[Retazo de un texto de Andreu Nin sobre el catalanismo, donde pecaba de ingenuidad, tras los Sucesos de Mayo de 1937 Nin fue secuestrado y asesinado por los estalinistas, los cuales tuvieron el apoyo de los nacionalistas catalanes para destruir la Revolución social.]
Por ANDRÉS NIN
... Existen en España dos movimientos de emancipación nacional de vitalidad indudable: el de Cataluña y el de Euskadi. El de Galicia, por el momento, no es más que un balbuceo regionalista, falto del calor de las grandes masas, y refugiado, por ello, en los cenáculos literarios y en las academias. Para que se convierta en un movimiento nacional, en el verdadero sentido de la palabra, le faltan las premisas económicas necesarias. En todo caso, hoy no es todavía una realidad y, mientras no lo sea, carece de interés para los marxistas, los cuales deben operar siempre con hechos. De Euskadi hablaremos en otra ocasión. Por hoy, nos limitamos a examinar someramente, aplicándole el criterio teórico esbozado, el problema concreto de Cataluña.
España, como hemos indicado ya más arriba, pertenece a la categoría de los Estados plurinacionales, cuya formación ha precedido al desenvolvimiento capitalista. En todos los grandes Estados de Europa —como hace observar Marx en sus luminosos estudios sobre la revolución española— las grandes monarquías se crearon sobre las ruinas de las clases feudales, la aristocracia y las ciudades. En los demás países, «la monarquía absoluta apareció como un centro de civilización, como un agente de unidad social. Fue como un laboratorio en el cual los distintos elementos de la sociedad se mezclaron y transformaron, hasta tal punto que les fue posible a las ciudades sustituir su independencia medieval por la superioridad y la dominación burguesa». En cambio, en España la monarquía absoluta «hizo todo cuanto dependió de ella para entorpecer el aumento de los intereses sociales, que trae aparejada consigo la división natural del trabajo y una circulación industrial múltiple, y así suprimió la única base sobre la cual podía ser fundado un sistema unificado de gobierno y de legislación común. He aquí por qué la monarquía absoluta española puede ser más bien equiparada al despotismo asiático que comparada con los otros Estados europeos».
La poderosa inteligencia de Marx señaló magistralmente, en estas líneas, el carácter regresivo de la unidad española, en el cual hay que buscar la causa de su inconsciencia y de la agudeza extraordinaria adquirida por los problemas de emancipación nacional. A la luz de esta interpretación y de las consideraciones expuestas en la primera parte de este estudio, aparecerán claramente los motivos por los cuales los focos más considerables del movimiento de liberación nacional se han concentrado, principalmente, en Cataluña y en Euskadi, es decir, en los dos centros industriales más importantes del país.
La lucha de Cataluña por su emancipación
Si los rasgos distintivos de una nación los constituyen la existencia de relaciones económicas determinadas, la comunidad de territorio, de idioma y de cultura, Cataluña es indudablemente una nación. Cataluña, cuna de una burguesía comercial poderosa, entra desde los primeros momentos en lucha con el Estado unitario español, representado por las castas parasitarias y feudales. Y cuando, como consecuencia del descubrimiento de América, el Mediterráneo pierde su importancia comercial y se prohíbe a los catalanes comerciar con el Nuevo Mundo, la decadencia de la burguesía determina un colapso en el desarrollo económico y cultural del país.
Con la aparición de la industria y de la burguesía industrial, se acentúa el antagonismo con la oligarquía que rige los destinos de España y se inicia el movimiento de emancipación nacional, cuya intensidad aumenta en proporción directa con el desarrollo de la industria. La Renaixença literaria que caracteriza los inicios del movimiento no es más que la envoltura externa, el medio de expresión inconsciente de ese antagonismo fundamental, que no tarda en manifestarse en toda su desnudez. En efecto, cuando el catalanismo empieza a tomar cuerpo como movimiento político, es para expresar las reivindicaciones de carácter económico de la burguesía industrial. Y cuando, con la pérdida de las colonias, Cataluña se ve privada de sus mercados más importantes y la incapacidad de la oligarquía gobernante aparece en toda su trágica magnitud, el catalanismo adquiere un nuevo y poderoso impulso. La protesta de la burguesía catalana se acentúa y se precisa. En la prensa de la época aparece reflejado el antagonismo de intereses entre la Cataluña industrial y la España agrariofeudal. La tesis de la burguesía catalana, expresada por uno de sus órganos más caracterizados, el Diario del Comercio, según un artículo que resumimos, es la siguiente: la industria catalana necesita importar algodón, lino, cáñamo, seda, lana, etcétera, con franquicia absoluta. A las demás regiones les conviene, en cambio, exportar sus frutos y sus primeras materias en las mejores condiciones posibles e importar, a bajo precio, los artículos manufacturados. «Esta es la verdad escueta que, sin ambages ni rodeos, cabe expresar concisamente de esta manera: Cataluña, económicamente, es un pueblo independiente que se basta a sí mismo; el resto de España, salvo raras y honrosísimas excepciones, es una colonia.» Añádase a esto el descontento por el expedienteo, las trabas administrativas opuestas al desarrollo económico y al establecimiento de las industrias, y se tendrá una idea clara de los orígenes del movimiento catalán, movimiento indudablemente progresivo frente al Estado semifeudal y despótico.
En este sentido, como hemos hecho ya observar más arriba, el movimiento de emancipación nacional de Cataluña no es más que un aspecto de la revolución democraticoburguesa en general, que tiende a destruir, en interés del desarrollo de las fuerzas productivas, las reminiscencias de carácter feudal y se distingue por los mismos rasgos característicos. La emancipación nacional como la revolución democrática, no es posible más que con la participación de las masas obreras y campesinas, y esta participación, en las circunstancias históricas presentes, presupone la lucha contra los privilegios de la clase capitalista, el desbordamiento de los límites fijados por la burguesía. De aquí que ésta tienda al compromiso y a la alianza pura y simple con el poder central para aplastar el movimiento de las masas. Así, en 1899, en uno de los momentos más graves para el centralismo español, la burguesía catalana presta su apoyo a Polavieja, el asesino de Rizal; en 1917, aterrorizada por la huelga general de agosto, da dos ministros a la monarquía; en 1919-1922 colabora directamente en la sangrienta represión ejecutada por los representantes del poder central; en 1923 facilita el golpe de Estado de Primo de Rivera, y, finalmente, intenta apuntalar a la monarquía tambaleante participando en su último gobierno.
La traición de la gran burguesía en el terreno de la lucha por la emancipación nacional la desplaza —exactamente igual como en la revolución democrática— de la dirección del movimiento. Y entonces aparece, en primer término, la pequeña burguesía, la cual, gracias, por una parte, a su radicalismo y a su programa demagógico —es el caso de Maciá y de la Esquerra Republicana de Catalunya— y, por otra, a la ausencia de un gran partido proletario, consigue arrastrar tras de sí a las grandes masas populares. Pero la pequeña burguesía manifiesta desde el primer momento las vacilaciones y la indecisión propias de una clase incapaz, por su propia naturaleza económica, de desempeñar un papel independiente. Llevada del impulso inicial, proclama la República catalana, para batirse en retirada dos días después y contentarse con un Estatuto que establece una autonomía limitadísima. Y cuando los campesinos obligan al Parlamento catalán a consagrar de derecho —mediante la ley de Contratos de Cultivo— lo que habían ya conquistado de hecho, adopta una actitud de rebeldía frente al poder central, que se transforma progresivamente en actitud defensiva y se transformará indefectiblemente en una claudicación o en un compromiso equívoco.
Y, sin embargo, el movimiento nacional de Cataluña, por su contenido y por la participación de las masas populares, es, en el momento actual, un factor revolucionario de primer orden, que contribuye poderosamente, con el movimiento obrero, a contener el avance victorioso de la reacción. De aquí se deduce claramente la actitud que ha de adoptar ante el mismo el proletariado revolucionario:
1.° Sostener activamente el movimiento de emancipación nacional de Cataluña, oponiéndose enérgicamente a toda tentativa de ataque por parte de la reacción.
2.° Defender el derecho indiscutible de Cataluña a disponer libremente de sus destinos, sin excluir el de separarse del Estado español, si ésta es su voluntad.
3.° Considerar la proclamación de la República catalana como un acto de enorme trascendencia revolucionaria; y
4.° Enarbolar la bandera de la República catalana, con el fin de desplazar de la dirección del movimiento a la pequeña burguesía indecisa y claudicante, que prepara el terreno a la victoria de la contrarrevolución, y hacer de la Cataluña emancipada del yugo español el primer paso hacia la Unión de Repúblicas Socialistas de Iberia.
(1934)