sábado, 30 de noviembre de 2013

La migración anual de ñús se adelanta de forma inesperada

28 de noviembre de 2013

La migración animal más grande sobre la Tierra el movimiento anual de más de un millón de ñús desde Tanzania hacia Kenia— ha comenzado de forma inesperada muchos meses antes de lo habitual.

Los animales normalmente regresan de los llanos del Serengeti (Tanzania) para pastar en la reserva de animales Masai Mara (Kenia) en abril, pero han empezado a volver ya a causa de la sequía en Tanzania.

El coordinador del ecosistema Mara-Serengeti, Nicholas Murero, dijo que nunca antes había visto algo igual.

Esta migración ha sido calificada como la séptima maravilla del mundo y el espectáculo más grandioso sobre la Tierra.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Una mutación genética aumenta el riesgo de Parkinson vinculado a pesticidas



Un equipo de investigadores ha dado nueva claridad a la imagen de cómo las interacciones entre los genes y el medio ambiente pueden matar las células nerviosas que producen dopamina, que es el neurotransmisor que envía mensajes a la parte del cerebro que controla el movimiento y la coordinación. Sus descubrimientos, que se describen en un artículo publicado en la edición digital de este miércoles de Cell, incluyen la identificación de una molécula que protege las neuronas contra el daño de los plaguicidas.

«Por primera vez, hemos utilizado células madre humanas derivadas de pacientes con enfermedad de Parkinson para demostrar que una mutación genética combinada con la exposición a los pesticidas crea un escenario de 'doble golpe', produciendo radicales libres en las neuronas que desactivan las vías moleculares específicas que causan la muerte de las células nerviosas», explica Stuart Lipton, MD, Ph.D., profesor y director de Del E. Webb Centro de Sanford-Burnham Medical Research Institute for Neuroscience, el envejecimiento y Stem Cell Research y autor principal del estudio.

Hasta ahora, el vínculo entre los pesticidas y la enfermedad de Parkinson se basaba principalmente en estudios en animales e investigaciones epidemiológicas que demostraron un mayor riesgo de patologías entre los agricultores, las poblaciones rurales y otras personas expuestas a productos químicos agrícolas.

En el nuevo estudio, Lipton, junto con Rajesh Ambasudhan, profesor asistente de investigación en 'Del E. Webb Center', en Arizona, y Rudolf Jaenisch, miembro fundador del Instituto Whitehead para la Investigación Biomédica, en Cambridge, Massachusetts, y profesor de Biología en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, en sus siglas en inglés), usaron células de la piel de los pacientes de Parkinson que tenían una mutación en el gen que codifica una proteína llamada alfa-sinucleína.

Alfa-sinucleína es la proteína principal que se encuentra en los cuerpos de Lewy, grupos de proteínas que son el sello patológico de la enfermedad de Parkinson. Mediante el uso de células de la piel de los pacientes, los investigadores crearon células humanas pluripotenciales inducidas (hiPSCs) con esa mutación y luego corrigieron la mutación alfa-sinucleína en otras células.

A continuación, los autores de este trabajo reprogramaron todas estas células para convertirlas en el tipo específico de célula nerviosa que está dañada en la enfermedad de Parkinson, las neuronas llamadas A9, creando así dos conjuntos de neuronas idénticas en todos los aspectos excepto para la mutación alfa-sinucleína que contienen dopamina.

«La exposición de las neuronas normales y mutantes a los pesticidas, incluyendo paraquat, maneb y rotenona, crearon excesivos radicales libres en las células con la mutación, causando daños a las neuronas que contienen dopamina que llevaron a la muerte celular», reveló Frank Soldner, investigador científico en el laboratorio de Jaenisch y coautor del estudio.

El investigador en 'Del E. Webb Center' y autor del trabajo, Scott Ryan, agregó que se observaron efectos perjudiciales de estos pesticidas con exposiciones cortas a dosis muy por debajo de los niveles aceptados por la agencia de protección ambiental de Estados Unidos (EPA, en sus siglas en inglés).

Tener acceso a las neuronas genéticamente compatibles con la excepción de una única mutación simplifica la interpretación de la contribución genética a la muerte neuronal inducida por los plaguicidas. En este caso, los investigadores lograron determinar cómo las células con la mutación, cuando se exponen a los pesticidas, interrumpen una vía mitoncodrial clave llamada MEF2C-PGC1alpha, que normalmente protege a las neuronas que contienen dopamina.

Los radicales libres atacaron la proteína MEF2C, que conduce a la pérdida de la función de esta vía, que de otro modo habría protegido las células nerviosas de los pesticidas. «Una vez que comprendimos la vía y las moléculas que fueron alteradas por los pesticidas, usamos una prueba de alto rendimiento para identificar moléculas que podrían inhibir el efecto de los radicales libres en la vía», dijo Lipton.

Una de las moléculas que se identificaron fue isoxazol, que protegía las neuronas mutantes de la muerte celular inducida por los pesticidas analizados. Varios medicamentos aprobados por la agencia norteamericana del medicamento (FDA, en sus siglas en inglés) contienen derivados de isoxazol, lo que sugiere que estos hallazgos, según Lipton, pueden tener implicaciones clínicas potenciales para la reutilización de estos medicamentos para tratar el Parkinson.

Aunque el estudio muestra claramente la relación entre una mutación, el medio ambiente y el daño causado a las neuronas que contienen dopamina, no excluye que otras mutaciones y vías sean también importantes. El equipo planea explorar los mecanismos moleculares adicionales que demuestran cómo los genes y el entorno interactúan para contribuir a la enfermedad de Parkinson y otras patologías neurodegenerativas, como el Alzheimer y la esclerosis lateral amiotrófica.

«A partir del conocimiento de las mutaciones que predisponen a un individuo a estas enfermedades, esperamos predecir en el futuro quién en particular debe evitar una exposición al medio ambiente. Además, vamos a ser capaces de detectar a los pacientes que pueden beneficiarse de un tratamiento específico que pueda prevenir, tratar o posiblemente curar estas enfermedades», concluyó Lipton.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Siria. Demonización e izquierda

Por EDUARDO LUQUE

La guerra «humanitaria» llevada a cabo en Libia ha mostrado bien a las claras la manipulación perfectamente organizada que se efectúa desde departamentos expresamente creados para ello. Algo que vemos de nuevo repetido en el caso del conflicto sirio. Pero ni muchos intelectuales, ni en general la izquierda política, parecen darse cuenta plenamente de ello.

«A la rapiña, el asesinato y el robo los llaman por mal nombre
gobernar y donde crean un desierto, lo llaman paz.»
TÁCITO


La izquierda intelectual

Conseguir que alguien o algo represente el mal absoluto, es, en palabras de Diego Fusaro, un arduo trabajo de desinformación. El filósofo italiano define ese proceso como «la demonización preventiva». Cuando las potencias imperiales definen objetivos políticos o militares, las divisiones blindadas del pensamiento único se ponen en marcha. Todos los diarios, todas las transmisiones televisivas, las webs, ahora You-Tube o las redes sociales se utilizan en una campaña coordinada.

Como es un pensamiento totalitario, cuyo método es la manipulación organizada, ha de abarcar tanto a los medios de derechas como a los supuestamente de izquierdas; esto le otorga una pátina de legitimidad, neutralidad política y homogeneidad interclasista. La condición del mensaje es que ha de ser único y uniforme, sin matices ni discusiones. Hoy Siria y su presidente representan la esencia del mal absoluto; no hay matices, no hay análisis de contexto... Armas químicas, violación de los derechos humanos, dictadura, corrupción... son las acusaciones del coro mediático.

La industria de la propaganda cultural hace ya mucho que está en movimiento. Según los correos de Wikileaks es muy anterior al 2006. La campaña, minuciosamente organizada, pretende «formatear a la opinión pública» para crear las condiciones de una intervención humanitaria, sea ésta el «bombardeo humanitario» o la ayuda a los rebeldes. De poco sirve el razonamiento, la relación de las múltiples mentiras utilizadas, las pruebas que se acumulan desde fuentes neutrales… Al-Assad (el demonio sobre la tierra) ha utilizado contra su propio pueblo el gas sarín.

La demonización del gobierno sirio no alcanzaría tal preeminencia si no fuera por la aportación de algunos reconocidos intelectuales de la izquierda. Los ejemplos se multiplican. En un artículo titulado «Contra la intervención militar extranjera, apoyo a la revuelta popular siria» firmado por Gilbert Achcar y publicado en Rebelión el 09-09-2013, el antaño anti-imperialista, ahora dedicado a la justificación de las intervenciones militares en Libia o Siria, afirmaba:

«… Pero el hecho de que el régimen sirio posea armas químicas y los medios para lanzarlas (para montar un ataque con cohetes y artillería de gran envergadura, como ocurrió) está fuera de toda duda, como también lo está su disposición, al modo de un frío asesino en serie, a utilizarlas contra la población civil.»

Es el mismo personaje que en una intervención pública en Madrid, junto a Esther Vivas y Santiago Alba Rico, llegó a decir que la «OTAN había bombardeado poco en Libia». Santiago Alba Rico añadió, en aquella conferencia, que la «OTAN había salvado vidas» en ese país gracias a sus bombardeos. Este autor, que en el caso sirio parece imbuido sin duda del don de la profecía, escribía el 01-09-2013:

«La de los que pretenden que Bashar Al-Assad no ha usado armas químicas. Un asesino que bombardea y lanza misiles a su propia población, que tortura sistemáticamente a su pueblo y degüella a mujeres y niños, es sin duda capaz de arrojar gas sarín o cualquier otra sustancia letal sobre sus ciudadanos.»

Todo ello mucho antes de que los inspectores de la ONU certificaran que se había usado gas. El documento de la ONU se presentó el día 16-09-2013. Sus conclusiones: no sabemos quién utilizó el gas, ni siquiera dónde, ni cuántas víctimas hubo, ni siquiera sabemos por qué se manipularon las imágenes de los afectados. Las únicas pruebas sólidas presentadas, tanto procedentes de expertos rusos como de la misma población civil señalan a la «oposición al gobierno». Expertos en comunicación han demostrado que algunos de los niños que aparecen en los vídeos son en realidad las mismas personas en escenarios diferentes. Algunos niños «gaseados» en Ghouta habían sido previamente degollados; incluso algunos cadáveres llevaban en la muñeca la bandera nacional siria, no la colonial. John Kerry, secretario de Estado, presentó fotos de los cadáveres de la masacre de Ghouta a senadores y congresistas de EEUU. Las instantáneas se habían tomado en realidad hacía 13 años y correspondían a la matanza del ejército estadounidense en la guerra del Golfo, como denunció su autor Marco di Lauro. Estas mismas fotografías habían sido utilizadas por la BBC tres meses antes para ilustrar otra más de las masacres del gobierno sirio... Sin embargo, para los referidos escritores, todo esto carece de importancia. Con una capacidad de visualización más allá del tiempo y el espacio, ya han obtenido todas las respuestas, tienen todas las certezas.


Hay también reporteros que desde su neutralidad proporcionan otras visiones de la guerra en Siria. El reputado corresponsal de guerra Robert Fisk, autor entre otras cosas de La gran guerra por la civilización, y en absoluto proclive al régimen de Al-Assad describe en una de sus crónicas, recogidas por el diario Al-Manar, cómo el documento de más de 100 páginas analizando el ataque con gas en Ghouta y presentado en el Consejo de Seguridad por Rusia no ha sido publicado aún por la ONU; cómo las primeras sospechas de que los rebeldes habían obtenido gas tóxico de Occidente (específicamente de Arabia Saudí e introducido vía Jordania) han dejado de convertirse en hipótesis para tener amplios visos de verosimilitud. François Houtart, en un documento analítico publicado sobre la realidad siria llega a la misma conclusión.[1]

Hay casos de manipulación que son extraordinariamente burdos. Yassin Al-Hajj Saleh, refiriéndose a las manifestaciones contra el presidente Al-Assad en el verano del 2011, hace estas afirmaciones en un artículo publicado en Rebelión el 20-12-2011:

«Las protestas siguieron extendiéndose y a lo largo del verano, centenares de miles de personas se aglomeraron en la plaza del río Orontes, en Hama y en Deir Ezzor, y otros cientos de miles y decenas de miles se reunían en distintos puntos de Siria...»

El autor parece haber recogido la información suministrada directamente por la prensa anti Assad, sin haberse molestado en contrastar ni siquiera las fotografías que ilustraban los comentarios. En esos días, distintos diarios españoles (ABC, El País, El Mundo o Público) en algunas de las ediciones de agosto del 2011 publicaban reportajes haciéndose eco de las manifestaciones contra el gobierno de Al-Assad. La realidad era todo lo contrario. En esos días, las hemerotecas están llenas de imágenes de manifestaciones a favor del gobierno pero que los titulares señalan que son contrarias: en Hama, Homs, en la Plaza Saadallah al-Jabri, en Damasco... Que el desconocimiento de los reporteros y su parcialidad sean tan evidentes no es de extrañar, para eso cobran. Pero que supuestos intelectuales de izquierda se hagan eco de la propaganda y sobre ella construyan un edificio de mentiras, es algo que aterra.

En general, la posición de los intelectuales de izquierda es una política que debilita los sentimientos contra la guerra y pone el acento positivo en una rebelión que Occidente apoya militar y económicamente. Una de las consecuencias de las múltiples declaraciones y peticiones transformadas en gestos vacíos es acabar, como Almudena Grandes, pidiendo y justificando la intervención occidental. El magnífico artículo de Ángeles Díez Rodríguez: «La complicidad de algunos intelectuales en la guerra imperial contra Siria», es, en este sentido, clarificador. Se pierde la brújula y se acaba por perder hasta el sentido común. ¿Es menos dictador Sadam Hussein que Al-Assad? Entonces, ¿por qué Almudena Grandes, la conocida escritora, apoyó en su momento el «NO a la guerra» y ahora pide el bombardeo humanitario?... tal vez porque antes había miles de manifestantes en las calles y ahora no. ¿Cómo justifican las matanzas de la oposición yihadista, los coches bomba contra la Universidad de Alepo en pleno período de exámenes? ¿Cómo pueden justificar el saqueo de los impresionantes sitios arqueológicos de Aphamea, Palmira o Bosra, desde donde los «rebeldes» están arrancando los restos arqueológicos con excavadoras para venderlos en Turquía o Jordania? Obviamente los autores no dirán que ellos «apoyan» a los extremistas violentos. Es difícil justificar los actos de canibalismo de sectores de la oposición. En general, orillarán el tema; sencillamente, no se manifestarán, y no lo harán porque es una realidad muy incómoda que no se ajusta a sus teorías. Este pseudo-discurso progresista acaba afirmando que el pueblo sirio se ha quedado sólo aunque, en realidad, el flujo constante de armas y dinero, proveniente de Occidente, se ha visto incrementado a medida que pasaban los meses pasaban.

El 11-04-2013, también en el digital Rebelión, se publicaba un documento titulado «Solidaridad con la lucha por la Dignidad y la Libertad Siria» y la «Declaración sobre la revolución siria de las fuerzas de izquierda participantes en el Foro Social Mundial». En ambos casos los llamamientos a la solidaridad con la «Revolución siria» son continuos. Pero la pregunta queda en el aire: ¿a quién apoyan? Se menciona a unos supuestos «revolucionarios sirios», que nadie sabe dónde se encuadran, ni cuál es su nivel de representatividad, y especialmente qué peso específico tienen entre las decenas de miles de combatientes opositores, la inmensa mayoría extranjeros, que han acudido a la llamada de la «yihad islámica».

Algunos de los autores firmantes de la petición van más lejos. Valoran como muy positivo que el embajador de Estados Unidos en Siria haya participado en manifestaciones en contra del gobierno, pero muy negativamente que el presidente Obama no haya querido implementar «un corredor aéreo humanitario». Algunos de los autores antes referidos sostuvieron la misma proposición en la guerra de Libia, sin que los casi 120.000 muertos que ocasionaron las decenas de miles de bombas caídas sobre el país les hayan empujado a reflexionar, ni mucho menos a reconocer su enorme error. Hoy sabemos, porque el personaje alardea de ello, que fue Soliman Bouchuiguir (actualmente embajador de Libia en Suiza y ex presidente de la Liga Libia por los Derechos Humanos) quién generó el paquete de mentiras que justificaron la intervención humanitaria de la OTAN. Él fue, con apoyo de los medios occidentales, quien inventó que la aviación de Gadafi estaba masacrando a su pueblo. Él invento las «supuestas matanzas de civiles» en Bengasi. El propio embajador ha reconocido este hecho, aunque a nuestros «intelectuales» no parece preocuparles excesivamente esta incongruencia.

El esquema que se está utilizando es ya clásico; nos lo recuerda el filósofo Domenico Losurdo. Posiblemente el primer caso evidente fue la caída del presidente rumano Ceaucescu. Se justificó el Golpe de Estado por las imágenes brutales de cadáveres desmembrados, atados con alambre de espino... en la ciudad de Timisoara, (1989). Hoy sabemos que en realidad se cogieron cadáveres de la morgue o se desenterraron, para posteriormente mutilarlos, presentarlos delante de las cámaras de las TV y atribuirlos a una represión policial tal que justificara la destrucción del estado rumano y la privatización de sus recursos.

Para el filósofo italiano Giorgio Agabem el caso de la ciudad rumana es el «Auschwitz de la sociedad del espectáculo. Incluso se ha dicho que si después de Auschwitz es imposible escribir y pensar como antes, después de Timisoara ya no será posible mirar una pantalla de televisión de la misma manera».

El esquema desarrollado en la ciudad rumana sirvió de modelo para hechos posteriores. Se repitió en Racak, en enero de 1999, en los Balcanes. Las «supuestas matanzas» de civiles, desautorizados por los mismos forenses enviados por la ONU, que demostraron que había sido un combate entre fuerzas militares enfrentadas, sirvieron para justificar el bombardeo de Serbia y promover la independencia de Kosovo. Gracias a eso EEUU pudo instalar la mayor base militar en Europa en el nuevo país independiente. El método se perfeccionó en Irak, Kuwait, Libia, ahora en Siria... Pero el esquema siempre es el mismo: la reductio ad Hitlerum («la reducción a Hitler», término creado por Leo Strauss, como nos recuerda en su artículo Diego Fusaro). Básicamente es construir en torno al objetivo de turno la imagen de un nuevo «Hitler» rodeado de la aureola de la maldad absoluta. Allí se mezclará todo el mundo, desde Sadam Hussein a Gadafi, de Chávez a Ahmadinejad. Todos son nuevos Hitler y donde aparece el nuevo nazismo, siempre tiene que haber la nueva Hiroshima, es decir, el bombardeo «legítimo» y «ético».

Pasamos así a justificar «la guerra humanitaria»; esta tiene varios objetivos; el primero es autojustificarse; el segundo, de cara a la opinión pública, es arrebatar al enemigo su condición humana, lo que permite hacer aceptable la intervención militar «puntual», tal y como en un principio señalaban Obama, Hollande o Cameron. La falta de alternativas al discurso dominante, la claudicación de los que tendrían que ser referentes alternativos y críticos acentúa esa realidad.

La memoria del ciudadano es corta como la de los peces; cree «a pies juntillas» aquello que ve en horas de máxima audiencia, repetido por los medios ad nauseam. El objetivo es alcanzar así «el uso estratégico de lo falso». En el 2010 algunos de los papeles de Wikileaks revelaron la preocupación del Departamento de Estado y los servicios secretos por la respuesta social a la guerra de Irak. Narran los e-mail filtrados la puesta en marcha de una campaña sistemática de penetración en organizaciones políticas y sociales que permitiera paralizar las protestas. Es un hecho conocido que determinados gobiernos, entre los que destaca el israelí, están contratando, mediante subvenciones directas o indirectas, a licenciados en informática o blogueros para que, a través de las redes sociales, puedan extender los conceptos y la filosofía de los gobiernos de turno.

La izquierda política

Si, como hemos señalado, la posición de algunos intelectuales «críticos de izquierda» es una mezcla que transita entre el deseo y la fantasía, hay en cambio posiciones en sentido contrario muy importantes, como la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, con figuras tan reconocidas como Pérez Esquivel, Frei Betto, Ramsey Clark o Atilio Borón, firmantes de un documento titulado «Frente a la agresión extranjera contra Siria, levantemos nuestras voces», donde se denuncia la agresión contra Siria.

La posición de las fuerzas políticas progresistas es en general confusa. Tenemos desde partidos políticos de carácter internacional que, como el Partido Comunista Griego (KKE), se posiciona contra la guerra, hasta el Partido Comunista Francés, que sostiene las mismas posturas belicistas que el presidente Hollande o el Partido Socialista Francés. En paralelo, el Partido Laborista inglés, sumando apoyos desde la derecha conservadora, consiguieron derrotar al primer ministro Cameron, que planteaba la intervención militar.

Mientras en España el PCE, IU, PSUC-Viu, PCPE o Red Roja se han manifestado contra la intervención, contra la guerra y a favor de la solución política al conflicto. El PSOE, como no podía ser de otra forma, ha dado apoyo a la intervención alineándose con el gobierno del PP y con las fuerzas imperialistas. Otras fuerzas políticas, la mayoría de matriz trotskista como Izquierda Anticapitalista o Revolta Global, se ven en una situación comprometida, así mismo el PCC, de matriz prosoviética-ortodoxa pero maniatado por sus dependencias institucionales en EUiA e ICV intenta, sin conseguirlo, mantener una cierta «neutralidad». Su propia retórica les lleva a condenar la intervención occidental, pero al mismo tiempo siguen criticando al presidente sirio. Pero los opositores sirios ¿a quién defienden?, ¿dónde están los revolucionarios pro-democracia? Desde el comienzo del conflicto, hace dos años y medio ya, las banderas que ondea la oposición son las de la antigua colonia, ¿cuál es en realidad su objetivo político?

Para estas formaciones trotskistas españolas, el hecho de que la oposición democrática interna haya participado en las elecciones municipales o haya apoyado el referéndum constitucional es una cuestión absolutamente baladí. Otras organizaciones como Corriente Roja van mucho más lejos y piden el flujo continuo de armas a los rebeldes, presentados poco menos que como héroes internacionalistas. Eso incluye a los que bombardean diariamente a la población civil en Damasco, los que practican el canibalismo o aquella otra oposición que se vanagloria de degollar a los herejes...


El movimiento contra la guerra, antes tan activo, hoy se encuentra terriblemente debilitado. La campaña mediática lanzada por los gobiernos occidentales y apoyados en parte por esa «izquierda» proclive al bombardeo humanitario ha llevado a estas organizaciones a la práctica desaparición como referente político. La posición de alguna de estas organizaciones a favor del bombardeo de Libia las ha llevado a acrecentar sus contradicciones internas, provocando una auténtica parálisis frente al nuevo ciclo de guerra en Siria.

Al margen de las fuerzas políticas antes mencionadas, otras como ICV, en su declaración del 04-09-2013, buscan una especie de equidistancia política. Es el refugio de las buenas conciencias, aunque en la práctica se iguale así al agresor y al agredido. Frente a unos estados que amenazan a otro, nos declaramos neutrales, somos «ni-nis». La formación ecosocialista basa gran parte de su estrategia política en la guía que le proporcionan las encuestas electorales; su oportunismo político y la presión de los medios para convertirla en una formación socialmente creíble hacen el resto. Así la declaración de los ecologistas centra su crítica en el gobierno sirio «... ICV condemna la violència del régim d’Al Assad, responsable de l’escalada del conflicte, així com dels altres bel-ligerants...».

En general todas estas fuerzas proclaman su apoyo a los «pueblos revolucionarios» y su rechazo a la intervención imperial. Nuevamente nos hemos de remitir a las hemerotecas. Desde el inicio fueron las potencias neocoloniales las primeras en apoyar esas «revueltas». Desde el primer día, los gobiernos occidentales, en paralelo a la campaña mediática orquestada, sacaron resolución tras resolución haciéndose eco de su apoyo a los «pueblos oprimidos». Para las formaciones políticas de izquierda es una contradicción casi irresoluble. ¿Cómo dar soporte a la «primavera siria» cuando ésta es apoyada por las potencias imperiales que desean apropiarse del país?, y ¿qué decir cuando son los propios «revolucionarios sirios», al igual que hicieron los «rebeldes libios», los que piden la intervención militar? ¿Quién es ese pueblo revolucionario que pide el bombardeo humanitario?, ¿a quién representa?

La falta de claridad en las propuestas de esta formación, la más importante de la izquierda catalana, se hace más y más evidente. Se critica la acción militar en ciernes de EEUU, puesto que ella se hace sin el apoyo de la ONU pero, si tuviera tal apoyo como en el caso libio, ¿serían justificables las decenas de miles de muertos que ocasionaría la intervención?

La deriva de la izquierda española es en cierta medida fruto y consecuencia de los aires que recorren la izquierda europea, donde el PCF —cabeza dominante en el PIE (Partido de la Izquierda Europea)— da apoyo a las propuestas del presidente Hollande a favor de la intervención militar. La declaración en el Foro Social de Túnez, apoyando a la «revolución siria» debemos medirla por el rasero de sus promotoras, la mayoría, como hemos señalado, de base trotskista, y algunas una mera página en Internet. La izquierda italiana, a través de sus medios de comunicación como L’Unità o La Repubblica, se alinea con la ideología dominante. Mientras, los gobiernos progresistas latinoamericanos han dado apoyo sin ambages al gobierno de Al-Assad.

Siria constituye hoy una síntesis de las contradicciones de la izquierda intelectual y política. Una izquierda que frente a una situación compleja en lo nacional y lo internacional tiene enormes dificultades para orientarse en los nuevos escenarios especialmente dinámicos que la decadencia de un Imperio y el ascenso de otros evidencian.

EL VIEJO TOPO
Nº 310, Noviembre 2013.



Nota

jueves, 21 de noviembre de 2013

El más alto de todos los tiempos (1640-1660)

Por CHRISTOPHER HILL

En el siglo anterior a 1640 el régimen Tudor y la situación insular del país dieron a Inglaterra una paz y un orden que no conocía casi ninguna potencia continental. Las clases comerciantes y un gran sector de la gentry y la yeomanry, sobre todo en zonas de la órbita del mercado londinense, se beneficiaron del auge inflacionario del siglo XVI. En 1540 Inglaterra estaba muy rezagada económicamente con respecto a Italia y Alemania, pero en los cien años siguientes el capitalismo avanzó con más rapidez en Inglaterra que en ninguna otra parte de Europa, exceptuando los Países Bajos. La decadencia de la aristocracia estaba relacionada con este gran avance de las clases comerciales y de la gentry y la yeomanry, que suministraban ovejas o productos agrícolas al mercado.

La Iglesia y la Corona, los dos terratenientes más poderosos, compartían las dificultades de los grandes terratenientes aristocráticos para adaptarse al nuevo mundo del capitalismo. La inflación, que planteaba problemas a todos los Gobiernos, hizo más daño a Inglaterra porque el Gobierno inglés dependía del Parlamento en su política fiscal. Por su insularidad, la defensa de Inglaterra estaba encomendada a la flota: la Corona nunca consiguió una burocracia o un ejército permanente comparables a los de Francia o España, cuyos reyes podían cobrar impuestos contra la voluntad de sus contribuyentes. Los aristócratas recurrían a la corte para conseguir subsidios con que mantenerse. Los Estuardo habrían querido complacerles, pero no tenían dinero.

Jacobo I (1603-1625) intentó, con desastrosos resultados, ganar para la Corona una parte de los beneficios del comercio textil (el Proyecto Cokayne, que acabó con el auge de ese comercio). Contrató los servicios de un importante comerciante, Lionel Cranfield, para reorganizar las finanzas oficiales, pero los cortesanos resultaron demasiado fuertes contra los esfuerzos reformistas de Cranfield, como habían sido demasiado fuertes contra el intento de Robert Cecil por vender la prerrogativa de la wardship (derecho de tutela) a la gentry en el Parlamento en 1610.

Impuestos contraproducentes

Los diversos recursos financieros de los once años de Gobierno personal de Jacobo I: renacimiento de los monopolios, extensión de las multas de wardship, multas por cultivo de tierras forestales y el Ship Money (derecho de navegación), enajenaron a grandes sectores de la población. Los Gobiernos Estuardo llegaron a considerar a la City de Londres como fuente inagotable de créditos, y cuando los acreedores comenzaron a poner dificultades hubo que vender tierras de la Corona, lo que redujo sus futuras rentas. Se tomaron medidas punitivas contra la City en forma de una multa de setenta mil libras, en apariencia por no haber sabido colonizar el Ulster, y Laud recibió estímulo oficial para aumentar los diezmos de los londinenses. El Gobierno llegó a depender completamente de empréstitos procedentes de un reducido círculo de administradores fiscales y monopolistas privilegiados, completamente aislado de los comerciantes y artesanos de la City.

Carlos I intentó también organizar un ejército, dándole derecho de hospedaje sobre la población civil: la respuesta del Parlamento fue la Petición de Derechos (1628). El rey trato entonces de gobernar sin el Parlamento y con el Ship Money casi consiguió imponer un impuesto anual fuera del control del Parlamento. Entretanto Strafford estaba preparando un ejército en Irlanda. El precio que hubo que pagar fue la abdicación en asuntos exteriores y cuando surgieron complicaciones en Escocia, por el intento de reforzar allí la autoridad episcopal, Carlos no pudo organizar fuerzas en Escocia para defender su régimen. El Gobierno estaba muy endeudado y la guerra escocesa reveló su bancarrota moral, además de financiera.


Cuando Carlos, por fin, tuvo que convocar el Parlamento en 1640, se vio enfrentado no sólo a una gentry impaciente por desmantelar todo el andamiaje del Gobierno personal —abolir la Cámara Estrellada y la Alta Comisión y declarar ilegal toda imposición fiscal sin consentimiento parlamentario—. Detrás de las clases sociales que tenían representación en el Parlamento estaba una hostil City de Londres y un populacho descontento, ofendido por las concesiones que Laud había hecho, según ellos, al papado en materia religiosa, por las brutales sentencias formuladas contra héroes populares como Prynne, Burton, Bastwich y Lilburne, por los monopolios que hacían subir el coste de la vida, por la conscripción y los impuestos que había traído consigo la guerra escocesa, y todo ello, en apariencia, para nada. La disolución de este Gobierno causó la guerra (civil), escribía James Harrington en 1656, no la guerra, la disolución de este Gobierno.

Esquema revolucionario

La Revolución Inglesa sugiere analogías con las revoluciones francesa y rusa. Hay grandes diferencias entre estas revoluciones clásicas y la inglesa, derivadas de la historia de estos tres países, muy distinta en cada caso, pero son muy útiles de considerar después de haber tenido en cuenta las semejanzas. Todos tendemos a pensar que la historia de nuestro propio país es única. Hubo, en ciertas épocas, una ideología específica de la exclusividad y superioridad de los ingleses. Sólo los extranjeros tenían revoluciones en el malvado continente europeo; el genio inglés por el compromiso formaba parte innata de su carácter nacional.

Pocos historiadores sostienen ahora estas tonterías: se reconoce que el carácter nacional es la consecuencia y no la causa de la historia, pero puede ser útil, creo yo, para considerar la Revolución inglesa como una de la serie de las grandes revoluciones que pusieron fin a la Edad Media.

Muchos historiadores han esbozado un esquema de la revolución, que puede aplicarse en particular a las revoluciones inglesa, francesa y rusa. Comienza con un Gobierno en quiebra amenazado por un revuelta de los nobles, es decir la clase dirigente se da cuenta de que no se puede seguir gobernando a la manera tradicional. Se convoca una asamblea representativa (en el caso de Inglaterra el Parlamento Largo, 1640-1648), que se convierte en el foco de la oposición y cuya existencia desata un movimiento popular.

En una atmósfera próxima al pánico y de presión popular se da una nueva constitución (la legislación de 1641 en Inglaterra). Pero entonces el movimiento popular amenaza ir demasiado lejos para el gusto de aquellos que iniciaron el movimiento reformista. El gobierno del antiguo régimen cobra valor, adquiere un partido, trata de repudiar las concesiones que se ha visto obligado a hacer.

Sigue una guerra civil, a veces, aunque no en el caso de Inglaterra, exacerbada por la intervención extranjera, que convierte a los revolucionarios en patriotas. La lucha trae al frente a grupos sociales inferiores y la jefatura se desvía hacia la izquierda: los independientes sustituyen a los presbiterianos, como los jacobinos a los girondinos y los bolcheviques a los mencheviques. Pero las divisiones entre los revolucionarios persisten y afloran a la superficie una vez que la guerra civil ha sido ganada y hay que llegar a un acuerdo.


Después de llegar a un clímax (la ejecución de Carlos y la proclamación de la república en 1649) la ola revolucionaria cede entre recriminaciones y purgas. Una desviación hacia la derecha es seguida por una dictadura militar que controla a los enemigos de la derecha y a la izquierda, mientras los triunfos de la revolución se van consolidando. En las revoluciones inglesa y francesa este gobierno militar trata de ganar popularidad por medio de guerras de conquista extranjera.

A medida que va restableciéndose la normalidad, a medida que los revolucionarios radicales sociales son aplastados o exiliados, los seguidores derrotados del antiguo régimen llegan a un acuerdo con el régimen nuevo. Esta reunión de moderados de ambos partidos acaba por conducir, tanto en Inglaterra como en Francia, a una restauración de la monarquía y la Iglesia, y en el caso de la Unión Soviética al estalinismo (a veces, escribe Isaac Deutscher, la Unión Soviética parece llena de una capacidad moral-psicológica de restauración que no puede llegar a ser una realidad política).

Camino del Imperio

Pero en Inglaterra y en Francia el antiguo orden de cosas no fue restaurado: cuando Jacobo II o Carlos X trataron de gobernar a la antigua usanza fueron expulsados sin demora. Para 1688 se había consolidado ya el acuerdo constitucional que Carlos I había rehusado aceptar, junto con todos los beneficios económicos e ideológicos del periodo intermedio.

La revolución creó un mundo de nuevas posibilidades económicas. En Inglaterra el Acta de Navegación de 1651 fue confirmada en 1660, y se convirtió en la base de la política imperial durante todo el siglo siguiente y, más aún, dio a Inglaterra un monopolio comercial junto a un creciente imperio colonial. Los comerciantes llevaban largo tiempo soñando con esto, pero nunca antes de la revolución había habido un poder estatal suficientemente sensible a sus intereses para adoptarlo o lo bastante fuerte para imponerlo. Porque el Acta de Navegación significaba guerra con los holandeses, entonces el poder colonial dominante. Holanda no fue derrotada en la primera guerra, pero para fines del siglo se había convertido en un satélite inglés.

En 1655 la guerra contra España condujo a la conquista de Jamaica, base de la futura expansión en las Indias Occidentales y del comercio de esclavos negros que iba a enriquecer a Bristol y Liverpool. Esta guerra anunciaba una lucha que iba a durar ciento cincuenta años más, hasta que Inglaterra quedara firmemente establecida como la primera potencia industrial y colonial del mundo.

La revolución facilitó el desarrollo del capitalismo inglés de muchas otras maneras. Los intentos reales de regular la economía y de interferir en el libre desarrollo económico terminaron con la consolidación de la supremacía del Parlamento. El poder estaba ahora seguro en manos de hombres sensible a las presiones de los intereses comerciales. Los monopolios industriales y los empréstitos obligatorios desaparecieron, la política fiscal fue reorganizada de manera que recayera sobre las clases terratenientes y los muy pobres.

Para 1688 el interés de los adinerados tenía suficiente confianza en el gobierno como para financiar las guerras coloniales sufragando la deuda nacional: el Banco de Inglaterra fue fundado en 1694. La conquista de Irlanda permitió la explotación de una colonia vecina a Inglaterra. La Unión con Escocia (1652-60, renovada en 1707) extendió el área del mercado londinense. La revolución comercial, que transformó a Inglaterra a fines del siglo XVII, preparó la primera revolución industrial en el mundo del siglo XVIII.

Revolución agrícola

Los arrendamientos feudales fueron abolidos en 1646 y la confirmación de esta medida fue el primer asunto que ocupó la Cámara de los Comunes en 1660, después de tomar la decisión de llamar a Carlos II. En 1610 Jacobo I había pedido una compensación de doscientas mil libras anuales por abolir los arrendamientos feudales, Carlos II consiguió solamente cien mil libras per annum, a pagar no por los terratenientes que se habían beneficiado, sino por una imposición fiscal que perjudicaba a los consumidores más pobres. Los grandes terratenientes disfrutaban ahora de la propiedad absoluta de sus fincas, y podían venderlas o hipotecarlas como quisieran, lo cual facilitaba la planificación a largo plazo de las tierras.

Como no se habían conseguido las mismas ventajas para los arrendamientos de copyhold de los agricultores más pobres, a pesar de las campañas de los Niveladores (Levellers) y de otros grupos radicales durante la revolución, el campo quedó a merced de los grandes capitalistas. Los escasos esfuerzos de los gobiernos Tudor y Estuardo para impedir los cerramientos de las fincas (enclosures) y proteger a los más pobres de la codicia de los capitalistas rurales, terminaron ahora. Las confiscaciones rurales de la revolución y la redistribución de riqueza por medios fiscales contribuyeron a acabar con las relaciones patriarcales entre terratenientes y arrendatarios. Que ni el amor ni la amistad ni el favor te induzcan a renunciar a tus ganancias, aconseja el monárquico Sir John Oglander a sus descendientes, diez libras esterlinas harán más por ti que el amor de la mayor parte de los hombres.

La consiguiente revolución agrícola iba a proporcionar parte del capital necesario para la revolución industrial inglesa y buena parte del mercado nacional para sus productos. Una masa laboral menos numerosa produciría suficientes alimentos para mantener un proletariado a medida que la mano de obra excedente abandonaba el campo para trabajar en las fábricas.

Las décadas revolucionarias presenciaron el gran esfuerzo de las capas bajas de la ciudad y del campo por conseguir derechos semejantes a los ganados por sus superiores sociales. Hubo revueltas contra las expulsiones y esfuerzos por ganar seguridad de arrendamiento para los copyholders, ambos apoyados por los Niveladores. Lo mismo ocurrió con los artesanos de las ciudades, que querían organizarse contra los comerciantes capitalistas que estaban explotándoles. Los Niveladores deseaban una reforma más radical de la ley y la constitución, para restringir la libertad de desarrollo capitalista mediante limitaciones al poder de los más ricos. El pequeño grupo de los Diggers quería abolir el trabajo asalariado completamente, poniendo en su lugar la propiedad y cultivo de la tierra colectivos. La derrota de estos movimientos radicales desbrozó el camino para el desarrollo capitalista incontrolado en las ciudades y en el campo.


El Parlamento había considerado que no podía ganar la guerra civil con un ejército de tipo tradicional, leal a su provincia y cuyos oficiales eran escogidos por su categoría social. Una de las innovaciones del Nuevo Ejército Modelo consistía en que sus oficiales ascendían por méritos, cualesquiera que fuesen su categoría social o sus opiniones políticas y religiosas.

Bajo la Commonwealth se intentó reformar los sueldos, de modo que los funcionarios del gobierno no tuvieran que depender de honorarios, sobornos y ventajas. Este reconocimiento del mérito no duro más allá de 1660, pero el final del siglo XVII fue una época de grandes funcionarios, científicos y economistas.

La Real Sociedad es otro legado de la revolución. Antes de 1640 el auge del capitalismo había estimulado un rápido desarrollo de la astronomía (para navegantes), las matemáticas (para artesanos e inspectores de fincas), la química (para la industria). La llegada de nuevas drogas de ultramar estimuló el desarrollo de la medicina. La nueva ciencia carecía aún de ayuda gubernamental o universitaria y no disponía de instituciones propias, aparte del centro de educación para adultos del Colegio Gresham en Londres, donde se enseñaba astronomía y matemáticas a artesanos y navegantes. En esto, como en tantas otras esferas, la revolución introdujo cambios.

El nuevo estado de cosas fomentó la especulación intelectual a todos los niveles. En la quinta década del siglo XVII Oxford se convirtió en el centro de la ciencia avanzada por primera y última vez hasta el siglo XX actual. El conservadurismo reconquistó las universidades después de 1660, pero los científicos expulsados se agruparon en torno al Colegio Gresham y tuvieron suficiente influencia para ganarse la protección de Carlos II. La Real Sociedad que consideraba la modernización de la economía como parte de su tarea, creó también un clima intelectual que permitió a un inglés, Isaac Newton, deducir una síntesis que resumió la revolución científica internacional.

La desaparición de la censura y el establecimiento de la tolerancia religiosa en los años cuarenta hicieron posible unas libertades de publicación, discusión y debate únicas en la historia del mundo moderno. Las herejías, particularmente las ideas políticas de los Niveladores y los Diggers, de Milton, Hobbes y Harrington, y el radicalismo social de los Cuáqueros aterrorizaron a las clases pudientes y condujeron a una reimposición de la censura en 1660, y a una persecución dirigida no ya por clérigos fanáticos, sino por la gentry desde el Parlamento.

A pesar de todo, como dijo el marqués de Halifax, la libertad de estos últimos tiempos dio a la gente tanta luz y la difundió tan universalmente entre el pueblo, que ya no es tan fácil manejarles como en otra época menos crítica. Para 1688 la persecución había conseguido sus fines y los radicales peligrosos estaban muertos o exiliados. Las sectas, aplastadas por una generación de persecución, aunque esporádica, económicamente asfixiante, habían decidido que el reino de Cristo no era de este mundo y habían abandonado la política, volviéndose relativamente aceptables.

Los argumentos económicos a favor de la tolerancia, esgrimidos por hombres como Petty y Locke, eran más fuertes que los temores políticos que habían suscitado desde la revolución. No quedaba nada del libre comercio que las ideas de Milton y Roger Williams habían propugnado, pero desde 1695 fue reconocido el derecho a editar libros para venderlos como cualquier otro producto en el mercado.

Consolidación parlamentaria

La transferencia del poder político es menos evidente en la Revolución Inglesa que en la Francesa, porque la clase dirigente inglesa, antes y después de la revolución, fue principalmente la gentry, cuya institución representativa era el Parlamento, pero en cuanto reflexionamos un poco vemos que la revolución contribuyó considerablemente al auge del sector capitalista de esa gentry. Antes de 1640, este sector había ido progresando gradualmente y con su avance había aumentado la fricción entre el Parlamento y el Gobierno. La mayor parte de los caballeros del sur y del este de Inglaterra que tenían probabilidades de ganar escaños en los Comunes eran productores agrícolas o arrendaban tierras a este tipo de productores.

En el Parlamento de 1640, el señor Rabb observó que los muchos diputados con inversiones en compañías comerciales eran los que se mostraban más activos en el Parlamento. Pero el poder de la Iglesia y la Corona equilibraban la balanza contra el sector capitalista hasta que la Revolución abolió la Cámara Estrellada y la Alta Comisión, consolidó el control parlamentario de la Iglesia, la política fiscal y exterior y liberó a los J.P: (Justicias de la Paz) de la supervisión del Consejo Privado).

De la misma manera que el Parlamento pasó a representar al sector capitalista de la gentry, la ley (Common Law) se adaptó a las necesidades de una sociedad capitalista y a la protección de la propiedad pues la mayoría de los abogados y los jueces procedían de familias de la gentry o compraban tierras. De aquí la importancia del triunfo, gracias a la revolución, de la Common Law sobre las prerrogativas y los tribunales eclesiásticos. De esta forma, incluso sin la evidencia de líneas divisorias en la guerra civil, el desarrollo y las consecuencias de la revolución me llevan a pensar que habían intervenido factores sociales de largo alcance, y que la aparición de condiciones favorables al desarrollo capitalista posrevolucionario no fue enteramente fortuita.

Aclaremos lo que quiero decir. No sugiero aquí que Pym y Oliver Cromwell trataran deliberadamente de preparar a Inglaterra para el capitalismo, aunque cabría subrayar que hubo factores subconscientes, como las relaciones comerciales de Pym y sus vínculos con la City, y las actividades de Cromwell como ganadero. Pero para Oliver Cromwell la ciudad de Dios era más importante que la City de Londres.


Tampoco pretendo afirmar que el sector capitalista de la gentry se pusiera enteramente del lado parlamentario, y los otros del rey. Lealtades personales, relaciones familiares y escrúpulos constitucionales y religiosos, así como el deseo de mantenerse neutral hasta verse forzado a escoger bando, el temor a la subversión social y otros factores indudablemente influyeron en la gente más que la ideología o los intereses económicos. Algunos historiadores muestran triunfantes contra este tipo de argumento el hecho de que algunos de los principales comerciantes apoyasen a Carlos I. Sin embargo, los más fuertes de éstos fueron los mismos que obtuvieron privilegios monopolísticos del Gobierno, como lo habían hecho durante siglos en la sociedad medieval. Lo nuevo en 1640-42 era que el Gobierno ya no podía protegerles en sus privilegios y que el grupo dominante de monopolistas y administradores de impuestos en Londres estaba aislado de las masas y era odiado por ellas. En diciembre de 1641, con el apoyo tácito de la Cámara de los Comunes, hubo una revolución en la City que trajo a nuevos hombres al poder, justo a tiempo para dar refugio seguro a los Cinco Diputados cuando Carlos trató de detenerles en enero de 1642. En la escalada de tensiones y agravios entre el monarca y el Parlamento, éste exigió y obtuvo la expulsión de los obispos de la Cámara de los Lores. La represalia real fue acusar de alta traición a los Cinco Diputados: Hampden, Holles, Pym, Strode y Haselrig, pidiendo su inmediata entrega para juzgarles. Como se negara el Parlamento, mandó Carlos I fuerzas para detenerles, pero no lo consiguieron gracias a la protección que les brindó la población londinense. Este incidente marcó el comienzo de la guerra civil. A partir de entonces, Londres apoyó firmemente al Parlamento y lo financió.

Saldo revolucionario

Menos aún puedo sugerir que la masa de las clases media y baja apoyara a los grupos radicales, cuyo programa parecía expresar sus intereses. Ciertamente el problema de los Niveladores estribaba en que eran demócratas sin una democracia. En tres años de intensa actividad política, después de terminada la guerra civil, hicieron todo lo posible por educar al pueblo inglés para la democracia, aunque sin demasiado éxito, excepto en Londres y en el ejército. El poder de la gentry y el clero sobre el campesinado ignorante era demasiado grande. Si se hubiera conseguido el electorado más amplio que propugnaban los Niveladores es probable que hubiera enviado al Parlamento una mayoría de terratenientes conservadores y monárquicos.

Cualesquiera que fuesen los intereses subjetivos de los revolucionarios, la Revolución Inglesa del siglo XVII constituye una transición del régimen atado aún a una economía medieval, agrícola en gran parte, al que permitió a Inglaterra convertirse en la primera gran potencia imperialista del mundo moderno, el centro de la primera revolución industrial. Creó la posibilidad de un gobierno parlamentario en el sentido moderno de la palabra, un gobierno representativo de las clases dominantes en la sociedad de su tiempo y que fue capaz, cuando las presiones le forzaron a ello, de adaptarse a una sociedad cambiante.

Permitió una sociedad más libre que ninguna otra de las entonces existentes en Europa, aunque sus libertades no eran compartidas por las clases más humildes. Estableció una sociedad en la que Milton, Locke y Newton podían pensar más libremente que en el resto de Europa.

El precio de este avance económico y político, de esta libertad para los propietarios, fue la subordinación política y económica de las clases pobres de Inglaterra, una serie de guerras coloniales, la conquista de Irlanda y la India, los horrores de la trata de esclavos y, finalmente, el sistema fabril. Es importante tener en cuenta las dos caras de la moneda cuando llegamos a la conclusión de que, para bien o para mal, la Revolución Inglesa fue el acontecimiento más significativo que ha tenido lugar hasta ahora en la historia de Inglaterra; cuando nos mostramos de acuerdo con Thomas Hobbes, que no era parlamentario, en que sí, en el tiempo, como en el espacio, hubiera grados de altura y bajura, creo realmente que el más alto de todos los tiempos sería aquel que pasó entre 1640 y 1660.

HISTORIA 16
Nº 138 (Octubre 1987).

lunes, 18 de noviembre de 2013

«Las 'superbacterias' podrían echar a perder un siglo de avances médicos»


(17-noviembre-2013)

La existencia de cepas de bacterias resistentes a los antibióticos representa una de las amenazas más graves a la salud, afirman expertos.

En un estudio publicado en la revista médica The Lancet, varios expertos advierten de los efectos devastadores del consumo desmesurado de antibióticos para dolencias triviales.

La investigación resalta que si no se toman medidas para contrarrestar esta amenaza, se podrían echar por la borda los avances médicos logrados en el último siglo. Las tasas de mortalidad por infección bacteriana «podrían volver a los niveles existentes a principios del siglo XX», afirma el artículo.

«Me preocupa que si en 20 años voy al hospital para una operación de reemplazo de cadera, pueda contraer una infección que lleve a mayores complicaciones y posiblemente a la muerte simplemente porque los antibióticos ya no funcionan como lo hacen ahora», señaló al diario The Independent el subdirector de servicios médicos de Inglaterra, John Watson.

Cuantos más fármacos circulan, más bacterias son capaces de resistirse a ellos. En el pasado, el desarrollo de fármacos se llevaba a cabo al mismo ritmo que la evolución de los microbios y existía una línea de producción de nuevos tipos de antibióticos constante. Sin embargo, la situación actual es distinta.

Entre las estrategias para combatir el aumento de cepas de bacterias resistentes a antibióticos, el estudio incluye reducir la cantidad de antibióticos que se prescriben, mejorar la higiene hospitalaria e incentivar a la industria farmacéutica no sólo para que cree nuevos antibióticos, sino también alternativas antibióticas.

domingo, 17 de noviembre de 2013

La abolición de la esclavitud en España

Caricatura de La Flaca (16-I-1873) sobre
la lucha en el país entre abolicionistas
y esclavistas españoles.
Dedúcese por completo de todos los artículos de la ley, de todo su sentido, que el Gobierno quiere la abolición, pero la abolición gradual, y nosotros pedimos la abolición también, pero la abolición inmediata… que es tanto como extirpar de raíz esa llaga.

… trato de evitar con esa enmienda, la ruina de la honra nacional… lo que vengo a pedir hoy es que la nación española se levante a la altura de los grandes principios sociales, en la seguridad de que sirviendo a la civilización, sirviendo al progreso, encontrará la fuerza, encontrará la riqueza, encontrará el bienestar, encontrará el influjo en la humanidad, a que por tantos títulos tiene derecho su gloriosa historia.

De súbito en Septiembre, esta Nación se levanta; expulsa su vieja dinastía; rompe el yugo de la intolerancia religiosa, y anuncia al mundo que se apercibe a entrar en la vida de la democracia, en la vida del derecho.

[…]

La Revolución de Septiembre, la Junta de Madrid, a la cual pertenecían diputados de todas las fracciones de la Cámara, ¿no dijo en un manifiesto célebre que la esclavitud era un atentado a la conciencia humana, y una mengua para la única nación que la sostenía en Europa?

[…]

Señores, ¿cuántos libres y cuántos esclavos hay en Cuba? Por nuestro censo hay 300.000 esclavos y 700.000 libres. ¿Cuántos esclavos y cuántos libres hay en Puerto Rico? Por nuestro censo, 40.000 esclavos y 350.000 libres. ¿Qué teméis? ¿Una insurrección de negros?

[…]

Pero yo quisiera que algunos de los que defienden la abolición gradual me dijeran en qué punto del mundo la abolición ha podido ser gradual. Se ha intentado muchas veces; pero han tenido que convertirla en inmediata.

[…]

Yo no disputaré sobre si el cristianismo abolió o no abolió la esclavitud. Yo diré solamente que llevamos diecinueve siglos de cristianismo, diecinueve siglos de predicar la libertad, la igualdad, la fraternidad evangélica, y todavía existen esclavos; y sólo existen, señores diputados, en los pueblos católicos, sólo existen en el Brasil y en España. Yo sé más, señores diputados, yo sé más; yo sé que apenas llevamos un siglo de revolución, y en todos los pueblos revolucionarios, en Francia, en Inglaterra, en los Estados Unidos, ya no hay esclavos. ¡Diecinueve siglos de cristianismo y aún hay esclavos en los pueblos católicos! ¡Un siglo de revolución, y no hay esclavos en los pueblos revolucionarios!



sábado, 16 de noviembre de 2013

Lobos y humanos


Por RAMÓN GRANDE DEL BRÍO

A nuestro entender, la vida del hombre primitivo en su vertiente de cazador especializado se halla impregnada de una serie de rasgos etológicos que nos remiten a pautas de comportamiento propias del lobo, el otro cazador social por excelencia.

Será preciso que nos detengamos brevemente en este punto. Los mayores y mejor pertrechados depredadores de la región holártica, el lobo y el hombre, poseen entre sí muchos puntos comunes de actuación ante una presunta presa. Por otro lado, así como el hombre suele matar más de lo que necesita para comer en un momento dado, el lobo hace exactamente lo mismo: en aquellas regiones del planeta donde impera un clima neoglacial, el lobo almacena parte de la carne procedente de las presas que mata.

El lobo, como el propio hombre, caza en grupo. Su espíritu cooperativista le permite abatir animales mucho más rápidos que él. Las manadas de lobos se rigen por esquemas de jerarquización que estratifican el grupo social, de modo análogo a lo que ocurre en el seno de las sociedades humanas. Dotados de un amplio espectro alimentario, tanto el hombre como el lobo pueden subsistir a base de una dieta omnívora, si bien en el caso del cánido debemos hablar de omnivorismo eventual. No obstante, en épocas pretéritas, ambos especímenes tampoco se diferenciaban esencialmente en este sentido. Hombre y lobo representan, en cada caso, lo más acabado y eficaz en materia de depredación referida al mundo racional e irracional, respectivamente. Si el hombre es inteligencia, el lobo es instinto. Dos especies cazadoras, sociales, oportunistas…, que posteriormente se disocian en dos líneas de actuación antagónicas. Pero esto no sucederá hasta el advenimiento del Neolítico, finalizada la gran época de la caza del Paleolítico Superior.

Si hacemos referencia e hincapié en el paralelismo inicial existente entre el cazador humano y el cazador animal, es con el propósito de insistir en la idea de que las relaciones del hombre con su entorno han venido señaladas por una impronta del ecumenismo ecológico, en el que el hombre, identificado con el ambiente, no estaba imbuido todavía del orgullo antropocéntrico. Porque, una vez que el exiguo grupo humano primitivo ha dejado paso al agrupamiento populoso dominado por esquemas rígidos, propios de modos de vida sedentarios, o mejor dicho civilizados, surgirá inevitablemente el concepto de antimonia: el animal «bueno», el animal «malo».

Socioecología de la caza
(1982)

viernes, 15 de noviembre de 2013

La lección del lobo marsupial

PRIMERO ODIADO Y PERSEGUIDO, LUEGO AÑORADO Y BUSCADO CON AHÍNCO

En 1930 fue abatido el último lobo marsupial salvaje del que tenemos noticia. En 1936 la especie se dio por extinguida tras la muerte de Benjamin, el último ejemplar que se mantenía cautivo en un zoológico. Desde entonces, se han hecho muchos esfuerzos para encontrar algún lobo marsupial superviviente, aunque sólo fuera un rastro, en la isla de Tasmania. Todos infructuosos. Una dolorosa lección sobre las consecuencias de la persecución de alimañas que aún nos resistimos a aprender.

Por PEDRO GALÁN


(Cuaderno 328 / Junio 2013)

El invierno austral se prolongaba en aquel frío amanecer del mes de septiembre. El pequeño parque zoológico de Hobart, la capital de Tasmania, isla situada al sur de Australia, se había quedado casi sin personal de servicio. La gran depresión económica provocada por el crash de la bolsa neoyorquina en 1929 aún se hacía sentir en aquel año de 1936. Las noticias que llegaban de tierras muy lejanas, desde Europa o América, y que publicaba el periódico local de Hobart eran preocupantes: crisis financiera, paro, ascenso vertiginoso de un político carismático y agresivo en Alemania, guerra civil en España… Pero también había crisis en Australia y en esta isla de su costa meridional.

Además, el zoo apenas tenía ingresos porque la gente no se decidía a pagar la entrada. Para estimular las visitas y que el público pudiera ver a los animales en las jaulas, el director había ordenado que se cerrasen las puertas de los refugios, obligándoles a permanecer siempre fuera, a la intemperie. Pero el largo invierno austral, con noches gélidas, se había cobrado su tributo. El tigre de Bengala había muerto el mes anterior, posiblemente de frío y desatención. Esa mañana de septiembre, el encargado del zoo, después de abrir las puertas, hizo su acostumbrado recorrido matinal entre las jaulas. En una de ellas había un bulto tirado en el suelo. Era la jaula de Benjamin, el nombre familiar que le daban especialmente los niños al lobo marsupial, un animal característico de la isla y no demasiado popular entre la gente. Los tasmanos lo conocían sobre todo por su leyenda negra, que le acusaba de robar gallinas en los corrales y, sobre todo, de matar corderos. Era despreciado y perseguido por los granjeros y el resto de los habitantes de la isla. Hasta no hacía mucho tiempo, su captura y muerte había estado primada por el gobierno local. Como en cualquier otro país de esa época en su lucha contra las alimañas. Lo mismo sucedía en Europa o América con lobos y zorros.

El encargado entró en la jaula y lo tocó con el pié. Estaba muerto. Acercó una carretilla para cargar el cadáver, pues era pesado. Como decía el cartel explicativo colgado en el exterior, era el mayor carnívoro marsupial existente, casi del tamaño de un lobo y muy parecido en su forma. Cuando cargó el cuerpo inerte no pudo evitar fijarse en las familiares bandas oscuras de los cuartos traseros del animal, como las rayas de un tigre. El cartel también explicaba que se le conocía por esta causa como «tigre marsupial», pero la mayoría de la gente lo llamaba «tilacino». Depositó el cadáver en la carretilla y se lo llevó para tirarlo. Pensó que a nadie le interesaría, ¿por qué molestarse en mandar el cuerpo a disecar como se hacía con las especies raras? No había fondos, a nadie le interesó mucho vivo, así que menos les interesaría muerto. Puso el cuerpo junto al montón de desperdicios que se llevarían para tirar ese día al vertedero. Al encargado le quedaba mucha tarea por delante, muchas jaulas que limpiar y mucha comida que repartir, así que siguió con su trabajo. Era la mañana del 7 de septiembre de 1936. Había muerto el último lobo marsupial. La especie se había extinguido para siempre.

Han pasado casi 77 años desde ese día y son pocos los animales extinguidos que han despertado un sentimiento de culpa tan grande como el lobo marsupial o tilacino (Thylacinus cynocephalus). Los tasmanos, al igual que muchos otros australianos del continente, parecen no resignarse al hecho de que ya no exista y, desde que tomaron conciencia de su desaparición, han organizado numerosas búsquedas por los lugares más remotos de Tasmania. Todas infructuosas. Han analizado con detalle cualquier rumor sobre su posible supervivencia, ya sean huellas, presuntos indicios o supuestos avistamientos. Se ha creado incluso un Museo Virtual del Tilacino que recoge cuanto vestigio ha quedado de él (1). En esa dirección virtual pueden verse, por ejemplo, las siete filmaciones que nos han quedado de dicha especie (2). Apenas unos segundos de metraje en blanco y negro en los que aparece moviéndose, echado o comiendo en las jaulas donde permanecían los últimos ejemplares cautivos. Uno no puede dejar de notar esa misma sensación de pena y frustración al contemplarlas. Algo en él nos resulta enormemente familiar —parece un perro rayado— pero, al mismo tiempo, muy extraño: la cola rígida y larga, esas patas traseras de extrañas proporciones, las orejas redondas, demasiado bajas, el rictus del hocico, que no acaba de ser como el de un perro… Pero, por encima de todo, la sensación que transmiten sus fotos y esas escasas filmaciones es que parece estar ahí, vivo, moviéndose, tan próximo y, sin embargo, ya no podremos verlo nunca más.