Por PHILIP ZIMBARDO
En 1963, la filósofa social Hannah Arendt publicó lo que acabaría siendo un clásico de nuestros tiempos, Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal. En esta obra nos ofrece un análisis detallado del juicio por crímenes de guerra de Adolf Eichmann, la figura nazi que organizó personalmente el asesinato de millones de judíos. La defensa que hizo Eichmann de sus actos fue similar a la de otros líderes nazis: «Me limitaba a cumplir órdenes». En palabras de Arendt, «[Eichmann] recordaba perfectamente que hubiera llevado un peso [en su conciencia] en el caso de que no hubiese cumplido las órdenes recibidas, las órdenes de enviar a la muerte a millones de hombres, mujeres y niños con la mayor diligencia y meticulosidad» (pág. 25).*
Sin embargo, lo que más sorprende en la descripción que Arendt hace de Eichmann es que, en muchos sentidos, parecía una persona totalmente ordinaria.
Seis psiquiatras habían certificado que Eichmann era un hombre «normal». «Más normal que yo, tras pasar por el trance de examinarle», se dijo que había exclamado uno de ellos. Y otro consideró que los rasgos psicológicos de Eichmann, su actitud hacia su esposa, sus hijos, su padre y su madre, sus hermanos, hermanas y amigos, era «no sólo normal, sino ejemplar». (págs. 25-26)
Tras su análisis de Eichmann, Arendt llega a su famosa conclusión:
Lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrorífica y terriblemente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más terrorífica que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuente […] comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad (pág. 276).
Fue como si en aquellos últimos minutos [de su vida, Eichmann] resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes (pág. 252).
La expresión de Arendt «la banalidad del mal» sigue resonando hoy en día porque el genocidio se ha desatado por todo el mundo y la tortura y el terrorismo siguen formando parte del panorama mundial. Preferimos distanciarnos de una verdad tan básica y ver la locura de los criminales y la violencia sin sentido de los tiranos como rasgos de su manera de ser personal. El análisis de Arendt fue el primero en negar esta orientación al observar la fluidez con que las fuerzas sociales pueden hacer que personas normales cometan actos horrendos.
El efecto Lucifer
(2008)
(2008)
* H. Arendt, Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil, edición revisada y ampliada (Nueva York: Penguin Books, 1994). Las citas proceden de esta fuente.
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