Por Julio Ortega Fraile (*)
¿Cómo escribir con educación y con mesura, cómo conservar la calma y la mano izquierda cuando tiembla de rabia y dolor la derecha, cómo hacerlo cuando al final de este texto hay un muerto inocente?
Un muerto todavía vivo, un muerto con la muerte anunciada. Un muerto que antes de estarlo será torturado. Un torturado que acabará siendo asesinado. Hablo de Vulcano, no el dios romano del fuego, no la raza ficticia de Star Trek ni el planeta hipotético entre Mercurio y el Sol. Vulcano es un toro, el próximo Toro de la Vega que alancearán hasta la muerte en Tordesillas el 17 de septiembre. Y el miedo y el dolor de Vulcano en la vega tordesillana no serán ficticios ni hipotéticos, sino tan reales como la demente autorización a esta mugrienta tradición, a este espectáculo pensado por y para desequilibrados, a este crimen cobarde perpetrado por cobardes. A la vergüenza que no cabe en estas líneas. Al asco que me declaro incapaz de reflejar en mis palabras. Porque hasta el diccionario se queda corto para expresar lo que semejante aberración enciende en cualquier ser humano de bien con un mínimo de inteligencia y sensibilidad.
Desde aquí, desde el espacio que encuentro en los diarios que anteponen la justicia a la cobardía, puede que no los de más tirada pero sí los de más ética. Desde la razón que sólo niega una excepción perversa a una ley justa. Desde la asunción plena y consciente de toda la responsabilidad por mis palabras os digo, lanceros y políticos de la Junta de Castilla y León y del Ayuntamiento de Tordesillas que hacéis posible cada año este ritual enfermizo que sois seres nocivos, sádicos, imprescindiblemente prescindibles en esa faceta por el bien de la sociedad. Y que no entiendo y no acepto —por eso no dejaré de luchar contra ello como el resto de mis compañeras y compañeros del movimiento por los derechos de los animales— que podáis hacer de la violencia diversión, negocio y asignatura. Y sobre todo que se os consienta.
Pero hay algo que escapa a mi comprensión todavía más que vuestros actos, pues estos al fin responden a la frase de Honoré de Balzac: la ignorancia es la madre de todos los crímenes. Lo que más me asombra y repugna es que los españoles, los que saben y callan, los que saben y toleran, seguirán pensando que ellos nada tienen que ver con los pueblos que realizan sacrificios, que practican la esclavitud o que educan a los niños en la brutalidad. Que los políticos españoles sigan jurando defender la libertad cuando amparan la tortura y la ejecución de inocentes. Y que los políticos europeos vayan de políticos y de europeos cuando sufragan la violencia.
Y ahora ya podéis denunciarme, desde el Patronato del Toro de la Vega al departamento jurídico del Partido Popular por calumnias, que a ver qué juez tiene los redaños de decir que he hecho otra cosa que describiros.
(*) Coordinador Plataforma «Manos Rojas».
Como dijo Manuel Vicent: "El "arte" de convertir a un bello animal en una albóndiga sangrante". ¡CANALLAS!
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