AUGUSTO ZAMORA R.
Decía Clausewitz, en su célebre obra De la guerra, tan citada como poco leída, que la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios. Dice bastante más cosas, pero nos quedaremos con algunas, que esto quiere ser un artículo, no una introducción a la obra. En su capítulo 1, Clausewitz refiere que «la guerra constituye... un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad». La guerra, por tanto, es un duelo de voluntades, que, en sí mismo, no basta, pues una cosa es querer y otra poder. No interviene quien quiere, sino quien puede, como se dice en Derecho Internacional. Para imponer nuestra voluntad hacen falta recursos, en una cantidad que supere los que pueda reunir nuestro adversario, en primer lugar la energía. Tucídides, en su magistral Historia de la Guerra del Peloponeso (quizás el más grande manual de guerra jamás escrito), dice y repite que las guerras son, sobre todo, cuestión de dinero: «la guerra no es cosa de armas, las más de las veces, sino de dinero, gracias al cual las armas son eficaces y en especial a unos continentales frente a unos marinos». Esparta era la potencia terrestre; Atenas la potencia marítima. Halford Mackinder compendió esta rivalidad en 1904, pero fue Tucídides quien narró, de forma portentosa, las ventajas de la potencia terrestre sobre la marítima, hace 2.400 años.
2.400 años después se hace menester adecuar a Tucídides. En su época, y antes, durante y aun hoy, era necesario disponer de dinero fundamentalmente para dos cosas. Una, para garantizar el suministro de las tropas, pues, a fin de cuentas, el alimento no es otra cosa que energía. Sin alimento —energía— no era posible mover tropas y animales, como hoy no es posible mover los blindados sin combustible. Dos, para garantizar, sobornar o comprar aliados, pues las guerras son, de general, ruinosas, y era preciso asegurar, al menos, la reposición de recursos de los mismos (es lo que está haciendo la OTAN con Ucrania, para que no huyan los serviles). Por eso el antropólogo Marvin Harris escribió, en su delicioso libro Bueno para comer (no es libro de recetas, aclaramos), que el control de la energía es el control del poder. Dicho esto, podemos volver al siglo XXI, más exactamente a este año 2022, haciendo recordatorio de hechos recientes y calientes.
Rusia había pedido, insistentemente, negociar un nuevo marco de seguridad europeo (¿lo recuerdan?), a lo que la OTAN (en realidad, EEUU), respondió con una bofetada política, diciendo que Ucrania era libre y soberana de ingresar en la organización atlántica y que no había nada que negociar. Cuando se cierra el camino a la política se abre el camino de la guerra. En esa estamos. El atlantismo, desde la soberbia y una suicida incapacidad cerebral, menosprecio la voluntad y recursos de Rusia y sobrevaloró los propios. Rusia fue a la guerra, pero resultó que la OTAN no podía ir a ella. Nadie va a la guerra contra una superpotencia nuclear, a menos que quiera el suicidio. Es una cuestión elemental y básica, que solo los muy estúpidos evaden. Como amenazar con un palo a quien tiene una ametralladora. Los hechos han puesto en evidencia que de esos estúpidos estamos llenos. La respuesta atlantista ha sido llenar al gobierno marioneta de Ucrania de dinero y armas, que son mucho ruido y pocas nueces. Si creen que con eso será derrotada Rusia, es urgente hacerles una evaluación psicológica y neuronal (a propósito de, los 'hermanos' polacos están comprando la cebada ucraniana de nueva cosecha a 30 dólares tonelada, cinco veces por debajo del costo real del producto).
La realidad de los hechos es que el gallinero ha entrado en crisis económica, inflación, estancamiento económico y, dentro de pocas semanas, en frío, mucho frío, mientras en Rusia hacen guasa por las zozobras atlantistas. Hasta sacaron un video (Time to move to Russia —está en Youtube), en el que, recordando Juego de Tronos, avisan que 'Winter is coming', que viene el invierno, así que, para no pasar frío, hay que irse a Rusia, donde no hay, ni habrá, restricciones de gas. Cierto es, porque, en este calor atroz que sufre Europa, están apurados los gobiernos aplicando restricciones al consumo energético, para no pasar frío el próximo invierno. Y eso que la fiesta apenas está comenzando (se acaban de enterar de que sancionar el titanio que produce Rusia paralizaría Airbus). Rusia, mientras tanto, tendrá un superávit monetario casi histórico (pedimos desde aquí, formalmente, el premio Nobel de Economía para los estrategas del gallinero).
Viajemos al mar de la China. EEUU, desde 1949, ha convertido Taiwán es su mayor portaaviones frente a las costas de la Republica Popular. Mientras China no podía, ni debía, cambiar las cosas, mantener tal estatus era posible. En los últimos años, dentro de su estrategia de supremacía militar en el océano Pacífico, EEUU ha estado atiborrando de armas a Taiwán, así como a Japón y Corea del Sur. Recientemente, incorporó a Australia y Gran Bretaña a su estrategia de contención contra China. Pero lo que era posible hace unos años ya no es posible hoy. China ha construido un poder militar, económico y comercial que, en muchos campos, ha sobrepasado al de EEUU. Como consecuencia del cambio de correlación de fuerzas, los países de Asia-Pacífico han virado en su postura, de obediencia y lealtad a Washington a una posición de respeto y neutralidad con China. Solo un ciego no se daría cuenta del cambio trascendental en la región más importante del mundo (que no es Europa) y de lo que ello significa.
Muchas especulaciones se han hecho con la reacción de China ante la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a Taiwán, pero, para quien haya seguido los cambios en esa región, hay una respuesta obvia. Xi Jinping le expreso, personalmente, a Biden, que esa visita era una línea roja (Rusia dijo que Ucrania lo era, hagan comparaciones). A la señora Pelosi le dio igual. Se ha argüido que el Congreso es independiente del Ejecutivo —lo que es cierto—, pero no es menos cierto que Biden afirmó, no hace mucho, que EEUU defendería a Taiwán, aunque luego su secretario de Estado matizara la afirmación. Lo cierto es que la visita de la congresista ha servido en bandeja a China la ocasión que esperaba para demostrar su voluntad de poder. Estas demostraciones no se sirven en frío. Hay que preparar bien el escenario y, luego, dar el mazazo. China, simple, lisa y llanamente, ha querido dejar en claro que tiene poder y que está dispuesta a usarlo. Lleva meses anunciándolo (esto lo saben quienes visitan el diario Global Times, del Partido Comunista de China). Así que, sorprendidos, solo los desinformados. Ahora EEUU lo sabe. Se acabaron los juegos de abalorios y se iniciaron los de guerra. China ha mostrado su voluntad de poder y toca a EEUU recoger —o no— el guante. A considerar, en este caso, que China juega en su charco y que EEUU está a 12.000 kilómetros de distancia. Sin apoyo terrestre, EEUU poco tiene que hacer. Como poner a competir a un corredor y a un nadador. ¿Quién ganaría la carrera?
Veamos otra cuestión: la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN. El atlantismo ha celebrado este hecho como una victoria sobre Rusia y como culminación del dominio atlantista sobre la península europea, lo que es cierto. Ahora bien, para situar en su cabal contexto esta cuestión precisamos recordar este dato: Europa es una península de Eurasia y esta península tiene un territorio limitado. Sumando a Rusia y Bielorrusia la península europea tiene 10,5 millones de kilómetros cuadrados. Sin estos dos países (y admitiendo provisionalmente que Ucrania seguirá tal cual), la península se queda en 6,3 millones de kilómetros. Pero Eurasia tiene un total de 54,7 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales casi 18 millones corresponden a Rusia y China. ¿Siguen el razonamiento? Pues bien, con la incorporación de Suecia y Finlandia, el atlantismo ha alcanzado su máxima expansión posible. Ya no hay más países ni territorios sobre los cuales extender su dominio (bueno, Macedonia del Norte y Kosovo, qué miedo). Quiere esto decir que la cúspide del atlantismo marca y define su límite máximo de expansión. Ya no queda más. Como la botella que llenamos de lo que sea, la OTAN alcanzó su culmen y ese culmen es, al tiempo, el inicio de su declive. Al sureste está África, al este Asia, al norte el polo y al oeste el océano Atlántico. Hasta aquí llegamos, dijo Lucas.
Miremos, ahora, Eurasia desde el ángulo de Rusia y China. Exceptuando la península europea, toda Eurasia está a su alcance. De hecho, ambos países llevan, desde junio de 2001, aplicados a la tarea. Ese 2001, China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán crearon la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que, desde entonces, no ha cesado de crecer. Hoy la integran China, Rusia, India, Kazajstán, Pakistán, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán, a los que se sumará, este 2022, Irán. No se detendrá aquí su expansión. Desde la OCS se ha informado que «hasta diez países han solicitado que se considere elevar su estatus en la OCS, incluidos representantes del mundo árabe: Siria, Egipto, Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos. Además, EAU solicitó que se permita su membrecía inmediata en el grupo. En cuanto al Sudeste Asiático, Myanmar, Camboya y Nepal buscan la adhesión, y también hay ofertas de los países vecinos: Armenia y Azerbaiyán. Vemos un nivel de interés sin precedentes en la OCS». Dicho de otro modo, la OTAN llegó a su tope, mientras que Rusia y China no se acercan, ni de lejos, al suyo. ¿Cuántos países se han acercado al gallinero europeo para sumarse a su cruzada antirrusa? Quien quiera entender que entienda, y si no, tururú.
Ahora juguemos a las hipótesis, que sería buen ejercicio mental para este gallinero de neuronas oxidadas. Imaginemos que mañana (o dentro de diez años), se vuelcan las tornas y Rusia y China imponen sanciones al gallinero. El poder es un orden cambiante y los que hoy están arriba mañana estarán debajo, nos dice la rueda del tiempo. Así que deciden que no se venda nada, en primer término gas y petróleo, a los países atlantistas, amenazando con severos castigos a quienes violen las sanciones (esa música les sonará). Si uno toma en cuenta que hay suficiente número de países aliados o dependientes de China y Rusia (combustibles, granos, fertilizantes, manufacturas, préstamos, mercado, etc.), sería razonable pensar que buena parte de ellos se uniría a las sanciones. Agreguemos la rabia acumulada de siglos de imperialismo y colonialismo y tendremos la tormenta perfecta. Argelia, aliada histórica de Rusia, podría sumarse, encantada, de que, al fin, llegara la hora de cobrarse los agravios de España. O Arabia Saudí, cada día más alejada de Occidente y más vinculada a Rusia y China. Kazajistán, seguro, y continuamos y no terminamos. De la venganza de Moctezuma se habla en México. Sin gas de Rusia y con suministradores menguantes de otras partes del mundo, ¿qué hará este gallinerito? Y el comercio. Desde hace casi una década, China es el socio comercial más primordial de Alemania. Tan así, que las 30 principales empresas del índice bursátil DAX alemán realizan una media del 15% de sus ventas a China. Cerrado el mercado chino, ¿dónde colocarían sus productos? ¿En EEUU, su rival comercial? Pues, eso, que se lo imaginen, que lo que vale para el ganso vale para la gansa, foie gras incluido.
Podríamos seguir, pero se nos duerme el personal, más ahora, cuando las luces del gallinero brillan por su ausencia (y no hablamos de las que iluminan los monumentos). Terminamos recordando el primer principio de la termodinámica, que dice que la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Lo que no sabemos es qué. No lo olviden, 'Winter is coming'. Nosotros nos vamos al trópico. Ustedes tienen Rusia al lado. Con Chaikovski, Borodin, Musorgsky o Stravinski, censurados en el gallinero.
PÚBLICO
18/08/2022