Por PHILIP ZIMBARDO
Los pacíficos tutsis de Ruanda, en el África Central, aprendieron que un simple machete, usado contra ellos con mortal eficiencia, podía ser un arma de destrucción masiva. La matanza sistemática de tutsis por parte de sus anteriores vecinos, los hutus, se extendió por todo el país en pocos meses, durante la primavera de 1994, cuando los escuadrones de la muerte mataron a miles de hombres, mujeres y niños inocentes con machetes y garrotes con clavos. En un informe de Naciones Unidas se calcula que en sólo tres meses fueron asesinados entre 800.000 y un millón de ruandeses, haciendo de esta matanza la más atroz de la historia conocida. Tres de cada cuatro tutsis fueron asesinados.
Los hutus mataban a sus amigos y vecinos cumpliendo órdenes. Diez años después, un asesino hutu decía en una entrevista: «Lo peor de aquella matanza fue matar a mi vecino; solíamos beber juntos y su ganado pastaba en mis tierras. Era como un pariente». Una madre hutu explicaba cómo había matado a golpes a los niños que vivían en la casa de al lado, que la miraban con los ojos llenos de asombro porque habían sido amigos y vecinos toda la vida. Dijo que alguien del gobierno le había dicho que los tutsis eran sus enemigos y les había dado un garrote a ella y un machete a su esposo para luchar contra aquella amenaza. Justificaba la matanza diciendo que había sido como hacer «un favor» a aquellos niños, que se habrían convertido en unos huérfanos indefensos porque sus padres ya habían sido asesinados.
Hasta hace poco no se ha reconocido el uso sistemático de la violación de las mujeres tutsis como táctica para sembrar el terror y la aniquilación espiritual. Según algunos informes, todo empezó cuando un alcalde hutu, Silvester Cacumbibi, violó a la hija de un amigo suyo y luego hizo que la violaran otros hombres. La joven contó más tarde que Cacumbibi le había dicho: «No malgastaremos balas contigo; te violaremos y eso aún será peor».
A diferencia de las violaciones de mujeres chinas por parte de soldados japoneses en Nanking, donde los detalles de la pesadilla se habían desdibujado por unos defectos en los primeros informes y por la renuencia de los chinos a revivir aquella experiencia contándosela a extraños, se sabe mucho de la dinámica psicológica de la violación de las mujeres ruandesas.[1]
Cuando los habitantes de la ciudad de Butare se defendieron del ataque de los hutus, el gobierno provisional envió a una persona muy especial para que se ocupara de lo que el gobierno consideraba una sublevación. Esta persona, la ministra nacional de la mujer y la familia, era hija predilecta de Butare porque se había criado en la ciudad. Pauline Nyiramasuhuko, una tutsi que en su anterior trabajo como asistente social daba conferencias sobre los derechos de la mujer, era la única esperanza de aquella gente. Pero aquella esperanza se desvaneció de inmediato. Pauline organizó una trampa mortal prometiendo a los habitantes de Butare que Cruz Roja les daría comida y refugio en el estadio de la ciudad; pero lo que esperaba a los inocentes que se acercaron al estadio era una banda de milicianos hutus (los interahamwe) que acabaron con todos ellos. Los ametrallaron, les lanzaron granadas y los supervivientes fueron asesinados a machetazos.
Pauline ordenó a los milicianos que violaran a las mujeres antes de matarlas. Dio gasolina de su coche a otro grupo de asesinos que custodiaban a setenta mujeres y niñas y les ordenó que las quemaran vivas. También les conminó a que las violaran antes de matarlas. Uno de aquellos jóvenes le dijo a un traductor que no las podían violar porque «habíamos estado matando todo el día y estábamos muy cansados. Nos limitamos a meter la gasolina en botellas y las esparcimos por las mujeres; después, les prendimos fuego».
Una joven, Rose, fue violada por el hijo de Pauline, Shalom, que decía tener «autorización» de su madre para violar a mujeres tutsis. Fue la única mujer tutsi a la que se dejó vivir para que pudiera informar a Dios como testigo del genocidio. Luego se la obligó a mirar mientras su madre era violada y asesinaban a veinte parientes suyos.
En un informe de Naciones Unidas se calcula que durante este breve período de terror fueron violadas por lo menos 200.000 mujeres y que muchas de ellas fueron asesinadas después. «Algunas fueron penetradas con lanzas, cañones de fusil, botellas o estambres de banano. Mutilaban sus órganos sexuales con machetes, agua hirviendo y ácido; les cortaban los pechos de cuajo». «Empeorando aún más las cosas, las violaciones, que en su mayoría eran cometidas por muchos hombres seguidos, solían ir acompañadas de otras formas de tortura física y se realizaban en público para multiplicar el terror y la degradación». También se utilizaban para reforzar públicamente el vínculo social entre los asesinos hutus. Las violaciones en grupo suelen dar origen a esta clase de camaradería.
No hubo límite para aquellas atrocidades. «Una mujer ruandesas de cuarenta y cinco años de edad fue violada por su hijo de doce años —que tenía el hacha de un interahamwe en la garganta— delante de su esposo, mientras se obligaba a sus otros cinco hijos a mantener las piernas abiertas». La propagación del sida entre las supervivientes de aquellas violaciones sigue causando estragos en Ruanda. «Usar una enfermedad, una plaga, a modo de terror apocalíptico, de guerra biológica, aniquila a los procreadores y perpetúa la muerte durante generaciones», afirma Charles Strozier, profesor de historia del John Jay College of Criminal Justice de Nueva York.
¿Cómo podemos ni siquiera empezar a entender las fuerzas que actuaron para convertir a Pauline en una clase nueva de criminal, en una mujer que orquestó una matanza de mujeres enemigas? Una combinación de historia y de psicología social nos puede ofrecer un marco de referencia basado en las diferencias de poder y de estatus. En primer lugar, Pauline se había sentido conmovida por la sensación de inferioridad de las mujeres hutus ante la belleza y la altivez de las mujeres tutsis. El hecho de que fueran más altas y de piel más clara, y de que tuvieran unos rasgos más caucasianos, las hacían más deseables para los hombres.
A principios del siglo XX el poder colonial belga y germánico estableció una distinción racial arbitraria para diferenciar a dos pueblos que llevaban siglos casándose entre sí, que hablaban la misma lengua y que compartían la misma religión. Obligaron a todos los ruandeses a llevar encima un documento de identidad en el que constara si pertenecían a la mayoría hutu o a la minoría tutsi, y reservaron para los tutsis el acceso a la enseñanza superior y los cargos de la administración. Esto había sido otro acicate para el deseo de venganza de Pauline. También es cierto que Pauline era una oportunista política en una administración dominada por hombres y que quiso demostrar su lealtad, su obediencia y su fervor patriótico ante sus superiores orquestando unos crímenes que ninguna mujer había cometido antes que ella. Instigar las matanzas y las violaciones de los tutsis también fue más fácil, porque se les trataba como si fueran entes abstractos y se les aplicaba el término deshumanizador de «cucarachas», algo que era necesario «exterminar». Aquí tenemos un documento vivo de la imaginación hostil que pinta los rostros del enemigo con matices odiosos y luego destruye la tela.
Por inconcebible que nos pueda parecer que alguien pueda inspirar deliberadamente unos crímenes tan monstruosos, Nicole Bergevin, la abogada de Pauline en su juicio por genocidio, nos recuerda que «cuando te encargas de juicios por asesinato te das cuenta de que todos somos vulnerables aunque ni siquiera podamos soñar con ser capaces de cometer estos actos. Pero te acabas dando cuenta de que todos somos vulnerables. Me podría pasar a mí, le podría pasar a mi hija. Te podría pasar a ti».
La acreditada opinión de Alison Des Forges, de Human Rights Watch, que ha investigado muchos de estos bárbaros crímenes, destaca aún con más claridad una de las tesis principales de este libro. Des Forges nos obliga a ver nuestro propio reflejo en estas atrocidades:
La reacción especialmente conmovedora de Berthe, una de las tutsis supervivientes, ante la brutalidad de aquellos asesinatos y violaciones, expresa un tema que volveremos a tratar más adelante:
Los pacíficos tutsis de Ruanda, en el África Central, aprendieron que un simple machete, usado contra ellos con mortal eficiencia, podía ser un arma de destrucción masiva. La matanza sistemática de tutsis por parte de sus anteriores vecinos, los hutus, se extendió por todo el país en pocos meses, durante la primavera de 1994, cuando los escuadrones de la muerte mataron a miles de hombres, mujeres y niños inocentes con machetes y garrotes con clavos. En un informe de Naciones Unidas se calcula que en sólo tres meses fueron asesinados entre 800.000 y un millón de ruandeses, haciendo de esta matanza la más atroz de la historia conocida. Tres de cada cuatro tutsis fueron asesinados.
Los hutus mataban a sus amigos y vecinos cumpliendo órdenes. Diez años después, un asesino hutu decía en una entrevista: «Lo peor de aquella matanza fue matar a mi vecino; solíamos beber juntos y su ganado pastaba en mis tierras. Era como un pariente». Una madre hutu explicaba cómo había matado a golpes a los niños que vivían en la casa de al lado, que la miraban con los ojos llenos de asombro porque habían sido amigos y vecinos toda la vida. Dijo que alguien del gobierno le había dicho que los tutsis eran sus enemigos y les había dado un garrote a ella y un machete a su esposo para luchar contra aquella amenaza. Justificaba la matanza diciendo que había sido como hacer «un favor» a aquellos niños, que se habrían convertido en unos huérfanos indefensos porque sus padres ya habían sido asesinados.
Hasta hace poco no se ha reconocido el uso sistemático de la violación de las mujeres tutsis como táctica para sembrar el terror y la aniquilación espiritual. Según algunos informes, todo empezó cuando un alcalde hutu, Silvester Cacumbibi, violó a la hija de un amigo suyo y luego hizo que la violaran otros hombres. La joven contó más tarde que Cacumbibi le había dicho: «No malgastaremos balas contigo; te violaremos y eso aún será peor».
A diferencia de las violaciones de mujeres chinas por parte de soldados japoneses en Nanking, donde los detalles de la pesadilla se habían desdibujado por unos defectos en los primeros informes y por la renuencia de los chinos a revivir aquella experiencia contándosela a extraños, se sabe mucho de la dinámica psicológica de la violación de las mujeres ruandesas.[1]
Cuando los habitantes de la ciudad de Butare se defendieron del ataque de los hutus, el gobierno provisional envió a una persona muy especial para que se ocupara de lo que el gobierno consideraba una sublevación. Esta persona, la ministra nacional de la mujer y la familia, era hija predilecta de Butare porque se había criado en la ciudad. Pauline Nyiramasuhuko, una tutsi que en su anterior trabajo como asistente social daba conferencias sobre los derechos de la mujer, era la única esperanza de aquella gente. Pero aquella esperanza se desvaneció de inmediato. Pauline organizó una trampa mortal prometiendo a los habitantes de Butare que Cruz Roja les daría comida y refugio en el estadio de la ciudad; pero lo que esperaba a los inocentes que se acercaron al estadio era una banda de milicianos hutus (los interahamwe) que acabaron con todos ellos. Los ametrallaron, les lanzaron granadas y los supervivientes fueron asesinados a machetazos.
Pauline ordenó a los milicianos que violaran a las mujeres antes de matarlas. Dio gasolina de su coche a otro grupo de asesinos que custodiaban a setenta mujeres y niñas y les ordenó que las quemaran vivas. También les conminó a que las violaran antes de matarlas. Uno de aquellos jóvenes le dijo a un traductor que no las podían violar porque «habíamos estado matando todo el día y estábamos muy cansados. Nos limitamos a meter la gasolina en botellas y las esparcimos por las mujeres; después, les prendimos fuego».
Una joven, Rose, fue violada por el hijo de Pauline, Shalom, que decía tener «autorización» de su madre para violar a mujeres tutsis. Fue la única mujer tutsi a la que se dejó vivir para que pudiera informar a Dios como testigo del genocidio. Luego se la obligó a mirar mientras su madre era violada y asesinaban a veinte parientes suyos.
En un informe de Naciones Unidas se calcula que durante este breve período de terror fueron violadas por lo menos 200.000 mujeres y que muchas de ellas fueron asesinadas después. «Algunas fueron penetradas con lanzas, cañones de fusil, botellas o estambres de banano. Mutilaban sus órganos sexuales con machetes, agua hirviendo y ácido; les cortaban los pechos de cuajo». «Empeorando aún más las cosas, las violaciones, que en su mayoría eran cometidas por muchos hombres seguidos, solían ir acompañadas de otras formas de tortura física y se realizaban en público para multiplicar el terror y la degradación». También se utilizaban para reforzar públicamente el vínculo social entre los asesinos hutus. Las violaciones en grupo suelen dar origen a esta clase de camaradería.
No hubo límite para aquellas atrocidades. «Una mujer ruandesas de cuarenta y cinco años de edad fue violada por su hijo de doce años —que tenía el hacha de un interahamwe en la garganta— delante de su esposo, mientras se obligaba a sus otros cinco hijos a mantener las piernas abiertas». La propagación del sida entre las supervivientes de aquellas violaciones sigue causando estragos en Ruanda. «Usar una enfermedad, una plaga, a modo de terror apocalíptico, de guerra biológica, aniquila a los procreadores y perpetúa la muerte durante generaciones», afirma Charles Strozier, profesor de historia del John Jay College of Criminal Justice de Nueva York.
¿Cómo podemos ni siquiera empezar a entender las fuerzas que actuaron para convertir a Pauline en una clase nueva de criminal, en una mujer que orquestó una matanza de mujeres enemigas? Una combinación de historia y de psicología social nos puede ofrecer un marco de referencia basado en las diferencias de poder y de estatus. En primer lugar, Pauline se había sentido conmovida por la sensación de inferioridad de las mujeres hutus ante la belleza y la altivez de las mujeres tutsis. El hecho de que fueran más altas y de piel más clara, y de que tuvieran unos rasgos más caucasianos, las hacían más deseables para los hombres.
A principios del siglo XX el poder colonial belga y germánico estableció una distinción racial arbitraria para diferenciar a dos pueblos que llevaban siglos casándose entre sí, que hablaban la misma lengua y que compartían la misma religión. Obligaron a todos los ruandeses a llevar encima un documento de identidad en el que constara si pertenecían a la mayoría hutu o a la minoría tutsi, y reservaron para los tutsis el acceso a la enseñanza superior y los cargos de la administración. Esto había sido otro acicate para el deseo de venganza de Pauline. También es cierto que Pauline era una oportunista política en una administración dominada por hombres y que quiso demostrar su lealtad, su obediencia y su fervor patriótico ante sus superiores orquestando unos crímenes que ninguna mujer había cometido antes que ella. Instigar las matanzas y las violaciones de los tutsis también fue más fácil, porque se les trataba como si fueran entes abstractos y se les aplicaba el término deshumanizador de «cucarachas», algo que era necesario «exterminar». Aquí tenemos un documento vivo de la imaginación hostil que pinta los rostros del enemigo con matices odiosos y luego destruye la tela.
Por inconcebible que nos pueda parecer que alguien pueda inspirar deliberadamente unos crímenes tan monstruosos, Nicole Bergevin, la abogada de Pauline en su juicio por genocidio, nos recuerda que «cuando te encargas de juicios por asesinato te das cuenta de que todos somos vulnerables aunque ni siquiera podamos soñar con ser capaces de cometer estos actos. Pero te acabas dando cuenta de que todos somos vulnerables. Me podría pasar a mí, le podría pasar a mi hija. Te podría pasar a ti».
La acreditada opinión de Alison Des Forges, de Human Rights Watch, que ha investigado muchos de estos bárbaros crímenes, destaca aún con más claridad una de las tesis principales de este libro. Des Forges nos obliga a ver nuestro propio reflejo en estas atrocidades:
Esta conducta se halla justo bajo la superficie de cualquiera de nosotros. Las descripciones simplificadas de un genocidio permiten distanciarnos de sus autores. Son tan malvados que no podemos ni imaginarnos haciendo lo mismo. Pero si tenemos en cuenta la terrible presión bajo la que actuaban, automáticamente vemos reafirmada su humanidad y eso es algo muy alarmante. Nos vemos obligados a contemplar la situación y a preguntarnos: «¿Qué habría hecho yo?». A veces, la respuesta no es nada alentadora.El periodista francés Jean Hatzfeld entrevistó a diez miembros de la milicia hutu que hoy se encuentran en prisión por haber asesinado a golpes de machete a miles de civiles tutsis.[2] Los testimonios de estos hombres corrientes —la mayoría de ellos agricultores y religiosos practicantes, aunque también había un antiguo maestro de escuela— son escalofriantes por la descripción que hacen, con toda naturalidad y sin remordimiento alguno, de aquella crueldad inconcebible. Sus palabras nos obligan una y otra vez a afrontar lo inimaginable: que el ser humano es capaz de renunciar por completo a su humanidad por una ideología irreflexiva, de cumplir hasta el exceso las órdenes de unas autoridades carismáticas de que destruya a todo aquel al que etiqueten como «enemigo». Reflexionemos sobre algunos de estos relatos, que hacen palidecer al A sangre fría de Truman Capote:
«Había matado a tanta gente que ya no le daba importancia. Pero quiero dejar claro que, desde el primero hasta el último que maté, no me arrepentí ni una sola vez.»
«Cumplíamos órdenes. Estábamos todos entusiasmados. Formábamos equipos en el campo de fútbol y salíamos de caza como si fuéramos hermanos.»
«Si en el momento de matar alguno sentía pena y vacilaba, tenía que mirar muy bien lo que decía y procurar no revelar sus dudas por temor a que le acusaran de complicidad.»
«Matamos a todos los que hallamos escondidos entre el papiro. No había razón para elegir, esperar o temer a nadie. Descuartizamos a conocidos, descuartizamos a vecinos, no hacíamos más que descuartizar.»
«Sabíamos que nuestros vecinos tutsis no eran culpables de nada, pero culpábamos a todos los tutsis de nuestros problemas. Ya no los mirábamos uno a uno, ya no los reconocíamos como habían sido, ni siquiera a los colegas. Se habían convertido en una amenaza mayor que todo lo que habíamos compartido, mayor que nuestra forma de ver las cosas en la comunidad. Así era como pensábamos al matarlos.»
«Cuando encontrábamos a un tutsi en los pantanos ya no veíamos a un ser humano, a una persona como nosotros, con sentimientos y pensamientos similares. La cacería era salvaje, los cazadores eran salvajes, las presas eran salvajes: el salvajismo se apoderaba de todo.»
La reacción especialmente conmovedora de Berthe, una de las tutsis supervivientes, ante la brutalidad de aquellos asesinatos y violaciones, expresa un tema que volveremos a tratar más adelante:
«Antes sabía que un hombre podía matar a otro porque es algo que siempre ha sucedido. Ahora sé que hasta la persona con la que has compartido comida, o con la que has dormido, te puede matar sin problemas. El vecino más cercano te puede matar con los dientes: esto es lo que he aprendido del genocidio, y mis ojos ya no ven el mundo como antes».En su obra Shake Hands with the Devil, el teniente general Roméo Dallaire ha expuesto con toda crudeza sus experiencias como comandante de la fuerza de paz de Naciones Unidas en Ruanda.[3] Aunque pudo salvar a miles de personas gracias a su heroico esfuerzo, Dallaire se quedó destrozado al no poder conseguir más ayuda de Naciones Unidas para impedir muchas más atrocidades. Acabó sufriendo un grave trastorno por estrés postraumático como víctima psicológica de aquella masacre.[4]
El efecto Lucifer. El porqué de la maldad (2007)
Notas:
[1] Parte de la amarga historia del empleo de la violación como arma de terror gira en tormo a una mujer a la que el investigador Peter Landesman ha llamado «la ministra de la violación» en su completo reportaje publicado en The New York Times Magazine el 15 de septiembre de 2002, págs. 82 y sigs. (todas las citas son de este reportaje: A Woman's Work).
[2] Jean Hatzfeld, Machete Season: The Killers in Rwanda Speak (Nueva York: Farrar, Starus and Giroux, 2005).
[3] R. Dallaire y B. Beardsley, Shake Hands with the Devil: The Failure or Humanity in Rwanda (Nueva York: Carroll and Graf, 2004).
[4] Según el psicólogo Robert Jay Lifton, autor de The Nazi Doctors, la violación suele ser un instrumento de guerra empleado de una manera deliberada para poner en marcha una humillación y un sufrimiento extremos que no sólo afecten a la víctima, sino también a todos los que estén a su alrededor. «La mujer se ve como un símbolo de pureza. La familia gira en torno a este símbolo. Y este ataque brutal a este símbolo los estigmatiza a todos. Así se perpetúa la humillación, que reverbera entre los supervivientes y sus familias. En este sentido, la violación es peor que la muerte». Landesman, pág. 125. Véase también A. Stiglmayer (comp.), Mass Rape: The War Against Women in Bosnia-Herzegovina (Lincoln: University of Nebraska Press, 1994).
Deseo intervenir en este asunto de Ruanda y la R.D. Congo, ambos vinculados, porque se están contando cosas que tienen poca relación con la realidad. Expongo lo siguiente, comentado en mi obra: Estados Unidos y el respeto a otras culturas y países:
ResponderEliminar"Kagame necesitaba la eliminación física de Habyarimana, el que era presidente de Ruanda, debido que se iban a celebrar elecciones en Ruanda y Kagame no tenía ninguna posibilidad de ganar. Ante esta circunstancia, y tras el asesinato del presidente, Kagame con su ejército el Frente Patriótico Ruandés, que estaban muy bien preparados militarmente por EE.UU, dieron un golpe de Estado. Arremetiendo contra la gran mayoría hutu de Ruanda, y haciéndose con el control de Ruanda en menos de 100 días. La minoría tutsi se imponía por la fuerza a la mayoría hutu. Durante este periodo representantes del gobierno ruandés pidieron ayuda a la ONU con el fin de parar las matanzas, pero EE.UU se opuso a ello, y dio como resultado que continuase el genocidio por parte de ejército de Kagame, y la victoria final de este que era lo que realmente deseaban.
Las matanzas se produjeron por ambas partes una vez iniciadas las hostilidades, pero también es cierto que fue el ejército de Kagame quien inició esta estrategia criminal, y que estaba programada en sus planes. No puede decirse lo mismo sobre la actuación de los hutus que respondían sin mucho orden y control a la violencia que se había instaurado.
Estados Unidos y la ONU eran conocedores de lo que sucedía, recibieron informes donde se les indicaba que se mataban al menos a 10.000 hutus al mes.23,24 Pero miraron hacia otro lado, intentando acallar y disminuir la gravedad de lo que sucedía a los hutus, y justificando la actuación del ejército de Kagame. De hecho los catedráticos estadounidenses Christian Davenport y Allan Stam que fueron encargados por el TPIR para documentar los crímenes cometidos en Ruanda en 1994, indicaron que:
La mayoría de las víctimas eran hutus, no tutsis
Las masacres en las zonas controladas por las FAR [Fuerzas Armadas Ruandesas] parecían aumentar a medida que el [FPR] penetraba en el país y anexaba más territorios
Cuando [el FPR, el ejército de Kagame] avanzaba, las masacres aumentaban. Cuando se detenía, las masacres en masa disminuían considerablemente.23
Las conclusiones obviamente no gustaron a Washington, y no permitieron que los profesores continuasen con su investigación. Estas conclusiones contradicen incluso la versión de que el primer genocidio, el de 1994, fue debido principalmente a los hutus. Mostrando que en realidad fue al revés, y que quien planificó y llevó a cabo el genocidio fue Paul Kagame ayudado y financiado desde el exterior. Estos ataques hacia los hutus ya se habían realizado en años anteriores, a través del ejército de Uganda encabezados por el dictador Yoweri Museveni, en el que Paul Kagame había estado como director de inteligencia militar y del que su ejército el RPF era un brazo más del ejército ugandés.24
También de cara a un análisis riguroso de las cifras de muertos hay que analizar los datos reales de la población, y haciendo esto se ve que en el censo del año 1991 el 91% de los ruandeses eran hutus, solo un 8,4% eran tutsis, y el resto de otras etnias como los Twa y otros grupos. Si la población era en Ruanda de 7.099.844 entonces tenemos 596.386 tutsis, y 6.467.958 de hutus. Por lo que atendiendo a estas cifras y a los informes de los investigadores, la cifra de 800.000 tutsis asesinados es realmente falsa, es más, en realidad la mayoría de los asesinados fueron hutus. Esto pasó en 1994, pero después fue incluso peor, ya que el ejército de Kagame se lanzó sobre su objetivo en la R.D. Congo para tener acceso a los recursos minerales. Causando un enorme genocidio que continúa hasta el día de hoy. Las cifras de tal genocidio son enormes y superan los 6 millones de personas según algunos autores."
El texto del psicólogo Zimbardo refleja que cualquiera, dependiendo de la situación, puede hacer tales crímenes. Nadie está libre de pecado o maldad. Y por eso nos explica de los hutus que asesinaban sin ningún remordimiento a sus vecinos tutsis. O el caso de la ministra, que además de ser también de origen tutsi y feminista, para ascender en la política y su ambición, borraba todo su pasado y ascendencía y pasaba a ser una de las personas más crueles, que de defender los derechos de la mujer, enarbola la violación contra muchas de ellas.
ResponderEliminarAdemás, yo también puedo citar otro libro más, el del historiador francés Bernard Bruneteau, El siglo de los genocidios, y de quienes incitaron al genocidio:
«Un último elemento parece hoy determinante: la firma de los Acuerdos de Arusha entre el presidente Habyarimana y el FPR, que se celebró en Tanzania el 4 de agosto de 1993 gracias a la presión de la comunidad internacional. Estos acuerdos consagraban la incapacidad de Kigali de llegar a una solución militar y concretaban, en cambio, el objetivo inicial del FPR, a saber: que la lucha por el poder se trasladara desde un plano étnico a otro político. Si se examinan las bases del acuerdo, parecía que el Akazu y, por encima de él, los hutus del noroeste, acabarían por perder la partida: se establecía el regreso de los refugiados tutsis, la fusión de los dos ejércitos, un gobierno de transición abierto a todos los partidos, una disminución del papel de la presidencia y la presencia de la ONU. La perspectiva de la derrota y la marginación política fue decisiva en la radicalización final de los extremistas del Gobierno hutu, que clamaron traición y crearon, a raíz de los acuerdos, un Comité de Defensa de la República (CDR). No fue causal que la radio de las Mil Colinas, financiada por el clan de la señora Habyarimana, comenzara a emitir sus exhortaciones al linchamiento de los tutsis cuatro días después de la firma de los acuerdos. El periódico Kangura, por su parte, advertía: «Quienquiera que crea que la guerra ha terminado a raíz de los Acuerdos de Arusha se engaña… Dejemos estallar lo que se cuece. […] En ese momento, la sangre correrá a chorros». De hecho, desde diciembre de 1993 los alcaldes distribuyeron armas en las comunas y los cascos azules vieron a los jóvenes milicianos entrenándose para «trabajar» con el machete sobre las colinas vecinas de Kigali.
Se había tomado la decisión. Bastaba con esperar la ocasión —o provocarla— para desencadenar la masacre. La ocasión llegó con la muerte del presidente Habyarimana en un accidente de su avión, que el 6 de abril de 1994 fue abatido sobre la capital por un misterioso misil. A partir del día siguiente, las carreteras de todo el país quedaron bloqueadas por barreras y comenzó el exterminio de los tutsis, que podían ser identificados gracias a sus carnés de identidad.
El grupo que planificó y ejecutó el genocidio está hoy bien identificado. Comprendía un primer círculo de unos sesenta individuos, entre los cuales estaban la mayor parte de los miembros del Gobierno en funciones y los oficiales superiores del Ejército; así como a un círculo restringido, del que formaban parte el antiguo primer ministro hutu, Jean Kambanda, y los cinco miembros de su consejo privado...»
Hay que basarse en hechos. Y según apuntan los investigadores quienes planificaron y perpetraron la masacre fueron principalmente Kagame y sus socios, Museveni (presidente de Uganda) y EE.UU. Esto en Ruanda, pero en la R.D. del Congo el genocidio fue de dimensiones mucho mayores, estamos hablando de 6-9 millones de personas en la R.D. Congo frente a unas 700.000 o 800.000 en Ruanda. Aquí la responsabilidad fue toda del FPR de Kagame (y sus socios).
ResponderEliminarLos intereses de las transnacionales en los enormes recursos mineros, los mayores del planeta, han causado una vez más una tragedia colosal.
Yo tampoco considero a Kagame una víctima inocente, seguro que también tendrá las manos manchadas de sangre. Despúes de llegar al poder en Ruanda, intervino en el antiguo Zaire (ahora R.D. del Congo) y, con la excusa de persiguir a los genocidas hutus, llevó allí la guerra. Una guerra en la que ha habido varios bandos, y todos, todos, han cometido crímenes. Crimenes de guerra, crímenes a la humanidad.
ResponderEliminarPero el genocido implica la planificación del exterminio de un grupo étnico determinado. Kagame será un criminal, pero no es un genócida. Genócidas son aquellos hutus que asesinaron a machetazos a miles de tutsis.
Todos, absolutamente todos, los crímenes a la humanidad son horrendos y condenables. Pero no todos implican genocidio.
Los intereses estadounidenses chocaron en la África de los años noventa del siglo pasado con los franceses (ahora no es así), y Ruanda es un ejemplo. La culpa es de todos los que intervinieron, pero los genocidas lo fueron el Gobierno hutu y la gente que se dejó arrastrar por las consignas extremistas y racistas.
Precisamente Kagame, con la ayuda de Museveni y la de la élite estadounidense, planificaron ese genocidio.
ResponderEliminarY fueron sus principales autores, no solo en la R.D. Congo sino incluso en la propia Ruanda, donde el número de muertos fue mucho menor.
Es lo que dicen claramente los resultados de los investigadores.
Hoy Ruanda, como Uganda, son dos dictaduras brutales que se pretenden camuflar como democracias.
Para más información:
http://www.voltairenet.org/Paul-Kagame-Our-Kind-of-Guy,168217
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=20879
http://www.inyenyerinews.org/human-rights/kagames-unreported-killings/
Saludos.
"Fulvio Beltrami, an Italian residing in the Great Lakes Region since 1993, reacts to the International Crisis Group (ICG) report urging the UN Security Council to react against Rwanda after a recent UN report concluded on wide-spread war crimes committed by Rwandan forces in Congo (DRC) between 1993 and 2003:
ResponderEliminar'The UN released report on crimes committed in the DRC between 1993 and 2003 is based on investigations done between October 2008 and June 2009 by 33 UN employees and Human Rights Congolese and international experts (between them some ICG experts, according humanitarian aid workers based in eastern DRC).
Personally, I think the methodology of the investigation is too weak when it comes to impartiality. It also seems to be obfuscated or corrupted by regional and international actors, who since August 1994 have been promoting several revisionist theories about the Rwandan Genocide.
Rwanda, Uganda and Burundi armies have surely committed actions against civilians that can be classified as war crimes during the studied period.
The same crimes have also been committed, in the same period and in the same country, by Angolan, Zimbabwean and DRC armies and several pro-Kinshasa militias such as the Mai Mai. But the UN report seams give more importance to the ones attributed to Rwanda and Uganda.
During war time, it is sad to observe that crimes against humanity can easy be committed by all parties. One only needs to look at current examples in Iraq and Afghanistan.
I do agree with the ICG that each crime against humanity must be accounted for by those responsible without any possibility of impunity dictated by political interests.
What I do not agree with in the UN reports the ICG article is the declaration that war crimes done by the Rwandan Army can be classified as "genocide".
Genocide and ethnic cleansing operations are strictly defined by well classified characteristics: First of all the identification of one population as enemy on ethnic diversity bases.
This should be followed by an ethnic hate public propaganda campaign in order to convince the own population to exterminate the enemy; promotion of any collective actions against the enemy that can lead to his physical elimination. In the minor of results, campaign will assure the own population's ideological support for the ethnic cleansing operations.
Planning of mass destruction, with clear instructions to the political, military and administrative authorities, is necessary to accomplish "the job". A detailed list of victims and the creation of civil militias are necessary basic tools.
All these were the characteristics of the former Rwandan government that has perpetuated the genocide of 1994'."
http://www.afrol.com/articles/36868
Violaciones: África contra el informe de la ONU
ResponderEliminar01/10/2010 - Después de Ruanda, los Gobiernos de Burundi, Uganda y Angola han rechazado las alegaciones contenidas en el informe de las Naciones Unidas, dijo hoy en Ginebra sobre las atrocidades cometidas en el Congo entre 1993 y 2003 .
(...)
Pero de acuerdo con Burundi , " el informe y la "clara intención de desestabilizar toda la región y la investigación no se ha" llevado a cabo de manera objetiva ". Por su parte, Uganda dijo que el informe es " una colección de rumores, muy mal en la metodología y las fuentes "y no" pruebas reales "y ha pedido la retirada del informe. Por último, Angola, también rechaza " categóricamente "las acusaciones de la ONU llama" difamatorio, insultante y provocador ", porque - añade - que" han hecho todo lo posible para detener la violencia contra los civiles en el Congo "y refugiados de otros países en el Congo.
http://www.giornalettismo.com/archives/85451/stupri-lafrica-contro-rapporto/
Los datos son incontestables, de 6 hasta incluso 9 o 10 millones de muertos en la R.D. Congo, por la acción del FPR de Kagame. Tanto él como Museveni son responsables de ese genocidio; y también quienes les apoyaron.
ResponderEliminarEs una historia que no gusta oír en occidente, pero hay que ceñirse a los datos.
«Nuevas pruebas desvinculan al presidente ruandés Kagame del origen del genocidio de 1994.»
ResponderEliminar(Euronews 10-enero-2012)
http://es.euronews.com/2012/01/10/nuevas-pruebas-desvinculan-al-presidente-ruandes-kagame-del-origen-del-
«El misil que mató al presidente ruandés en 1994 fue disparado por la guardia presidencial.»
(Euronews 11-enero-2012)
http://es.euronews.com/2012/01/11/el-misil-que-mato-al-presidente-ruandes-en-1994-fue-disparado-por-la-guardia-/
OJALA, DIOS PERDONE A ESTOS CRIMINALES, PORQUE EL INFIERNO LOS ESPERA, Y POR EL MOMENTO, TIENEN UN INFIERNO EN VIDA. NO MERECE PERDON QUIEN DE ESTA MANERA OBRA CONTRA UN INOCENTE, NO ES JUSTICIA, NO ES VENGANZA, ES PURA MALDAD, LAS VERDADERAS CUCARACHAS.
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