sábado, 10 de noviembre de 2012

El apoyo mutuo entre vampiros


... Los padres se sacrifican por sus hijos de forma regular y voluntaria. Los mantienen alimentados cuando la comida es escasa, incluso cuando ellos mismos pueden estar hambrientos. Arriesgan sus vidas con regularidad para proteger a sus crías. Esto no debe sorprendernos, ya que al hacerlo están consiguiendo el principal objetivo de sus vidas: la transmisión de sus genes a la siguiente generación. Pero un animal que se sacrifica a sí mismo altruistamente por otro individuo no relacionado con él, presenta un gran problema para la teoría evolucionista aceptada. Por su propia naturaleza, si aparece en un individuo, esta tendencia al autosacrificio será improbable que pase a la siguiente generación, ya que su portador dejará menos progenie que otros que actúen más egoístamente. Por consiguiente, el comportamiento altruista desaparecerá en el transcurso de la selección natural.

A pesar de todo, existe un animal que, en ocasiones, parece comportarse de esta forma desinteresada. Por raro que parezca, se trata del vampiro. Un vampiro se alimenta de sangre y de nada más. Cada noche necesita beber al menos la mitad de su peso corporal. Conseguirla no es fácil. El murciélago debe posarse en un mamífero, un caballo o una vaca, detectar con su nariz sensible al calor el lugar preciso donde hay vasos sanguíneos próximos a la superficie y entonces rasurar la piel con sus dientes incisivos triangulares. Su saliva contiene un anticoagulante que asegura que la herida permanecerá abierta el tiempo suficiente para acabar su comida, así como un anestésico que reduce la probabilidad de que su víctima sea irritada por estas operaciones y se lo quite de encima. Para llenar su estómago necesita beber durante unos veinte minutos. Para hacer todo esto necesita suerte y habilidad, y un tercio de los vampiros inmaduros en una colonia pueden fallar por completo en alimentarse cada noche. Incluso el 7% de los adultos experimentados fracasarán. Si un individuo no obtiene sangre durante dos noches seguidas, morirá.

Las hembras de vampiro viven en pequeños grupos de alrededor de una docena de ejemplares. Durante la mayor parte del año tienen con ellas a una joven cría. No sólo les proporcionan leche sino que, cuando regresan con éxito de una incursión nocturna, regurgitan sangre para ellas. Pero en el dormidero, un vampiro con el estómago lleno también dará sangre a otro adulto que no haya conseguido alimentarse. El receptor puede ser un pariente —una hermana, una hija o una madre—, en cuyo caso el comportamiento es explicable en términos evolutivos, ya que los parientes comparten una elevada proporción de sus genes. La acción, entonces, ayuda a la propagación de genes de la misma forma, si bien en menor medida, que como lo hace un padre cuidando de sus hijos. Pero investigaciones detalladas usando técnicas genéticas de dactilografía mostraron que a menudo los que son alimentados no guardan ningún tipo de parentesco. ¿Entonces nos encontramos ante un ejemplo de comportamiento desinteresado o existe alguna ventaja para el individuo que actúa de esta forma?

El dar sangre a un compañero hambriento beneficiaría al vampiro si se asegura que, cuando él tenga mala suerte y no consiga alimentarse, el receptor se comportará de la misma forma. Y resulta que esto es lo que ocurre. Aunque la docena aproximada de vampiros de un grupo se desplacen de un dormidero a otro, lo hacen en grupo, y un individuo colgará cerca o incluso al lado de un compañero habitual. Estos individuos particulares no pueden ser descritos sino como amigos, ya que se acicalan y se reconocen por el característico sonido de sus voces. Un tramposo que solicite sangre y la tome pero no pague la deuda cuando le sea requerida, será pronto detectado. Así, la cesión de sangre entre estos amigos no emparentados es una forma recíproca de altruismo que beneficia a ambos compañeros. Es, por tanto, una característica que puede ser seleccionada y fortalecida por el proceso de la evolución.

DAVID ATTENBOROUGH
(La vida a prueba, 1990)

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