Accion Proletaria, (25-Julio-2011)
Indignarse, sí pero ¡Contra la explotación capitalista!
Las obras ¡Indignaos! y ¡Comprometeos!, del escritor, poeta y diplomático francés Stéphane Hessel, son ya dos auténticos best-sellers y una referencia para aquellos que quieran reflexionar sobre la injusticia de este mundo. Es más, al movimiento de protesta social que recorre España (y en bastante menor medida otros Estados de Europa) se le ha llamado de «los Indignados», refiriéndolo explícitamente al primero de estos libros.
¡Indignaos! es un librito de unas treinta páginas que ha sido traducido a varios idiomas; del que se han vendido, a un precio irrisorio para su más amplia difusión, millones de copias en todo el mundo y que ha alcanzado un gran éxito casi inmediatamente. Sin la menor duda su título es en sí mismo un grito de rebelión contra la barbarie de este mundo y coincide perfectamente con el sentimiento generalizado, que crece en las filas de los oprimidos, de que los horrores que arrasan el planeta, desde la miseria a la guerra, se hacen cada vez más insoportables y más indignantes. La «primavera árabe», en Túnez y en Egipto y el movimiento de los Indignados son una clara expresión de ese sentimiento y del hartazgo.
¿Con qué sociedad sueña Stéphane Hessel?
Stéphane Hessel es un hombre de 93 años que saca todavía fuerzas para gritar su indignación frente a este mundo inicuo. Como tal, no nos puede sino inspirar admiración y provocar simpatía; pero en fin de cuentas ¿por qué tipo de mundo quiere S. Hessel que luchemos?
Desde el comienzo de su libro, Stéphane Hessel hace apología de los principios y valores que llevaron al Consejo Nacional de la Resistencia (CNR) a desarrollar, al final de la Segunda Guerra Mundial, un programa económico adecuado a las circunstancias.
A la pregunta «¿siguen estando de actualidad estas medidas?», Hessel responde: —«Por supuesto que las cosas han cambiado en sesenta y cinco años; los retos no son las mismos que conocimos en la época de la Resistencia. El programa que propusimos entonces no se puede aplicar plenamente hoy ni tampoco debemos seguirlo a ciegas. Sin embargo, los valores que planteamos son constantes y debemos adherirnos a ellos. Son los valores de la República y la democracia y creo que debemos juzgar a los sucesivos gobiernos en relación a estos valores. En el programa del Consejo de la Resistencia había contenida una manera de ver las cosas que sigue siendo válida hoy: Rechazar la dictadura —el diktat— de la ganancia y el dinero, indignarse contra la coexistencia de la pobreza extrema y la riqueza arrogante, rechazar los sistemas económicos feudales, reafirmar la necesidad de una prensa verdaderamente independiente, garantizar la seguridad social en todas su formas... Muchos de estos valores y adquisiciones que defendimos ayer están hoy en dificultades y corren peligro. Muchas de las medidas que han adoptado los gobiernos recientemente les sorprenden a mis camaradas resistentes, ya que son contrarias a esos valores fundamentales. Creo que hay que indignarse, en particular los jóvenes. Y ¡resistir!».
¿A quién hace S. Hessel responsable de esta situación? Dice: —«... el poder del dinero, tan combatido por la Resistencia nunca fue tan grande, tan insolente, egoísta, incluso en las más altas esferas del Estado. Los bancos, sucesivamente privatizados, están más preocupados por sus dividendos y por los altos salarios de sus dirigentes que por el interés general. La brecha entre los ricos y los pobres nunca ha sido tan abismal; y la carrera tras el dinero jamás tan feroz, tan competitiva».
Para Hessel, la democracia debe guiar la acción de los dirigentes; una democracia preocupada por el interés general frente al egoísmo de los financieros y otros banqueros: «los responsables políticos, económicos, intelectuales y el conjunto de la sociedad no deben abandonar, ni dejarse impresionar por la actual dictadura de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia». He aquí el sacrosanto interés general que uniría a los políticos, a los patrones de la industria codo con codo con los trabajadores, desempleados, estudiantes, jubilados, los precarios... En otras palabras, la democracia de Stéphane Hessel es el mito, la estafa, que da por hecho que explotadores y explotados se sitúan, como por arte de magia, en un espacio de igualdad de condiciones, donde se supone que tendrían los mismos «derechos y deberes» y los mismos intereses democráticos, en tanto que ciudadanos, frente a la dictadura de los financieros. ¿Para alcanzar qué y cómo? Hessel nos sugiere: —«Confiamos en que reflexionando, escribiendo, participando democráticamente en la elección de los gobernantes es como se puede hacer hoy evolucionar de manera inteligente las cosas... en fin, por medio de acciones a muy largo plazo». Y ¿qué campo propone Hessel que hemos de defender?: —«Siempre me he considerado socialista; es decir, en el sentido que yo doy a este término, consciente de la injusticia social. Pero los socialistas deben ser estimulados. Espero ver surgir una izquierda valiente, contestataria si es necesario, que pueda hacerse fuerte y defender una visión y una concepción coherente de las libertades de los ciudadanos; además, me parece importante que haya Verdes en las instituciones, para que se extienda la idea de preservar el planeta». Finalmente, para Hessel nuestra indignación debe conducir a una consigna ya conocida, el famoso «Hay que ir a votar»... por un nuevo programa alternativo (que será objeto de una nueva publicación) inspirado en el CNR, que reúna a toda clase de elementos, desde los de la izquierda radical a los de «otromundoesposible» pasando por los sindicalistas; en fin, a partidos y organizaciones que asumen como suyo el interés general.
Afortunadamente estos millones de jóvenes a los que Hessel se dirige, particularmente en Portugal y España, han hecho oídos sordos a esos discursos ciudadanos de izquierda y han rechazado las urnas. Hay que decir que han tenido la oportunidad de ver a los gobiernos Socialistas de sus respectivos países manos a la obra; han podido ver qué medidas drásticas de austeridad eran capaces de adoptar los partidos socialistas, de forma totalmente democrática (lo mismo que en Grecia); han probado en sus carnes las porras de la policía ¡del muy democrático Gobierno socialista de Zapatero!...
Sin embargo, Hessel persiste en su apoyo a estos partidos, declarando: «¿Cuál es la tarea que deben imponerse los miembros de la generación más joven? Tomarse en serio los valores sobre los cuales basan su confianza o desconfianza en quienes los gobiernan - este es el principio de la democracia, con el que podemos influir en quienes toman las decisiones».
¿Qué influencia puede tener esta joven generación en los Estados democráticos que le imponen tanta miseria? Puede sustituir a un ministro cuya impopularidad es escandalosa... ¿y después qué pasa? ¿Habrá un cambio real? ¡No, ninguno! En todos los países, sean los gobiernos de derechas o de izquierdas (o de extrema izquierda, como en América Latina), la brecha es cada vez más profunda entre la gran mayoría de la población que padece un deterioro generalizado de las condiciones de vida y el poder democrático del Estado burgués, que preconiza duras políticas de austeridad con las que evitar la quiebra económica. No puede ser de otra manera: ¡Detrás de la máscara democrática del Estado se oculta siempre la dictadura del Capital!
¡No toquéis el capitalismo!
«Mi generación ha contraído una verdadera alergia a la idea de la revolución mundial. En parte porque hemos nacido con ella. En mí caso —nací en 1917, año de la Revolución Rusa— es una característica de mi personalidad. Siempre he tenido la impresión, tal vez injusta, que no es mediante la acción violenta, revolucionaria, cómo se puede derrocar a las instituciones existentes ni cómo se puede hacer avanzar la historia.». Hessel sigue en sus trece: «En todas las sociedades existe una violencia latente que es capaz de expresarse sin restricciones. Lo hemos conocido con las luchas de liberación colonial. Debemos ser conscientes de que las revueltas, las de los trabajadores por ejemplo, siguen siendo posibles pero es poco probable que resurjan dada la forma en que la economía se ha desarrollado y globalizado. El biotipo Germinal ha quedado ya superado». Este es el llamamiento que hace Hessel a la generación más joven: ¡Quitaos de la cabeza cualquier idea de una revolución mundial, la idea de la lucha de clases! ¡Eso está anticuado! En lugar de eso, tratad de mejorar el funcionamiento de este sistema. ¿Cómo? Aquí es donde Hessel dice tener una idea «brillante e innovadora» obviando que ha sido pregonada, una y mil veces, por toda la izquierda desde hace un siglo: la creación de un Consejo de Seguridad Económico y Social, que reúna a los estados más poderosos del mundo; una especie de gobierno mundial. Este organismo mundial tendría como objetivo regular la economía. Y según Hessel esto es lo que evitaría las crisis el ejercer un control eficaz sobre todas las grandes instituciones financieras, ansiosas de ganancias y poder. Simplemente, recordemos que la Sociedad de Naciones (SDN), que más tarde se convirtió Naciones Unidas (ONU), fue creada tras la Primera Guerra Mundial siguiendo un razonamiento formal casi idéntico al de este ideólogo: impedir el retorno de la guerra por medio de una organización internacional que conciliase los intereses de las naciones. ¿Cuál fue el resultado? ¡La Segunda Guerra Mundial y... 14 días de paz en el mundo desde 1950! De hecho, este mundo está dividido en naciones capitalistas que compiten entre sí; que libran una guerra económica sin concesiones y, cuando es necesario, a punta de pistola. Todos los «gobiernos mundiales» que existen (OMC, FMI, ONU, OTAN...) son refugio de granujas en el que los Estados prosiguen su lucha sin cuartel. Pero admitir esto significaría reconocer lo que quiere eludir a toda costa Stéphane Hessel: ¡la necesidad de un nuevo sistema mundial y por lo tanto una revolución internacional! Él prefiere encarrilar a los jóvenes a un callejón sin salida en lugar de mostrarles el camino que les conduzca a una puesta en cuestión, demasiado radical según su punto de vista, del sistema de explotación en el que están inmersos; y por el contrario les anima a que presionen a sus estados para asegurarse de que lleven una nueva política en su Consejo de Seguridad Económico y Social. Para él, bastaría con la intervención masiva de la sociedad civil, la movilización ciudadana de gran amplitud para influir en las decisiones de los Estados; compromiso que debería combinarse también con una mayor participación en las organizaciones no gubernamentales (ONG) y otras redes asociativas; porque claro, los retos como los combates son múltiples: ecológicos, sociales, anti-racistas, pacifistas, economías solidarias...
De hecho, en lo fundamental, Hessel nos pone en el menú la vieja sopa reformista con algunos ingredientes bien elegidos (la implicación ciudadana de la población, el voto inteligente...): la idea de que el capitalismo podría dejar de ser lo que es, un sistema de explotación y podría llegar a ser más humano, más social.
¿Reforma o revolución?
—«La historia está hecha de conflictos sucesivos y hay que contar con los retos que plantean. Las sociedades progresan con la historia y al final el hombre alcanzará su plena libertad; es el Estado democrático en su forma ideal», nos dice Hessel en ¡Indignaos!. Sí, es cierto, la humanidad se encuentra ante un reto: encontrar la solución a todos los males o desaparecer. En el núcleo de este dilema: la necesidad de transformar la sociedad. Pero ¿qué transformación se necesita? ¿Es posible reformar el capitalismo o hay que destruirlo para construir otra sociedad?
La reforma del capitalismo es una ilusión, es someterse a sus leyes, a sus contradicciones que llevan a la humanidad a la miseria, la guerra, el caos, la barbarie... El sistema capitalista es un sistema de explotación. ¿Podemos hacer que la explotación sea humana? ¿Podemos hacer humano un sistema cuyo único propósito es permitir que una clase acumule riquezas en su provecho a costa del esfuerzo de millones de trabajadores? Cuando la competencia entre capitalistas se agudiza porque la crisis económica mundial hace estragos, es la clase obrera quien paga el precio más alto: el desempleo masivo, la inseguridad generalizada, la sobreexplotación en el lugar de trabajo, salarios más bajos...
Por tanto, para que los seres humanos puedan satisfacer sus necesidades elementales deben construir una sociedad sin clases, sin injusticias ni barbarie guerrera, en la que hayan sido abolidas las fronteras, De alguna manera un objetivo así se va gestando en el movimiento de «los Indignados»: una perspectiva que se expresa en ayudarse mutuamente, en compartir, en la solidaridad, la dedicación y la acción desinteresada, la alegría de estar juntos... El gran movimiento social que hemos vivido en España no es humo de paja, lo que anuncia son las batallas futuras que se desarrollarán en todo el mundo, las luchas en las que la clase obrera estará movilizada masivamente y arrastrará con ella a las capas oprimidas por este sistema. Luchas que van a afirmarse contra la inhumanidad del capitalismo y de donde emergerá una conciencia más clara de un necesario cambio de sociedad para construir una nueva humanidad.
Antoine (02 de julio)
11 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Un amigo que quedó maravillado por este libro me lo recomendó y me lo leí. Cuando me preguntó que tal sólo pude contestarle que por que me recomienda algo así sabiendo que mis postulados son mucho más radicales. Otro izquierdoso abogando por un capitalismo flower power con banqueros sonrientes y trabajadores concienciados...para votar cada 4 años, porque la democracia es chachi. Gobernantes dedicados a la política por amor al arte, etc etc. Todas esas cosas que se ha visto que no es posible, eso si que es utópico.
En fin, indignado estoy yo con libros como este que venden la vieja formula como algo novedosísimo. Un abrazo y salud.
No es "capitalismo flower power" es el reformismo de siempre, la socialdemocracia de toda la vida, que se cree que poniendo parches en el capitalismo (seguridad social, sanidad pública,...), sin atacar a la propiedad privada de los medios de producción y a la competencia, van a acabar con los males del capitalismo. A pesar del "estado del bienestar" estamos sufriendo otra crisis los de siempre, desde hace 200 años que se impusó el capitalismo.
El problema es el sistema capitalista en sí mismo, sea neoliberal, proteccionista o populista.
Yo ya dije hace meses que este individuo era un farsante que se ha hecho popular gracias a los mass media. Un tipo que defiende la guerra de Libia y que lo único que busca es que la juventud desencantada vuelva al redil de la política votando a los desprestigiados partidos de izquierda...despretigiados porque todos ellos son cómplices del capitalismo.
Por eso puse la etiqueta de STEPHAN HESSEL, para que se vea también tu entrada, Sorrow.
Buenas otra vez. Con lo de capitalismo flower power me quería referir a lo que ya habéis comentado, el reformismo como "solución" al capitalismo. Cuando queda claro que el problema en sí es el propio capitalismo. Un malentendido sin importancia.
Saludos a todos.
O, podemos decir, capitalismo "con rostro humano" (parafraseando a la Primavera de Praga de 1968 y su "socialismo de rostro humano"). ¡Toni, ya te he entendido!, no hace falta que te disculpes.
Como siempre, muy buen texto.
No olvidemos también que Hessel se ha declarado admirador de Zapatero y de Rubalcaba: de este último ha dicho que es un "gran español". En Francia, Hessel se ha dicho admirador de Strauss-Khan (el de la famosa polémica con la camarera) y de Martine Aubry, candidata del Partido Socialista Francés (más o menos equivalente a Bibiana Aído allá en Francia, pero con más nivel intelectual). Hessel también ha dicho que para él el mejor presidente de la historia fue François Mitterrand. Así que no caben engaños.
Stéphane Hessel es un socialdemócrata al estilo de los viejos socialdemócratas como Willy Brandt, Olof Palme, Mitterrand o, incluso, Felipe González. Hoy esa socialdemocracia ya no existe, porque los partidos socialistas actuales son tan neoliberales en lo económico como los de derecha. Tampoco es que antes fueran una maravilla, pero al menos defendían cierta permanencia de lo público frente a la privatización desenfrenada, y no se atrevían a tocar los cimientos mínimos del Estado del Bienestar.
Que Hessel pueda parecer hoy un radical es un signo de nuestros tiempos tan profundamente derechizados, reaccionarios, simplistas, demagógicos, banales y unidimensionales, donde sólo tiene cabida una forma de pensamiento: la "libertad de mercado" a cualquier coste y por encima de todo.
Como ya nos decía el «viejo» Cappelletti:
«Un análisis ideológico de los programas y, sobre todo, de la praxis de los partidos miembros de la Internacional Socialista conducirá inexorablemente a la conclusión de que hay allí un uso equívoco de la palabra "socialismo". Se trata, en realidad, de partidos liberales que, en determinadas circunstancias (aunque no siempre), se niegan a aceptar una economía de pleno laissez faire, pero que en ningún caso consentirían en sustituir las estructuras básicas del capitalismo. Socialdemocracia equivale casi a liberalismo social.»
Y Felipe González, ni le llegaba a la suela del zapato a Olof Palme. No hablemos de Mitterrand, que de «socialista» tenía lo que el Papa de ateo.
Claro. Y no olvidemos que Olof Palme fue el invitado de honor del PSOE a su Congreso en el Hotel Meliá Castilla de Madrid en 1975, que Olof Palme apoyó y patrocinó al joven Felipe González prácticamente desde sus inicios en la política, que financió al PSOE y hasta montó del show de recorrerse las calles de Estocolmo con una hucha recogiendo dinero para los socialistas españoles, y que hasta el final de su vida fue amigo íntimo de Felipe González y también de Mitterrand.
Exacto, pero también fue uno de los pocos gobernantes europeos que se manifestó abierta y púbicamente contra el régimen de Franco, cosa que otros no hicieron. Eso, y otras cosas, lo condenó.
Lo he dicho porque «Isidoro» seguía sin llegarle a la suela del zapato. Aunque fuése de esa «cuadrilla», era algo mejor. Por así decirlo, y, además lo digo: ¡a estas horas!
Ninguno son personajes de mi admiración. Pero alguno se puede librar, por eso, a éste, se «lo cargaron». Y muchos suecos lo celebraron, los cuáles poco de común tengo con ellos.
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