LO QUE QUIEREN QUE OLVIDEMOS*
Cuando la ONU proclamó 1975 Año de la Mujer, un comité con representantes de cinco de las mayores organizaciones de mujeres en Islandia se creó para organizar actos conmemorativos. Un grupo feminista llamado Medias Rojas propuso entonces: «¿Por qué no vamos a la huelga?» Esto, argumentaron, sería una poderosa manera de recordar a la sociedad el papel de la mujer en su funcionamiento, sus bajos salarios, y el escaso valor asignado a su trabajo dentro y fuera del hogar. La propuesta fue muy discutida, y finalmente fue aprobada por el comité, pero sólo después de cambiar la palabra «huelga» por «día libre». Se pensó que esto haría la idea más aceptable para las masas y para los empresarios, que podían despedir mujeres por ir a una huelga pero tendrían problemas para negarlas «un día libre».
En los días anteriores al 24 [de octubre] aparentemente las mujeres de todas partes se fueron agrupando, tomando café, fumando sin cesar, y hablando mucho de manera agitada. Mi abuela, que estaba trabajando muy duro en una fábrica de pescado, no iba a tomarse el día libre. Pero las preguntas planteadas por los movimientos de mujeres zumbaban en su cabeza. ¿Por qué los hombres jóvenes tenían salarios más altos que ella cuando su trabajo no era menos agotador físicamente? Mi madre, que tenía 28 años y trabajaba en una lechería, tuvo que utilizar todas sus habilidades de negociación para convencer a su jefa, una mujer de unos 50 años, para que no trabajasen. Cuando mi madre fe al piso de su jefa para convencerla de que fuese a la manifestación que se había organizado en el centro de Reikiavik, ella intentaba apaciguar su culpa por no trabajar cocinando furiosamente.
En Reikiavik aproximadamente 25 mil mujeres se reunieron para escuchar discursos, cantar y discutir —un número asombroso teniendo en cuenta que la población de Islandia era entonces de en torno a 220.000 personas—. Las mujeres eran de todos los ámbitos, jóvenes y mayores, abuelas y alumnas; Algunas llevaban puestos sus uniformes de trabajo, otras se habían disfrazado. «Fue un movimiento social auténticamente de base», recuerda Elin Olafsdottir, que tenía 45 años y más tarde representó a la Alianza de Mujeres en el consejo de la ciudad de Reikiavik. «Fue, sin duda, una revolución silenciosa.» Fue este sentimiento de unión y la tranquila determinación, lo que la mayoría de las mujeres recuerdan de ese día. Gerdur Steinthorsdottir, entonces un estudiante de 31 años de edad en la Universidad de Islandia y ahora profesora, ayudó a organizar la manifestación. Afirma que la participación fue tan amplia porque las mujeres de todos los partidos políticos y sindicatos se sintieron capaces de trabajar juntos para hacerlo posible.
El ambiente en la manifestación fue increíble. Sigrun Bjornsdottir era una estudiante de 19 años y acababa de descubrir que estaba embarazada. Fue un momento difícil, recuerda, pero ser parte de la manifestación la hizo sentir que era parte de una fuerza más grande, dándola fuerza. Adalheidur Bjarnfredsdottir, que representaba al Sokn, el sindicato de las mujeres peor pagadas de Islandia, leer su primer discurso público la dio escalofríos en la columna vertebral. «Los hombres han gobernado el mundo desde tiempos inmemoriales y ¿qué ha sido del mundo?», preguntó con su voz profunda y grave. Se respondió a sí misma describiendo un mundo empapado de sangre, una tierra contaminada y explotado hasta el punto de quedar arruinada. Una descripción que parece hoy día más cierta que nunca.
Los hombres de Islandia apenas pudieron hacer frente a lo que estaba pasando. A la mayoría de los empresarios no les preocupó la desaparición de las mujeres pero trataron de prepararse para la llegada de jóvenes sobreexcitados que tendrían que acompañar a sus padres en el trabajo. Algunos compraron dulces, lápices y papel en un intento de mantenerlos ocupados. Los embutidos, la comida lista favorita de la época, se agotó en los supermercados y muchos maridos sobornaron a los niños mayores para que cuidasen a sus hermanos pequeños. Las escuelas, tiendas, guarderías, fábricas de pescado y otras instituciones tuvieron que cerrar o funcionar a medio gas. Las mujeres encargadas de publicar Morgunbladid, uno de los principales periódicos de Islandia, regresaron como Cenicienta a trabajar a medianoche. El periódico del día siguiente tuvo la mitad de su tamaño normal y sólo contenía artículos sobre la huelga. Muchos padres, al final del día estaban agotados. No es sorprendente que este día haya pasado a la posteridad como «el Viernes Largo».
Pero, ¿qué ganaron las mujeres islandesas con todo esto? Para muchas fue una llamada de atención. Yo, como muchas mujeres de mi generación, me convertí en feminista ese día a la madura edad de once [años] —a pesar de haber sido dejada en casa a solas con mi hermana de nueve años de edad—, furiosa porque se nos prohibió asistir a la manifestación. Muchas sienten que la solidaridad que mostraron ese día las mujeres allanó el camino para la elección cinco años después de Vigdis Finnbogadottir, la primera mujer elegida democráticamente presidenta de un país en el mundo.
Annadis Rudolfsdottir
* Esta traducción también forma parte del primer número de PRISMA —en especial, de su contraportada—, la circular gratuita del Grupo Editorial Amor y Rabia, la cual se puede obtener (en formato PDF) escribiendo a su correo electrónico:
colectivo.editorial.ayr@gmail.com
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