viernes, 16 de noviembre de 2018

De la lucha a la cooperación


Por JEAN-MARIE PELT

Haeckel había definido la ecología como el estudio de las relaciones entre los seres vivos y el medio en que viven, «relaciones amigables o antagónicas, que Darwin consideraba como las bases de la lucha por la vida». Las relaciones de los insectos y las flores ilustran, de manera sorprendente, las crueldades de las que no son avaras ni la naturaleza ni la sociedad. Pero también las complicidades amigables desarrolladas para organizar la existencia en común de seres vivos muy alejados, sin embargo, en los caminos de la vida.

Porque el egoísmo y la crueldad de algunas especies no debe hacernos perder de vista el designio global de la evolución común de los insectos y las flores. El árbol no debe taparnos la visión del bosque. Contrariamente a un aforismo muy extendido, la vida social no se rige sólo por las leyes de la selva. Y, por otro lado, la ley de la selva no es únicamente la ley del más fuerte. El espíritu de lucha encarnizada, propio de las sociedades industriales y productivistas, ha acabado por imponer, a nuestros ojos, cierta representación de la naturaleza que, sin embargo, no es toda la naturaleza, pero nos sirve para justificar todos los excesos de la sociedad. De ello deriva la increíble prioridad que se concede a las luchas y a los enfrentamientos, en las sociedades contemporáneas, y que se manifiesta pertinentemente en el vocabulario cotidiano.

Mientras la sociedad medieval insistía en los valores asociativos (el corporativismo, los gremios, la permanencia y aceptación de la categoría social, limitando cualquier forma de lucha, con, por otro lado, todos los inconvenientes inherentes a este tipo de sociedad), las sociedades modernas, en cambio, han valorado exclusivamente las virtudes competitivas. Se habla siempre de guerra económica, de combate político, de conflictos sociales, de lucha de clases, de competiciones electorales. Estas expresiones, por la carga de violencia que contienen, expresan una realidad que debería sorprendernos si no estuviéramos tan acostumbrados a ella. Y el vocabulario guerrero del mundo político debería ser causa de reflexión. Cuando promueven una campaña, los militantes debidamente movilizados, ¿no atacan al adversario para batirlo?

Al conceder demasiada importancia a las luchas y a la competencia, la sociedad actual vuelve la espalda a las aportaciones recientes de la ecología, de la que toma sólo un aspecto. Porque la sociedad hace poco caso a las fuerzas de la cooperación, que equilibran siempre las tensiones y las luchas, las cuales, si actuaran en exclusiva, hace tiempo que habrían puesto punto final a la historia del mundo viviente. Lucha y cooperación son los dos polos del equilibrio de la vida, y no pueden existir el uno sin el otro.


Entre los insectos y las flores, colaboraciones cada vez más finas y elaboradas se han desarrollado y mejorado en el transcurso de los milenios. Del escarabajo asolador y devastador, que realiza la polinización sólo por accidente, a la abeja meticulosa y organizada, capaz de desencadenar en la flor mecanismos de alta precisión, se ha recorrido un largo camino, se han economizado muchísimos medios y se ha progresado en la organización y eficacia del trabajo. El insecto, al inducir a la flor ha perfeccionado su arquitectura, se obliga a sí mismo a desarrollar sus propias facultades psíquicas y sociales. Éste es el secreto de todas las verdaderas historias de amor. Porque una pareja sólo se logra verdaderamente en la preocupación compartida del progreso y desarrollo del compañero. Desprendiéndose de sí mismo, es como se 'enamora' del otro. Perdiendo su vida, es como la gana. Sin los insectos, no existirían las flores más bonitas de nuestros jardines e invernaderos. Nuestros horticultores sólo intervienen en última instancia, para acabar la obra maestra que han iniciado los insectos. Y, sin duda, jamás habrían existido las abejas ni las mariposas, si las plantas no hubieran inventado la «flor», hace cien millones de años.

Las plantas. «Amores y civilizaciones» vegetales
(1981)

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