HELENO SAÑA
El neoliberalismo triunfante está intentando con todos los medios a su alcance reducir la sociedad a la categoría de mercado, negando o minimizando todos los factores que contradicen esta concepción. El mercado forma sin duda parte de la sociedad, pero no es la sociedad. Pretender otra cosa significa ignorar las leyes más elementales de la historia, de las ciencias sociales y de la propia economía. Y de la misma manera que la sociedad es algo muy distinto a lo que es el mercado, el hombre tampoco es una mercancía, como piensan asimismo los actuales ideólogos y administradores de la globalización.
Aristóteles fue uno de los primeros filósofos que se ocupó a fondo de la economía, pero subordinándola a la ciencia política, esto es, a la regulación de la vida de la 'polis' o ciudad. La economía queda restringida al recinto doméstico ('oikos'), y de ahí que el Estagirita no defina al hombre como animal económico, sino como «zoon politikon». Los demiurgos de la hora actual han invertido la terminología aristotélica y cometido la barbaridad de convertir el 'homo oeconomicus' en el eje central y caso único de la vida individual y colectiva, una transmutación de los valores que por si sola demuestra el grado de simplismo mental a que hemos llegado.
La concepción económica de la historia es un producto específicamente burgués, y por ello, históricamente tardío, en modo alguno una ley eterna. Pero no menos importante en este contexto es recordar que si la burguesía se rebeló contra el orden feudal no fue únicamente en nombre de la libertad económica, sino también de la libertad política. Y fue gracias a esta segunda dimensión de su ideario —apoyada por el pueblo bajo— que en Occidente surgió el sistema democrático que tenemos ahora. La terminología política que hoy todavía utilizamos fue acuñada por la burguesía ilustrada, aunque procediera en gran parte del griego o del latín.
El neoliberalismo que desde mediados de los setenta rige la dinámica económica de una gran parte del globo, significa, en aspectos esenciales, una ruptura cualitativa con las raíces de la teoría liberal clásica, que si bien reconoció la importancia de la economía, no incurrió en la estupidez de desasociarla de la política, los asuntos sociales y la cultura. Locke, Adam Smith, Stuart Mill, Montesquieu, Tocqueville, Benjamin Constant y demás grandes teóricos del liberalismo no hablaron sólo de economía, sino también de ética, justicia, derechos humanos y otros valores morales. Ignorar todo esto es confundir burguesía con capitalismo, que es exactamente lo que hoy hacen las élites al frente de la economía mundial.
Sabemos que apenas instalada en el poder, la burguesía empezó a traicionar los ideales de «libertad, igualdad y fraternidad» anunciados por ella misma. También sabemos que esta traición condujo a grandes catástrofes sociales y bélicas y al surgimiento del socialismo y de la lucha de clases. Pero lo que tampoco nadie puede ignorar es que el culto absoluto al mercado profesado por el neoliberalismo no sólo no ha solucionado los problemas de la humanidad, sino que los ha agravado. Eso explica que el mundo vaya de mal en peor. En todo caso se confirma el veredicto de Alain Touraine: «La instalación del mercado lo permite todo pero no arregla nada» (Critique de la modernité).
«La mayor debilidad del capitalismo es su miopía». Eso no lo digo yo, sino Lester Thurow, un autor que si critica al capitalismo es para salvarlo, no para substituirlo por otro sistema. Pues bien: lo que el autor de The Future of Capitalism afirma sobre el capitalismo en general, es aplicable especialmente a su modelo actual y su ingenua y peligrosa creencia de que las leyes que rigen el mercado bastan, por sí solas, para asegurar un funcionamiento óptimo de la sociedad. Los apologetas del mercado silencian o admiten sólo a contrapelo que éste posee no solamente una dimensión positiva, sino también una dimensión negativa, consistente, esta última, en los traumas sociales y personales que crea de continuo, y no sólo en los períodos de crisis. El neoliberalismo no sólo no quiere saber nada de las víctimas creadas por él mismo, sino —lo que quizá es todavía peor— que ve con malos ojos que el Estado cumpla con su deber de ocuparse de ellas. Esta insensibilidad social forma parte de la miopía capitalista a la que se refería Lester Thurow, a quien vuelvo a ceder la palabra: «Ignorar los aspectos sociales de la humanidad significa diseñar un mundo para una especie humana que nunca ha existido».
La Clave
(Nº 51. 5-11 abril 2002)
1 comentario:
Suscribo tus palabras, el problema es que el término medio desapareció y ahora estamos en una espiral que a saber cómo vamos a acabar y podemos ser afortunados porque tenemos capacidades para salir, pero aún así estamos siempre a un paso de la deblacle social y económica. Muy buenos contenido me encanta vuestro blog como Guia.
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