Pablo Iglesias
PÚBLICO
Marx comenzó a hacer cuentas en una pizarra y de la pizarra empezó a brotar sangre. Esta imagen sirve para entender que el marxismo es, ante todo, una toma de posición moral que se apoya en las ciencias sociales. ¿Quieren ver cómo brota la sangre de las cifras? Miren esta oferta de trabajo que ayer le arrojé a Percival Manglano, ex consejero de economía de la Comunidad de Madrid, en La Sexta Noche. A un periodista con más de 5 años de experiencia, dominio del inglés y disponibilidad para viajar le ofrecen un contrato en régimen de autónomo a jornada completa por un sueldo de entre 450 y 900 euros brutos. ¿Ven como de las cifras puede brotar la sangre?
Los liberales dicen que las políticas redistributivas y la igualdad conducen al totalitarismo y que es mejor trabajar por 500 euros al mes que no tener nada. Al fin y al cabo si tu «productividad marginal» es de 500 euros pues no mereces más de 500 euros. Esta es la libertad: contratos libres entre individuos libres. ¿Para qué hacen falta entonces sindicatos? ¿Por qué debe haber absurdas regulaciones del Estado que limiten la capacidad contractual de las partes? ¿Qué es eso de un salario mínimo, como dice el Banco de España?
Pero sigamos haciendo cuentas que, al fin y al cabo, como decía Brecht, nos va a tocar pagarlas a nosotros. ¿Qué hace falta para que alguien esté dispuesto a ganar 500 euros al mes trabajando a jornada completa? Pues lo mismo que hace falta para que una mujer migrante esté dispuesta a trabajar practicando felaciones en la economía sumergida por 10 o 20 euros: necesidad y miedo, nada más que eso. Y ¿saben cómo se construyen la necesidad y el miedo? Pues es bien sencillo, asegurando que el paro sea siempre una amenaza y recortando las prestaciones y las ayudas sociales.
¿Comprenden ahora por qué el Gobierno y los grandes empresarios celebran los resultados de las reformas laborales de Rajoy y de Zapatero? Precisamente porque al tiempo que aumenta el paro (casi un millón de personas en 2012), las reformas facilitan el despido y la reducción de los salarios. Vayamos a las cifras. En 2012 las grandes empresas han aumentado sus beneficios en más de un 40 por ciento y, por primera vez, la distribución del PIB entre grandes empresarios (en forma de excedentes) y trabajadores (en forma de salarios) ha favorecido a los primeros. De nuevo, de las cifras brota sangre. Que en la distribución del PIB los empresarios ganen y que se contengan los salarios gracias al paro y a las reformas laborales tiene un nombre: lucha de clases y está claro qué clase va ganando la batalla. No lo digo yo, lo dijo el multimillonario Warren Buffett.
Toca preguntarse, por último, quienes son los que insisten en que hay que trabajar más y cobrar menos (menos incluso de lo establecido por el salario mínimo). Son los que tienen aviones privados, los que pueden llenar sus piscinas con champán y los que hacen donaciones, legales o ilegales, en sobres o en maletines, a la casta política gobernante. Pero esa casta política que decide (y que hace sangre) no predica con ejemplo. Manglano reconocía ayer que cobraba 100.000 euros al año cuando era consejero (le parecía mal que los ciudadanos financien con impuestos las universidades pero no le debía parecer tan mal que le pagaran su sueldo); los jóvenes del PP cuando son contratados como secretarios o asesores no bajan de los 50.000; Alicia Sánchez Camacho, la salvadora de España en Cataluña, se mete 180.000, el marido de Ana Mato se fue del PP con una indemnización de 130.000 y así podríamos seguir llenando folios de los que no pararía de brotar sangre.
Todos los informes disponibles señalan que la desigualdad ha aumentado con la crisis. ¿Qué es la crisis? Pues hasta el momento, la mejor oportunidad para que los ricos hagan su contrarrevolución destruyendo todas las conquistas históricas de los trabajadores, que tomaron la forma de derechos sociales.
La triste lección de los últimos dos siglos es que la necesidad y el miedo son los dispositivos políticos decisivos en esa lucha entre los de arriba y los de abajo que configura los sistemas sociales. Por eso a la victoria de los de abajo se le llama democracia y requiere que el miedo y la necesidad cambien de bando. Solo así de las cifras dejará de brotar la sangre de los de abajo.
¡Hay que echarlos! ¡Hay que echarlos de una puñetera vez y para siempre!
ResponderEliminar¡No nos dejan vivir estos grandísimos hijos de la gran puta!...