domingo, 23 de diciembre de 2018

Contra el patriotismo

       [EN RECUERDO AL COMPAÑERO CURIO DENTATO Y A SU INTERNACIONALISMO MARXISTA.]


«¡Proletarios de todos los países, uníos!» es uno de los lemas clave del Manifiesto Comunista. Algunos parecen haber olvidado este ejemplar principio y lo han transformado en: «¡Proletarios de todos los países, uníos a vuestros burgueses!».

Cuando la burguesía llama a engrosar las filas del nacionalismo, nunca faltarán los que, con un discurso «progre-guay», querrán arrastrar a los trabajadores y se disfrazan de adalides del socialismo. Realmente no pasan de ser tardíos imitadores de Fichte y Wagner, dignos herederos de aquellos socialdemócratas alemanes que empujaron al proletariado alemán a la matanza de la Primera Guerra Mundial.

A los filisteos nacionalistas solo se les puede enfrentar con internacionalismo proletario: la unión mundial de todos los trabajadores por encima de fronteras y contra todas las burguesías. El paraíso de los nacionalistas es el enfrentamiento entre los trabajadores y el alzamiento de nuevas fronteras.

Es fácil reconocer como el nacionalismo pintarrajeado de rojo ha tenido una gran influencia sobre las izquierdas españolas desde hace ya demasiado tiempo. Del patriotismo español del PCE de los 30, a los abertzales, la CUP y compañía desde finales de los 60 hasta ahora. Cada territorio español parece haber generado sus hooligans nacionalistas, con banderas de estrellas rojas y diversas lamentaciones históricas y nostalgias feudales. Estos grupos, salvadores de patrias felizmente olvidadas hasta entonces han intentado hacer una curiosa mezcla entre lo que una apariencia de léxico marxista y las más pintorescas ideologías pequeñoburguesas y clericales. Basten de ejemplo Sabino Arana o Blas Infante. El pos-carlista vasco, conocido por sus exabruptos racistas y su clericalismo ultramontano, y el notario andaluz, conocido por el nacionalismo pequeñoburgués que defendía una nueva patria fantasiosa y por su filia del Islam. Pintorescos ambos, sin duda.

Pero en los sesenta, entre las excrecencias de grupos parroquiales y seminarios, aparecen los «comunistas» de la liberación nacional. Siguiendo la estela de la contrarrevolución, dieron unas cuantas pinceladas de rojo al nacionalismo y nos presentaron las versiones provinciales de la «unión nacional» como lo más revolucionario que podía hacer un comunista.

¿Cuáles eran sus programas revolucionarios? Manifestarse contra el opresor Estado español, quitar banderas españolas y hablar de «boquilla» de un «socialismo» que ni siquiera era tal sino capitalismo estatalizado. Ya va siendo hora de que los llamemos por lo que realmente son: nacionalistas que ni a 'socialpatriotas' llegan, porque socialpatriota significa socialista de palabra y nacionalista en los hechos. Estos son nacionalistas que hablan como nacionalistas y llaman socialismo al resultado por ponerle un parche rojo a la bandera de turno… o una franja morada, que es lo mismo.


Estos nacionalistas actúan como verdaderos parásitos, a la búsqueda continua de aprovechar de las luchas de los trabajadores, no pierden ocasión de envenenar con propaganda nacionalista. Está claro que casi siempre fracasan en su intención de confundir a los trabajadores, por lo que deben nutrir sus filas de jóvenes pequeñoburgueses, ilusionados en la lucha nacional que les promete puestos de gobierno en un futuro Estado independiente. Por mucho que se vean a sí mismos como comunistas, no son más que la vanguardia romántica e idealista… del mismo Estado burgués que ya conocemos.

En el culmen del despropósito, no falta quien pretende responder a estos patriotas con patriotismo español vestido con citas marxistas… contra el nacionalismo. Se pueden sentir, como es natural, apegos culturales, pero es infame utilizar los gustos culturales como banderín de enganche de lucha política en defensa de patrias y naciones. Y lo es aún más si se dicen comunistas. La lucha comunista va indivisiblemente unida al internacionalismo, que no es otra cosa que anti-nacionalismo proletario, pues nuestra lucha no es la lucha del proletariado de un país o de otro, de un sector ni de otro, sino la lucha del proletariado mundial.

Los tiempos de las revoluciones nacionalistas-burguesas ya pasaron. En todo el mundo se han ido conformando las naciones políticas más tarde o temprano y ya no tiene ningún sentido progresista la lucha de ninguna burguesía particular por hacerse con un estado. El siguiente escenario es el de la alternativa entre la revolución mundial o una nueva guerra mundial imperialista.

Por eso, todos los que se mantienen en la defensa de una causa nacionalista, sea cual sea, como unos auténticos reaccionarios ante el devenir histórico. El llamamiento a la defensa del derecho a la autodeterminación —ya ampliamente desmontado por Rosa Luxemburgo— sirve como el nuevo banderín de enganche de oportunistas, socialpatriotas y patriotas a secas de los que tantas muestras tenemos. Todos ellos, al fiel servicio de la pequeña burguesía, perdedora de la crisis que se descubre súbitamente enfrentada a los monopolios y el centralismo capitalista.

Aunque hay que mantener a distancia la telebasura, a veces se encuentran perlas en el fango. En un debate que se dio a altas horas de la noche entre dos economistas, uno socialdemócrata españolista y otro independentista, éste vino a evidenciar cuales eran las verdaderas razones que alimentan el conflicto, las razones de la pequeña burguesía catalana. El economista criticaba que desde la desaparición del franquismo, la importancia productiva y económica de Cataluña había venido disminuyendo en detrimento de Madrid. La pequeña burguesía catalana ha venido perdiendo oportunidades de negocio, mientras que la burguesía española (que incluye a la catalana), se ha ido concentrando en la capital del país. En unos escasos minutos, entre el murmullo y el griterío de la telebasura, se evidenció el verdadero enfado de su clase. Y es que con Franco algunos vivían mejor.

¿Es a estos pequeño-burgueses en acción a los que ciertos «comunistas» les muestran pleitesía vasalla? Si quieren ser mamporreros de una pequeña burguesía reaccionaria, es normal que no encuentren el apoyo de la clase trabajadora, ni de los marxistas que nos negamos al colaboracionismo.

La respuesta al nacionalismo y al oportunismo es la acción internacionalista, uniendo lazos con entre los trabajadores de todo el mundo en la lucha por las condiciones de vida. Es hora de manifestarse abiertamente contra el particularismo y los amantes del terruño, que de buena gana nos lanzarían a la reyerta contra sus vecinos por la defensa de los intereses de sus amos.

15 noviembre 2017

domingo, 16 de diciembre de 2018

Kropotkin frente al darwinismo

'El apoyo mutuo' supuso una gran respuesta
a la visión competitiva y cruel de la Naturaleza
del darwinismo ortodoxo.

Por GEORGE WOODCOK e IVAN AVAKUMOVIC

Kropotkin se enfrentó siempre con una poderosa serie de argumentos que tenían el apoyo de varios científicos y que mientras no se abordasen en su propio terreno amenazaban con destruir aquel edificio racional que él había levantado. Estos argumentos se relacionaban con la teoría darwiniana de la evolución, tan de moda entonces, y proclamaban que en la naturaleza nunca hay bastante para todos y que sería en realidad, poco deseable que lo hubiese, pues la fuerza más potente de la evolución del mundo animal y, por tanto, de la humanidad, es la lucha por la vida dentro de las especies, que al suponer la supervivencia de los más aptos actúa como medio de selección natural asegurando el progreso de la raza. Los apologistas del capitalismo ya habían adoptado estas ideas de competencia ilimitada, y también los marxistas, que veían en el proletariado la clase más «apta».

El principal exponente de la teoría de la lucha por la existencia fue, en el siglo XIX, Thomas Henry Huxley, pero la base fundamental de la discusión, y su utilidad como justificación del orden social existente, eran mucho más antiguas que el siglo XIX o que la polémica evolucionista en su forma moderna. Durante el siglo XVII, el filósofo autoritario Thomas Hobbes, autor de Leviatán, había basado su justificación del Estado y de la autoridad monárquica en la teoría de que el hombre primitivo es por naturaleza dado a la lucha fratricida y que sólo pueden implantarse en él las virtudes sociales por la fuerza de una autoridad superior. Y al final del siglo XVIII se traspasó el argumento al campo de la economía, y, en lo que difícilmente puede considerarse una coincidencia, estuvo estrechamente ligado a la primera aparición del anarquismo como doctrina social madura y completa. En 1793 publicó William Godwin su Investigación acerca de la justicia política, que tuvo en aquel tiempo gran influencia intelectual, y en el que abogaba por la benevolencia universal como base de las relaciones humanas (idea no muy lejana del apoyo mutuo de Kropotkin) y sugería, como Kropotkin, que si todos los hombres hiciesen su cuota de trabajo manual, si se eliminasen toda clase de actividades socialmente inútiles y de derroche, y si la potencialidad de la ciencia se explotase plenamente en beneficio de todos, sería posible gozar de bienestar al coste de un gasto mucho menor de energía que el habitual en sociedades anteriores.

Durante algunos años prácticamente nadie refutó los argumentos de Godwin. Pero luego apareció un clérigo, T. H. Malthus, que sostenía que la población tendía naturalmente a incrementarse en una proporción más alta que la de cualquier incremento del suministro de alimentos. Este proceso conduciría inevitablemente al desastre si no se ponían «barreras positivas» al crecimiento demográfico; es decir, fenómenos naturales, como la enfermedad y el hambre, y fenómenos sociales, como la lucha generalizada de los individuos, en la que los más débiles perecen. Con el fin de preservar al bienestar existente, era necesario, según Malthus, que no se alterase este proceso, y denunciaba, en consecuencia, la doctrina de la benevolencia universal de Godwin como concepción peligrosa que podría alterar la limitación natural de la población y producir una sociedad en la que el crecimiento demográfico, superando el incremento en el suministro de alimentos, conduciría inevitablemente al desastre y al hambre para todos, y no sólo para las minorías, que son eliminadas antes de alcanzar su plenitud en proceso normal de competencia sin trabas. El resultado último de cualquier tentativa de cambio sería, en consecuencia, un regreso a través de terribles pruebas a la vieja situación. Las cosas eran, en realidad, como tenían que ser, y, en conclusión, hablar de una mejora de la sociedad humana era pura quimera.

Era una doctrina consoladora para los propietarios de la industria, los generales y los administradores del comienzo de la revolución industrial, y sin duda más de un capitalista, cuyos obreros infantiles sucumbían en la atmósfera mefítica de su fábrica, más de un terrateniente que se apoderaba de las tierras comunales y ayudaba a hacer de labradores bien alimentados un proletariado rural hambriento, se sentía confortado con el consuelo de las prédicas del reverendo Malthus. Las teorías de este bondadoso cristiano adquirieron estatus de enseñanza clásica en el sistema económico victoriano, y aunque hoy resulta difícil entenderlo, fueron aceptadas por muchos científicos de talla. Pero incluso entonces sus bases racionales y matemáticas fueron eficazmente refutadas no sólo por la tardía respuesta de Godwin en 1820, sino también por la pronta Respuesta a Malthus de Hazlitt. Hoy, cuando la posibilidad de un vasto incremento de producción de bienes esenciales se halla situada más allá de la duda razonable, y en que se ha mostrado en la práctica que un mayor bienestar y una mayor instrucción producen una caída de la tasa de natalidad, la teoría básica de Malthus resulta insostenible, y quienes buscan una razón en que apoyar su argumento de que la situación de la humanidad no puede alterarse deben buscarlo en otro sitio.

Darwin y Wallace, coautores de la Teoría
de la Selección Natural.

El advenimiento de Darwin trasladó el argumento del campo económico al biológico. Al formular su teoría, Darwin se apartó de los evolucionistas anteriores, como Lamarck, Buffon y su propio abuelo, utilizando la lucha por la vida como mecanismo clave mediante el cual la «selección natural» favorecía las variaciones positivas y destruía las negativas; aceptaba que había influido poderosamente en él para llegar a esta conclusión, la teoría de Malthus del freno positivo al incremento de población, que también consideraba Darwin un importante factor para seleccionar, eliminando a los individuos inferiores, en la lucha por la vida. Aunque Darwin advierte a veces contra el uso del término «lucha por la existencia» de forma demasiado literal, resulta evidente que imaginaba no sólo una lucha contra los factores ambientales, sino también de los individuos entre sí, como elemento dominante del proceso evolutivo. Aunque en años posteriores reconoció que también era importante la cooperación, nunca llegó a desarrollar esta idea en grado apreciable, y la base principal de su concepción de la evolución continuó siendo la idea de conflicto.

Thomas Henry Huxley, su principal apóstol y divulgador, llevó esta tendencia a su extremo al hablar del mundo animal como «un duelo de gladiadores» y de la vida del hombre primitivo como «una lucha libre y constante». Competencia, lucha, animosidad, envidia y odio eran las cualidades que surgían automáticamente de la concepción de Huxley como factores necesarios de progreso. La lucha entre grupos e individuos era para él la ley de vida. No sólo era deseable como condición de progreso, sino que era también inevitable.

Se verá cómo esta teoría complacía a los apologistas del capitalismo del siglo XIX en aquel período de escepticismo en que los valores de la religión ortodoxa perdían su poder; el materialismo científico del tipo huxleyano, violentamente atacado al principio de su aparición, alcanzó muy pronto la misma respetabilidad que las insostenibles doctrinas de la Iglesia. Los que se sentían incómodos basando sus acciones en una dudosa ley divina se alegraron mucho al descubrir que la ley natural había sido interpretada por el profesor Huxley de modo que constituía igualmente una justificación firme de la competencia ilimitada. No hay duda de que si tales doctrinas eran ciertas, la teoría base de los anarquistas de que los hombres tienden naturalmente a la cooperación estaba amenazada. Cualquier concepción de una sociedad basada en el acuerdo voluntario debía aportar una respuesta eficaz a los evolucionistas neomaltusianos, y esto fue lo que aportó Kropotkin en El apoyo mutuo.

Su preocupación por este aspecto de la evolución databa de años antes de que se interesase por las teorías revolucionarias, pues ya en la década de 1860 él y su hermano habían analizado ampliamente la teoría de la variación de Darwin, y se habían planteado sus dudas en la cuestión de la herencia, y además, durante sus exploraciones siberianas, le sorprendió descubrir que había, de hecho, menos pruebas de lucha que de cooperación entre individuos de la misma especie. Más tarde, cuando se hizo anarquista e intentó fundar sus creencias en una base científica, se vio de nuevo afectado por esta cuestión. Ya hemos hablado de su defensa, en 1882, de la solidaridad mutualista como factor evolutivo, y su estudio, en Clairvaux, de la tesis de Fiodorovich Kessler. Pero fueron las afirmaciones extremadas de Huxley sobre la ferocidad de la lucha por la vida las que decidieron finalmente a Kropotkin a aceptar el desafío. Ha de subrayarse que, pese a la poco delicada conducta de Huxley en el asunto de la solicitud de liberación de Kropotkin cuando éste se hallaba preso en Clairvaux, Kropotkin nunca tuvo la menor animosidad personal hacia él y siempre estuvo dispuesto, sin dejar de señalar el peligro de la perversión que Huxley hacía del darwinismo, a alabar el valor, los conocimientos y la inteligencia con que había defendido al principio la teoría evolucionista contra la ortodoxia eclesiástica.

Hobbes y Malthus, predecesores del darwinismo.

Kropotkin inicia El apoyo mutuo con un examen de la vida de las especies animales. Su estudio está lleno de citas de las obras de los naturalistas de campo y de sus propias observaciones, que muestran que la sociabilidad o el apoyo mutuo entre individuos de la misma especie se halla tan extendida en todos los niveles del mundo animal, desde los insectos a los mamíferos superiores, que puede considerarse una ley de la naturaleza:

«Las especies que viven en solitario o en pequeñas familias son, en realidad, relativamente pocas y su número es limitado. Además, parece muy probable que, aparte de unas cuantas excepciones, las aves y mamíferos que no son gregarios vivieran en sociedades antes de que el hombre se multiplicase sobre la tierra y desencadenase una guerra permanente contra ellos, o destruyese las fuentes de las que antes obtenían alimentos.»

El apoyo mutuo no sólo es una ley de la naturaleza, salvo en animales que viven en condiciones un tanto artificiales, o entre especies en decadencia, sino que también es, según Kropotkin, el factor de evolución más importante en las especies sociales:

«La vida en sociedad permite resistir a los animales más débiles, las aves más débiles y los mamíferos más débiles, les permite protegerse de las aves más terribles y de los animales de presa; permite la longevidad; permite a la especie criar a sus retoños con el mínimo gasto de energía y mantener su número pese a una tasa de nacimientos muy baja; permite a los animales gregarios emigrar en busca de nuevos asentamientos. En consecuencia, aunque admitiendo plenamente que fuerza, rapidez, colores protectores, astucia y resistencia al hambre y al frío, que mencionan Darwin y Wallace, son otras tantas cualidades que hacen al individuo, o a la especie, más aptos en determinadas circunstancias, creemos que la sociabilidad, en cualquier circunstancia, es la mayor ventaja en la lucha por la vida. Las especies que voluntaria o involuntariamente la abandonan están condenadas a la decadencia; mientras que los animales que saben combinar mejor sus esfuerzos tienen mayores oportunidades de supervivencia y de posterior evolución, aunque puedan ser inferiores a otros en esas facultades enumeradas por Darwin y Wallace, salvo la facultad intelectual.»

Inteligencia, nutrida por el lenguaje, imitación y experiencia acumulada, son para Kropotkin «una facultad eminentemente social». Además, el hecho mismo de vivir en sociedad fuerza a desarrollar, aunque sea en forma rudimentaria, ese «sentido colectivo de justicia que acaba convirtiéndose en un hábito» sin el cual es imposible toda vida social.

Las pruebas que Kropotkin aduce en apoyo de estos argumentos convierten la visión de Huxley de «naturaleza de colmillo y garra» en una pesadilla de científico de salón. Pero Kropotkin no elimina del todo la lucha por la existencia. Admite que juega su papel, metafóricamente, en la forma de la lucha contra circunstancias adversas. Pero en forma de competencia dentro de las especies sólo se presenta en circunstancias excepcionales, e incluso entonces es más perjudicial que ventajosa, pues destruye las ventajas obtenidas con la sociabilidad. La selección natural, lejos de estimular la competencia, aporta medios por los que puede evitarse.

Si estas ideas pueden aplicarse de modo casi universal a los animales, se aplican también al hombre primitivo, que debe su dominio sobre el mundo animal a su sociabilidad y a las aptitudes que cultiva en sociedad. Tres generaciones de antropólogos han demostrado la falsedad de la visión huxleyana de un hombre primitivo enzarzado en una perpetua vendetta entre individuos y familias, similar a la hipótesis freudiana de la horda primigenia centrada en el padre. Los estudiosos del hombre primitivo, desde los tiempos de Lewis Morgan hasta el presente, han hallado en todas partes una tendencia a vivir no en grupos familiares, sino en agrupaciones tribales en las que la ley como tal es desconocida, y está reemplazada por un completo sistema de costumbres que aseguran cooperación y apoyo mutuo. Tampoco hay prueba alguna de que el hombre primitivo no fuese una especie social; en realidad, los restos de las culturas primitivas aportan abundantes indicios de su primigenia sociabilidad y cooperatividad.

Huxley y Spencer, verdaderos 'padres'
del darwinismo y la lucha por la existencia.

Kropotkin, utilizando los datos de los antropólogos de vanguardia de su época, demostró que dentro de la tribu primitiva el apoyo mutuo era la regla y no la excepción, y mostró cómo entre los bárbaros el campo de cooperación mutua se convirtió en pueblo y, a través de la aparición de las primitivas formas de gremio, asumió incluso proporciones nacionales e internacionales. Finalmente, el papel del apoyo mutuo en las instituciones humanas alcanzó su más alto desarrollo en la ciudad libre medieval. Kropotkin, incluso en su juventud, había investigado mucho la naturaleza de las relaciones sociales en estas ciudades, y podía por ello aportar gran cantidad de pruebas, ilustradas por relatos contemporáneos, que mostraban que las ideas imperantes en el siglo XIX sobre la vida medieval era casi por completo erróneas, y que tras las murallas de las ciudades libres y antes de su decadencia en el Renacimiento, había existido una rica vida comunal en la que la ayuda mutua y el comunismo cooperativo jugaban un gran papel.

Estos capítulos del libro de Kropotkin están escritos con entusiasmo y puede que tendiesen a menospreciar el lado oscuro de la vida en tales sociedades. Sin embargo, nos muestra con clara conciencia la debilidad interna que llevó al colapso del espíritu comunal a final de la Edad Media. Y, considerando el conjunto de su información, aporta importantes datos que corroboran el papel decisivo que el apoyo mutuo jugó en el desarrollo de la actividad social y su papel vital como lazo orgánico entre los seres humanos. Incluso hoy, pese a que el Estado haya asumido tan amenazadora importancia en la vida humana, el apoyo mutuo sigue siendo el factor más importante en la interrelación entre hombres y mujeres, considerados como individuos.

«Ni los poderes aplastantes del Estado centralizado, ni las doctrinas de odio mutuo y de lucha implacable que, adornadas con los atributos de la ciencia, predican oficiosos filósofos y sociólogos, podrían desarraigar el sentimiento de solidaridad, profundamente asentado en el entendimiento y el corazón del hombre, porque está nutrido de toda nuestra evolución anterior… Lo que fue resultado de la evolución desde sus etapas primigenias, no puede verse aplastado por uno de los aspectos de esa misma evolución. Y la necesidad de la ayuda mutua y del mutuo apoyo que últimamente se había refugiado en el círculo estrecho de la familia, o en los barrios pobres, o en la secreta unión de los obreros, se reafirma una vez más, incluso en esta sociedad moderna nuestra, y proclama su derecho a ser, como ha sido siempre, primer caudillo del progreso.»

Apoyo mutuo y sociabilidad son de hecho, fundamentos de todo credo de ética social, de toda práctica de cooperación, y si no condicionaran de modo natural casi todos nuestros actos diarios hacia nuestros semejantes, ni siquiera la más austera tiranía podría impedir la desintegración de la sociedad.

Kropotkin estuvo bien documentado para
poder refutar la tesis darwinista.

(…)

En cuanto completó su obra sobre la Revolución Francesa, Kropotkin comenzó a caminar por otra vía nueva. La consideración de las cuestiones éticas le había hecho pensar de nuevo en la cuestión general de la evolución. Veía ahora con mayor claridad ciertos errores del darwinismo, y creía que en algunos aspectos se había desechado injustamente a Lamarck, sobre todo en la cuestión del influjo directo del medio en el desarrollo de plantas y animales. En consecuencia, se puso a trabajar sobre el asunto, y de ello se derivó una serie completa de artículos que se publicaron en The Nineteenth Century durante los cinco años siguientes. «Evolución y apoyo mutuo», «La acción directa del medio sobre las plantas» y un ensayo doble, «La respuesta de los animales a su medio», aparecieron en 1910. En 1912 publicó «La herencia de características adquiridas», y en 1914, «Variaciones heredadas en las plantas», y en 1915, a modo de conclusión, «Variaciones heredadas en los animales». Estos ensayos eran de carácter sumamente polémico, e incluían un ataque a la teoría de August Weismann sobre el plasma germinal, y pretendían demostrar la herencia de caracteres adquiridos a través de la acción directa del medio. Como siempre, Kropotkin acumulaba gran cantidad de datos y pruebas para apoyar sus argumentaciones, aunque no dijo en modo alguno la última palabra sobre esta cuestión, aún ferozmente polémica.

El príncipe anarquista
(1971)

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Hacia una crisis de régimen en Francia


Si el fuego prende finalmente en las 'banlieues', entonces sí que estaremos en la estela de las grandes insurrecciones sociales francesas que tanto oxígeno han proporcionado a la libertad y el progreso social en Europa desde 1789

Por RAFAEL POCH

En junio de 2017, cuando Macron ganó las presidenciales, pronostiqué una crisis de régimen en Francia. Desde que llegué a ese país, en 2014, hasta mi despido como corresponsal en París hace un año, nunca cesó de rondarme la impresión de materia inflamable a la espera de chispa. Muchos observadores franceses de la izquierda respondían en positivo a mis preguntas en esa dirección, pero, seguramente llevados por el miedo que todo intelectual tiene a ser acusado de tomar sus deseos por realidad, no pasaban del «sí, es posible que ocurra algo».

Llegaron las protestas contra las leyes laborales de Hollande (Macron era entonces consejero del presidente, luego ministro de Economía) y la nuit debout, el particular movimiento cívico-juvenil de la Place de la République de París que no cuajó como 15-M francés. Más tarde, ya con Macron de presidente, nuevas protestas contra la reforma laboral a partir de otoño de 2017. En ambos casos, la impresión era la misma: el descontento en Francia era general, pero pasivo. La gente que salía a la calle era la de siempre; la izquierda política (es decir lo que queda a la izquierda del Partido Socialista), militantes, algunos estudiantes y bachilleres (que en Francia son un factor político) y algunos sindicatos pequeños más la CGT, la única gran central sindical aún no descafeinada. No había relación entre descontento y movilización. Y aún más importante: los más desfavorecidos, los barrios periféricos urbanos, dormitorios de la Francia desempleada y de origen emigrante, brillaban por su ausencia. «¿Dónde están las banlieues?», nos preguntábamos.

En la victoria presidencial de Macron las cosas no cuadraban. Había una sensación de producto precocinado por los poderes fácticos en la sombra, un fast food político más propio de la otra orilla del Atlántico que de Francia. Una victoria que se impuso sobre la sospechosa eliminación, vía el kompromat del Penelopegate, el inocente escándalo de la mujer del candidato de la derecha tradicional, François Fillon, quizá demasiado gaullista y demasiado poco antirruso para algunos (para acertar en estas materias es siempre aconsejable pensar mal). Y la victoria de Macron planteaba tanto una crisis de legitimidad —muy poca gente le votó por convencimiento, la mayoría para eludir a Le Pen y con una abstención récord— como una crisis de representatividad: la victoria explosionó la divisoria izquierda/derecha, dejó fuera de juego a los partidos tradicionales y logró un dominio de las élites en la Asamblea Nacional sin precedentes y sin la menor correspondencia con la realidad de la sociedad francesa.

Si a eso se le sumaba la personalidad del presidente, un jovencito tecnócrata triunfador hecho a sí mismo y apadrinado por los poderes fácticos —el medio del que salen los reaccionarios más peligrosos— el cóctel resultaba explosivo. Pero un cóctel Molotov (o «Molokotov», como decía la abuela de un amigo cuando Franco) es algo que no se enciende si no hay chispa. Los chalecos amarillos son la chispa.

Ahora en la calle se ven caras nuevas. No es la izquierda política, es la gente normal, la mayoría perjudicada por la macronía y ofendida por la impertinente incontinencia verbal de este «presidente de los ricos». Gente que está más allá de la política, que no vota, o que vota al Frente Nacional, o a la France Insoumise. Una revuelta social de los de abajo, de la Francia mayoritaria que ha visto su vida deteriorarse en los últimos 20 o 30 años, pero… mayoritariamente blanca.

Siguen ausentes los barrios periféricos de origen emigrante. Si eso cambia, si el fuego provocado por esta chispa prende finalmente en las banlieues, entonces sí que estaremos en la estela de las grandes insurrecciones sociales francesas que tanto oxígeno han proporcionado a la libertad y el progreso social en Europa desde 1789.

Hay que estar bien atento a Francia. Las reivindicaciones se han ido ampliando. En su última expresión ofrecen un catálogo bastante completo de un radical rechazo a la austeridad, la privatización y la creciente desigualdad social. Los políticos se quejan de que es muy difícil negociar con esto (y ahí está la gracia y la fuerza del asunto):

– Más justicia fiscal.
– Salario mínimo de 1.300 euros netos.
– Favorecer al pequeño comercio de los pueblos y los centros urbanos, cesar la construcción de grandes centros comerciales alrededor de las grandes ciudades que matan el pequeño comercio.
– Más aparcamientos gratuitos en los centros de las ciudades.
– Un plan de aislamiento de viviendas para hacer ecología mediante el ahorro de las economías domésticas.
– Más impuestos a las grandes empresas.
– Mismo sistema de seguridad social para todos.
– No a la reforma de las pensiones. Ninguna pensión por debajo de los 1.200 euros.
– Salarios indexados a la inflación.
– Salario máximo de 15.000 euros.
– Proteger la industria nacional. No a las deslocalizaciones.
– Limitar los contratos temporales.
– Promoción industrial del automóvil de hidrógeno (más ecológico que el eléctrico).
– Fin de la política de austeridad. Cese del pago de los intereses ilegítimos de la deuda y combate al fraude fiscal.
– Que los peticionarios de asilo sean bien tratados y que se actúe contra las causas de las emigraciones forzadas.
– Limitación de precios de los alquileres.
– Prohibición de la venta de bienes de la nación (presas, aeropuertos….).
– 25 alumnos por clase como máximo.
– Favorecer el transporte ferroviario de mercancías.
– Tasar el fuel marítimo y el keroseno.


Claro que faltan muchas cosas. Tal como está comportándose el complejo mediático francés ante esta crisis, no tardará en aparecer alguna reivindicación fundamental para democratizar y desmonopolizar medios de comunicación que hoy están en un 80% en manos de grandes corporaciones bastardas y multimillonarios lógicamente hostiles a los intereses de la mayoría social.

Pero, si se negocia esto, o algo parecido a esto, podemos echar el telón sobre la política de austeridad europea: la suma de una Francia en pie, más un Reino Unido fuera de la UE, más el fin del merkelato, dejará a la agenda austeritaria de la derecha alemana fuera de combate en la UE.

Si por el contrario no se negocia y se opta por la represión, o por dejar que el movimiento se pudra, habrá que ver cuál es la reacción social, y, en cualquier caso, no se habrán remediado otras futuras chispas, pues la presencia de materia inflamable ya no es una hipótesis, sino un hecho constatado. En cualquier caso todo el régimen de la V República podría verse sometido a una seria prueba. Hay que estar bien atento a Francia, pues el cambio en la UE depende de ella.

5 diciembre 2018

lunes, 10 de diciembre de 2018

Armillaria, un hongo más grande que 800 campos de fútbol


Por MAR GULIS

Ni las secuoyas, esos árboles enormes y milenarios que habitan los bosques californianos, ni las inmensas ballenas azules. El ser vivo conocido más grande y más longevo del mundo se llama Armillaria ostoyae. O al menos así lo cree una parte de la comunidad científica. ¿Qué es este organismo y cómo se descubrió? Hablamos de un hongo parásito que fructifica en la base de los árboles. Su micelio —la parte subterránea que le permite absorber los nutrientes a través de una especie de hilos llamados rizomorfos— penetra por la raíz del árbol, tapona sus vasos y lo mata, así que donde crece crea unas grandes superficies de árboles muertos.

Esto es lo que sucedió a finales de los años 90 en los bosques de Oregón. Científicos estadounidenses detectaron la presencia de Armillaria ostoyae, comenzaron a investigar el fenómeno y pronto concluyeron que este hongo era el causante de la devastación. Pero ¿cuántos ejemplares estaban provocando el desastre?

Los investigadores recogieron innumerables muestras de trocitos de micelio. Después de realizar un análisis molecular —¡oh, sorpresa!— comprobaron que no se trataba de diferentes ejemplares de una misma especie, tal y como creyeron en un primer momento. Los trozos de micelio eran clónicos, genéticamente idénticos. ¿La conclusión? Esas muestras formaban parte de una única Armillaria ostoyae de tamaño descomunal cuyo micelio se habría extendido a lo largo de 890 hectáreas.

La sorpresa no se quedó ahí. Como los científicos sabían aproximadamente cuánto crece un micelio al año, al medir su extensión pudieron calcular también la edad de este ejemplar: ¡2.400 años! Por eso se cree que Armillaria ostoyae es el ser vivo más grande y quizá también el más longevo del mundo. El secreto de su supervivencia estaría en sus rizomorfos, tan resistentes que son capaces incluso de soportar el fuego.

3 marzo 2014

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Fachas siempre ha habido


Los doce escaños que ganó Vox en las elecciones andaluzas nos ponen de frente ante el auge de la extrema derecha en España y en Europa.

Por SARAH BABIKER

Fachas siempre ha habido. Solo que antes estaban todos reagrupados en las amplias filas del Partido Popular, disimulados como los viejos trastos, a la espera de que volvieran a ponerse de moda y adquirir valor en el mercado de las ideologías, como esos muebles vintage que de pronto la rompen y se hacen tendencia. Los fachas se nos han costumizado. Hola Vox.

Fachas siempre ha habido, durante mucho tiempo dirigieron el destino del Estado, con principios fachas todos: la hipérbole identitaria sustentada en un relato de conquista, de orgulloso acerbo católico, machista y racista, de apego a fuertes autoridades y tradiciones, anclajes contra la incertidumbre. Nada de eso se fue, quedó encauzado en nuevas reglas del juego, la performance democrática que durante un tiempo suponía lo moderno.

Lo que nos pasa es que se nos han modernizado los fachas más todavía. Y están orgullosos de lo avanzado. Dan cuenta de ello los festivales del orgullo facha que son los mítines de Vox. Se han apropiado de la épica toda, han reclamado para si el capital político del oprimido. Se han erigido en la última resistencia. Son los valientes que se atreven a decir la verdad, aunque duela. Quijotes prestos a batirse con los molinos globalistas. Han generado comunidad, se miran y se dicen: menos mal que hemos despertado, en ti confiamos Santiago, ya no van a atacarnos las feministas, ya no vamos a sentir vergüenza, todo cambia a partir de ahora. No bajaremos la cabeza.

Fachas siempre ha habido pero estos tienen cosas nuevas, traen su relato, tienen su propia internacional, orgullo de pertenecer a algo en ascenso, de estarle apostando al caballo ganador. Tienen ganas de ir a votar, de aplaudir a sus líderes, de reivindicarse en sus puestos de trabajo, en los mercados de los barrios y en los bares. De ir convenciendo a quien haga falta de que por fin hay un camino de dignidad frente al oponente (catalanes, izquierda, feministas) de defensa ante la amenaza (de inmigrantes, musulmanes, veganos, antitaurinos). También tienen pasta. Y si tienen pasta es porque convienen, porque son funcionales a lo que nos tiene reservado el capitalismo.

Fachas siempre ha habido, pero ayer nos dolieron los ojos ante los resultados andaluces, las redes sociales se vistieron de condolencias, los ánimos se impregnaron de derrota. Tenemos miedo, buscamos entre los nuestros culpas y responsabilidades, la deriva de Podemos, el PSOE y su casta andaluza. ¿La trampa de la diversidad? ¿El rencor de clase? ¿La división de la izquierda? ¿El vaciamiento de ideología en los discursos? ¿El vaciamiento de ilusión de las propuestas?

La trampa de buscar culpables: quién no supo convencer, quién defraudó, quién traicionó, quién le abrió las puertas a esta extrema derecha orgullosa y ascendente para que se hiciera la reina del baile. Quizás la autoflagelación tenga algún efecto depurativo, contribuya a alinear los chacras, quizás tener los látigos a mano para las espaldas propias y cercanas sea un ritual nuestro del que no podamos prescindir, pero una vez hecho ese ejercicio hay otros asuntos urgentes.

Enfrentar los discursos de Vox en los medios y en los bares, en las puertas de los colegios y en las salas de espera, es central y necesario. Combatir la expansión de sentidos comunes excluyentes y nostálgicos de una soberanía quimérica entre las filas de la izquierda es urgente. Pero la conversación la seguirán definiendo ellos. El fascismo propone los marcos, un mar tan estrecho y enrabietado en el que no es fácil navegar, en el que a menudo naufragamos.

No está de moda hablar del 15M, es mentarlo y te miran como ¡ay qué pesada!, como ya estamos con lo mismo, como que el debate ya es otro. Pero ese pensar estar en el lado justo de la historia, ese vamos a decir la verdad aunque duela, ese no bajaremos más la cabeza, ese camino de la dignidad a transitar son ingredientes que allí estaban, que prometían nuevas posibilidades y movilizaron a la gente. Se siente como si el fascismo hubiese reclamado para sí los mismos ingredientes y adulterado el guiso.

Fachas siempre ha habido y ahora es su maldito momento. Ese momento hay que arrebatárselo. ¿Es contestándoles como haremos que se avergüencen por el rastro de muerte e indignidad que dejan sus ideas, por las víctimas de su épica conquistadora? ¿Es bajando al barro de sus vetustos debates como les convenceremos de que las mujeres y las personas migrantes son sujetos de derecho? ¿Es estrellándonos una y otra vez contra esa pobreza discursiva del ellos y nosotros como conseguiremos volver a movilizarnos?

El machismo o el racismo no tienen nada de nuevo. Lo que ellos proponen como camino, son las ciénagas aún calientes de la historia. De toda la historia, remota y reciente. Convengamos que no queremos hundirnos.

Antifascistas siempre ha habido, resistencias a la barbarie de señalar como culpables al «otro» mientras se camufla a los autores del despojo. Siempre ha habido lucidez humana y solidaria ante los relatos tramposos que solo venden miedo y exclusión. Siempre han habido comunidades que se levantaron contra el odio. Gentes para quienes la dignidad es una condición humana, y no una palabra hueca que esconde rencor y miedo. Seguimos estando aquí y tenemos otros relatos que contar. Otras verdades que defender. Otros culpables a los que seguir señalando. Hay que disputarles el momento. Y tiene que ser con nuestros propios marcos. 

3-12-2018

domingo, 2 de diciembre de 2018

Un africano en Quintanilla: la gineta


 Por FERNANDO BENITO

«En un tiempo no tan lejano todos fuimos africanos.»
PATXI ANDIÓN

Avanzo despacio sobre el pedregoso camino herido de desnudas «cárcavas». Las escasas, pero intensas, lluvias del verano desagarraron la blanca y frágil piel del muy transitado Basilón. Sedientas sabinas me contemplan mientras asciendo por sus últimos repechos que serpean desembocando en la encrucijada de caminos con la que el pétreo páramo nos recibe.

A la izquierda la vereda nos lleva a la cañada real en cuyo margen aún sobrevive un viejo chozo, antiguo cobijo de pastores. Si tomamos el camino de la derecha nos encontramos con el cabezo de la Matacara, la zona más humanizada de nuestro páramo. Al frente un recto cordón secciona el monte en dos y nos conduce a la Casa de los Tatis. Poco amigo de los caminos trillados, elijo una polvorienta senda que en estas fechas las lluvias otoñales tapizan de numerosos hongos. Las peculiares setas nido, o los coloridos apotecios anaranjados no aparecen. Abandono el camino esperando ver al menos los siempre abundantes y enormes parasoles de pie anillado… nada, ni rastro; tampoco de la gigante cabeza de fraile. Los hermosos morados de las nazarenas que el año pasado a pesar de las pocas y tardías lluvias hicieron acto de presencia, tampoco me regalan la vista… de setas de cardo, níscalos y otras rusuláceas que tras las lluvias de finales de agosto despertaron especulativas, mejor ni hablamos. Este año de sequía extrema y unas temperaturas demasiado altas en la entrada del otoño en algo que solo ha existido en el calendario. Camino por seco musgo, también víctima de la sequía, contemplando los numerosos pinos resineros secos o enfermos a los que la falta de agua también debilita, haciéndoles vulnerables a ataques de hongos y nematodos.

Agazapado entre secas ramas, vigilo un pequeño bebedero de agua al que anhelantes de calmar su sed visitan los confiados petirrojos, los señoriales escribanos y los invisibles garrapinos. Los intrépidos carboneros y herrerillos en estos días con inusitado calor para un septiembre que se acerca a su final, se bañan con alegre frenesí. Absorto contemplo el paso sigiloso a tan solo un par de metros de mí, de una jineta (con 'g' o 'j'). Incrédulo ante el bello espectáculo, contengo la respiración por miedo a que el agudo oído del primitivo carnívoro pueda detectar mi presencia. Este vivérrido (familia a la que pertenece) arbóreo, por sus caracteres primitivos aportan valiosos datos para la comprensión de la evolución filogenética de los Carnívoros. Como no podía ser de otro modo puesto que además del eficiente oído, la jineta posee un olfato excepcional y un sentido de la vista muy bueno (aunque no puede distinguir los colores), a los pocos segundos el astuto animal descubre mi presencia. Lejos de mi esperada previsión de huida inmediata, el intrépido animal clava su mirada profunda en mi mirada inquieta; petrificado e inmóvil siento que naturaleza me contempla. Con su lomo claramente encrespado avanza el más hábil de los vivérridos hacia mí. El latido acelerado de mi pecho apaga el cromático cántico de las aves que hasta hace unos segundos reinara en la soledad del monte. Casi reptando con su vientre a tan solo unos centímetros del suelo, sus enormes y móviles orejas desplazadas visiblemente hacia atrás, me sorprende el ver que su trayectoria perfectamente dirigida a mí se desvía ligeramente y esquiva mi escondite manteniendo en todo momento su actitud vigilante. En unos segundos su cuerpo gris parduzco, perfecto para ocultarse en la noche, desaparece de mi campo de visión. Alucinado no sé si más por ver a este animal de hábitos nocturnos, prácticamente inexistentes a plena luz del día, o del extraño comportamiento que hacía mí mostrase.


La gineta es un animal que hasta muy recientemente fue cazado, por lo que no debería mostrar la más mínima confianza ante nuestra presencia. Se tiene constancia de que los romanos tenían jinetas como mascotas en sus casas antes de que los gatos domésticos fuesen traídos de Egipto. En tiempos de Octavio Augusto se introdujo en las Baleares un animal bajo el nombre de 'ictis' para que acabara con las plagas de conejos de las islas. Descartando el gato, el meloncillo y otras mangostas, 'ictis' pudo ser la jineta. También se le llamó 'gato árabe'; se creía que pudieron ser éstos, ya que los jinetes adornaban su montura con piel de este animal, dando origen así a su nombre. De lo que no cabe duda es que la jineta fuese traída de África, donde se domesticó para liberar a los hogares de los roedores. Una vez llegó a la Península se asilvestró de nuevo enriqueciendo nuestra biodiversidad. Además es un animal beneficioso para el hombre y los ecosistemas naturales, por su papel en la regulación de las poblaciones de micromamíferos y por la dispersión de semillas que realiza con sus excrementos.

Existe una curiosa coincidencia entre el hombre y nuestra amiga la gineta. El Homo sapiens también llegó de África a Europa, pero su llegada es muy anterior al de la jineta; la llegada del sapiens a España tuvo como consecuencia el hibridismo con otra especie de Homo, el neanderthalensis, que durante años consideramos inferior y extinto. Hoy todo parece indicar que ni era inferior ni se extinguió, sino que ambos somos una misma especie. Vemos divisiones donde solo hay un necesario mundo diverso. Y llamar extranjera a nuestra jineta sería sin duda una falacia. Pensar en la vida y su evolución es un buen antídoto contra la estupidez humana.

Nº 23 – INVIERNO 2017