y Gerald Renner quienes, a través de un libro muy documentado, “Votos de silencio. El abuso de poder durante el papado de Juan Pablo II”, le hicieron ver a Ratzinger lo que se resistía a ver. Los autores consideran que la protección de la Santa Sede se debe a que el líder de los Legionarios siempre ofreció una importante aportación económica al Vaticano, y agregan que “en el caso del padre Maciel nos enfrentamos a un encubrimiento papal. Su carrera es un caso de estudio sobre la desinformación: la distorsión de la verdad para alcanzar el poder y fabricarse una imagen virtuosa a partir de un comportamiento patológico. Al no investigar cargos serios, el Vaticano ayudó a que se diera este proceso durante años”.
Existen testimonios que erizan la piel, una constante cuando se va tomando conocimiento de caso tras caso en esta cuestión. José Barba Martín, quien abandonó la orden a los 25 años, luego de sufrir varios abusos sexuales de Maciel, asegura que la pederastía está extendida en toda la Orden, mientras Juan José Vaca, ex presidente de los Legionarios de Cristo en Estados Unidos y otra de las víctimas de Maciel, afirma coincidentemente que los abusos sexuales en los Legionarios son comunes: “No ha sido solamente Maciel el criminal que cometió esos delitos, sino que según los datos que vamos teniendo ya se puede hablar de una corrupción de la institución como tal. Ya hay víctimas nuevas, de segunda y tercera generación. Los abusados por Maciel de niños ahora son superiores, y esos superiores ya han abusado de otros. Solamente el año pasado detectamos tres nuevas víctimas: una de Irlanda, otra de España y la tercera de Chile. También tenemos otro caso en Colombia. Donde los Legionarios tienen instituciones Maciel ha puesto gente como él, que piensa como él y que está integrada en ese sistema como él. Y todos ellos han sido víctimas de él y luego victimarios”. Vaca asegura que hasta el año 1976, cuando salió de los Legionarios, fue testigo ocular de otras 25 víctimas de abuso sexual de Maciel, y que él lo fue durante diez años. Comenta que, luego de someterlo a las vejaciones sexuales, el líder de los Legionarios intentaba tranquilizarlo diciéndole: “No te preocupes si tienes remordimiento de conciencia; yo te doy la absolución”, y agrega que “Maciel es un depredador, hoy con la imagen de abuelo”.
Según otros testimonios de víctimas de Maciel, éste utilizaba un patrón de conducta similar con los niños o adolescentes internos. Relatan que los elegía “bonitos”, que los mandaba llamar a su habitación para pedirles que le dieran un masaje y que al lograr que le masturbaran, sencillamente se justificaba diciendo que tenía “dispensa papal” porque estaba muy enfermo. La frase que utilizaba con algunos para terminar con su siniestra sesión era: “Lo que has hecho es un acto de caridad”.
Mientras las centenares de víctimas abusadas por Maciel no pueden esperar ya más justicia que la muy suave condena a “rezos y penitencia” impuesta al depredador por el Vaticano, la cuestión más urgente ahora es saber hasta qué punto el cáncer de la pederastía está infiltrado en la orden de los Legionarios de Cristo, ya que miles de niños y adolescentes pueden encontrarse en peligro.
Travesuras argentinas
Según un estudio de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, más de 4.000 sacerdotes ya han sido acusados en más de 11.000 casos de abuso sexual contra menores entre 1950 y 2002. Dicho estudio, difundido por la cadena CNN, fue compilado a partir de una investigación a nivel nacional realizada por el Colegio John Jay de Justicia Penal para la Conferencia de los Obispos. Sin embargo David Clohessy, del grupo Red de Sobrevivientes de los Abusados por Sacerdotes (SNAP sus siglas en inglés), afirmó que las cifras suministradas en ese informe le parecían “bajas”, y agregó: “Los obispos han tratado de ocultar ésto durante años, por lo que no hay razón para creer que de pronto van a cambiar su forma de obrar. La única cosa prudente es asumir que ésto no es toda la verdad”. Un ejemplo de cómo se ha desarrollado también entre los religiosos de Estados Unidos el gusto por la pedofilia, al amparo, claro está, de las jerarquías católicas más altas. De ello bien pueden hablar el obispo Roger Mahony, antes citado, protector de pederastas huidos de México, o monseñor Bernard Law, otro protector de curas abusadores y protegido a su vez por Juan Pablo II, quien lo designó para ocupar un alto cargo en el Vaticano.
En el otro extremo del continente americano, en la Argentina, los casos de abuso sexual por parte de sacerdotes no han llegado todavía al nivel estadístico alcanzado en otros países. Pero, como dicen de las brujas, los hay. Seguramente se debe a un bien aceitado engranaje de ocultamiento, como en todos los casos. Incluso han corrido rumores de que encumbrados monseñores han tirado alguna “canita al aire” en esta cuestión, rumores que llegaron a rozar al propio arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Primado de la Argentina, quien por su parte contó con varios votos a favor durante el cónclave que el año anterior eligió al sucesor de Juan Pablo II, un teatro armado para la feligresía, cabe aclarar, puesto que quien lo sucedió ya era Papa poco antes de que Karol Wojtyla falleciera “oficialmente”.
Un caso emblemático y de mucho alcance en los medios de prensa –si bien actualmente se encuentra algo estancado en tal sentido- es el del sacerdote Julio César Grassi. A partir de la investigación de un programa televisivo en 2002, que puso en evidencia abusos sexuales cometidos por éste contra menores de edad que se alojaban en la Fundación “Felices los Niños”, por él presidida desde hace varios años, el tema debió atravesar por diversas instancias y batallas judiciales, que llegaron al extremo de que, cuando estaba a punto de iniciarse el juicio oral y público contra el sacerdote, a último momento fuera apartado el triunvirato de jueces que iba a actuar, acusados de parcialidad manifiesta a favor de Grassi. El sacerdote, que ya se relamía junto a su ejército de abogados de onerosos haberes por lo que consideraba iba a desembocar en una declaración de inocencia, ve ahora como las cosas se le han dado vuelta: fue designado otro trío de magistrados para juzgarlo; unas pericias psiquiátricas realizadas en la provincia de Santa Cruz, donde también protagonizó casos de abuso sexual, arrojó como resultado –como se citó anteriormente- que la personalidad de Grassi es la de un “pedófilo con marcados síntomas de narcisismo y megalomanía” ; aparecieron nuevos testigos abusados por el cura que antes no se atrevían a declarar; y buena parte de su equipo de abogados renunció a seguir patrocinándolo.
Si bien la fecha del nuevo juicio aún está algo en la nebulosa, resultaría ahora más claro que Grassi ya no lleva todas las de ganar, como se ufanaba en un principio. También ha mermado la frecuencia con que lo entrevistaban algunos diarios o lo invitaban a sus programas televisivos ciertos periodistas, algunos de ellos cercanos al Opus Dei, que lo victimizaban haciéndolo objeto de un “complot” y dándole cuerda para que se despache a gusto sobre su pretendida “inocencia”.
Los otros dos casos que llegaron al conocimiento público en la Argentina son los protagonizados por el arzobispo de Santa Fe, monseñor Edgardo Storni -cuya conducta era seguida por el Vaticano desde 1994 pero nunca se conoció el resultado del sumario, ya que se ocultó el expediente-, y por el titular de la diócesis de Santiago del Estero, monseñor Carlos Maccarone. El primero, acusado de abusar de unos cincuenta seminaristas, logró al parecer una mejor protección que Maccarone, ya que continuaría, aunque alejado de la función sacerdotal, “en algún lugar” de la provincia de Santa Fe, mientras este último, que llegó a ser filmado durante unas relaciones más que dudosas con un joven taxista, tuvo que renunciar a su diócesis y, ante la cantidad de pruebas en su contra, el Papa no pudo concederle el beneficio de un traslado dentro del país, como suele ocurrir en este sistema de encubrimientos, y fue trasplantado a cumplir una vida de “penitencia” en México.
Uno de los detalles que adornan la cadena viciosa de Edgardo Storni aparece en el capítulo 9 del libro “Nuestra Santa Madre. Historia pública y privada de la Iglesia Católica Argentina”, de la periodista Olga Wornat, y se transcribe a continuación:
El Príncipe y el Pastor
"Era de noche. Lo llamaron al dormitorio principal. El chico fue creyendo que debía cumplir alguna de sus obligaciones diarias de ceremonial. Entró a la habitación sólo alumbrada por dos veladores de bronce y una extraña sensación de intimidad le inundó el cuerpo y lo incomodó. Trató de no pensar y obedeció las directivas de su superior. Lo ayudó a desvestirse. Lo hizo con pudor pero creyendo que era algo normal en el seminario y que se tenía que acostumbrar a las normas de ese lugar al que había llegado hacía tres días. Tembloroso frente al cuerpo sexagenario, le sacó prenda por prenda... Cuando terminó, vio caer el cuerpo fláccido del arzobispo sobre la cama, con su desnudez sólo cubierta con una toalla. El chico creyó que ya había cumplido con su tarea y se disponía a retirarse, pero se equivocó. Echado en el lecho de dos plazas con respaldo de bronce, monseñor lo llamó insinuante y le pidió que lo masajeara. Cada vez más nervioso, pero movido por el miedo y el respeto que le infundía la figura, el seminarista apoyó sus manos sobre la piel pálida, rosada y fofa, y comenzó a friccionarlo. A los masajes siguió la desnudez completa y el pedido de que se acostara al lado, y que lo acariciara en todo el cuerpo, pero sobre todo en los genitales.
"Confundido, turbado y temeroso, el muchachito recién venido del campo, hijo de una familia humilde, obedecía y escuchaba las palabras serenas y contenedoras que lo alentaban:
"–Esto no es pecado hijo, yo soy monseñor Storni, un padre para todos ustedes, los seminaristas. Nuestro amor tenemos que compartirlo. Dios ve bien esta muestra de amor entre dos hombres, entre un padre y su hijo. Él nos apoya desde el Cielo. "
"Cuando terminaron, el chico salió perturbado del dormitorio episcopal y se encerró en el suyo. Un compañero lo notó muy mal, le preguntó si lo podía ayudar y a él le relató llorando lo sucedido".
Con una mueca indescifrable de dolor, vergüenza y asco, un ex seminarista de Santa Fe me relató así la experiencia que le confesara aquel chico salido de la zona rural. Desde ese momento, la fuente se convirtió en oído elegido por aquel muchacho, y luego por tantos otros, para vomitar el dolor y la confusión de esas relaciones "incestuosas" y abusivas en las que se involucraron, seducidos o empujados, por el religioso más importante de la Arquidiócesis de Santa Fe de los últimos diecisiete años.
Como dicen por ahí: “Un botón basta de muestra, los demás... a la camisa”.
Las monjas también atraen
Hay muchos sacerdotes abusadores que no desprecian, por supuesto, echarle mano a un cuerpo femenino. Pasando por todas las épocas y desde el “tigre del siglo XVII”, Gaspar de Villarías, hasta hoy, abundan los casos de curas que no se resisten a la debilidad de la carne cuando aparece alguna colaboradora por la sacristía o cuando comparten tareas evangelizadoras con monjas. Y son abundantes estos últimos casos, a punto tal que ya existen varias organizaciones conformadas por religiosas para defender sus derechos, hartas de verse trabajando como esclavas al servicio de los curas y también, lo más grave, como “carne sacerdotal”.
En marzo de 2001 tomaron estado público denuncias hechas a muy alto nivel sobre el abuso generalizado de monjas en África por parte de sacerdotes y el encubrimiento del Vaticano. La realidad y magnitud del problema fue descrito en un reporte por sor María McDonald, madre superiora de Las Misioneras de Nuestra Señora de África. Su informe, titulado “El problema del abuso sexual a religiosas en África y Roma”, fue minimizado por las jerarquías del Vaticano. El padre Noktes Wolf, abad primate de los monjes benedictinos ha afirmado, sin embargo, que el abuso continuo de monjas africanas es una realidad y no un asunto de casos aislados. Entonces surge la pregunta: ¿por qué los abusos precisamente contra monjas y religiosas?. Sencillamente por ésto: en África, las monjas se han convertido en un grupo especialmente vulnerable porque el voto de castidad las hace candidatas menos probables para ser portadoras del virus del SIDA. Por lo tanto son consideradas “compañeras sexuales seguras” por muchos clérigos.
La extensión y falta de respuesta de este fenómeno ha provocado protestas formales de parte de monjas a muy alto nivel. Por ejemplo, la Conferencia de Estudio de las Hermanas de África Oriental (SEASC sus siglas en inglés) denunció formalmente estos abusos, a través de sus delegadas, ante la Conferencia de Obispos de África Central y Oriental, luego de su reunión en Kampala, Uganda, en agosto de 1995. La SEASC tiene la representación de 15 mil monjas de ocho países africanos y cuenta con una fuerza considerable. En su queja formal decían: “Consideramos ésto un asunto de justicia, el cual creemos que ya no puede ser ignorado”.
Por su parte las monjas mexicanas, hartas de los constantes atropellos que van desde ser utilizadas como simples sirvientas hasta sufrir violaciones sexuales de sus superiores religiosos, comenzaron también a integrarse en un gran movimiento internacional de protesta. A través de organizaciones mundiales como la Federación Internacional de Monjas o la Coalición de Monjas Americanas, las religiosas ya organizan sus propios “sínodos” y encuentros internacionales para bombardear con sus demandas al Vaticano, pero ya van mucho más allá de exigir un alto a los abusos sexuales. Están pidiendo además que se cree un “ombudsman religioso”, el celibato opcional, ejercer sus preferencias lésbicas y ser sacerdotisas y obispas. Cuestiones que al Papa y al cuerpo cardenalicio los vuelven más rojos que el color de sus capelos, y no de rubor sino de ira.
Esta rebelión de las monjas, que en los últimos cuatro años va provocando choques cada vez más frecuentes con el Vaticano, coincidió por ejemplo en 2003 con la exhibición, en México, de la película “En el nombre de Dios”, donde se revelan los maltratos, los abusos, incluyendo los sexuales, y las vejaciones que miles de mujeres –huérfanas, madres solteras y jóvenes violadas- sufrieron en la congregación católica Hermanas de la Magdalena, en Irlanda, durante la década de 1970 y hasta mediados de la de 1980.
Si bien no es habitual encontrar este tipo de información en muchos medios de prensa, ya sea por la censura vaticana, la gubernamental o por tratarse de medios muy vinculados de una manera u otra a la Iglesia, puede apreciarse que en México y otras partes del mundo, también las monjas ya están luchando contra el complot de silencio que pretende cubrir, como una sombra, los abusos de que son objeto.
El SIDA en la Iglesia
Otra realidad incuestionable sobre la cual la jerarquía católica ejerce, empecinadamente, la censura o el ocultamiento –intentando preservar a la fuerza una imagen que ya se le escapó de las manos hace tiempo- es la existencia del SIDA entre sus miembros. Ya en enero de 2000 el diario estadounidense “The Kansas City Star” había hecho una investigación que reveló que “cientos de sacerdotes católicos mueren de SIDA en Estados Unidos y cientos más viven con el virus que causa la enfermedad”, señalando que “la Iglesia y las órdenes religiosas necesitan reconocer que existe un problema, que los sacerdotes practican el sexo y que son susceptibles a las enfermedades de transmisión sexual, incluso el SIDA”.
Según ese diario, “la cifra de curas que han muerto por SIDA es difícil de determinar, pero al parecer la enfermedad provoca al menos cuatro veces más muertes entre sacerdotes que entre la población general de Estados Unidos, de acuerdo a testimonios médicos y a análisis de salud, mientras cientos más viven con el virus de inmuno deficiencia adquirida (VIH)”. Indica además que el hecho de que el número exacto de sacerdotes muertos por SIDA o infectados sea desconocido, se debe en parte a que muchos de ellos sufren su padecimiento en forma solitaria, sin revelarlo a nadie, y que cuando deciden comunicárselo a sus superiores, los casos se manejan generalmente de manera callada. Cita el caso de Farley Cleghorn, un epidemiólogo del Instituto de Virología Humana de la ciudad de Baltimore, quien declaró al diario que trató a unos veinte sacerdotes con SIDA, los cuales mantuvieron su enfermedad en secreto.
Esta cuestión fue tratada, sin sensacionalismo alguno, en una película británica que las autoridades eclesiásticas intentaron censurar o boicotear hace pocos años (como lo intentaron a mediados de este año con “El Código Da Vinci”). Se trata de “Dios te salve” (“Conspiracy of silence” su título original), filme que aborda el tema del celibato y denuncia el silencio de la Iglesia en torno a la epidemia de SIDA dentro mismo de la institución. La historia, cuyo guión fue premiado por la International Screenwriting Awards, está ubicada en la católica Irlanda actual, y comienza con la conmoción causada por un cura que se atreve a denunciar, en medio de un concilio del Vaticano, que en la Iglesia hay religiosos muriendo de SIDA, por lo que es severamente sancionado y enviado fuera del país. La imagen más impactante de la película es aquella que muestra las palmas de las manos del religioso con la leyenda pintada “La Iglesia muere de SIDA”, pegadas desesperadamente al cristal de la limusina que lo lleva forzadamente al aeropuerto.
El caso es que las muertes de sacerdotes por SIDA han sembrado tanta preocupación en la Iglesia, que la mayor parte de las diócesis y órdenes religiosas están requiriendo actualmente a los aspirantes al sacerdocio que se sometan a un examen de VIH antes de su ordenación. Siempre bajo la más absoluta discreción, obviamente. Al menos el obispo Raymond Boland, titular de la diócesis de Kansas City, reconoció sin tapujos que las muertes por SIDA muestran que “los sacerdotes son humanos”.
Sombras finales
Como corolario de esta larga serie de ejemplos sobre la marcha a contramano de la Iglesia, cabe referirse a otro de los ocultamientos propiciados por el Vaticano.
La fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoeslavia (TPIY), la suiza Carla del Ponte, viene acusando hace tiempo a la Iglesia Católica y a la jerarquía vaticana de ocultar al general Ante Gotovina, de 50 años, a quien muchos croatas consideran un héroe nacional, pero que por sus crímenes de guerra es una de las personas más buscadas junto al ex líder serbobosnio Radovan Karadzic y al general Ratko Mladic. El general Gotovina permanece con paradero desconocido desde 2001, cuando fue acusado de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Ex oficial de la Legión Extranjera francesa, Gotovina supervisó y supuestamente toleró la matanza de al menos 150 civiles serbios y la deportación forzosa de unos 200.000, tras una ofensiva para imponer de nuevo el control croata en la región de Krajina. Por su parte, el gobierno croata es acusado por la comunidad internacional de insuficiente cooperación para dar con el paradero del general, lo que viene afectando negativamente sus esfuerzos por negociar su adhesión a la Unión Europea.
La fiscal suiza, que es católica, dice estar “decepcionada en extremo” por el muro de silencio del Vaticano, tras meses de llamados secretos a sus más altos funcionarios, incluido uno dirigido directamente al Papa Benedicto XVI, todos ellos sin éxito. Del Ponte, en unas declaraciones publicadas el año anterior por el diario británico “The Daily Telegraph”, dijo que “el Vaticano podría señalar exactamente en cuál de los 80 monasterios católicos de Croacia ha encontrado refugio el general Gotovina”, y denuncia: “Tengo información de que está escondido en un monasterio franciscano y que la Iglesia Católica le protege. He tratado el asunto con el Vaticano, que se niega tajantemente a cooperar conmigo”. La fiscal viajó incluso a Roma para transmitirle esas informaciones sobre el paradero de Gotovina al ministro de Relaciones Exteriores del Vaticano, el arzobispo Giovanni Lajolo, pero éste, además de solicitarle que le proporcione “pruebas de la supuesta protección”, le dijo no poder ayudarla con el argumento de que “el Vaticano no es un Estado y no tiene la obligación internacional de ayudar a las Naciones Unidas a rastrear criminales de guerra”.
Extraña respuesta del prelado, si nos atenemos a que siempre se habló del “Estado Vaticano” y que éste cuenta, entre sus funcionarios de mayor jerarquía, precisamente con un “secretario de Estado”. Sin embargo no extraña tanto que la jerarquía católica se muestre tan escurridiza respecto de los criminales de guerra, cuando esta protección tiene antecedentes como el del papa Pío XII, quien como ya es sabido facilitó la huida hacia distintos países de América, incluida la Argentina, de centenares de oficiales nazis no bien terminada la Segunda Guerra Mundial, hasta proveyéndoles pasaportes del “Estado Vaticano” tan desconocido por su actual ministro del Exterior.
Para concluir, cabe mencionar que el Vaticano está recibiendo con inocultables muestras de disgusto la aparición, además de filmes que lo dejan mal parado como los ya citados “Dios te salve” y “En el nombre de Dios”, de documentales, libros y diversas expresiones que ponen en evidencia su sombrío accionar. Tal lo que ocurrió con el documental que recientemente proyectó la cadena de televisión británica BBC en su programa de investigación “Panorama”, en el que un informe acusa al Papa Benedicto XVI y a la Iglesia Católica de haber impulsado una política de ocultamiento de los casos de abuso sexual de menores dentro de la institución. Dicho programa reveló un informe secreto escrito por la Iglesia en 1962, en el que se insta a los sacerdotes a mantener en secreto los casos de pederastía, y señaló también que el actual Papa redactó a su vez un documento para proteger a los sacerdotes acusados de abuso sexual a niños y para esconder estos casos. Agrega incluso que Benedicto XVI, cuando era cardenal, era el encargado de que se cumplieran las directivas de aquel informe de 1962.
El productor ejecutivo del programa, Colm O’Gorman, ratificó las acusaciones: “Al Vaticano no le importa la protección de los niños para evitar los abusos, sólo le interesa proteger a la Iglesia como institución”. En tanto, el padre Tom Doyle, ex abogado de la Iglesia que fue despedido del Vaticano por criticar la forma en que la institución trataba los casos de pederastía, señaló rotundamente en el citado programa, al interpretar el informe en cuestión: “Se trata de una política escrita y explícita para cubrir casos de abusos de menores dentro de la Iglesia”.
Este aberrante tema fue tratado también en un libro de ficción pero escrito sobre bases sólidas. De reciente aparición y en venta ya en más de veinte países, “Espía de Dios”, que comienza con la muerte de Juan Pablo II y es la primera novela del joven periodista español Juan Gómez Jurado, denuncia los abusos sexuales a menores por sacerdotes. El autor vio despertada su curiosidad por los abundantes casos de abusos ocurridos en Estados Unidos, lo que lo llevó a viajar a ese país para conocer el tema “in situ”. Allí se trasladó por diversas ciudades, donde se contactó con numerosas víctimas que han creado varias asociaciones, y llegó a conocer la existencia de centros de reeducación para sacerdotes pederastas.
Como ha podido apreciarse en esta larga reseña, la Iglesia Católica en general y el Vaticano en particular, que han pretendido mostrar siempre una cara revestida de sacrificio y santidad -al margen del boato y las riquezas que no condicen con la humildad cristiana-, tienen en los hechos otra totalmente opuesta a aquella, una realidad demostrada por sus falencias y contradicciones: el sostener a rajatabla el celibato a través del tiempo ha producido todo tipo de distorsiones mentales entre sus representantes; sus enjuagues políticos llevan al Vaticano a actuar, aunque sea “entre bambalinas”, como una potencia más en el concierto mundial y, si la ocasión lo amerita, hasta a proteger criminales de guerra; y la lista continúa y es muy larga. Demasiado larga.
Lo que está logrando la Iglesia, que ya no puede ocultar hechos que pretendió mantener ocultos a través de los tiempos, es alejar de ella a cada vez más católicos, desprotegiéndolos sin miramientos, y que los seminarios se encuentren cada vez más vacíos.
En suma, se dedicó prolijamente a desvirtuar totalmente la misión para la cual fue llamada, hace más de dos mil años, por un enviado que vivió como hombre y que murió creyendo que esa muerte era la llave para un mundo mejor. Una llave que sus supuestos representantes arrojaron hace mucho tiempo al vacío.
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