[Ahora que sabemos que Fraga no era inmortal, no está de más recordar los curiosos negocios de este dinosaurio de la derecha de este país con personajes que están (o estaban) en la lista de negra de los EE.UU. Ya sorprendió a propios y extraños cuando un buen día, en la década de los 90, se marchó a Cuba a hacer una prolongada visita a Fidel. "Cosas de gallegos", decían con cara de circunstancia los peperos y sus medios de comunicación afines para intentar justificarse. Pero lo de la visita a Gadafi, de "estrangis", en un vehículo destartalado cruzando el desierto de Libia para ver al líder de la Revolución Verde, el difunto Gadafi, es aún más difícil de explicar si nos atenemos a las explicaciones oficiales que nos suelen dar los medios. Porque a Gadafi no se le veía muy aficionado a la muñeira ni al lacón con grelos que digamos...]
Fraga y Fidel echando la partida. Del viaje del buque insignia
de la derecha española a Libia no hay ni rastro de fotos en
la red, sorry.
de la derecha española a Libia no hay ni rastro de fotos en
la red, sorry.
En el aeropuerto de la isla tunecina de Djerba, ante una cristalera con vistas a un jardín de buganvillas en flor, Fraga convocó a la delegación que le acompañaba en su viaje al país de Gadafi. Una decena de empresarios y otra de alcaldes y periodistas escuchamos cómo el entonces presidente de la Xunta nos pedía que fuésemos respetuosos con la cultura y las costumbres de aquellos de los que íbamos a ser huéspedes durante cinco días de principios de mayo de 1998. El alcalde de Muras (Lugo), de origen árabe, tomó la palabra y resumió la que habría de ser la máxima de la expedición más rocambolesca de Fraga durante sus cuatro mandatos en la Xunta. Isaam Alnagm espetó: «¡Cuidado con el Corán, el alcohol y las mujeres!».
A las pocas horas, la delegación de Fraga entró en Libia por la frontera con Túnez. El viaje hasta Trípoli se hizo pesado y polvoriento, sobre todo porque el autobús que había puesto el régimen a disposición de la delegación gallega no política tenía la luna trasera rota y la bomba de agua averiada, la cual requirió de las manos del propietario de los astilleros Rodman, Manuel Rodríguez, para que el vehículo alcanzase la capital. En el hotel, la televisión sólo tenía un canal, en el que cada hora aparecía un informativo con imágenes que engrandecían al libertador Gadafi, autor de la Revolución Verde, y quizá precisamente por eso los fundidos del canal libio eran en tonos verdosos.
A la mañana siguiente, el destartalado autobús había sido sustituido por una flota de vehículos modernos y comenzó un recorrido a cuerpo de rey por Libia, buena parte de sus instituciones y, por supuesto, la casa de Gadafi que unos años antes habían bombardeado aviones norteamericanos. Un lugar convertido en símbolo de la opresión y heroicidad del líder —ningún libio le llama por su nombre—. Hace ocho años, Libia era la bestia negra de la Casa Blanca, regida por Bill Clinton, y con Madeleine Albright al frente de la Secretaría de Estado. Era el vértice del eje del mal de entonces y estaba sometida al embargo de la ONU.
En España ya gobernaba Aznar, a quien la pirueta de Fraga por el país norteafricano le incomodó mucho incluso antes de que un funcionario de la ONU hiciese pública una queja formal en el segundo día de estancia de Fraga en Libia. A día de hoy, Gadafi es un aliado norteamericano, su país no padece ningún embargo y las empresas francesas e italianas controlan buena parte de las inversiones y el comercio de la Gran Yamahiriya Árabe Libia Popular Socialista, nombre con el que bautizó Gadafi su territorio tras la Revolución Verde.
¿Qué fue a hacer Fraga a Libia? Desde luego no ejerció ningún papel que le hubiese encargado la comunidad internacional, sino que acudió allí convencido de que había posibilidades de negocio para algunas empresas gallegas y, también, para seguir construyendo su propio personaje, pues antes de Libia había ya visitado una vez Cuba (otro país con embargo de Estados Unidos) e Irak, entonces no tan enfrentado a los intereses de las potencias occidentales como ahora.
El proyecto empresarial estrella tenía que ver con el suministro de gas libio al Grupo Tojeiro para una planta que ocho años después aún no se ha finalizado. El otro frente económico era a priori también bastante racional. El régimen libio suministra bocadillos de atún a todos los niños como tentempié de mediodía, lo que convierte al país en uno de los principales consumidores de latas de conserva. Un par de años después, las exportaciones gallegas a Libia crecieron de forma considerable, si bien partían de una cifra muy baja. Eso sí, Libia no dejó el eje del mal por mediación de Fraga.
El gallego no se ha muerto (ya era un «muerto viviente» antes), sólo que se le han agotado las pilas... Sobre Fraga y Cuba ya puse algo en su momento.
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