[Ahora que afamados científicos se han atrevido a desenmascarar la gran mentira de Dios, hay que recordar que la historicidad de Jesucristo también es mentira. Esta última idea queda demostrada en el siguiente fragmento de La Puta de Babilonia de Fernando Vallejo (aclaración: "la Puta de Babilonia", expresión con la que se refiere Vallejo a la Iglesia Católica, era como llamaban los cátaros al Vaticano)]
Cristo es un engendro fraguado por Roma, centro del Imperio y del mundo helenizado, a partir del año 100, juntando rasgos tomados de los mitos de Atis de Frigia, Dioniso de Grecia, Buda de Nepal, Krishna de la India, Osiris y su hijo Horus de Egipto, Zoroastro y Mitra de Persia y toda una serie de dioses y redentores del género humano que lo precedieron en siglos y aun en milenios y que el mundo mediterráneo conoció a raíz de la conquista de Persia y la India por Alejandro Magno. El cristianismo de los primeros tiempos tuvo que competir con varios de los misterios de Asia Menor y en especial con el mitraísmo, la gran religión del imperio de la que tanto tomó y a la que sólo se pudo imponer con el apoyo de Constantino y sus sucesores, ya bien avanzado el siglo III.
Cristo nació el 25 de diciembre de una Virgen, y en la misma fecha, que es el solsticiode invierno, nacieron Atis, de la Virgen Nana; Buda, de la Virgen Maya; Krishna, de la Virgen Devaki; Horus, de la Virgen Isis, en un pesebre y en una cueva. También Mitra nació el 25 de diciembre, de una virgen, en una cueva y lo visitaron pastores que le trajeron regalos. Y de una virgen también nació Zoroastro o Zaratustra.
Atis murió por la salvación de la humanidad crucificado en un árbol, descendió al submundo y resucitó después de tres días. Mitra tuvo doce discípulos; pronunció un Sermón de la Montaña; fue llamado el Buen Pastor; lo consideraron la Verdad y la Luz, el Logos, el Redentor, el Salvador y el Mesías; se sacrificó por la paz del mundo; fue enterrado y resucitó a los tres días; su día sagrado era el domingo y su religión tenía una eucaristía o Cena del Señor en que decía: "El que no coma de mi cuerpo ni beba de mi sangre de suerte que sea uno conmigo y yo con él, no se salvará".
Buda fue bautizado con agua estando presente en su bautizo el Espíritu de Dios, enseñó en el templo a los 12 años, curó a los enfermos, caminó sobre el agua y alimentó a quinientos hombres de una cesta de bizcochos; sus seguidores hacían votos de pobreza y renunciaban al mundo; fue llamado el Señor, Maestro, la Luz del Mundo, Dios de Dioses, Altísimo, Redentor y Santo; resucitó y ascendió corporalmente al Nirvana.
Dioniso también resucitó y fue llamado Rey de Reyes, Dios de Dioses, el Unigénito, el Ungido, el Redentor y el Salvador. Horus fue bautizado en el río Eridanus por Anup el Bautista que fue decapitado; a los 12 años enseñó en el templo y fue bautizado a los 30; fue llamado el "Ungido", la Verdad, la Luz, el Mesías, el Hijo del Hombre, la Palabra Encarnada, el Buen Pastor y el Cordero de Dios; hizo milagros, exorcizó demonios, resucitó a Azarus y caminó sobre el agua; pronunció un Sermón de la Montaña y se transfiguró en lo alto de un monte; fue crucificado entre dos ladrones y resucitó después de ser enterrado tres días en una tumba.
Krishna fue hijo de un carpintero, su nacimiento fue anunciado por una estrella en el oriente y esperado por pastores que le llevaron especias como regalo; tuvo doce discípulos; fue llamado el Buen Pastor e identificado con el cordero; también fue llamado el Redentor, el Primogénito y la Palabra Universal; hizo milagros, resucitó muertos y curó leprosos, sordos y ciegos; murió hacia los 30 años por la salvación de la humanidad y el sol se oscureció a su muerte; resucitó de entre los muertos, ascendió al cielo y fue la segunda persona de una Trinidad. Zoroastro fue bautizado en un río con agua, fuego y viento santo; fue tentado en el desierto por el Diablo y empezó su ministerio a los 30 años; expulsó demonios y le devolvió la vista a un ciego; predicó sobre el cielo y el infierno, sobre la resurrección, el juicio, la salvación y el apocalipsis.
¿Y qué son las palabras atribuidas a este engendro mitológico de Cristo sino un batiburrillo sacado de los libros canónicos y apócrifos de la Biblia hebrea y de la sabiduría popular? El Sermón de la Montaña ha sido tomado de los Salmos, Isaías, los Proverbios y el Eclesiástico. Y sus bienaventuranzas provienen del quinto tratado (capítulos 91-107) del Libro de Enoc y del Libro de los Nazarenos que dice: "Bienaventurados los pacíficos, los justos, los creyentes", "da de comer al hambriento, da de beber al sediento, viste al desnudo" y "que tu mano derecha no sepa qué limosna da la izquierda". Y el llamado "pequeño Apocalipsis" de los evangelios sinópticos tiene frases tomadas al pie de la letra de ese mismo Libro de Enoc, así como del Libro de los Jubileos y del Testamento de los Doce Patriarcas. El dicho de Cristo de que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de Dios" es un proverbio que está en el Talmud. Y su precepto de que 'Trata a los demás como quisieras que te trataran a ti" está en el Libro de Tobías (4:15): "Lo que no quieras que te hagan no se lo hagas a los demás". Y también se lo atribuyen al famoso rabino Hillel, contemporáneo de Jesús: "No le hagas a los demás lo que no te guste que te hagan a ti, ésa es la ley en pocas palabras y lo demás es comentario". Y de la sabiduría popular y no de Jesús son los dichos "Nadie echa vino en odres viejos" (Marcos 2:22) y "¿Desde cuándo los sanos necesitan médico?" (Mateo 9:12).
Ni siquiera es original que enseñe con parábolas, narraciones fingidas con que pretende explicarnos su tan cacareado Reino de los Cielos, pues Krishna y los budistas también recurrieron a ese género y asimismo los jainistas, de quienes provienen las parábolas del hijo pródigo y el sembrador. En cuanto a las de Cristo, cuando no son adivinanzas infantiles son brumosas, insensatas, inmorales y arbitrarias, llenas de violencia e injusticia, de mentirosos, asesinos, opresores, ingratos, torturadores y traficantes de esclavos que él no reprueba. En vano busca uno en ellas una mínima compasión o comprensión o humanidad. ¡Qué más arbitrariedad e injusticia que la que consagra esa parábola de los labradores de la viña que cuenta Mateo en 20:1-161 En ella un patrón les paga igual a los labradores que contrató al amanecer que a los que contrató al atardecer, y cuando estos últimos se lo reprochan, a uno de ellos le contesta: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no conviniste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últimos serán los primeros y los primeros los últimos". Esta parábola empieza diciendo: "El Reino de los Cielos es semejante a un patrón que salió al amanecer a contratar obreros para su viña". Pues si ése el Reino de los Cielos sale sobrando pues es igual al mísero reino injusto de este mundo que pesa sobre nosotros día a día y que es obra del patrón, de Dios, que lo creó dándole a cada quien según su divina y real gana, haciendo a unos bueyes y a otros hombres, a unos esclavos y a otros amos, a unos ricos y a otros pobres, a unos bellos y a otros feos, a unos tontos y a otros inteligentes. La de los labradores de la viña es la parábola de la injusticia, la del horror de este mundo, pero resume a cabalidad las enseñanzas de Cristoloco, un impostor confundidor que nunca buscó iluminar ni ennoblecer.
Cura a un ciego en Jericó, resucita a un muerto en Naín, hace andar a un paralítico en Cafarnaún, expulsa a unos demonios en Gerasa, se mete a las sinagogas a predicar sin que se lo pida nadie. Va, viene, sube, baja, cita a Isaías, los Salmos, el Éxodo, el Levítico, el Deuteronomio como televangelista con micrófono. Con los fariseos se enzarza en tremendas discusiones acerca de la Ley y los Profetas, y con argucias de sofista y una casuística digna del jesuita más pérfido los vence. De haber vivido hoy lo habrían contratado como abogado Enron y Halliburton.
Es el Mesías en quien se cumplen todas las profecías. Pero no uno local que viene a salvar a Israel sino el mismísimo redentor de todo el género humano. Él es el Hijo.
-¿El Hijo de quién?
-Pues del Padre.
-¿De Yavé?
-Ah, compadre, ahí sí me la está poniendo muy peliaguda. Dejémoslo simplemente en el Hijo. O si prefiere, el Señor.
-¿Pero no se le dice pues "Señor" también al Padre?
-Sí, pero es que son dos. Dos "Señores" distintos en un solo Dios verdadero.
-Con la paloma del Espíritu Santo arriba y en medio de ellos.
-Exacto.
-¡Ah, compadre, qué feliz me hace! Hablo en prosa y soy teólogo.
Hoy es opinión casi unánime entre los eruditos imparciales que el evangelio más antiguo es el de Marcos, que en él se basan los de Mateo y Lucas y que los tres fueron escritos originalmente en griego. Y es que el Evangelio de Mateo reproduce el noventa por ciento del de Marcos y el de Lucas reproduce el cincuenta y siete por ciento. y sin embargo la Puta, apoyándose en una incierta cita de Papías hecha por Eusebio en su Historia eclesiástica, ha sostenido siempre, y con la mayor desfachatez lo sigue sosteniendo hoy en día, que el Evangelio de Mateo fue el primero y que fue escrito originalmente en arameo. ¡Claro, para acercarlo lo más posible a Cristo! Sólo hasta principios del siglo XIX se empezó a cuestionar esta tesis que una simple comparación de los evangelios revela como equivocada. De entonces data el término "sinóptico" (del griego ''ver al mismo tiempo"), que le debemos a Griesbach, para agrupar estos tres evangelios por oposición al de Juan, del que difieren en esencia. Si el Evangelio de Marcos, que es el más corto, coincide casi en su totalidad con el de Mateo, que es bastante más largo, esto significa que Mateo fue el que tomó a Marcos y le agregó cosas, y no al revés. E igual pasa con Lucas. Por mil seiscientos años, vale decir del 200 hasta 1800, la Puta impidió que se hiciera esta constatación evidente. Además de coincidir en lo que han tomado de Marcos, los evangelios de Mateo y Lucas coinciden en lo que han tomado de una segunda fuente de dichos atribuidos a Jesús que no ha subsistido en ninguna copia y que los eruditos designan con la palabra alemana Quelle (fuente) abreviada a Q. En fin, para unos breves pasajes de Mateo se ha postulado una tercera fuente designada como M, y para otros breves pasajes de Lucas una cuarta fuente designada como L. Mateo y Lucas son pues, en esencia, un Marcos aumentado.
Sobre la base de las anteriores constataciones evidentes, pero en el entendido de que Cristo existió, cosa que nadie ha probado, los estudiosos del Nuevo Testamento de los dos últimos siglos se han entregado al juego necio de las conjeturas para explicar quiénes fueron los evangelistas, dónde y cuándo escribieron los evangelios y por qué cauces llegaron hasta ellos la palabra y los hechos de Jesús, sea o no sea éste el Hijo de Dios.
Yo no voy a entrar aquí en ese juego que me sale sobrando. Simple y sencillamente no tenemos datos firmes para explicar nada. No hay prueba ninguna que permita atribuir el Evangelio de Juan al supuesto apóstol Juan en vez de Juan el presbítero de que habla Papías, citado por Eusebio. A Pedro lo llaman también Simón Pedro y Cefas, pero a lo mejor Simón Pedro y Cefas son dos personajes distintos. El Pablo de las epístolas no es el Pablo de los Hechos de los Apóstoles. y de las catorce epístolas atribuidas a él hoy ya casi no queda una que se considere auténtica. Y si alguna se considera tal resulta que está llena de interpolaciones. Juan no es Juan, Pedro no es Pedro, Pablo no es Pablo, Cristos hay muchos... De un pantano se puede sacar agua limpia si se tiene un filtro.
Pero aquí no hay filtro. Sólo agua pantanosa. Todo es incierto: fechas, nombres, lugares, citas, copias. Al que afirme que Cristo existió le toca probarlo: con escritos cristianos o paganos o marcianos. Para los marcianos habrá que esperar a que vayamos a Marte a ver si sus tormentas de arena no los han estropeado. De los escritos cristianos los principales son los evangelios canónicos de que he venido tratando. En cuanto a los escritos paganos aducidos como prueba de la existencia de Cristo se reducen al Testimonium flavianum, un simple párrafo de las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo, que si bien nació en el año 37 (o sea un poco después de la muerte de Cristo, a quien por lo tanto no pudo conocer) por lo menos era judío de Palestina y hablaba arameo. Y no hay más que ese párrafo de ese libro terminado en el año 13 de Domiciano (o sea el 93 de la era cristiana) y escrito en griego. Sobra seguir citando a Suetonio, a Tácito y a Plinio el Joven, que eran romanos y no judíos, que no vivieron en Palestina, que escribieron después del año 100 en latín, y que si mencionan las palabras Crestus o Crísto o cristiano en sus escritos es de pasada y porque las han oído quién sabe dónde y por boca de quién sabe quién.
El Testimonium flavianum es el siguiente párrafo del libro 18 de las Antigüedades judaicas, cuyo tercer capítulo empieza hablando de una sublevación de los judíos contra Pilatos y continúa diciendo: "Por esta época vivió Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar hombre pues fue el artífice de obras maravillosas, y maestro de quienes quieren recibir la verdad. Tuvo muchos seguidores judíos y helenizados. Fue el Cristo y cuando Pilatos, por instigación de los principales entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que lo querían no lo olvidaron pues se les apareció vivo al tercer día según lo habían anunciado los profetas divinos junto con otras mil cosas maravillosas más referentes a él; y la tribu de los cristianos, así llamados por él, continúa hasta la fecha" (Antigüedades 18,3,63-64). Del Testimonium flavianum sabemos por primera vez por Eusebio que cita el párrafo completo en su Historia eclesiástica (1,11), obra escrita entre el 312 y el 324. Ninguno de los escritores cristianos anteriores a él lo conoce, ni siquiera Orígenes (c185-c254) que en tres ocasiones con ligeras variantes (Comentario sobre Mateo X,17 y Contra Celso 1,47 y 11,13) se refiere a la pasajera mención de Jacobo el hermano de Jesús en las Antigüedades judaicas de que ya he hablado. Así dice Orígenes en el Comentario sobre Mateo (x,17): ''Y era tan grande la reputación de Jacobo entre el pueblo por su rectitud que Flavio Josefo, que escribió las Antigüedades judaicas en veinte libros, cuando quiere dar la causa de que el pueblo tuviera que sufrir tan grandes desventuras hasta el punto de que el templo fue destruido, dice que fue la ira de Dios por lo que se atrevieron a hacerle a Jacobo el hermano de Jesús llamado Cristo. Pero lo notable es que aunque Josefo no acepta a Jesús como Cristo, sin embargo da testimonio de la gran rectitud de Jacobo y dice que el pueblo pensaba que habían sufrido estas desgracias por él". Lo notable para mí son dos cosas: que Orígenes diga que 'Josefo no acepta a Jesús como Cristo", con lo cual probamos que no conoció el Testimonium flavianum, cuya esencia es esta afirmación; y que en ningún lado de las Antigüedades judaicas tal como las tenemos hoy se dé como causa de la destrucción del Templo la ejecución de Jacobo, aunque Josefo sí nombra a éste y precisa que es "el hermano de Jesús el llamado Cristo" pero de paso, sin darle mayor importancia (Antigüedades 20,9,200). Así que la copia de las Antigüedades que consultó Orígenes tenía algo que no tienen las copias nuestras actuales, y le faltaba algo que sí tienen y que también tenía la que consultó Eusebio: el Testimonium flavianum. Por lo tanto Eusebio, que escribía en griego, falsificó el Testimonium flavianum, o bien lo tomó de una copia que tenía la falsificación fresquecita. Otros escritores cristianos anteriores o posteriores a Orígenes que como él escriben en griego, citan a Josefo y no conocen el Testimonium flavianum son Clemente de Alejandría (c150-c215), Juan Crisóstomo (347-407) y el patriarca de Alejandría Focio (c820-c891). Así pues, todavía en el siglo IX, en tiempos de Focio, circulaban copias de las Antigüedades judaicas sin la interpolación.
Focio fue uno de los más grandes eruditos cristianos. Entre sus obras está la Mistagogia del Espíritu Santo, primera refutación de la doctrina latina del Filioque que, según ya he referido, lo enfrentó al papa Nicolás I; y el Myriobiblion o Biblioteca, una colección monumental de resúmenes de doscientos ochenta libros religiosos importantes, gracias a la cual hoy sabemos de la existencia de muchas obras de la antigüedad griega y los primeros siglos del cristianismo que sin ella nos serían totalmente desconocidas. En el Myriobiblion (código 33) escribe: "He leído la Cronología de Justo de Tiberíades que empieza con Moisés y termina con la muerte de Herodes Agripa. Es de lenguaje conciso y pasa a la ligera sobre asuntos que habría tenido que tratar a fondo y así, debido a sus prejuicios judíos pues era judío de nacimiento, no hace la mínima mención de la aparición de Cristo, ni de las cosas que le ocurrieron, ni de las obras maravillosas que hizo. Era hijo de un judío de nombre Pistus y un hombre, según lo describe Josefo, de carácter disoluto". Justo de Tiberíades fue un historiador judío contemporáneo y rival de Flavio Josefo, quien denigra extensamente de él en el apéndice autobiográfico que le añadió a sus Antigüedades. Ya no quedan los escritos históricos de Justo de Tiberíades, se perdieron después de Focio; pero lo que sí queda claro por lo que respecta a éste es que conocía muy bien a los dos historiadores judíos de la segunda mitad del siglo I y que ninguno de ellos habla de Cristo.
La copia más antigua que nos queda de los libros 11 al 20 de las Antigüedades judaicas de Josefo es el códice F 128 de la Biblioteca Ambrosiana, del siglo XI. El que esta copia tenga el Testimonium flavianum significa que proviene de la estirpe de copias falsificadas que se asocian al nombre de Eusebio: Eusebio obispo de Cesarea, biógrafo de Constantino a cuyo carro de la victoria se montó junto con la Puta y autor de la Historia eclesiástica, que es la tercera Historia de esta cortesana calientacamas, siendo las dos primeras las memorias de Hegesipo escritas hacia el año 180 en tiempos del papa Eleuterio y de las que sólo han quedado los párrafos que cita de ellas justamente nuestro obispo historiador, y los Hechos de los Apóstoles, que son de la misma época de Hegesipo y tan falsos como los Evangelios, si es que cabe. Según sostiene la Puta con un desfase de cuando menos cien años, los Hechos de los Apóstoles fueron escritos antes de la destrucción de Jerusalén, que fue en el año 70, pero no tiene forma de probarlo. Y para colmo de descaro sostiene que son historia pura y que los escribió Lucas, el autor del tercer evangelio. Pero ni Lucas existió, ni el autor del evangelio que lleva su nombre es el mismo del de los Hechos, ni este engendro que parece libro es historia. Los Hechos de los Apóstoles los escribió el Espíritu de la Mentira, que hoy como ayer y como hace mil ochocientos años sigue preñando a la malnacida ramera de que aquí tratamos. Tengo ante mí en este instante la edición del Nuevo Testamento de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, salida de la vagina sucia del Opus Dei. Esta asociación delictiva, estafadora de viudas, cómplice de los poderosos, obra tartufa de la España cerril del beato Escrivá de Balaguer, hoy domina al Vaticano, Babilonia Roma, en cuyo trono de San Pedro sienta sus puercas nalgas la Gran Puta.
De todos modos si el Testimonium flavianum fuera auténtico y no una interpolación, ¿cómo explicarnos que Josefo, que le consagra a Herodes el Grande 34 capítulos de sus Antigüedades, se olvide de inmediato de Cristo después de lo que ha dicho de él y sólo lo vuelva a mencionar de paso en su fugaz referencia a su hermano Jacobo? Por lo demás, salvo en las dos interpolaciones de que hemos venido tratando, en las obras de Josefo no aparece la palabra Cristo con que la Septuaginta traduce al griego (unas cuarenta veces) la palabra hebrea Mesías, que significa "ungido". Es más, tampoco Mesías aparece en las obras de Josefo. Tal vez eso de que los judíos estaban esperando un Mesías sea puro cuento de cristianos. Mesías ya habían tenido muchos, muchos reyes ungidos. Hoy, de todas maneras, ya no necesitan Mesías que los salve, gracias a Dios, pues para eso tienen la bomba atómica. Israel valiente, Israel sufrido, ¿qué estás esperando para lanzarle una de ésas aunque sea chiquita a Babilonia Roma y acabas con la Puta? ¿No te ha hecho pues sufrir tanto esta desgraciada durante mil ochocientos años?
¿Y quién le contó a Josefo lo de las mil cosas maravillosas de Cristo y que resucitó al tercer día? ¿Acaso un tío? ¿O un abuelo? ¿O su papá, que según él mismo nos cuenta se llamaba Matatías? Porque él, Josefo, no pudo haber sido testigo presencial de las hazañas de Cristo dado que nació algo después de que nuestro Redentor muriera. ¿Y por qué no vuelve a hablar en su extenso libro de la tribu de los cristianos, si según dice "continúa hasta la fecha", o sea hasta el año 93 en que escribe? La plaga de los cristianos, amigo mío Josefo, siempre ha ido en aumento. Hoy son más de dos mil millones y con serias intenciones de expandirse a lo largo y ancho de la Vía Láctea y, no bien rebasada ésta, por las galaxias circunvecinas. Espurio o auténtico, el testimonio de Flavio Josefo sobre Cristo no vale un comino. Y punto.
Voy a probarle en seguida a la Puta, de aperitivo, que Lucas no escribió los Hechos de los Apóstoles según me lo dice por boca de sus lacayos del Opus Dei de la Universidad de Navarra. Hay una frase de Juan Bautista que citan con ligeras variantes los Hechos de los Apóstoles y los cuatro evangelios. Si el evangelista Lucas fuera también el autor de los Hechos de los Apóstoles, la frase en cuestión tendría que ser exactamente igual en este libro y en su evangelio. Pero no hay tal. Lucas coincide con los tres restantes evangelistas (pese a que uno de ellos, Juan, proviene de una tradición muy distinta a la suya) mucho más que con los Hechos. En las cinco citas que siguen pongo en griego entre paréntesis los sustantivos y verbos, que son las palabras que tienen peso semántico y que cuentan para efectos de una comparación.
Dicen los Hechos (13:25): "Cuando Juan (Bautista) estaba por terminar su carrera decía:'¿Quién pensáis que soy? No soy el que creéis, mirad que detrás de mí viene (en griego) uno al que no soy digno de desatarle (en griego) las sandalias (en griego) de los pies (en griego) "'. Y dice Lucas (3:16): 'Juan respondió diciéndoles a todos: 'Yo os bautizo (en griego) con agua (en griego). Pero viene (en griego) el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno (en griego) de desatarle (en griego) la correa (en griego) de sus sandalias (en griego); él os bautizará (en griego) en el Espíritu Santo (en griego) y en el fuego (en griego) "'. Obsérvese la diferencia tan grande entre estas dos versiones de las palabras textuales de Juan Bautista. Coinciden en el verbo venir (en griego), en el verbo desatar (en griego) y en el sustantivo sandalias (en griego). Y en nada más. No coinciden en la palabra griega que expresa el adjetivo digno, que en los Hechos es (en griego) y que en Lucas es (en griego). Además a Lucas le falta la palabra pies, y a los Hechos les faltan las palabras correa y el comparativo de superioridad más fuerte. Pero sobre todo, a los Hechos les falta la contraposición esencial de que Juan bautiza con agua siendo así que el que viene bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. En cambio compárese a Lucas con las versiones de los otros dos evangelistas sinópticos y se verá cuántas son las coincidencias entre los tres.
Dice Marcos (1:7,8): "Y predicaba diciendo: 'Después de mí viene el que es más poderoso que yo, ante quien no soy digno de inclinarme para desatar la correa de sus sandalias. Yo os bautizo con agua pero él os bautizará en el Espíritu Santo'''. Y dice Mateo (3:11): "Yo bautizo con agua para la conversión, pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, que no soy digno ni de llevar sus sandalias. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego".
Las coincidencias de los tres evangelios sinópticos entre sí respecto a las palabras de Juan Bautista y sus diferencias en conjunto con la versión de los Hechos de los Apóstoles son innegables. Que las versiones de los tres evangelios sinópticos coincidan es explicable porque Mateo y Lucas proceden de Marcos. En cuanto al Evangelio de Juan, que proviene de otra tradición, coincide con los sinópticos en hablar del bautizo, que tratándose de Juan Bautista es el punto esencial; pero por otro lado coincide con los Hechos en usar el mismo adjetivo griego para expresar la palabra digno y no el que usan los tres sinópticos. He aquí la versión de Juan el evangelista; 'Juan (Bautista) les respondió: 'Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno que no conocéis. Él es el que viene después de mí y al que no soy digno de desatar la correa de las sandalias'''.
En ninguno de los manuscritos más antiguos aparecen los Hechos de los Apóstoles unidos al Evangelio de Lucas. No tenían por qué estarlo pues son dos engendros distintos debidos a distintos autores anónimos. Y a lo mejor no a dos sino a muchos. Eso sí, escritos ambos en la segunda mitad del siglo II. Después, en algún momento del siglo III, otro falsario anónimo los juntó agregándoles dos especies de prólogos de cuatro versículos al Evangelio y cinco a los Hechos. En esos prologuitos el autor anónimo, hablando en primera persona, le destina el Evangelio a un "distinguido Teófilo" y los Hechos a un "querido Teófilo". ¿El distinguido y el querido serán un solo Teófilo? ¿O dos Teófilos? La Puta dice que uno solo. Yo digo que no sabemos. Y esa primera persona singular de los prologuitos, sin decir agua va, de inmediato en ambas obras se trueca en una tercera persona omnisciente, en otro Balzac de esos que saben qué le dijo el Diablo a Cristo en la soledad del desierto. Y así por todo el Evangelio, pero no por todos los Hechos pues en el capítulo 16, versículo ll, y de nuevo sin decir agua va, el Balzac de tercera persona se convierte, como por la magia de Aladino, en un narrador de primera persona plural: "Haciéndonos al mar fuimos desde Tróade directamente a Samotracia". Y en adelante Balzac y Aladino van alternando. Debo decir que estas primeras personas, en singular o en plural, me tranquilizan. Lástima que esos narradores que se llaman "yo" y "nosotros" no tengan nombre. ¡Qué! ¿Todavía no existía el bautizo? Me habría gustado mucho que Lucas hubiera empezado su Evangelio y los Hechos así: "Yo, Lucas, que nunca miento, parado en mis dos patas sobre la Tierra plana en torno a la cual gira el Sol, le dedico este opúsculo o librito a Teófilo, mi amor, para que se empape de ciencia oculta", Así ya la cosa cambia y me da certeza. Que es lo único que pido: certeza, certeza, certeza para creer en mi Redentor.
Teófilo quiere decir "amado por Dios" y en los primeros siglos del cristianismo de éstos hubo muchos. La Puta se hace la que no sabe cuál de todos fue el Teófilo de Lucas, pero yo sí sé: el sexto obispo de Antioquía, que escribió un tratado Contra Marción y tres libros Ad Autolycum que contienen la cronología del mundo hasta la muerte de Marco Aurelio en el 180, y que fue el primero en usar la palabra Trinidad para la unión de las tres personas divinas en Dios, y en distinguir entre la Palabra interna o inmanente en Dios y la Palabra emitida o proferida por Dios. ¡Qué menos para un personaje así que dedicarle dos opusculitos! Pero claro, hay que aceptar primero que éstos fueron escritos un siglo después de la destrucción del templo de Jerusalén y no unos años antes de ésta como pretende la Puta que prefiere que el Teófilo de las dedicatorias sea un simple hijo de vecino y no semejante obispo. Para mí no hay problema en que el Teófilo de Lucas sea el obispo de Antioquía porque estoy convencido de que los cuatro evangelios y los Hechos de los Apóstoles fueron escritos por el año 180, que es cuando se mencionan por primera vez juntos. Los menciona juntos Ireneo de Lyon (c130-c202) en su tratado Adversus haereses (3.11.8), donde afirma, con la autoridad de todo un Padre de la Iglesia: "Los Evangelios no pueden ser más ni menos en número de los que son pues hay cuatro zonas del mundo en que vivimos y cuatro vientos principales; y habiéndose propagado la Iglesia por toda la tierra, siendo su fundamento el evangelio y teniendo el Espíritu de la vida cuatro pilares (cuatro en forma pero sostenidos por un solo Espíritu) y los querubines cuatro caras y siendo cuadriformes las criaturas vivas, así el evangelio y la actividad del Señor son cuádruples y son cuatro las alianzas generales pactadas con Él: una por el arco iris cuando el diluvio de Noé, la segunda por el signo de la circuncisión cuando Abraham, la tercera cuando el otorgamiento de la Ley a Moisés, y la cuarta el Evangelio a través de nuestro Señor Jesucristo". Teófilo de Antioquía daba como razón el hecho de que Lázaro estuvo muerto sólo cuatro días. San Cipriano por su parte aducía que eran cuatro los ríos que regaban el paraíso. A todo lo cual, y como si fuera poco, en su prólogo al Evangelio de Marcos San Jerónimo agregó los animales de cuatro patas y los cuatro aros de las varas con que se cargaba el Arca de la Alianza. ¡Cómo no iba a desechar después el Tercer Concilio de Cartago los evangelios apócrifos mediando semejantes razones! Y con ellos de paso los muchos hechos y apocalipsis de su misma baja estofa. He aquí la lista de esos textos apócrifos que hacia el año 200 competían con los canónicos en estupideces y en sabiduría esotérica: el Evangelio de Pedro, el Evangelio de Matías, el Evangelio de Nicodemo, el Evangelio de Taciano, el Evangelio de Ammonio, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de Valentino, el Evangelio de María, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de los Hebreos, el Evangelio de los Ebionitas, el Evangelio de los Egipcios, el Evangelio apócrifo de Juan, el Evangelio apócrifo de Jacobo, el Protoevangelio de Jacobo, el Evangelio del papiro Egerton 2, el Evangelio de la Infancia de Tomás, el Evangelio de la Verdad, la Epistula Apostolorum, la Sabiduría de Jesucristo, el Tratado de la Resurrección, el Descenso de Cristo a los Infiernos, la Pistis Sophia, la Epistula Iacobi, el Diálogo del Salvador, el Tratado Tripartito, los Hechos de Pedro, los Hechos de Tomás, los Hechos de Andrés, los Hechos de Juan, los Hechos de Pablo, los Hechos de Tadeo, los Hechos de Pilatos, los Hechos de los Doce Apóstoles, los Hechos de Pedro y Pablo, los Hechos de Pablo y Tecla, el Martirio de San Pedro, el Apocalipsis de Pedro, el Apocalipsis de Pablo, el Primer Apocalipsis de Jacobo, el Segundo Apocalipsis de Jacobo, el Apocalipsis de Adán... El Protoevangelio de Jacobo por ejemplo nos informa que los padres de la Virgen María fueron Joaquín y Ana, que aquélla se casó con José cuando éste ya era un hombre viejo y con hijos, y que una partera que estaba presente en el nacimiento de Jesús dio testimonio de su virginitas in partu. Y el Evangelio de Pedro, coincidiendo con el anterior, nos dice que los llamados hermanos de Jesús eran hijos de José con una primera esposa anterior a María. Por el Evangelio de Nicodemo (l0.7) nos enteramos de que el buen ladrón se llamaba Dimas y el mal ladrón se llamaba Gestas. El Martirio de San Pedro cuenta cómo crucificaron a éste con la cabeza hacia abajo por su propio pedido. A los Hechos de Poncio Pilatos se refiere Justino Mártir en su primera Apología (35), donde después de mencionar la pasión y crucifixión de Jesús escribe: "Y que todo esto ocurrió lo pueden comprobar en los Hechos de Poncio Pilatos". Y Tertuliano se refiere en dos ocasiones a un informe que le hace Pilatos al emperador Tiberio hablándole de la injusta sentencia de muerte que él había emitido contra una persona inocente y divina, tras lo cual el emperador propone que se considere a Cristo entre los dioses de Roma, pero el Senado se rehúsa a complacerlo (Apologeticum 5). Los Hechos de Pedro y Pablo cuentan el martirio de estos apóstoles en Roma. Los Hechos de Juan mencionan la estadía de Juan en Éfeso. Los Hechos de Pablo (capítulo 3) nos describen al decimotercer apóstol: "Y vio venir a Pablo, un hombre de poca estatura, calvo, patizambo, fuerte, cejijunto y de nariz algo ganchuda, lleno de encanto; a veces parecía un hombre, a veces un ángel".
Los Hechos de Tadeo traen la correspondencia entre Jesús y el rey Abgarus de Edesa, un par de documentos invaluables que el historiador Eusebio nos transcribe en su Historia eclesiástica (1,13) tras informarnos que se los encontró en los archivos de Edesa y que los tradujo del siriaco al griego "palabra por palabra". La carta de Abgarus empieza diciendo: "Abgarus Uchama, el toparca, a Jesús que se ha aparecido como nuestro gracioso salvador en la región de Jerusalén, saludos". Y he aquí la respuesta de Jesús, enviada con el mensajero Ananías: "¡Feliz tú que crees en mí sin haberme visto! Porque está escrito que los que me han visto no creerán en mí, y que los que no me han visto creerán y vivirán. En cuanto a tu pedido de que te visite, primero tengo que acabar aquí abajo todo lo que me encomendaron, tras lo cual debo subir de inmediato al que me envió. Cuando haya subido te enviaré uno de mis discípulos para que te cure de tu enfermedad y te dé vida a ti y a quienes están contigo". ¡Y después dicen que Jesús no existió y que el obispo historiador Eusebio falsificó el Testimonium flavianum!
Empezando con Albert Schweitzer y siguiendo con Rudolf Bultmann, W.D. Davies, Ernst Kasemann, E.P. Sanders y otras eminencias, se ha venido acumulando durante el siglo XX una vasta literatura sobre Pablo que ha terminado por sostener que Cristo fue un invento suyo. Pero yo pregunto: ¿y a Pablo quién lo inventó? Lo que sostengo es que Pablo inventó uno de los muchos Cristos que hubo en un comienzo, aunque no tenemos forma de decidir si el suyo fue el primero, sacándolo en su mayor parte de los mitos de Asia Menor, y que a Pablo lo inventó Marción, quien antes que nadie reunió en su Apostolikon diez de las catorce epístolas a él atribuidas en el Nuevo Testamento, a saber: Gálatas, Corintios 1 y 2, Efesios, Colosenses, Filipenses, Tesalonicenses 1, Tesalonicenses 2, Filemón y Romanos. Las siete primeras figuran en la copia más antigua de las epístolas de Pablo que se ha conservado, el papiro p46, también conocido como el Códice Chester Beatty, que trae asimismo la Epístola a los Hebreos y que ha sido fechado hacia el año 200. De las ciento cuatro hojas originales de este papiro sólo han quedado ochenta y seis, por lo que bien pudiera haber estado Tesalonicenses 2 en las hojas perdidas.
Antes de Marción hay ecos (no citas) de las epístolas de Pablo en los tres primeros Padres Apostólicos: Ignacio de Antioquía, Clemente de Roma y Policarpo de Esmirna, pero no en los dos siguientes, Papías y Justino. Puesto que no se trata de citas explícitas, podemos pensar que las coincidencias de los tres primeros Padres Apostólicos con Pablo se deban a que los cuatro están tomando ideas de un fondo común. De suerte que el ente Pablo, entendido como un conjunto de epístolas reunidas bajo ese nombre, sólo empieza a circular por el mundo con Marción. Así como nadie ha escrito "yo conocí a Cristo", tampoco nadie ha escrito ''yo conocí a Pablo". A Marción en cambio sí lo conoció alguien. Ireneo cuenta en su Adversus haereses (3.3.4.) que Policarpo se encontró a Marción en una ocasión y que a la pregunta de éste "¿No me reconoces?" el santo obispo de Esmirna le contestó: "¡Claro que te reconozco! Eres el primogénito de Satanás".
Marción, que era dueño de un barco y rico y no un limosnero de alma como la Puta (que dicho sea de paso inició su manía de excomulgar con él en el año 144), se anticipó en casi dos siglos y medio al Tercer Concilio de Cartago y estableció por primera vez un Nuevo Testamento, escrito en griego y que constaba de tres partes: el Apostolikon, un Evangelio y una Antítesis. El Apostolikon estaba constituido por las diez epístolas de Pablo arriba mencionadas, que nos han quedado. El Evangelio, que no ha quedado, era según Tertuliano el de Lucas expurgado de cuanto éste tiene que ver con el Antiguo Testamento, pero nada nos impide pensar que hubiera sido al revés: que Lucas se apropió del Evangelio de Marción y lo amplió judaizándolo. Y la Antítesis era un texto de repudio al Antiguo Testamento y al rabioso y feo dios de los judíos, el genocida Yavé.
Aunque el Evangelio de Marción no ha quedado, lo podemos reconstruir gracias al cuarto de los cinco libros del farragoso tratado Adversus Marcionem que escribió en latín Tertuliano (c160-c220) contra él tratando de refutarlo. En este cuarto libro Tertuliano va comparando pasaje por pasaje el Evangelio de Lucas con el Evangelio de Marción, pretendiendo que éste es una corrupción de aquél. Pero Tertuliano, que fue el primero de los Padres de la Iglesia latinos, escribe más de medio siglo después de Marción, y resulta que es justamente en este lapso de tiempo cuando aparecieron Lucas y demás evangelistas canónicos. Marción bien pudo ser el primero y Lucas vino después. Si así fuera, habría que reconsiderar entonces desde el comienzo el problema de los evangelios sinópticos que en vez de tres serían cuatro: Mateo, Marcos, Lucas y Marción.
En fin, lo que haya sido, de las catorce epístolas que el Tercer Concilio de Cartago le atribuyó a Pablo e incorporó en el Nuevo Testamento diez eran las del Apostolikon del hereje excomulgado Marción. Sin él acaso se hubieran perdido estos escritos sagrados, inspirados por Dios, y así de los tres Cristos que hoy explota la Puta habiéndose esfumado el de Pablo sólo le quedarían dos: el de los evangelios sinópticos y el del Evangelio de Juan. Ahora bien, la autenticidad de las epístolas paulinas se ha ido poniendo en entredicho en los últimos siglos y si de las catorce hoy quedan ocho que los eruditos consideren genuinas son muchas, y eso quitándoles aquí y allá las interpolaciones fraudulentas y las glosas inocentes puestas al margen que, al igual que se cree que ha ocurrido en todos los escritos bíblicos, acabaron por incorporarse al texto como si siempre hubieran sido parte suya. Ya en la primera mitad del siglo III Orígenes había puesto en duda la autenticidad de la Epístola a los Hebreos, pese a lo cual fue incluida en el canon. Pero lo más grave es que de las seis epístolas de Pablo hoy consideradas pseudoepigráficas o espurias dos vienen del Apostolikon de Marción: Efesios y Colosenses. ¿No se las habrá atribuido Marción equivocadamente a Pablo? ¿O no las habrá inventado, junto con las demás de su Apostolikon? Tratándose de la patraña de Cristo, para mí herejes y ortodoxos todos son unos. Si los tres evangelios sinópticos proceden del de Marción, eso no significa que éste, por más que esté, no sea tan falso corno los otros. Son falsos los cuatro. Y falso el de Juan y falsos todos los apócrifos. Todo lo de Cristo es falso. Cristo no existió. Es puro cuento.