Por Félix Rodríguez de la Fuente
Sólo una vez he podido contemplar el formidable espectáculo de la migración, porque si bien suele tener lugar a finales de mayo, su comienzo se ve precipitado o retardado por las lluvias en una época en que no son raras las tormentas. Una semana antes de la marcha, los pequeños grupos y rebaños autónomos se fueron reuniendo en una zona de la altiplanicie, integrándose en una manada inmensa, en la que se mezclaban los machos, las hembras y los terneros de seis meses. Todos y cada uno de los animales, presa de una apacible agitación, de una bien perceptible energía potencial, mugían a más y mejor, emitiendo el característico ¡ñuuu… ñuuu… ñuuu…! que ha dado nombre a la especie. Pero multiplicadas por decenas de miles de gargantas, estas llamadas guturales componían un grandioso e insólito coro, al que se sumaban los agudos y entrecortados «ladridos» de las cebras que, en compactos rebaños, evolucionaban nerviosamente entre la masa parda de los antílopes.
De pie sobre el techo del todo-terreno podía contemplar un pardo, interminable y viviente tapiz que se perdía de vista en el horizonte, envuelto en la gran música que precede la marcha y en el característico olor acre de las grandes manadas. Durante varias horas seguimos en coche a las columnas viajeras, al gran ejército que se desplazaba hacia el noroeste. Con las pesadas cabezas bajas, enfrentados al sofocante ventarrón de la meseta, aquellos animales eran el símbolo mismo de la decisión y la seguridad. Como si una fuerza irresistible las atrajera, las enjutas bestias se movían maquinalmente, a un ritmo invariable. Entonces, al murmullo infinito de sus voces se sumaba el retumbar lejano de la tierra, sacudida por miles y miles de pezuñas que arrancaban nubes de polvo sofocante en la reseca costra de la pradera. Pero la marcha del gran rebaño no era anárquica como las desordenadas estampías de los bisontes americanos que hemos visto en las películas. Interminables y disciplinadas filas de animales marchaban paralelamente, tallando profundas sendas en la llanura y respetando amplias zonas marginales por las que trotaban algunos individuos descarriados que buscaban su sitio en las columnas. Sólo un gran ejército en movimiento, un insólito e inmenso escuadrón de caballería sin jinetes, podría compararse a la disciplinada marcha de los antílopes sobre la llanura.
Como todas las agrupaciones de animales en movimiento, los ñus migradores transmiten una sensación inquietante al ánimo de quien los contempla. Quizá ningún fenómeno zoológico ha interesado tanto al hombre como éste de los desplazamientos masivos y periódicos de los seres vivos. La migración de las aves paleárticas, el paso de las geométricas formaciones de grullas y gansos salvajes, la puntual partida otoñal de las golondrinas y su alborozado regreso anunciador de la primavera han llamado la atención del hombre de todos los tiempos.
Pero volvamos a las columnas de ñus que avanzan inexorablemente hacia sus cuarteles estivales. El movimiento de esta comunidad no forma parte de los que los científicos denominan migraciones genéticas, relacionadas fundamentalmente con procesos reproductores —como las de los salmones, que vuelven a desovar al río donde nacieron— sino de lo que se llaman migraciones alimenticias. Resulta característico de todos los ungulados que viven en las regiones más o menos áridas de África que, en ciertas estaciones del año, dependientes generalmente del régimen de lluvias, abandonen los territorios donde viven, ya que los pastos se secan y es difícil encontrar en ellos el alimento suficiente para las grandes manadas de animales que los utilizan. Las migraciones de la población trashumante hasta los parajes reverdecidos por las precipitaciones asegura la supervivencia de las densas comunidades de ungulados, perfectamente capacitadas, por otra parte, para mantener la cronología de sus desplazamientos, adaptados a los ciclos climáticos.
En una constante pero a veces interrumpida progresión, los ñus del Serengeti —que, con ocasión de una tormenta, pueden detenerse unos días en la sabana de Seronera— van acercándose a sus cuarteles de estiaje en dos grandes grupos: el del norte, que marcha por las sendas abiertas por muchas generaciones de ñus hasta las lomas arbustivas y las hondonadas del norte de Benagui y de Kilimafeza, hasta ganar las mismas riberas del río Mara, atravesando parajes infestados por la mosca tsetse; el segundo grupo tuerce pronto hacia el oeste, y siguiendo las cuencas de los ríos desciende hacia la orilla del lago Victoria, en la zona llamada el corredor, donde encuentra pastos suculentos en las vaguadas que permanecen inundadas durante toda la estación húmeda. En los cinco meses y medio del periodo estival, los rebaños y pequeños grupos autónomos se reorganizan, los terneros crecen todavía junto a sus madres y en la mayor parte de las hembras adultas va madurando el fruto que verá la luz a su retorno a la meseta del Serengeti, verdadero centro vital de los gregarios antílopes barbados.
Resulta innegable el hecho de que, si bien sus migraciones son de tipo trófico, los ñus han adaptado su ciclo reproductor a la secuencia del reverdecimiento de los pastos, determinado por la lluvia. Los motivos que impulsan que impulsan a estos antílopes a realizar sus desplazamientos podrían ser, en consecuencia, los siguientes:
1. La falta de agua en la zona afectada por la sequía.
2. La escasez de pastos en la zona afectada por la sequía.
3. Los pastos se anegan y resultan inaprovechables en las regiones húmedas.
4. Evitar las zonas de hierbas altas y de arbustos durante las lluvias.
5. Los pastos que crecen en la altiplanicie después de las lluvias.
6. Porque el suelo queda encharcado y dificulta los movimientos.
7. Para que las crías nazcan en las zonas tradicionales (llanuras del Serengeti, cráter del Ngorongoro, llanuras de Loita, en Kenia, etc…)
Enciclopedia Salvat de la Fauna, 1970.
4 comentarios:
Pero ¿dónde está el tío de la flauta?
¡Ñuuu... ñuuu... ñuuu...
(Traducción: ¡No nos hace falta!)
Sobre esta gigantesca marcha de ungulados, también David Attenborough en su serie documental, y consiguiente libro, El planeta viviente
nos pone en su quinto episodio o capítulo ,Mares de hierba:
«El viaje más famoso es el del ñu. La lluvia no cae uniformemente en el Serengeti, y la sección sudeste se deseca bastante antes que la noroeste. Hacia mayo, la hierba ya ha sido pacida en el sudeste, y sus habitantes se ven obligados a marchar. Un millón de ñus, acompañados por cebras y gacelas, empiezan una larga migración y recorren en columna muchos kilómetros hacia el noroeste. Cuando se produce una estampida en las manadas, se lanzan a los ríos en tal número y concentración que muchos se ahogan. Grandes grupos de ellos son forzados a entrar en el agua a causa de la presión ejercida por la multitud que viene detrás. Los leones se emboscan y cazan fácilmente a estos viajeros exhaustos. Los supervivientes siguen su camino día tras día hasta que, después de 200 km más o menos, llegan a los pastos todavía exuberantes de Mara, en Kenia meridional, donde se quedarán para alimentarse. Pero en noviembre, estas llanuras también empezarán a agotarse, mientras que al sur del Serengeti la lluvia comienza a caer de nuevo; una vez más, los ñus se disponen a comenzar su largo viaje.»
[¡Ah! Y otra cosa, el tío de la flauta se llama Jose Carlos Molina. Por si no lo sabíais, no hay ningún loco...]
Pues yo conozco a estos otros ÑU, con un tal flautista J.C.Molina al frente.
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