La ficción de la inmortalidad del alma y la de la moral individual, que es su consecuencia necesaria, son la negación de toda moral. Y bajo este aspecto, es preciso hacer justicia a los teólogos que, mucho más consecuentes, más lógicos que los metafísicos, niegan atrevidamente lo que se ha convenido en llamar hoy la moral independiente; declarando con mucha razón, desde el momento que se admite la inmortalidad del alma y la existencia de Dios, que es preciso reconocer también que no puede haber más que una sola moral, la ley divina, revelada, la moral religiosa, es decir, la relación del alma inmortal con Dios por la gracia de Dios. Fuera de esa relación irracional, milagrosa y mística, la única santa y la única salvadora, y fuera de las consecuencias que se derivan de ella para el hombre, todas las otras relaciones son malas. La moral divina es la negación absoluta de la moral humana.
La moral divina ha encontrado su perfecta expresión en esta máxima cristiana: "Amarás a Dios más que a ti mismo y amarás al prójimo tanto como a ti mismo",lo que implica el sacrificio de sí mismo y del prójimo a Dios. Pasar por el sacrificio de sí mismo, puede ser calificado de locura; pero el sacrificio del prójimo es, desde el punto de vista humano, absolutamente inmoral. ¿Y por qué estoy forzado a un sacrificio inhumano? Por la salvación de mi alma.Esa es la última palabra del cristianismo. Por consiguiente, para complacer a Dios y para salvar mi alma, debo sacrificar mi prójimo. Este es el egoísmo absoluto. Este egoísmo no disminuído, ni destruído, sino sólo enmasacrado en el catolicismo, por la colectividad forzada y por la unidad autoritaria, jerárquica y despótica de la Iglesia, aparece en toda su franqueza cínica en el protestantismo, que es una especie de ¡sálvese quien pueda! religioso.
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