Hay dos posturas para explicar las diferencias entre los paises del Norte y del Sur: una responsabiliza a las gentes del Sur de su subdesarrollo (bien sea porque los trabajadores son unos vagos, o bien porque los empresarios son incompetentes o por la corrupción de sus políticos) y la otra responsabiliza a Occidente, al colonialismo, de la situación de los paises del Sur del globo. Pero ninguna de ellas responsabiliza al sistema capitalista, al sistema que se basa en la explotación de la mano de obra proletaria y en la competencia, que requiere que unas clases, empresas y paises ganen y otras pierdan. Por eso os pongo un texto del grupo marxista aleman llamado "Gegenstandpunkt" que trata sobre la diferencia de los salarios entre los paises del Norte y los del Sur desde una perspectiva materialista histórica, totalmente alejada de las perspectivas ético-psicológicas e incluso culturalistas-historicistas de los burgueses y los pequeñoburgueses.
Análisis de la edición “GegenStandpunkt” 4-03
1.
En los países en vías de desarrollo, la gente es pobre porque se halla excluida de la riqueza, que existe, en primer lugar, en general y, segundo, también en sus países. El caso es que, desde hace ya bastante tiempo, nadie tendría que sufrir hambre y morir porque, debido a malas cosechas, insuficiente dominación de la naturaleza o falta de conocimientos medicinales, no existan los medios para satisfacer las necesidades más urgentes. Hoy en día, se sufre hambre ante almacenes repletos de víveres.
Cualquier reportaje televisivo sobre hambrunas demuestra que, a pesar de esas situaciones, la riqueza existe. Tomando en cuenta –únicamente– los costes de las instalaciones técnicas, del viaje de los equipos de televisión que informan sobre el hambre y de los satélites que transmiten sus reportajes a las metrópolis, se puede notar que estos gastos sobrepasan, con mucho, los que serían necesarios para alimentar a los hambrientos.
Incluso el Consejo Mundial de Alimentación de la ONU informa que no faltan alimentos en el globo para saciar el hambre de toda la humanidad; y, por supuesto, se podrían producir todavía más alimentos si fuera necesario. Por consiguiente, la gente sufre hambre sólo porque le falta el dinero para comprar los alimentos existentes. Lo mismo se puede afirmar de otras formas de escasez que no ponen la vida en peligro de muerte de forma inmediata, tales como: la carencia de buenas viviendas, de asistencia médica, de enseñanza y de otros bienes de consumo.
La culpa de la exclusión de la riqueza la tiene la propiedad privada. Hoy en día, esta institución legal del capitalismo ha llegado a adquirir validez hasta en los lugares más remotos de la Tierra. Cualquier trozo de riqueza, ya sea natural o producido, pertenece a alguien. En todas partes existe un poder estatal que, por un lado, dota a algunos ciudadanos del derecho a disponer a su gusto de bienes materiales y, por otro, prohíbe a todos los demás apoderarse de esos bienes, aunque éstos también los necesiten.
El hecho de que en África la gente saquee almacenes de víveres una y otra vez demuestra, no sólo que de ahí se puede sacar algo, sino también que a los hambrientos les está prohibido tomarse lo que necesitan.
2.
La exclusión de la riqueza –inherente a la propiedad privada– se agudiza por el hecho de que los pobres no sólo están privados de los medios de consumo ya producidos (que se hallan en manos de otras personas), sino porque, además, han sido privados de las fuentes de riqueza mismas, es decir, de los medios de producción, y, junto con éstos, de los instrumentos de trabajo que les permitirían producir los objetos necesarios para satisfacer sus necesidades.
La tierra, al igual que los medios de producción ya producidos (talleres, máquinas, materias primas...), todo sin excepción, pertenece a otras personas: los llamados "ricos". La separación de las personas de sus medios de producción se manifiesta de diferentes maneras en los distintos países del Sur; pero siempre lleva al mismo resultado: los nómadas no pueden proseguir su forma de vida si los terratenientes erigen cercas y los Estados, fronteras; imposibilitándoles, así, el cambio de pastos necesario para sus rebaños. En otros lugares, los campesinos son desalojados de las tierras, más o menos fértiles, para abrir paso a grandes extensiones de minas, a presas o a plantaciones que producen para el mercado mundial.
Como mucho, el Estado les deja campos áridos, sin sistemas de riego; pero sólo a condición de que él no encuentre a un capitalista potente, interesado en explotarlos. En esos campos los campesinos luchan cada día por sobrevivir; sin disponer de la técnica necesaria ni de las herramientas adecuadas.
En otros lugares, en cambio, los pequeños artesanos tradicionales (tejedores, sastres y los que trabajan el cuero y el metal) no tienen posibilidad alguna de competir con los productos industriales importados, producidos por los consorcios internacionales – no importa cuan bajo sea el precio que estén dispuestos a aceptar por su trabajo. Les está vedado el acceso a los medios de producción que hoy en día son indispensables para poder participar en la competencia por el poder adquisitivo. La falta de recursos deja a estas personas en una situación de desamparo ante su indigencia. No se hallan en condiciones de ejecutar los trabajos necesarios para satisfacer sus necesidades ni de procurarse los medios para hacerlo.
Es obvio que la situación de los pobres no tiene nada que ver con su falta de aplicación al trabajo o su repulsión hacia el mismo. Millones de habitantes del Tercer Mundo luchan obstinadamente por una vida aceptable, sin lograr alcanzarla. Y en cuanto al notorio "problema de los refugiados", aún con mayor razón no se puede hablar de pereza: los que abandonan su país de origen en busca de una oportunidad de sobrevivir y van a parar a las barriadas pobres de las grandes ciudades del Norte, arriesgan su vida por encontrar trabajo. Si tienen suerte, son explotados sin piedad; si no la tienen, son expulsados del país.
Otros, de hecho, permanecen en un estado de inactividad forzada. No porque ello les sea agradable, sino porque, despojados de los medios de trabajo necesarios, no hay fruto alguno que pudiesen alcanzar con sus esfuerzos. Y entonces, no faltan los educadores morales del pueblo que, señalándolos con el dedo, tachan su pasividad, su embotamiento e incluso su desamparo –resultantes de su impotencia económica para superar la miseria– ¡de la causa de la miseria en que viven! Para tomar cuenta de tal cinismo, sería útil juzgar a los otros por sí mismo: no es probable que nadie fuera tan perezoso que prefiriese morir de hambre antes que procurarse sus alimentos mediante su propio esfuerzo y trabajo.
3.
La miseria en que vive una gran parte de sus pueblos no es –en absoluto– un destino del que los Estados del Tercer Mundo sean víctimas involuntarias; no están soportando con ello una circunstancia que ellos mismos no deseen. Si esos Estados someten a sus pueblos al régimen de la propiedad privada, no lo hacen porque estén obedeciendo a alguna presión procedente del colonialismo, sino, únicamente, porque siguen su razón de ser actual, la razón de un Estado moderno: con el objetivo de aumentar su potencia y su riqueza, los Estados apuestan por la productividad de la pobreza, persiguen el fin de poner a sus ciudadanos en un estado de dependencia que los obligue a ofrecer sus servicios a los propietarios de los medios de producción para que éstos los utilicen como instrumento de sus ganancias.
Ganar dinero mediante el trabajo asalariado: sólo así debe el pueblo ganarse la vida, de forma que su trabajo genere ganancias para los propietarios de los medios de producción y para el Estado, que se toma su parte de ellas. Para los trabajadores –claro–, no hay ninguna seguridad; ni de ganar suficiente dinero para su sustento ni de conseguir siquiera un empleo. Eso no depende del Estado, de su deseo de que se creen muchos empleos, ni mucho menos del deseo de los que buscan trabajo. Que haya ofertas de trabajo, eso depende, únicamente, de los cálculos de los propietarios de los medios de producción: éstos dejan trabajar para ellos a las personas pobres, desprovistas de medios, por tanto tiempo y tanto dinero como consideren adecuado para aumentar su riqueza. Y para aquellos que sobran, no hay ni dinero ni sustento.
De ahí la diferencia entre el campesino más pobre, que trabaja por su subsistencia, y el obrero asalariado moderno: el campesino emplea su tierra y sus primitivas herramientas en su propio interés; el obrero es empleado para servir a intereses ajenos. Ni por su aplicación en el trabajo ni por su disposición a prestarse a trabajar por casi nada, pueden los que están privados de los medios de producción "forzar" que se los utilice. Su utilización depende, completamente, de los negocios de los propietarios; que varían de país a país, pero que se caracterizan, en general, por el hecho de que sólo una mínima parte de los que buscan trabajo encuentran un empleo.
4.
Hoy en día, los verdaderos "empleadores" son, de todos modos, los consorcios que actúan y calculan globalmente. Éstos comparan, en el mundo entero, los réditos que podrían obtener a través de sus inversiones de capital, e invierten su dinero en todas partes del mundo –sin prejuicios– según el criterio de la mayor ganancia, y, de acuerdo a este criterio, clasifican las regiones del mundo.
En los países del así llamado "Cuarto Mundo", Somalia, Etiopía y otros, el interés por la ganancia no halla casi nada que sea posible explotar. Por tanto, en esos países hay poca vida económica, escasísima producción de bienes necesarios y pocas posibilidades de sobrevivir. Sin embargo, está claro que tampoco a estas regiones del mundo se las da de baja del régimen de la propiedad privada; donde todo se puede comprar, pero donde también todo debe ser comprado. Allí todavía es posible ganar un par de dólares; también a esos países se pueden exportar y vender cosas todavía. Y, como condición de posibilidad para la realización de futuros negocios, las tierras y todo lo otro que además pueda haber allí tiene –naturalmente– que ser y continuar siendo propiedad privada.
En los países denominados, sin razón, "países en vías de desarrollo", el interés comercial se centra, mayormente, en las condiciones especiales que ofrece la naturaleza de esos países: el capital se invierte en la producción de frutas meridionales y tropicales para el mercado mundial, las así llamadas "cash crops" (¡plantas dinero!), en la explotación de las riquezas del subsuelo o en el aprovechamiento de los atractivos paisajísticos por la industria turística. En estos casos, no es la mano de obra lo que despierta el interés de los capitalistas internacionales, sino alguna condición especial de la naturaleza. Aparte de las pocas personas que se requieren para trabajar en las minas, en las plantaciones y en los servicios para los turistas, el negocio a escala global no tiene uso para la población local: ésta forma parte también, junto con la población de los países antes citados, de la superpoblación absoluta del capitalismo mundial. Los gobiernos locales reciben de sus potentes socios del Norte el encargo de encerrar a sus masas vegetantes en el coto de miseria nacional, es decir, de impedir que emigren hacia el Norte y se conviertan allí en una carga para las administraciones de la seguridad social.
En los llamados "países emergentes" los consorcios internacionales descubren que hay partes de la población que sí pueden ser utilizadas como mano de obra barata, a la que pueden explotar adicionalmente a la de las metrópolis, o bien en lugar de ella. Transfieren entonces partes de su producción a estos países de bajos salarios, exportando al mismo tiempo el ritmo de trabajo y la productividad que suelen sacar de sus obreros en las metrópolis, pero pagando por ello tan sólo los sueldos de hambre usuales en la localidad.
Y los "pobres" países en vías de desarrollo prestan su colaboración en ello: combaten su pobreza estatal, adecuando a su gente para servirle al capital internacional de oferta salarial barata fuera de toda competencia, sofocando toda oposición contra las miserables condiciones de trabajo e intentando atraer, con la prestación de estos servicios, la inversión de capital extranjero hacia su país. Cuando alguna vez en estos países llegan de hecho al poder gobiernos alternativos, que tienen otro concepto del progreso nacional y que se imaginan para su población otro papel que el de servir de oferta barata para el capital internacional, la coalición de las potencias del Mundo Libre no escatima esfuerzos para hacer fracasar tales "experimentos" sociales; si es preciso, por medio de una intervención militar.
A pesar de los salarios bajos –mantenidos así por medio de la fuerza externa e interna–, también en los países emergentes tan sólo una minoría encuentra un empleo regular con salario reglamentado. La mayoría constituye el ejército industrial de reserva del capitalismo, que sólo en períodos de extraordinario crecimiento tiene la suerte de ser empleado alguna vez durante un tiempo. O si no forma parte inmediatamente de la superpoblación absoluta.
Todo esto no es fundamentalmente diferente en los tan ponderados "países industrializados": también allí una parte de la clase obrera se encuentra permanentemente sin empleo y, no sólo amenazada, sino también afectada por la caída en la miseria. También en los países de sueldos altos la pobreza es base y fuerza productiva de la economía. Es de este principio que la sociedad se declara abiertamente partidaria cuando políticos, jefes de empresas y forjadores de la opinión pública se quejan de que los salarios estén demasiado altos, cuando le echan la culpa de todos los males –desde la crisis económica hasta la quiebra de los seguros sociales y el paro, pasando por el déficit en el presupuesto del Estado– al alto coste de la mano de obra, pretendiendo superarlos mediante la reducción de los salarios. Los expertos no tienen ningún problema en admitir que la riqueza de esta sociedad se basa en la pobreza de los obreros; por el contrario, se quejan de que todavía haya tan poca.
En el mundo entero, a causa de la fuerza de las condiciones sociales, la mayoría de la gente tiene la mala suerte de depender de una existencia proletaria, pero de no gozar de demanda como proletarios. Es el capital, con su demanda de trabajo, quien decide si los miles de millones de no propietarios pueden sobrevivir o no pueden sobrevivir. Él determina qué personas tienen derecho a vivir, porque él las necesita para aumentar sus ganancias, y qué personas –de acuerdo con todos los criterios que son válidos en esta sociedad– no sirven para nada, están de sobra y, por consiguiente, representan una pura carga.
...y un comentario sobre esta pregunta
Es posible que la respuesta no vaya a satisfacer a los que, al preguntar por la razón de la pobreza en el Tercer Mundo, plantean dicha pregunta en un sentido diferente. Y es que existe una diferencia entre si se pregunta por la razón de la pobreza, o si se pregunta por la razón de la pobreza desmedida. En el segundo caso, es el exceso de pobreza lo que se considera como escándalo y como objeto de crítica. Por eso, la razón buscada se refiere a la divergencia en el grado normal de pobreza. Los que suelen formular la pregunta en este sentido son los partidarios del movimiento de solidaridad y de los grupos antiglobalización, así como los adeptos de las iglesias cristianas con sus colectas "pan para el mundo". Sí es verdad que la diferencia en cuanto a salud, expectativa de vida y nivel de vida es enorme: la gente en el Tercer Mundo se muere de hambre, mientras que los que viven en el Primer Mundo los están observando por sus televisores a color; contentos de que a ellos les vaya bien, al menos en comparación. Algunos obreros asalariados del Norte pueden incluso permitirse el lujo de viajar a los territorios de la pintoresca pobreza y –gastando su paga de vacaciones– darse aires de grandes señores. No obstante, esta diferencia no cambia nada en cuanto a su posición económica, la cual comparten con los pobres por los que se dejan servir durante las vacaciones. La diferencia entre estos dos grupos se desenvuelve sobre la base de su igualdad: ambos pueden vivir sólo a condición de vivir para el capital. Por eso, los unos ganan un salario que les permite ir tirando, mientras que los otros se mueren de hambre.
Los que, en cambio, estiman que –en el fondo– el escándalo reside en el exceso de pobreza, siguen una corriente muy distinta: establecen una comparación entre la situación de las víctimas del capital –midiendo una situación en relación con la otra–, y consideran injusto que el Sur diverja del Norte. Al proceder de esta manera, les parece que los obreros asalariados son ricos, porque los comparan con los hambrientos del Tercer Mundo. Al revés, éstos les parecen ser pobres sólo porque los comparan con los otros. La protesta que se alimenta de la comparación, al exigir una compensación, produce una crítica muy modesta: considera el nivel de vida de los obreros remunerados con salarios rentables como un verdadero lujo (a lo mejor como un lujo inútil), y al sentir solidaridad con los pobres del Sur, no les están deseando más que una subsistencia desoladora, destruida por la entrada de la economía mundial en sus países. La comparación de la pobreza de aquí con la de allá aplica –de manera explícita o no– el criterio de la mera posibilidad de la existencia y la supervivencia. Y esto en un mundo de riquezas. ¡Donde hay de todo y donde podría haber suficiente y más que suficiente para todos!
Por tanto, los que no califican de escándalo la relación de extorsión a que se ven sometidos los obreros asalariados en el mundo entero, sino más bien la discrepancia existente en la situación de vida de unos y otros, los que estiman necesario explicar el grado de la miseria en el Tercer Mundo, distinguen entre un capitalismo normal, que funciona bien, y un capitalismo defectuoso, que no funciona y que es anómalo. Por consiguiente, lo que preguntan es por qué los países en vías de desarrollo carecen de lo que el Norte posee.
Pero esas diferencias no son anómalas en absoluto. No existe ningún documento que diga que el capital, al someter a la gente a su régimen esté obligado también a emplearla – o al menos en su mayoría. De todos modos, teniendo en cuenta la situación a escala global, este caso viene a ser una excepción. Al Sur no le falta nada para desempeñar su papel económico en el capitalismo mundial, puesto que, con su introducción como régimen de explotación basado en la propiedad privada, el capitalismo no ha prometido nada más que: primero, someter todas las condiciones de producción al monopolio de la propiedad privada y, en segundo lugar, sólo después decidir si puede aprovechar estas condiciones para su propio incremento y cómo puede aprovecharlas.
Al declarar que un capitalismo defectuoso es la razón de la miseria desmedida, el capitalismo como tal sale del apuro. Comparando los diversos grados de pobreza se niega la razón general de la pobreza y se fabrica una opinión favorable sobre el régimen de explotación capitalista. Los que opinan que al Sur le falta algo para poder vivir en condiciones tan satisfactorias como las del Norte ya saben qué es lo que le hace falta: el capital, ese medio de vida indispensable para los hombres... en un mundo capitalista. Por consiguiente, esas personas opinan que la miseria no nace del dominio del capital, sino de la ausencia del mismo. Y los que, además, se plantean la falsa pregunta acerca de por qué el capital no se distribuye en proporciones iguales entre los países del mundo, de por qué éste no vierte también su cuerno de la abundancia sobre el Sur –que tanto lo necesita–, se pierden en mil detalles. Al enumerar condiciones especiales basadas en la historia, que –según dicen– han impedido un desarrollo "sano" del capitalismo en el Sur, les resulta difícil decidir cuál es la condición decisiva: ¿el colonialismo, el valor de la moneda, un gobierno incapaz, el proteccionismo, una ventaja del Norte obtenida en la competencia? ¿Pero qué tiene que ver todo esto con la razón de la pobreza?
Por lo demás, hoy en día esta comparación entre una "sana normalidad capitalista" y un "desarrollo defectuoso y anormal" suele establecerse, más bien, en sentido inverso. Los empresarios alemanes dan a conocer a sus obreros que son demasiado caros para el beneficio; que su trabajo se ejecuta a un precio mucho más bajo en la República Checa, en Portugal y, tanto más, en el Sureste asiático. Otros pueblos –continúan diciendo– tienen jornadas laborales más largas y hacen el trabajo por menos salario ¡y también se las arreglan! Es a esos países que emigra el capital, y la consecuencia de ello, el paro, se la imputa entonces a los propios obreros: si éstos no muestran suficiente flexibilidad para reformarse, adaptando su nivel de vida al del Tercer Mundo, ¡el paro es culpa suya! Entretanto, es el nivel de salario en el Norte lo que viene a constituir un desarrollo defectuoso que debe ser corregido, mientras que la pobreza existente en el Tercer Mundo es presentada como un modelo a seguir.
En el fondo, la base de las diversas condiciones de vida en el globo siempre es la misma: el régimen de la propiedad quita a los hombres la capacidad de procurarse sus medios de vida por sí mismos y obliga a todos a buscar su oportunidad ofreciendo sus servicios al capital. Mientras que los defensores de la justicia social están comparando las condiciones de vida bajo el capital aquí con las condiciones de vida allá, el capital está comparando –de manera práctica– el rendimiento y los precios bajos de los pueblos; es decir, se está aprovechando de la rivalidad entre ellos. Y cuando llega el momento en que este régimen ha conseguido chantajear completamente a los hombres hasta el punto en que nadie puede ya vivir sin vivir por el capital, hay gente que lo revuelve todo y, refiriéndose a la situación de los obreros que carecen de toda alternativa, declara que es el capital lo que constituye el medio de vida de la humanidad.