Los líquenes seleccionan las algas mejor adaptadas al lugar donde crecen. Un estudio del CSIC prueba la pericia de Cetraria aculeata para asociarse. La simbiosis es pieza clave en la naturaleza y es un motor de la evolución.
Tengo una amiga que cuando quiere meterse con alguien al que considera amuermado, le dice: «Tienes menos vida social que un liquen». Como broma no está mal. Los líquenes parecen el colmo de la vida aburrida. Son unos organismos pequeños, discretos, resistentes e inmóviles. Sobreviven a todo tipo de temperaturas extremas y pueden hacerlo sin apenas agua ni comida. Viven donde muchos otros no consiguen hacerlo, pero a cambio tienen una apariencia de lo más callada y pueden pasarse meses pegados a sus rocas sin que parezca que pasa nada con ellos.
Cuesta creer que estén vivos. Pero vaya si lo están. Y su vida social, además, es de lo más animada. De hecho, son organismos que nunca están solos. No pueden estarlo porque en realidad no son una cosa, sino dos a la vez, o la suma de ellas. En todos los líquenes del mundo conviven a la vez un hongo y un alga, es decir, dos seres vivos distintos, dos especies diferente que se unen para formar una tercera totalmente nueva.
De manera que no puede decirse que un liquen tenga poca vida social. Más bien, él mismo es una completa sociedad, un matrimonio o una 'joint venture', usando la jerga económica más al uso actualmente.
Lo que los líquenes practican es un fenómeno conocido como simbiosis y que consiste en la unión duradera de dos seres que obtienen beneficios por ello. En su caso, el alga aporta la capacidad de realizar la fotosíntesis para nutrirse y el hongo contribuye con su resistencia a condiciones ambientales extremas. Esta ganancia mutua es un tipo de asociación que se define como mutualismo y que está mucho más extendida de lo que se cree.
Simbiosis, el secreto de la vida
En la naturaleza existen otros tipos de interacciones entre organismos. Las de parasitismo, en las que uno se aprovecha de otro y le 'chupa la sangre', o las de comensalismo, en las que uno rapiña lo que se le cae al otro, son una versión 'light' de otra bien conocida, la de depredación. A todos nos parece que esa es una forma abundante de relación en el mundo natural. Un tipo de situación que responde a la idea hobbessiana de un mundo cruel, donde el hombre es un lobo para el hombre.
Sin embargo, muchos ecólogos creen que este es un error de percepción. En realidad, las relaciones más importantes en la naturaleza son las de cooperación entre organismos, las relaciones de simbiosis, no las de depredación.
Nuestro propio cuerpo funciona gracias a los microorganismos que habitan en nosotros y contribuyen a funciones vitales como la digestión. Lo mismo ocurre con los árboles, que pueden alimentarse bien gracias a que en sus raíces crecen hongos simbiontes llamados micorrizas que les permiten capturar nutrientes. Y también es mutualismo puro el proceso de evolución convergente llevado a cabo por las plantas con flor y los insectos que las polinizan. Unas obtienen beneficios reproductivos y los otros perciben comida.
En realidad, algunos biólogos defienden que la simbiosis es la clave de la vida y realmente tendríamos que entender el mundo no de la negra forma que lo percibió Hobbes, sino desde la mucho más 'buenista' percepción de Rousseau. Somos buenos por naturaleza, o más exactamente, la naturaleza ha demostrado que cooperar es una forma eficiente de afrontar la existencia. ¿Para qué comerte al vecino si puedes montar un negocio con él?
Una visión extrema del papel de la simbiosis en nuestro planeta es la que defiende y ha demostrado en buena parte la eminente bióloga evolucionista Lynn Margulis. La científica estadounidense, que estuvo casada con el cosmólogo Carl Sagan, provocó una revolución en los años 60 al afirmar que el surgimiento de las células con núcleo (eucariotas), que fueron el inicio de toda la vida compleja que ahora hay sobre el planeta, se debió a la unión de diversas células simples o procariotas.
La teoría de Margulis abre una visión de vértigo sobre el concepto de existencia. Porque lo que defiende, además, es que la evolución no se debe sólo al gradual cambio acaecido en las especies tras las mutaciones genéticas, sino que hay un motor distinto al descrito por Darwin que es la fusión entre organismos completos distintos (bacterias) para formar organismos nuevos.
Según Margulis, nuestras propias células llevan dentro de cada una el testimonio de una simbiosis primitiva. La científica ha logrado que muchos de sus colegas admitan que las mitocondrias que todos tenemos dentro de nuestras células y que llevan a cabo el proceso de respiración celular son en realidad bacterias simples que quedaron integradas en las células complejas de nuestros ancestros. Sacamos a pasear todos los días a los orgánulos de nuestras células sin saber que llevamos con nosotros a antiguos seres unicelulares que han pasado a formar parte de nosotros mismos.
Hongo busca alga para vivir
Estamos construidos con bacterias asociadas entre sí, defiende la teoría de la simbiogénética. Y asociarse entre sí es lo que siguen haciendo de forma bien abierta hongos y algas. Ahora, una reciente investigación llevada a cabo por científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha desvelado algunas novedades sobre las habilidades de cierto tipo de liquen, probando que el hongo que lo forma no se asocia con cualquier alga, sino que selecciona a aquellas variedades, dentro de la misma especie, que le permiten adaptarse mejor a las circustancias externas.
Un equipo internacional de científicos, entre los que se encuentran investigadores del CSIC, ha demostrado que una especie de liquen denominada Cetraria aculeata coloniza distintos ambientes gracias a que selecciona algas genéticamente adaptadas a esos entornos. Es la misma especie de alga, pero muestra pequeñas variaciones locales que la hacen más exitosa.
Los resultados del estudio, publicado en la revista Molecular Ecology, confirman que estos organismos, tan extendidos en los ecosistemas boreales y polares, son sistemas biológicos dinámicos y abiertos.
«Los líquenes son organismos altamente especializados en los que las líneas que separan los conceptos de individuo, especie y ecosistema se desdibujan. Su vida simbiótica ha sido adoptada por multitud de hongos diferentes, lo que les permite colonizar ambientes muy diversos», explican dos de los autores del estudio, los investigadores del CSIC en el Real Jardín Botánico de Madrid María Paz Martín y Miguel Ángel García, en una nota remitida por la institución científica.
El trabajo ha sido coordinado por científicos del Biodiversity and Climate Research Centre y el Senckenberg Research Institute, ambos en Frankfurt (Alemania). Los investigadores han estudiado las trazas genéticas de la trayectoria geográfica, histórica y evolutiva del liquen Cetraria aculeata, una especie que no sólo habita en las regiones polares de los dos hemisferios, sino que además puede crecer en cadenas montañosas de latitudes intermedias como el Himalaya, indica el CSIC en una nota de prensa.
Tras secuenciar tres marcadores genéticos del hongo y tres del alga, observaron que el hongo se originó en el hemisferio norte y fue capaz de dispersarse hasta el hemisferio sur en un periodo de tiempo relativamente corto.
«En esta especie de liquen, el hongo y el alga se dispersan juntos mediante la fragmentación del talo. Aunque cabría esperar que los patrones genéticos del alga y del hongo fuesen semejantes, hemos visto que no es así, ya que este hongo presenta algas genéticamente dispares en distintas regiones geográficas», explica García. Esto indica, según los investigadores, que los líquenes como Cetraria aculeata son sistemas biológicos dinámicos y abiertos, capaces de encontrar las variedades de alga mejor adaptadas a una región y listos también para cambiar de alga. Eso es lo que les ha permitido expandirse de forma rápida al encontrar las más apropiadas para prosperar.
Vivir juntos es mejor, dicen los líquenes. Elegir bien también ayuda.
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