El pueblo avasalla a las autoridades en Quidong y cierra una fábrica papelera
ZIGOR ALDAMA
El Norte de Castilla, lunes 30/7/12
Que un secretario del Partido Comunista chino sea sacado a la fuerza de su oficina por una horda enfurecida que lo desnuda en la calle es algo asombroso. Que la población entre en la sede gubernamental y la destroce era impensable hasta hace no mucho. Y que manifestantes hartos de que sus demandas solo sean escuchadas cuando van acompañadas de violencia se líen a porrazos contra vehículos policiales, también. Pero estos tres hechos se dieron cita el pasado fin de semana en el pequeño pueblo de Qidong, ubicado en la provincia oriental de Jiangsu, muy cerca de la megalópolis de Shanghái.
Los ciudadanos comenzaron a protestar el sábado contra la construcción de una tubería destinada a canalizar hasta el mar las aguas residuales de la fábrica papelera, una de las mayores de Asia, que la japonesa Oji Paper Company tiene en los alrededores del pueblo. Aseguran que el proyecto contaminaría las aguas, y que los elementos nocivos acabarían haciendo enfermar a los habitantes a través de la pesca. Como sus palabras no hicieron efecto, pasaron a los hechos. Y han conseguido que las autoridades se echen atrás en sus planes.
Los chinos han perdido el miedo. Ya no se callan. Es más, hablan alto y claro. Con megáfono. Y la intimidación de los uniformes no los detiene. De hecho, buscan la confrontación. El Gobierno es consciente de que puede sacar la artillería a la calle para ganar una batalla, pero también sabe que eso le hará perder la guerra. Los tiempos de Tiananmen se acabaron con Internet y con el auge de las redes sociales. China no vive una primavera al estilo árabe, pero su transformación también se cuece en el ciberespacio, y parece irreversible. Así que, aunque en primera instancia los dirigentes se resisten a dar su brazo a torcer, cuando la marabunta despierta optan por agachar la cabeza para no perderla, escuchan al pueblo, y actúan en consecuencia.
Este año se han sucedido varios ejemplos de este importante cambio en las actitudes de la población china y del Partido Comunista. Wukan abrió la veda en febrero, cuando los habitantes de este pueblo de la provincia sureña de Guandong, contrarios a operaciones inmobiliarias, expulsaron a los dirigentes municipales y consiguieron permiso para llevar a cabo una votación democrática al nivel más básico que, sin embargo, podría servir de inspiración en el futuro. Y a finales de junio llegó la revuelta de Shifan, otra pequeña ciudad que estalló para evitar que se construyese una planta química, y que también logró su objetivo. Qidong las ha superado por la inusitada violencia utilizada por sus habitantes.
A porrazos
En las espectaculares imágenes que circulan por las redes sociales chinas queda bien claro que una muchedumbre atacó la sede gubernamental, y no dejó archivo sobre archivo. Sun Jianhua, secretario del Partido de Qidong y teniente de alcalde de Nantong, la ciudad a la que está adscrito el pueblo, fue sacado de su oficina, en la que se encontraron cigarrillos y licores de gran valor, y en la calle le pidieron que se vistiera con una camiseta en la que se podía leer un lema contra la polución, uno de los principales puntos de fricción entre la gente y el Gobierno. Le acusaban de ser quien firmó la aprobación del proyecto, pero se negó. Entonces fue despojado de su ropa que, como dan fe fotografías tomadas por los manifestantes, era de la marca italiana Lozio. El hecho de que su camisa cueste más de 200 euros echó más leña al fuego.
Así que, en vista de que el enfrentamiento podía cobrar todavía más intensidad, Nantong decidió desplegar varios centenares de policías y otros tantos antidisturbios. A porrazos consiguieron dispersar a los manifestantes, muchos de los cuales acabaron heridos. Los centros sanitarios se colapsaron e incluso circularon informaciones en las que se mencionaban varios muertos, pero este periódico no pudo confirmar ayer tal extremo.
Lo que sí está probado es que entre 15 y 20 policías, en su habitual empeño por ocultar lo sucedido, patearon durante 20 segundos a uno de los periodistas del diario japonés Asahi Shimbun, Atsushi Okudera, que se había trasladado desde Shanghái para cubrir las protestas. A pesar de que se identificó como periodista, su cámara fue arrebatada, y uno de los agentes incluso saltó sobre él en repetidas ocasiones. El diario ya ha denunciado oficialmente los hechos.
Lo sucedido en Qidong lanza un mensaje claro a las autoridades del país. Tienen que consultar con el público, del que ya no pueden reírse en sus lujosos despachos, porque el mundo está mirando. Hasta ahora se han sucedido estallidos de corta duración en pequeños núcleos urbanos, detonados por asuntos locales. Pero el recién adquirido poder ciudadano podría extenderse a ciudades de primer orden, donde el bienestar ha anestesiado a la población. Y entonces, el Partido podría tambalearse.
ZIGOR ALDAMA
El Norte de Castilla, lunes 30/7/12
Que un secretario del Partido Comunista chino sea sacado a la fuerza de su oficina por una horda enfurecida que lo desnuda en la calle es algo asombroso. Que la población entre en la sede gubernamental y la destroce era impensable hasta hace no mucho. Y que manifestantes hartos de que sus demandas solo sean escuchadas cuando van acompañadas de violencia se líen a porrazos contra vehículos policiales, también. Pero estos tres hechos se dieron cita el pasado fin de semana en el pequeño pueblo de Qidong, ubicado en la provincia oriental de Jiangsu, muy cerca de la megalópolis de Shanghái.
Los ciudadanos comenzaron a protestar el sábado contra la construcción de una tubería destinada a canalizar hasta el mar las aguas residuales de la fábrica papelera, una de las mayores de Asia, que la japonesa Oji Paper Company tiene en los alrededores del pueblo. Aseguran que el proyecto contaminaría las aguas, y que los elementos nocivos acabarían haciendo enfermar a los habitantes a través de la pesca. Como sus palabras no hicieron efecto, pasaron a los hechos. Y han conseguido que las autoridades se echen atrás en sus planes.
Los chinos han perdido el miedo. Ya no se callan. Es más, hablan alto y claro. Con megáfono. Y la intimidación de los uniformes no los detiene. De hecho, buscan la confrontación. El Gobierno es consciente de que puede sacar la artillería a la calle para ganar una batalla, pero también sabe que eso le hará perder la guerra. Los tiempos de Tiananmen se acabaron con Internet y con el auge de las redes sociales. China no vive una primavera al estilo árabe, pero su transformación también se cuece en el ciberespacio, y parece irreversible. Así que, aunque en primera instancia los dirigentes se resisten a dar su brazo a torcer, cuando la marabunta despierta optan por agachar la cabeza para no perderla, escuchan al pueblo, y actúan en consecuencia.
Este año se han sucedido varios ejemplos de este importante cambio en las actitudes de la población china y del Partido Comunista. Wukan abrió la veda en febrero, cuando los habitantes de este pueblo de la provincia sureña de Guandong, contrarios a operaciones inmobiliarias, expulsaron a los dirigentes municipales y consiguieron permiso para llevar a cabo una votación democrática al nivel más básico que, sin embargo, podría servir de inspiración en el futuro. Y a finales de junio llegó la revuelta de Shifan, otra pequeña ciudad que estalló para evitar que se construyese una planta química, y que también logró su objetivo. Qidong las ha superado por la inusitada violencia utilizada por sus habitantes.
A porrazos
En las espectaculares imágenes que circulan por las redes sociales chinas queda bien claro que una muchedumbre atacó la sede gubernamental, y no dejó archivo sobre archivo. Sun Jianhua, secretario del Partido de Qidong y teniente de alcalde de Nantong, la ciudad a la que está adscrito el pueblo, fue sacado de su oficina, en la que se encontraron cigarrillos y licores de gran valor, y en la calle le pidieron que se vistiera con una camiseta en la que se podía leer un lema contra la polución, uno de los principales puntos de fricción entre la gente y el Gobierno. Le acusaban de ser quien firmó la aprobación del proyecto, pero se negó. Entonces fue despojado de su ropa que, como dan fe fotografías tomadas por los manifestantes, era de la marca italiana Lozio. El hecho de que su camisa cueste más de 200 euros echó más leña al fuego.
Así que, en vista de que el enfrentamiento podía cobrar todavía más intensidad, Nantong decidió desplegar varios centenares de policías y otros tantos antidisturbios. A porrazos consiguieron dispersar a los manifestantes, muchos de los cuales acabaron heridos. Los centros sanitarios se colapsaron e incluso circularon informaciones en las que se mencionaban varios muertos, pero este periódico no pudo confirmar ayer tal extremo.
Lo que sí está probado es que entre 15 y 20 policías, en su habitual empeño por ocultar lo sucedido, patearon durante 20 segundos a uno de los periodistas del diario japonés Asahi Shimbun, Atsushi Okudera, que se había trasladado desde Shanghái para cubrir las protestas. A pesar de que se identificó como periodista, su cámara fue arrebatada, y uno de los agentes incluso saltó sobre él en repetidas ocasiones. El diario ya ha denunciado oficialmente los hechos.
Lo sucedido en Qidong lanza un mensaje claro a las autoridades del país. Tienen que consultar con el público, del que ya no pueden reírse en sus lujosos despachos, porque el mundo está mirando. Hasta ahora se han sucedido estallidos de corta duración en pequeños núcleos urbanos, detonados por asuntos locales. Pero el recién adquirido poder ciudadano podría extenderse a ciudades de primer orden, donde el bienestar ha anestesiado a la población. Y entonces, el Partido podría tambalearse.
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