Juan Fco. Martín Seco
Republica.es, 17 de febrero de 2012
El Gobierno acaba de aprobar la enésima reforma laboral que se ha realizado en España desde que entró en vigor el Estatuto de los Trabajadores. Todas ellas han ido en la misma dirección (incrementar la precariedad de los empleos, abaratar el despido, desregular el mercado de trabajo y conceder más poder a los empresarios para que puedan modificar a su conveniencia las condiciones laborales) y todas ellas también se han justificado recurriendo a la creación de empleo.
Al principio, se usó el argumento de que mejor es un empleo precario que ninguno, y al son de esta cantinela proliferaron todo tipo de contratos temporales. Las reformas no sirvieron para crear más puestos de trabajo, pero sí para que los generados fuesen de carácter precario. En España, se ha instalado la temporalidad en el mercado laboral, de manera que a lo largo de todos estos años el porcentaje de contratos temporales ha rondado el 30%, tres veces la media de la Unión Europea. Paradójicamente, esta situación se utiliza ahora como pretexto para abaratar el despido. Primero se crean los empleos temporales y después, basándose en ellos, se reduce la indemnización de los indefinidos.
Es un proceso al infinito. Ninguna de las reformas emprendidas ha servido para reducir los niveles de paro, más bien el resultado ha sido el contrario. Ahora bien, los intereses en juego son tan grandes y cuentan con tantos altavoces publicitarios que se niega lo evidente y, una y otra vez, se reclama una nueva reforma laboral, cada vez más agresiva y más dura.
En ningún país como en España los empresarios han podido trasladar con tanta celeridad el coste de la crisis a los trabajadores, mediante el despido y la destrucción de puestos de trabajo. Resultado lógico de la desregulación del mercado laboral y de la facilidad que las empresas tienen para despedir. De hecho, en ningún país se puede prescindir de la tercera parte de la mano de obra sin ningún requisito, excepto el de no renovar el contrato a su término.
Pues bien, el mundo al revés, porque el elevado nivel de paro que la crisis ha generado sirve de excusa para que surjan las voces de siempre, tanto desde el interior como desde el exterior, exigiendo una nueva reforma laboral. Y como si una no fuera suficiente, se acometen dos, una después de la otra -problemas de la alternancia. La del año 2010 ya dio un buen tajo a los derechos de los trabajadores y, como era de esperar, sin efectos sobre la creación de empleo, más bien al contrario, el paro siguió aumentando. Pero lejos de reconocer el fracaso y corregirlo, se reclama de nuevo más leña y ahí está el Gobierno, solícito y dispuesto a acceder a las peticiones de la patronal y a sucumbir ante el dogmatismo de Merkel y de sus acólitos de la Unión Europea. ¿No resulta un espectáculo vejatorio el de contemplar al ministro de Economía de España, inclinado como alumno aplicado sobre el comisario europeo de Economía, para anticiparle lo bien que lo iban hacer con una “reforma laboral de lo más agresivo”?
Ciertamente, la reforma aprobada es muy agresiva, ya que no solo abarata de manera significativa el despido, sino que elimina las garantías de los trabajadores dejando a la voluntad y discrecionalidad del empresario la modificación de todas las condiciones laborales bajo la amenaza de ir a incrementar la lista de parados.
Una medida de la nueva reforma desenmascara a la perfección la falacia de que su finalidad sea la creación de empleo y deja bien a las claras que lo único que se pretende es incrementar el excedente empresarial. Me refiero a la reducción de la indemnización por despido para los contratos ya en vigor. Resulta evidente que no pueden constituir ningún aliciente para realizar nuevas contrataciones ya que a estas no les afecta. Sí puede representar, sin embargo, un incentivo para despedir a los padres y contratar después, por mucho menos dinero, a los hijos. La mentira en el lenguaje aparece también cuando se denomina contrato indefinido a ese nuevo tipo creado para las PYMES con un año de prueba y fuertes subvenciones. Han inventado el contrato temporal indefinido.
Lo peor es que esta reforma consagra el modelo de precariedad y de beneficio fácil, que ya ha fracasado y al que hay que responsabilizar en buena medida de la crisis. Gran parte del problema actual radica en que los recursos que procedían del exterior y que provocaron un fuerte endeudamiento privado no se han orientado a sectores productivos capaces de generar futuros beneficios, sino a acumular de forma desproporcionada suelo y edificios. La actual reforma laboral incentivará a los empresarios a que orienten sus inversiones a los sectores de baja productividad y empleos basura, desviándolos de otros mucho más útiles y necesarios para la economía nacional.
Republica.es, 17 de febrero de 2012
El Gobierno acaba de aprobar la enésima reforma laboral que se ha realizado en España desde que entró en vigor el Estatuto de los Trabajadores. Todas ellas han ido en la misma dirección (incrementar la precariedad de los empleos, abaratar el despido, desregular el mercado de trabajo y conceder más poder a los empresarios para que puedan modificar a su conveniencia las condiciones laborales) y todas ellas también se han justificado recurriendo a la creación de empleo.
Al principio, se usó el argumento de que mejor es un empleo precario que ninguno, y al son de esta cantinela proliferaron todo tipo de contratos temporales. Las reformas no sirvieron para crear más puestos de trabajo, pero sí para que los generados fuesen de carácter precario. En España, se ha instalado la temporalidad en el mercado laboral, de manera que a lo largo de todos estos años el porcentaje de contratos temporales ha rondado el 30%, tres veces la media de la Unión Europea. Paradójicamente, esta situación se utiliza ahora como pretexto para abaratar el despido. Primero se crean los empleos temporales y después, basándose en ellos, se reduce la indemnización de los indefinidos.
Es un proceso al infinito. Ninguna de las reformas emprendidas ha servido para reducir los niveles de paro, más bien el resultado ha sido el contrario. Ahora bien, los intereses en juego son tan grandes y cuentan con tantos altavoces publicitarios que se niega lo evidente y, una y otra vez, se reclama una nueva reforma laboral, cada vez más agresiva y más dura.
En ningún país como en España los empresarios han podido trasladar con tanta celeridad el coste de la crisis a los trabajadores, mediante el despido y la destrucción de puestos de trabajo. Resultado lógico de la desregulación del mercado laboral y de la facilidad que las empresas tienen para despedir. De hecho, en ningún país se puede prescindir de la tercera parte de la mano de obra sin ningún requisito, excepto el de no renovar el contrato a su término.
Pues bien, el mundo al revés, porque el elevado nivel de paro que la crisis ha generado sirve de excusa para que surjan las voces de siempre, tanto desde el interior como desde el exterior, exigiendo una nueva reforma laboral. Y como si una no fuera suficiente, se acometen dos, una después de la otra -problemas de la alternancia. La del año 2010 ya dio un buen tajo a los derechos de los trabajadores y, como era de esperar, sin efectos sobre la creación de empleo, más bien al contrario, el paro siguió aumentando. Pero lejos de reconocer el fracaso y corregirlo, se reclama de nuevo más leña y ahí está el Gobierno, solícito y dispuesto a acceder a las peticiones de la patronal y a sucumbir ante el dogmatismo de Merkel y de sus acólitos de la Unión Europea. ¿No resulta un espectáculo vejatorio el de contemplar al ministro de Economía de España, inclinado como alumno aplicado sobre el comisario europeo de Economía, para anticiparle lo bien que lo iban hacer con una “reforma laboral de lo más agresivo”?
Ciertamente, la reforma aprobada es muy agresiva, ya que no solo abarata de manera significativa el despido, sino que elimina las garantías de los trabajadores dejando a la voluntad y discrecionalidad del empresario la modificación de todas las condiciones laborales bajo la amenaza de ir a incrementar la lista de parados.
Una medida de la nueva reforma desenmascara a la perfección la falacia de que su finalidad sea la creación de empleo y deja bien a las claras que lo único que se pretende es incrementar el excedente empresarial. Me refiero a la reducción de la indemnización por despido para los contratos ya en vigor. Resulta evidente que no pueden constituir ningún aliciente para realizar nuevas contrataciones ya que a estas no les afecta. Sí puede representar, sin embargo, un incentivo para despedir a los padres y contratar después, por mucho menos dinero, a los hijos. La mentira en el lenguaje aparece también cuando se denomina contrato indefinido a ese nuevo tipo creado para las PYMES con un año de prueba y fuertes subvenciones. Han inventado el contrato temporal indefinido.
Lo peor es que esta reforma consagra el modelo de precariedad y de beneficio fácil, que ya ha fracasado y al que hay que responsabilizar en buena medida de la crisis. Gran parte del problema actual radica en que los recursos que procedían del exterior y que provocaron un fuerte endeudamiento privado no se han orientado a sectores productivos capaces de generar futuros beneficios, sino a acumular de forma desproporcionada suelo y edificios. La actual reforma laboral incentivará a los empresarios a que orienten sus inversiones a los sectores de baja productividad y empleos basura, desviándolos de otros mucho más útiles y necesarios para la economía nacional.
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