miércoles, 22 de octubre de 2014

Notas sobre el antisemitismo, el sionismo y Palestina


1) El antisemitismo es una ideología racista dirigida contra los judíos. Su origen es muy antiguo. En su obra clásica La cuestión judía. Una interpretación marxista, la cual se publicó de manera póstuma en 1946 en Francia, el marxista belga Abraham Leon (activista de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial capturado y ejecutado por la Gestapo en 1944) ideó la categoría de «pueblo-clase» para los judíos que lograron conservar sus características lingüísticas, étnicas y religiosas a lo largo de muchos siglos, sin llegar a ser asimilados. Esto no ha ocurrido sólo con los judíos, y podría aplicarse también en gran medida a muchas minorías étnicas: la diáspora de los armenios, los coptos, los comerciantes chinos del sudeste asiático, los musulmanes de China [2], etc. La característica común que define a todos estos grupos es que se convirtieron en intermediarios en un mundo precapitalista, ganándose el resentimiento de ricos y pobres por igual.

El antisemitismo del siglo XX solía ser instigado desde arriba por sacerdotes (Rusia y Polonia), políticos e intelectuales (Alemania, Francia y, después de 1938, Italia) o grandes empresas (EEUU y Gran Bretaña), jugando con el temor y la inseguridad de la población marginada (de ahí la referencia de August Bebel al antisemitismo como «el socialismo de los necios»). Las raíces del antisemitismo, como las de otras formas de racismo, son de índole social, política, ideológica y económica. El judeocidio de la Segunda Guerra Mundial, perpetrado por el complejo político, militar e industrial del imperialismo alemán, fue uno de los peores crímenes del siglo XX, pero no el único (las masacres de los belgas en el Congo provocaron entre 10 y 12 millones de muertos antes de la Primera Guerra Mundial). La singularidad del judeocidio es que tuvo lugar en Europa, el corazón de la civilización cristiana, y que alemanes, polacos, ucranianos, lituanos, franceses e italianos lo llevaron a cabo de manera sistemática, como si fuera la cosa más normal del mundo (de ahí que Hannah Arendt hablase de «la banalidad del mal»). El antisemitismo popular a la antigua usanza disminuyó en Europa Occidental tras la Segunda Guerra Mundial, quedando reducido en gran medida a los restos de organizaciones fascistas o neofascistas.

En Polonia, un país donde prácticamente todos los judíos fueron asesinados, el antisemitismo continuó siendo fuerte, al igual que en Hungría. En el mundo árabe existían comunidades judías bien integradas en El Cairo, Bagdad y Damasco, y éstas no sufrieron en la época del judeocidio europeo. Históricamente, musulmanes y judíos han estado mucho más próximos entre sí de lo que cualquiera de los dos haya podido estarlo del Cristianismo. Incluso después de 1948, cuando aumentaron las tensiones entre las dos comunidades en todo el oriente árabe, fueron las provocaciones sionistas, como los atentados con bomba en cafés judíos de Bagdad, las que ayudaron a que los judíos árabes abandonaran sus países natales y se dirigieran a Israel.

En Polonia, un país donde prácticamente todos los judíos fueron asesinados, el antisemitismo continuó siendo fuerte, al igual que en Hungría. En el mundo árabe existían comunidades judías bien integradas en El Cairo, Bagdad y Damasco, y éstas no sufrieron en la época del judeocidio europeo. Históricamente, musulmanes y judíos han estado mucho más próximos entre sí de lo que cualquiera de los dos haya podido estarlo del Cristianismo. Incluso después de 1948, cuando aumentaron las tensiones entre las dos comunidades en todo el oriente árabe, fueron las provocaciones sionistas, como los atentados con bomba en cafés judíos de Bagdad, las que ayudaron a que los judíos árabes abandonaran sus países natales y se dirigieran a Israel.[3]

2) El sionismo no judío posee un amplio historial e impregna la cultura europea. Su origen se remonta al nacimiento de las sectas fundamentalistas cristianas de los siglos XVI y XVII que interpretaban literalmente el Antiguo Testamento. A ellas pertenecieron personales como Oliver Cromwell y John Milton. Más tarde, por otras razones, Rousseau, Locke y Pascal se unieron a la corriente sionista, y luego, por viles razones, el Tercer Reich también apoyó la creación de una patria judía. En la introducción de las Leyes de Nuremberg del 15 de septiembre de 1935 se afirma lo siguiente:
«Si los judíos tuvieran un Estado propio en el que la mayoría de ellos hallara su hogar, el problema judío ya podría considerarse resuelto a día de hoy, incluso para los propios judíos. Los sionistas fervientes son quienes menos se han opuesto a las ideas básicas de las Leyes de Nuremberg, pues saben que estas leyes son la única solución válida para el pueblo judío.»
Muchos años más tarde, Haim Cohen, un antiguo juez del Tribunal Supremo de Israel, afirmó:
«La amarga ironía del destino decretó que el mismo argumento biológico y racista ofrecido por los nazis, el cual inspiró las incendiarias leyes de Nuremberg, sirviera de base para la definición oficial de judeidad en el seno del Estado de Israel.» (Citado en Joseph Badi, Fundamental Laws of the State of Israel, Nueva York, 1960, p.156)
Y los líderes sionistas negociaban a menudo con los antisemitas para alcanzar sus objetivos: Theodor Herzl habló abiertamente con Von Plehve, el principal organizador de los pogromos en la Rusia zarista; Jabotinsky colaboró con Petlura, el verdugo ucraniano de los judíos; los sionistas «revisionistas» mantuvieron relaciones cordiales con Mussolini y Pilsudski; y en los acuerdos de Haavara entre las organizaciones sionistas y el Tercer Reich se decidió la evacuación de las propiedades de los judíos alemanes.[4]

El sionismo moderno es la ideología del nacionalismo judío laico y tiene poco que ver con el Judaísmo como religión. Muchos judíos ortodoxos se han mantenido hostiles al sionismo hasta el día de hoy, como en el caso de las sectas hasídicas que se unieron a una marcha de palestinos en Washington en abril de 2002, portando pancartas donde podían leerse consignas como «El sionismo es una mierda» o «Sharon: la sangre palestina no es agua». El sionismo moderno nació en el siglo XIX como una respuesta directa al feroz antisemitismo que invadió Austria. Los primeros emigrantes judíos a Palestina llegaron en 1882 y muchos de ellos sólo estaban interesados en mantener una presencia cultural. No existe tal cosa como los «derechos históricos» de los judíos en Palestina. Este mito grotesco ignora la historia real (ya en siglo XVII Baruch Spinoza se refirió al Antiguo Testamento como «una colección de cuentos de hadas», denunció a los profetas y como consecuencia fue excomulgado por la sinagoga de Ámsterdam). Mucho antes de la conquista romana de Judea en el año 70 d.C., una gran mayoría de población judía vivía fuera de Palestina. Los judíos nativos fueron asimilados gradualmente en poblaciones vecinas como los fenicios, los filisteos, etc. Los palestinos son, en la mayoría de los casos, descendientes de las antiguas tribus hebreas y la ciencia genética lo ha confirmado recientemente, con gran disgusto para los sionistas.[5]


Israel fue creado en 1948 por el Imperio británico y sostenido por el sucesor de éste, el estadounidense [6]. Se trata de un Estado de colonos europeos. Sus primeros dirigentes proclamaron el mito de «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra», negando así la presencia de los palestinos. En enero de 2004, el historiador sionista Benny Morris admitió toda la verdad en una escalofriante entrevista publicada en el periódico Haaretz (reeditada en inglés en The New Left Review, marzo-abril de 2004). 700.000 palestinos fueron expulsados de sus aldeas por el ejército sionista en 1948, produciéndose numerosos actos de destrucción. Morris lo describe con exactitud, calificándolo como «limpieza étnica» [7], pero no como genocidio, para luego defender esta limpieza ética cuando la lleva a cabo una civilización superior, comparándola con la matanza de nativos americanos a manos de los colonos europeos en Norteamérica, la cual Morris también justifica [8]. Los antisemitas y los sionistas tienen algo en común: ambos opinan que los judíos son una raza especial que no podría integrarse en las sociedades europeas y que necesitaba su propio gran gueto o patria. La falsedad de esta afirmación queda demostrada por la realidad actual. La mayoría de los judíos del mundo no viven en Israel, sino en Europa Occidental y Norteamérica.

3) El antisionismo es una lucha que comenzó contra el proyecto de colonización sionista y muchos intelectuales de origen judío han jugado un importante papel en esta campaña, incluso dentro del propio Israel. Casi todo lo que sé sobre sionismo y antisionismo lo he aprendido de escritos y discursos de judíos antisionistas: Akiva Orr, Moshe Machover, Haim Hanegbi, Isaac Deutscher, Ygael Gluckstein (Tony Cliff), Ernest Mandel, Maxime Rodinson o Nathan Weinstock, por nombrar sólo a unos pocos [9]. Ellos argumentan que el sionismo y las estructuras del Estado israelí no ofrecen un verdadero futuro al pueblo judío establecido en Israel. Todo lo que ofrecen es una guerra permanente. Después de 1967 se produjo un renacimiento del movimiento nacional palestino y surgieron muchos grupos diferentes, la mayoría de los cuales tuvo mucho cuidado en distinguir entre antisionismo y antisemitismo. Sin embargo, la actuación de Israel alimentó sin duda el antisemitismo de las masas en el mundo árabe. Pero este sentimiento no está muy arraigado y una patria palestina soberana o un Estado único democrático [10] acabarían con él rápidamente. Históricamente, ha habido muy pocos enfrentamientos entre judíos y musulmanes en los imperios árabes.

4) La campaña contra el supuesto nuevo «antisemitismo» en la Europa actual es básicamente una cínica estratagema del gobierno israelí para evitar cualquier crítica vertida contra el Estado sionista por su habitual y continuada brutalidad contra los palestinos. Las acciones diarias de las Fuerzas de Defensa de Israel han destruido ciudades y pueblos de Palestina, y asesinando a miles de civiles, sobre todo niños. Los ciudadanos europeos son conscientes de estos hechos y las críticas a Israel no pueden y no deben equipararse con el antisemitismo. El hecho es que Israel no es un Estado débil e indefenso, sino más bien el Estado más poderoso de la región. Posee auténticas —no imaginarias— armas de destrucción masiva, y dispone de más tanques, bombarderos y pilotos que todo el mundo árabe junto. Decir que el Estado sionista se ve amenazado por los países árabes es pura demagogia. Es Israel el que crea las condiciones que producen terroristas suicidas. Incluso unos pocos sionistas convencidos han comenzado a darse cuenta de este hecho. Por eso sabemos que mientras Palestina continúe oprimida no habrá paz en la región.

5) El sufrimiento diario de los palestinos no parece despertar la conciencia de los liberales europeos, quienes se sienten culpables (y con razón) por haber sido incapaces de defender de la extinción a los judíos de Europa central. Pero el judeocidio no debe usarse como tapadera para cometer crímenes contra el pueblo palestino. Las voces europeas y americanas deben hacerse oír alto y claro en esta cuestión. Acobardarse frente al chantaje sionista es convertirse en cómplice de crímenes de guerra.




    Traducción, extracto y adaptación del artículo aparecido en Il Manifesto, 26 de febrero de 2004. Disponible online en:
  Versión en castellano elaborada por el equipo de traductores de Alif Nûn. (Nota de la Redacción de libreria-mundoarabe.com)


BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:

Nur Masalha, Israel: teorías de la expansión territorial, Bellaterra, Barcelona, 2002.
Michel Warschawski, A tumba abierta. La crisis de la sociedad israelí, Icaria, Barcelona, 2004.
Joss Dray / Denis Sieffert, La guerra israelí de la desinformación, Oriente y Mediterráneo, Madrid, 2004.
Nur Masalha, La Biblia y el sionismo, Bellaterra, Barcelona, 2008.
Joan B. Culla, Breve historia del sionismo, Alianza, Madrid, 2009.
Arno Mayer, El arado y la espada: del sionismo al Estado de Israel, Península, Barcelona, 2010.

NOTAS:

[1] Tariq Ali (Lahore, 21 de octubre de 1943) es un escritor pakistaní de formación comunista, director de cine e historiador. Escribe habitualmente para The Guardian, Counterpunch, London Review of Books, Monthly Review y Z Magazine . Ali es, además, editor y asiduo colaborador de la revista New Left Review y de Sin Permiso, y es asesor del canal de televisión sudamericano TeleSur. Ha publicado más de una docena de libros sobre historia y política mundial, y cinco novelas. Para más información sobre la bibliografía del autor traducida al castellano, consulte nuestra página: http://www.libreria-mundoarabe.com/ali-tariq-m-737.html (Nota de la Redacción).

[2] Para más información sobre los musulmanes en China, véase Elisabeth Allès, Musulmanes de China, Bellaterra, Barcelona, 2008; Thomas O. Höllmann, La ruta de la seda, Alianza, Madrid, 2008; Redacción Alif Nûn, «El Islam en Asia Oriental», revista Alif Nûn nº 32, noviembre de 2005; Haroon Moghul, «La frontera invisible del Islam: los musulmanes del Turquestán Oriental», revista Alif Nûn, nº 73, julio de 2009. (Nota de la Redacción).

[3] En el año 1950, ante las reticencias de los judíos iraquíes a inscribirse en las listas de emigración a Israel, los servicios secretos israelíes no dudaron en arrojar bombas contra ellos, para convencerlos de que estaban en peligro. El ataque contra la sinagoga Shem-Tou causó tres muertos y decenas de heridos. Así comenzó el éxodo bautizado como «Operación Ali Baba». Véase Roger Garaudy, Palestina, tierra de los mensajes divinos, Fundamentos, Madrid, 1987, pp. 344-345. En este texto el autor cita las propias fuentes israelíes de donde obtiene la información, entre ellas el semanario israelí Ha´olam Hazeh o el mismo Tribunal de Primera Instancia de Tel Aviv. (Nota de la Redacción).

[4] La ley alemana bajo la República de Weimar limitaba la cantidad de bienes que los judíos podían llevarse de Alemania en caso de emigrar a Palestina. Bajo los términos de los acuerdos de Haavara («de transferencia»), firmados en 1933, los activos de los judíos que salían de Alemania hacia Palestina serían depositados en cuentas especiales, parte de las cuales serían transferidas en forma de bienes alemanes a bancos palestinos. El pacto no solamente fomentó la emigración judía (algo positivo desde el punto de vista nazi), permitiendo que los judíos alemanes se llevaran parte de sus posesiones, sino que también aseguró que aquellos que llegaban a Palestina no se quedaran sin dinero. (Nota de la Redacción).

[5] Esta postura también es defendida por algunos judíos israelíes como Shlomo Sand, profesor de Historia de Europa en la Universidad de Tel Aviv, en su libro La invención del pueblo judío. (Nota de la Redacción).

[6] Para más información, véase David Solar, «El nacimiento de Israel», revista Alif Nûn números 59 (abril de 2008) y 60 (mayo de 2008) . (Nota de la Redacción).

[7] Para más información, véase Ilan Pappé, La limpieza étnica en Palestina, Crítica, Barcelona, 2008. (Nota de la Redacción).

[8] En palabras del propio Morris: «El Estado judío no habría nacido sin la expulsión de 700.000 palestinos. Así pues, había que expulsarlos. No había otra opción que expulsar a la población. (...) Tampoco la gran democracia estadounidense se podría haber creado sin la aniquilación de los indios. Hay casos en que el buen fin general justifica los actos implacables y crueles que se cometen en el curso de la historia.» (Nota de la Redacción).

[9] Para más información, véase Michel Warschawski, La revolución sionista ha muerto: voces israelíes contra la ocupación , Bellaterra, Barcelona, 2008. (Nota de la Redacción).

[10] Para una información más detallada sobre la solución del Estado único, véase Edward W. Said, «Israel, Palestina y la solución del Estado único», revista Alif Nûn nº 84, julio de 2010. (Nota de la Redacción).

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