domingo, 11 de mayo de 2025

El gran apagón: la fragilidad energética que nadie quiso ver

(Artículo retirado —o censurado— de CTXT por deseo —y autocensura— de uno de los diez autores.)

El gran apagón del pasado 28 de abril no solo supuso una disrupción total del funcionamiento de nuestra sociedad, sino que fue mucho más que eso. Fue la constatación de la fragilidad del modo en que organizamos nuestras vidas. Nos asomamos a un abismo que queríamos creer que estaba mucho más lejos y era mucho menos profundo. Y aunque ahora estén los de siempre intentando restar importancia a lo que ocurrió, o convencernos de que no vimos ese abismo, sabemos perfectamente lo que vimos.

A día de hoy se está discutiendo cuál pudo ser el disparador concreto de la caída masiva de la red eléctrica, pero lo que de verdad interesa es saber si la red era y es lo suficientemente robusta. Y la respuesta corta es que no. Nuestra red eléctrica no es lo suficientemente robusta. Durante demasiadas horas y durante demasiados días del año sus sistemas de estabilización no son capaces de responder a eventos raros ‒pero no excepcionales‒ de perturbación de la red. Esto es lo que se conoce como inercia de una red eléctrica. La oferta y la demanda de energía eléctrica deben estar sincronizadas a cada instante, y si alguna de ellas varía, inmediatamente se activan mecanismos de compensación.

Cuando se diseñó la red eléctrica, todos los métodos de generación de electricidad (hidroeléctrica –la vieja renovable–, centrales térmicas, nucleares, ciclos combinados) se basaban en lo mismo: un líquido o gas, cuyo flujo puede ser regulado, empuja una turbina de varias decenas de toneladas, que genera así una señal eléctrica oscilante (corriente alterna) con una forma muy precisa (sinusoidal) y perfectamente repetitiva. Ese comportamiento permite dotar al sistema de estabilidad, porque hace más fácil sincronizar el movimiento de todos los generadores (si alguno va desfasado, se producen cortocircuitos de gran potencia que pueden fundir los elementos que no van «al paso»). Además, eso permite hacer bajadas de producción suaves y graduales (las turbinas, con su gran peso, tienen mucha inercia y conservan el movimiento mucho rato, aun cuando se cierren las válvulas al agua o gas). Además, estos sistemas (con la notable excepción de la nuclear) son despachables (es decir, pueden ajustarse a voluntad, básicamente abriendo o cerrando escotillas o válvulas), y son flexibles (esto es, pueden adaptarse fácilmente a los cambios de demanda y oferta de la red), así que se ajustan casi automáticamente a esos cambios.

Por el contrario, las nuevas renovables (eólica y fotovoltaica) dependen de que en ese momento haya viento o sol (son intermitentes, en oposición a los sistemas despachables), son asíncronas y no son inerciales. La que peor sale parada es la fotovoltaica, porque la corriente que genera es continua y por tanto necesita generar la onda de corriente alterna sintéticamente, usando unos dispositivos electrónicos denominados inversores. Por eso, con las nuevas renovables, conseguir mantener la sincronía con la red es siempre un reto, y la adaptación a los cambios es casi imposible: son sistemas inflexibles.

Con las nuevas renovables, conseguir mantener la sincronía con la red es siempre un reto

¿Puede dotarse a las nuevas renovables de inercialidad y de cierto grado de flexibilidad? Posiblemente nunca podrá funcionar exactamente igual que los viejos sistemas, pero se pueden mejorar mucho sus características con el uso de sistemas de estabilización adecuados, desde las baterías y los supercapacitores, pasando por los volantes de inercia hasta los motores reactivos, sales fundidas y otros sistemas de almacenamiento de energía de lo más diverso, que permiten absorber la energía cuando sobra y devolverla cuando falta. Cada sistema tiene sus tiempos de respuesta y de duración específicos, y un sistema bien equilibrado requerirá de una mezcla adecuada de todos ellos. Sin ellos, en los momentos en los que hay una gran penetración de las nuevas renovables, el sistema no tiene margen de maniobra y cualquier pequeña inestabilidad puede ampliarse sin control hasta hacer caer la mayor parte de la red, como pasó el 28 de abril. Además, a estos sistemas de estabilización, para un sistema puramente basado en renovables intermitentes, hay que sumar otros elementos de almacenamiento a medio y largo plazo, que aseguren el suministro de energía cuando la producción baje, por ejemplo, debido a la reducción de horas de sol en invierno, generando y almacenando excedentes en verano.

La conclusión es, pues, que nuestra red eléctrica es más frágil de lo que debería, y que es el modo en que se han introducido de forma masiva las energías fotovoltaica y eólica lo que ha ocasionado ese aumento de la fragilidad.

Tenemos ahora dos grandes preguntas. La primera es: ¿esto se sabía? Y la segunda: ¿por qué se han introducido así las nuevas renovables?  La respuesta a la primera pregunta es un categórico sí. No solo quienes firmamos el presente artículo habíamos avisado en repetidas ocasiones de esta situación, sino que la propia compañía encargada de la gestión, Red Eléctrica de España, había alertado del riesgo de desconexiones severas en su informe anual a los inversores de 2024, precisamente por la introducción masiva de las renovables sin el suficiente respaldo (a falta de sistemas de estabilización, se puede mantener la estabilidad de la red usando centrales convencionales de respuesta rápida, pero para ello deben estar listas, y eso, en el caso de la elección más habitual, los ciclos combinados, implica quemar cierta cantidad de gas para mantener cierta inercia rotatoria con su coste correspondiente). También la CNMC había avisado de problemas para el control de la tensión por el mismo motivo.

Respecto a la segunda pregunta, la respuesta es bastante sencilla: para ahorrar dinero. Y no estamos hablando de una cantidad pequeña, sino de cantidades enormes de dinero. Porque si queremos ir a un modelo en el que durante la mayor cantidad de tiempo posible la electricidad que produzcamos sea de origen renovable, eso implica acompasar el despliegue de plantas con la instalación de esos sistemas de estabilización, que son extraordinariamente caros.

Para que el apagón del pasado 28 de abril llegara a ocurrir intervinieron varios factores que no son técnicos, sino puramente humanos. El primero es la codicia de las compañías eléctricas, que obviamente han presionado para vender el máximo de producción renovable posible y no sufrir desconexiones ‒curtailments‒ por motivos técnicos de estabilización de la red. Es lo que cabe esperar cuando se ha dejado en manos casi exclusivamente del mercado un servicio esencial. Y lo hemos permitido incluso sacrificando sectores vitales como la agricultura, o peor aún, poniendo en riesgo los modos de vida que garantizan la biodiversidad de la que dependemos, la vida auto organizada de comunidades secularmente adaptadas, incluidas las humanas.

Pero los factores humanos no son solo estos. ¿Por qué el legislador no obligó a introducir los mencionados sistemas de estabilización a la vez que se aumentaba la capacidad de generación renovable? Aquí la respuesta es más compleja, pero existe una causa. Desde hace años muchas personas sensibilizadas por los temas medioambientales, entre ellas los firmantes de este artículo, hemos denunciado que la forma en que se pretendía reducir la dependencia energética de los combustibles fósiles ni era la correcta ni, en definitiva, iba a servir para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. En primer lugar, las nuevas tecnologías de captación de energías renovables (que son sobre todo eólica y fotovoltaica), no son ni mucho menos tan baratas como han querido hacer creer si tenemos en cuenta los costes ocultos de estabilización de la red. Se nos ha vendido que se había dado con la solución mágica para los problemas de las actuales fuentes de energía, con la que íbamos a conseguir la neutralidad, o casi, a nivel medioambiental y seguir con nuestras vidas normales y el sagrado crecimiento económico para siempre. Pero el problema es que nos han mentido. Una conjunción de intereses empresariales de las grandes energéticas y unos políticos que han encontrado la ocasión de parecer los abanderados del medio ambientalismo han provocado la fragilización de la red que llevó al gran apagón del 28 de abril.

Se nos ha vendido que se había dado con la solución mágica para los problemas de las actuales fuentes de energía

Ahora tenemos cuatro grandes problemas. Por una parte, tenemos a los reaccionarios de siempre, que niegan que exista un problema medioambiental y que haya escasez de combustibles fósiles, y que pretenden vendernos que seguimos en un mundo que desapareció hace ya más de 50 años, en la primera crisis del petróleo en 1973. Aunque saben que esto es falso, tratan de colocar su mercancía averiada con la esperanza de poder seguir manteniendo sus privilegios el mayor tiempo posible, aunque sea a costa de provocar un cambio climático descontrolado y, a la postre, un mundo inhabitable para el ser humano.

En segundo lugar, tenemos a los razonables, que hablan de ir introduciendo energías que no emitan gases de efecto invernadero, pero siempre y cuando la economía no se resienta. Pero, ¿qué van a pensar estos cuando se den cuenta de que son caras si se introducen debidamente y, por tanto, siempre van a perjudicar a la economía? Sobre todo en un mundo cada vez más difícil en el que ese crecimiento cada vez es más complicado de conseguir.

Luego tenemos a los tecnoptimistas, que creen que la tecnología lo solucionará todo y que hay que apostar por la energía nuclear de fisión de uranio hasta que lleguen, primero, las centrales de torio, y luego, las de fusión nuclear. A estos optimistas nos gustaría preguntarles varias cuestiones. Primero, si creen que la proliferación nuclear es la mejor de las ideas en un mundo cada vez más inestable. Segundo, si han sumado las necesidades de uranio para cubrir la demanda energética fósil mundial y se han dado cuenta de que no son ni remotamente suficientes. Y tercero, si creen que esas tecnologías futuras en las que confían van a ser realidad solo porque al ser humano, según ellos, le convenga tenerlas.

Por último, tenemos a quienes algunos llamamos greenewdealers (en referencia al Green New Deal), que confían en las energías fotovoltaica y eólica como el Santo Grial de la energía, sin darse cuenta de que estas energías no son solo mucho más caras de lo que nos han contado, sino que, además, tampoco disponemos de las materias primas requeridas por estos sistemas, algunas de ellas muy escasas, en cantidad suficiente como para sustituir a los combustibles fósiles. Y, no digamos ya, si además pretenden sostener el sacrosanto crecimiento económico.

Entonces, ¿no existe salida? La respuesta corta es que sí que existe. Por supuesto que existe.

En primer lugar es preciso replantearse a fondo la forma actual del despliegue de las energías renovables y, en general, la configuración de todo el sistema energético, ya que ha dejado de ser un servicio público para ser un medio de concentración de riqueza en cada vez menos manos.

En el fondo subyace que el crecimiento económico como objetivo irrenunciable del ser humano es algo muy nuevo en nuestra historia. Pero existen otros modos de organizar nuestras sociedades de forma que no sea necesario el crecimiento. Modos en los que han pensado muchas personas desde hace mucho tiempo. Unos modos que consisten en priorizar lo importante para todas las personas sobre lo superfluo, en respetar y cuidar el mundo que garantiza nuestras vidas, no solo para la generación actual sino para las generaciones futuras, pues nuestra existencia depende completamente de él; en reconocer la realidad de que el impacto que ejercemos sobre el planeta es ya es demasiado grande y hay que reducirlo radicalmente, sin consentir los ofensivos beneficios de un engranaje institucional y empresarial que, mientras hace gala de sostenibilidad en los medios, nos arrastra hacia una inmolación colectiva.

Por eso está única salida viable exige cambiar el modo en que nos pensamos y pensamos el mundo, y esto es precisamente lo que hace que esté fuera del gran debate público, dominado por intereses de gentes que gozan de enormes privilegios que no serían posibles en ese mundo diferente. Un mundo en el que recuperemos la conciencia de lo que es importante de verdad a la vez que no dejamos a nadie atrás. ¿Es posible? Por supuesto que es posible. Todavía es posible, pero cada vez queda menos tiempo y hay que comenzar cuánto.

 

RESUMEN

El Gran Apagón: Fragilidad Energética y un Llamado al Cambio

El artículo analiza las causas y consecuencias del gran apagón del 28 de abril, señalando que este evento expuso la vulnerabilidad del actual sistema eléctrico. Lejos de ser un incidente aislado, el apagón reveló una fragilidad sistémica, invitando a una profunda reflexión sobre el modelo energético.

Ideas Principales del Artículo:

 

Fragilidad de la Red Eléctrica: La red eléctrica actual no posee la robustez necesaria, especialmente por la forma en que se han integrado masivamente las energías renovables como la fotovoltaica y la eólica. Durante muchas horas al año, los sistemas de estabilización son incapaces de responder a perturbaciones.

Problema de la Inercia y Estabilidad: Las fuentes de energía tradicionales (hidroeléctrica, térmicas, nucleares) ofrecían estabilidad e inercia al sistema, facilitando la sincronización y la adaptación gradual a los cambios de demanda. En contraste, las nuevas renovables (eólica y, especialmente, fotovoltaica) son intermitentes, asíncronas, no inerciales y menos flexibles, lo que dificulta mantener la sincronía y adaptarse a los cambios.

Necesidad de Sistemas de Estabilización: Para integrar adecuadamente las nuevas renovables y evitar apagones, es crucial invertir en sistemas de estabilización como baterías, supercapacitores, volantes de inercia y otros sistemas de almacenamiento de energía. Estos sistemas, aunque caros, son necesarios para dar margen de maniobra al sistema cuando hay alta penetración de renovables.

Conocimiento Previo del Riesgo: Tanto los autores del artículo como Red Eléctrica de España y la CNMC habían advertido previamente sobre los riesgos de la introducción masiva de renovables sin el respaldo adecuado.

Motivaciones Económicas: La introducción de las renovables sin la debida estabilización se atribuye principalmente al ahorro de costes por parte de las compañías eléctricas.

Factores Humanos y Políticos: La codicia de las compañías eléctricas y la inacción de los legisladores al no exigir sistemas de estabilización simultáneos al aumento de la generación renovable son factores humanos clave. Se critica una confluencia de intereses empresariales y políticos que han fragilizado la red.

Crítica a las «Soluciones Mágicas»: El artículo cuestiona la narrativa de que las nuevas renovables son una solución barata y sencilla, señalando costes ocultos de estabilización. También se muestra escéptico ante el tecno-optimismo que confía ciegamente en futuras tecnologías como la fisión o fusión nuclear sin considerar sus implicaciones o viabilidad.

Insuficiencia de Materias Primas: Se plantea que no se dispone de suficientes materias primas para que las energías fotovoltaica y eólica sustituyan completamente a los combustibles fósiles, especialmente si se pretende mantener el crecimiento económico.

Propuesta de Salida: La solución pasa por replantear el despliegue de renovables y la configuración del sistema energético, priorizando el servicio público sobre la concentración de riqueza. Se aboga por un cambio de paradigma que cuestione el crecimiento económico como objetivo irrenunciable y priorice lo esencial, el respeto al medio ambiente y la reducción del impacto planetario, sin dejar a nadie atrás. Se considera que este cambio es posible pero urgente.

En síntesis, el artículo utiliza el apagón del 28 de abril como punto de partida para una crítica profunda al modelo energético actual. Argumenta que la integración masiva de energías renovables, sin la necesaria inversión en sistemas de estabilización y motivada por intereses económicos y políticos, ha incrementado la fragilidad de la red. Los autores sostienen que los riesgos eran conocidos y proponen un cambio radical en la forma de concebir y gestionar la energía, cuestionando el dogma del crecimiento económico y abogando por un modelo más sostenible, equitativo y consciente de los límites planetarios.

VV.AA.

domingo, 9 de marzo de 2025

La aterradora militarización de Europa

 

Por MARC VANDEPITTE

Un espectro recorre Europa: el espectro del militarismo. Detrás de esta fiebre bélica hay mucho más que la supuesta amenaza de Rusia. El declive económico y la lucha por el dominio geopolítico juegan un papel crucial en la creciente militarización del continente

Los líderes europeos quieren aumentar drásticamente el gasto de defensa y preparar sus economías para la guerra. Hay planes para introducir (por ahora) el servicio militar voluntario e instalar un escudo nuclear. Algunos países están dispuestos a enviar tropas a los países vecinos de Rusia, incluida Ucrania.

Boris Pistorius, exministro de Defensa alemán, dijo que su país estaría «listo para la guerra» ('Kriegstüchtigkeit') en 2029. El hacha de guerra está de nuevo desenterrada.

«Hemos sido traicionados por Trump y estamos amenazados por Putin, por eso debemos intensificar nuestros esfuerzos militares y prepararnos para la guerra.» Ésta es la narrativa que la élite europea nos impone y que nos transmite ampliamente por los principales medios de comunicación.

Sin embargo, esta narrativa oscurece las verdaderas razones y causas subyacentes de esta fiebre belicista.

Rechazar

La militarización de Europa es parte de una crisis económica más amplia. Desde la crisis financiera de 2008, la economía europea ha luchado por encontrar nuevas vías de crecimiento. La crisis del Covid-19 ha supuesto un duro golpe para la economía y, desde que se impusieron las sanciones económicas contra Rusia, hemos abandonado nuestra energía barata.

Debido a la obsesión con la austeridad, los gobiernos han descuidado sectores esenciales para el desarrollo de la productividad, como la educación y la ciencia. Por su parte, los oligarcas financieros no han invertido suficiente de sus ganancias monopólicas en nuevas tecnologías para competir con Estados Unidos y China.

Como resultado de ello, Europa se está quedando atrás tecnológica y económicamente.

Geopolíticamente, la situación no es más favorable. Europa y Estados Unidos no lograron, después de la caída de la Unión Soviética, transformar a Rusia en una semicolonia ni lograr un cambio de régimen capitalista-neoliberal en China.

La esperanza era que al integrar a China a la Organización Mundial del Comercio e invertir masivamente allí, las fuerzas capitalistas crecerían hasta el punto de quitarle el poder al Partido Comunista. Fue una ilusión.

Al seguir ciegamente a Estados Unidos, Europa descuidó, tras la caída de la URSS, la construcción de una estructura de seguridad equilibrada que incluyera también a Rusia.

Hoy en día, Rusia y China se han convertido en formidables adversarios a los que hay que tener en cuenta.

Bajo el impulso de China, los países del Sur, a través de los BRICS, también constituyen un contrapeso creciente a la dominación del Norte.

La lucha ha comenzado

Es en este contexto que la oligarquía estadounidense, bajo el liderazgo de Trump y Musk, ha lanzado una agresiva campaña para preservar la supremacía absoluta de Estados Unidos ('Make America Great Again'), incluso si eso significa sacrificar a sus aliados más cercanos.

Esto significa que la lucha entre Estados Unidos y las demás grandes potencias imperialistas está ahora abierta. En el Foro Económico Mundial de Davos, Ursula von der Leyen lo expresó así:

«El orden mundial cooperativo que imaginamos hace 25 años no se ha materializado. En cambio, hemos entrado en una nueva era de intensa competencia geopolítica. Las economías más grandes del mundo compiten por el acceso a recursos, nuevas tecnologías y rutas comerciales globales. Desde la Inteligencia Artificial hasta las tecnologías limpias, desde la computación cuántica hasta el espacio, desde el Ártico hasta el Mar de China Meridional: la carrera ha comenzado.»

La fuerza impulsora detrás de esta carrera es la maximización de las ganancias y la expansión del capital monopolista occidental. Eso es lo que está en juego y de eso se trata en definitiva. Para liderar esta carrera, apostamos por la carta militar. Como dijo el ex canciller alemán Gerhard Schröder:

«Un país sólo cuenta realmente en el escenario internacional si también está dispuesto a ir a la guerra.»

Pretexto

El principal pretexto de esta fiebre bélica, a saber, que Rusia representa una amenaza militar, no se sostiene. Moscú no tiene intenciones expansionistas.

Según destacados expertos como Jeffrey Sachs y John Mearsheimer, la invasión de Ucrania fue la respuesta de Moscú a la expansión de la OTAN hacia el este y a la militarización de Ucrania. Moscú vio esto como una amenaza existencial.

En términos de guerra convencional, Europa no puede competir con Rusia.

El Kremlin quedó rápidamente estancado en Ucrania, un país mucho más débil. Y si estallara un enfrentamiento entre Europa y Rusia, entonces estaríamos en un escenario nuclear. Un final que nadie quiere.

Economía de guerra

Las tensiones militares actuales no son, por tanto, resultado de oposiciones geopolíticas con Rusia, China y ahora también Estados Unidos, sino que tienen su origen en la sed del capital monopolista occidental de maximizar sus beneficios y su expansión.

Para garantizar los beneficios de los monopolios occidentales, es necesario garantizar las inversiones y los mercados extranjeros, así como el suministro de materias primas a bajo coste. Para ello es imprescindible un aparato militar potente, incluso si eso supone llamar al orden por la fuerza a los países recalcitrantes.

La militarización también impulsa la economía. La economía de guerra no depende del poder adquisitivo de la población, sino de las decisiones de los dirigentes políticos. El gasto militar puede (temporalmente) darle algo de oxígeno a algunos sectores industriales, pero a expensas de otros. Esto es lo que intentó Reagan en los años 1980 con su programa Guerra de las Galaxias y Hitler en los años 1930.

En Bélgica, y probablemente en otros lugares, la militarización podría ir acompañada de una ola de privatizaciones sin precedentes. Parte de los fondos necesarios para estos gastos militares podrían obtenerse mediante la venta de las joyas de la corona del patrimonio nacional o de algunos de sus componentes. La militarización como palanca para la privatización.

Esta economía de guerra se creó con vistas a una preparación real para la guerra. Durante la Guerra Fría, los países europeos tenían un gran ejército de reclutas. Después de la caída de la Unión Soviética, las fuerzas de intervención rápida tomaron el poder, particularmente en Libia y Siria.

En la actualidad existen planes para restablecer el servicio militar obligatorio, fortalecer la infraestructura militar y estacionar tropas en el extranjero a largo plazo, incluso en los países bálticos y Ucrania. También se están considerando otras opciones, como la cuestión de un paraguas nuclear

Hay muchas señales de que una guerra mundial se está convirtiendo en una posibilidad real a los ojos de las élites financieras y económicas.

Consecuencias

Esta militarización tiene profundas consecuencias para nuestras sociedades. El dinero tiene que venir de alguna parte. Actualmente, Europa gasta alrededor del 2% de su PIB en gastos de defensa. Para alcanzar el objetivo del 5%, tendrá que gastar alrededor de 500 mil millones de euros más al año en defensa.

Con gobiernos de derecha, este aumento masivo de los presupuestos militares vendrá inevitablemente a expensas del gasto social y del Pacto Verde, cuyo presupuesto anual asciende a 86 mil millones de euros.

Ya hemos mencionado cómo esta militarización corre el riesgo de ir de la mano de una ola de privatizaciones sin precedentes de la economía.

La creación de un auténtico ejército europeo también provocará un importante déficit democrático. La estructura de mando se situará a nivel europeo. Ya no serán los gobiernos nacionales ni los parlamentos quienes decidan si nuestros jóvenes deben ir al frente, sino los eurócratas.

Por último, la militarización de nuestras economías y sociedades sólo aumentará las tensiones en el continente europeo. En lugar de construir una estructura de seguridad equilibrada, estamos lanzando una peligrosa carrera armamentista y fomentando una hostilidad cada vez mayor hacia la energía nuclear rusa.

Una elección histórica

Europa se enfrenta a una elección histórica. El proceso de militarización conlleva unos costes económicos colosales, un desmantelamiento social, un retraso en la transición ecológica y un déficit democrático, mientras que el riesgo de un conflicto mayor se hace cada vez más real.

¿Esta militarización realmente beneficia a los ciudadanos europeos o sólo a las élites económicas y a la industria armamentística?

¿Nos dejaremos llevar por esta fiebre bélica o elegiremos la prosperidad, la ecología y una estructura de seguridad equilibrada en el continente?

¿Seguiremos a Estados Unidos en su lógica imperialista y militarista, o construiremos un proyecto europeo independiente, basado en una cooperación respetuosa con los países del Sur?

Los próximos años serán cruciales para responder a esta pregunta.

 

Fuente:
https://investigaction.net/la-militarisation-effrayante-de-leurope/