Por LUIS GONZALO SEGURA
Las portadas se suceden en España con ceses y dimisiones de altos cargos de la Guardia Civil: el número uno de Madrid, el dos de España, el tres de España. Casi nada. Un macabro dominó impulsado por un informe de la Guardia Civil sobre la incidencia del 8-M en la expansión de la Covid-19 en España. Animando el dominó, un circo de los horrores: Cayetana Álvarez de Toledo llamando terrorista al padre de Pablo Iglesias, Vox protestando por la prudencia del Gobierno en la desescalada en un evento más propio de la celebración de una victoria en un mundial de fútbol que de un país con más de 30.000 muertos, el ministerio de Sanidad modificando las cifras de muertos de una forma tan disparatada e inexplicable que ya ni Dios sabe cuántos han muerto… Lo llaman democracia consolidada, pero quédense con lo de circo de los horrores, quizás ello defina mejor a España.
La inacción del Gobierno español y su coincidencia con el 8-M
El 8-M no solo es un acontecimiento político de primera magnitud en España, también es un campo de batalla de primer orden. Para la izquierda y los que quieren aparentar ser izquierda se presenta como el evento político, social y reivindicativo más importante del año. Por el contrario, para todo aquel o aquello que se presuma conservador, cuando no ultra, el 8-M representa algo así como una invocación diabólica o la celebración de una misa negra callejera organizada por una maligna secta dominada por las mujeres. Ellos entienden que el lugar de la mujer, por la gracia de Dios, se encuentra en la desigualdad, la crianza, la sumisión sexual o las morgues.
En este contexto, el Gobierno español erró al tomar decisiones que supusieron, con toda seguridad, miles de muertos. De haber paralizado el país a primeros de marzo, ni la crisis sanitaria ni la crisis económica habrían llegado a los niveles que han llegado. De hecho, España fue más lenta en la toma de decisiones que Portugal, Grecia, Hungría, Austria, Polonia, República Checa o Bélgica. Solo Reino Unido, Italia y Francia fueron tan lentas o más que España (y Suecia, claro, que optó por otro modelo).
Pero, la oposición española, en la que la separación entre la derecha y la ultraderecha ya es prácticamente irreconocible, centró las críticas al Gobierno en el 8-M, en algunos casos con tal virulencia, pornografía y falta de mesura, que han llegado a pasar de criticar la inacción del Gobierno al inicio a la prudencia en la desescalada en esta parte final. Es decir, una cosa y la contraria. Si bien el Gobierno fue erradamente lento en la toma de decisiones inicial, ha sido acertadamente prudente en la desescalada, al menos en cuanto a la escala temporal. Porque si bien se puede censurar al Gobierno por su inacción al comienzo de la crisis, la centralización, la militarización del discurso y las calles, el batiburrillo y la opacidad de los datos o las incesantes mentiras, difícilmente se puede criticar su prudencia en la desescalada. Pero el problema fundamental acontece por la puñetera coincidencia entre la inacción del Gobierno y el 8-M, el Día D de la política del PSOE y Unidas Podemos, los dos partidos ahora mismo en el gobierno.
¿Cuál fue la verdadera incidencia del 8-M?
Aunque la amenaza de arder en una hoguera como fascista o machista es elevada, hay que señalar que la celebración del 8-M causó muertos y ayudó a la expansión de la Covid-19. Sería pecaminoso negarlo. La cuestión no radica en si causó muertos o expandió el virus, sino en cuál fue su importancia en ello.
Bien, si atendemos a los datos oficiales, unas 120.000 personas se manifestaron en Madrid, unas 50.000 en Barcelona y se produjeron manifestaciones considerables en Sevilla, Cádiz, Santander, Bilbao, La Coruña, Toledo o Valladolid. Varias concentraciones en toda la península con decenas de miles de personas, en las que la movilidad entre provincias no parece una variable esencial. Sí puede ser que hubiera manifestantes que acudieran de otros lugares a Madrid o Barcelona, pero convocándose manifestaciones en la mayoría de las ciudades más importantes, aun cuando se trataron de concentraciones numerosas, no parece que la influencia fuera excesiva en cuanto a la difusión, al menos. De hecho, regiones que han tenido escasa incidencia en la pandemia también celebraron el 8-M.
Por poner un ejemplo, en la difusión del virus tuvieron, seguramente, más importancia los eventos deportivos de ese fin de semana, en el que hubo diez partidos de primera división y once de segunda división de fútbol y nueve de la primera división de baloncesto, entre muchos eventos más. En el Barcelona-Real Sociedad hubo 77.000 espectadores; en el Atlético de Madrid-Sevilla, 60.422; en el Betis-Real Madrid, 51.000; o en el Estudiantes-Barcelona de baloncesto, 10.000. Espectadores en los que no solo hay que tener en cuenta como potenciales contagiados, sino como potenciales diseminadores, pues en los eventos deportivos es habitual que viajen cientos o miles de aficionados.
Si tenemos en cuenta estos datos, parece muy atrevido considerar el 8-M esencial en la expansión de la Covid-19 en España. Además, también hubo eventos de tipo cultural, político —eventos de distintos partidos políticos— o social, en los que las concentraciones fueron locales, sin olvidar la concentración de Vox en Madrid con más de 10.000 personas, muchas de las cuales no eran con toda seguridad locales, lo que favoreció con toda seguridad la difusión del virus (líderes de la ultraderecha estaban ya contagiados durante ese evento). Pero también parece bastante imprudente considerar marginal al 8-M, como hizo el experto responsable de la gestión de la crisis sanitaria en España, Fernando Simón.
Para situar la magnitud del 8-M en la expansión de la Covid-19, debemos tener en cuenta, por ejemplo, que el partido de fútbol disputado entre Liverpool y Atlético de Madrid el 11 de marzo reunió 50.000 espectadores, de los que 3.000 eran madrileños, y supuso, según un estudio, el fallecimiento de 41 personas por Covid-19 en Reino Unido. Con esta referencia, y no negando que el 8-M ha causado contagios y muertos, podemos sospechar que no ha tenido un impacto definitivo en una pandemia que ha causado entre 25.000 y 40.000 fallecidos.
Además, habría que señalar que las medidas tomadas por la Comunidad de Madrid, uno de los mayores focos, como el cierre de centros escolares sin el cierre de la Comunidad (Madrid es una ciudad que acogió en 2019 más de 130.000 estudiantes nacionales y extranjeros), haya provocado muchos más contagios y diseminación de la pandemia que el 8-M por el éxodo que generó.
Por tanto, podemos concluir que la celebración del 8-M contribuyó al contagio y fallecimiento de personas en toda España, aunque en mucha menor medida que otros eventos o decisiones. Es decir, con los datos y la información existente a día de hoy, ni fue marginal ni fue esencial.
Sin embargo, más allá de lo cuantitativo, queda una duda por resolver, ¿influyó el 8-M en términos políticos a la hora de retrasar la toma de decisiones o fue una extravagante casualidad que las primeras medidas se tomaran justo el lunes 9 de marzo, un día después de la celebración del 8-M?
29 mayo 2020